Pandemias
Ayer en el Atlantic publicaron un artículo de Matthew Walther, un editor de American Conservative y una revista de literatura católica. Walther es, en muchos sentidos, un ejemplo típico de intelectual que habita en los medios conservadores americanos. Ha escrito en The Federalist, Weekly Standard y en National Review; ha pasado por el Washington Free Beacon. Es la clase de tipo que escribe de vez en cuando en medios centristas, como el Atlantic y Daily Beast para dar el punto de vista de la “verdadera América” (según el propio Walther) / la burbuja republicana dentro del país.
El artículo de Walther en el Atlantic se titula “Where I live, no one cares about COVID” (donde vivo, a nadie le importa el COVID) y es una pieza fascinante en la extraña cosmovisión del pensamiento conservador estos días. Walther explica cómo sus amigos, vecinos y conocidos de un condado rural en el suroeste de Michigan viven su vida hoy como si la pandemia de coronavirus no existiera. Todo el mundo hace una vida normal y nadie habla sobre vacunas o refuerzos. Habla sobre cómo llevar mascarillas es un símbolo político, parecido a llevar una gorra de Donald Trump. Todo esto de la pandemia, recomendaciones de sanidad y vacunarse son cosa de las “clases profesionales y gerenciales de un puñado de grandes áreas metropolitanas” y a la mayoría de los americanos “de verdad” les importan un comino.
Dejemos de lado el hecho de que sólo un 12-14% de americanos viven en zonas rurales y que ese “puñado de áreas metropolitanas” tienen mucha más población, crecen mucho más deprisa y generan mucha más riqueza. Estamos hablando de un tipo que la semana en la que Estados Unidos va a superar los 800.000 muertos por COVID anda diciendo que preocuparse por la pandemia es una chorrada de pijos e intelectuales de Nueva York. Lo hace, además, en medio de otra oleada de casos y muertes que se están cebando en las zonas más conservadoras y rurales del país, a pesar de que las vacunas están disponibles para todo el mundo desde hace más de medio año. La tasa de muertos por cápita en Michigan, 271 por cada 100.000 habitantes, es un 50% mayor que la española.
Por supuesto, no estamos hablando de medio país. Un 72% de americanos mayores de edad están vacunados con dos dosis. Incluso en Saint Joseph County, donde vive Walther, más de la mitad de los adultos están vacunados. Pero dado que los no-vacunados se concentran en zonas rurales, todo apunta que Ómicron se va a poner las botas este invierno en Estados Unidos, gracias al nihilismo desatado de gente como la descrita en ese artículo.
He hablado y enlazado a menudo artículos que señalan que este año, el mejor predictor de número de muertes por COVID en un condado es el porcentaje de voto a favor de Donald Trump. Para un número absolutamente descomunal de americanos, parece que la pandemia es algo o político, o ficticio, o que no se le debe prestar atención. No hay campaña de vacunación que valga.
Golpes de estado
En la otra pista del circo nihilista que es el movimiento conservador americano tenemos el intento fallido de golpe de estado del seis de enero.
Este fin de semana se hizo público un PowerPoint preparado por Phil Waldron, un coronel retirado del ejército, que circuló por la Casa Blanca en los días anteriores al asalto al Capitolio. La presentación es delirante, un compendio de teorías de la conspiración, fantasías, estupideces y atroz diseño gráfico salido de los vertederos más tóxicos de internet. Cualquier persona con dos dedos de frente silenciaría en su muro de Facebook para siempre al cuñado histérico que está diciendo estas chorradas, pero en la Casa Blanca de Trump el documento llegó hasta Mark Meadows, el jefe de gabinete del presidente, y su autor no sólo habló con él varias veces, sino que presentó sus teorías a múltiples legisladores del GOP.
Meadows insiste que no hizo nada con la presentación, y que Waldron habló sobre todo con el abogado del presidente, Rudy Giuliani, y se reunió al menos una vez con el mismo presidente.
Imaginad, por un momento, que el jefe de gabinete de Pedro Sánchez o Mariano Rajoy se hubiera reunido y hablado varias veces con un tipo sugiriendo que China y Hugo Chávez han interferido con el resultado de las elecciones y que es necesario imponer la ley marcial y declarar ilegal el resultado. Tras ser descubierto, la excusa de dicho jefe de gabinete es que de eso se encargaba el abogado del presidente y que él no tiene que ver, a pesar de haber hablado una decena de veces con el individuo en cuestión. Bueno, pues esa es la historia de Meadows.
Cosa que nos lleva al siguiente capítulo de la saga, que es Mark Meadows y la investigación de un comité del congreso sobre la intentona golpista. Hará cosa de un mes, Meadows llegó a un acuerdo con el comité para testificar, entregando documentos (entre ellos, el PowerPoint) y correos electrónicos sobre el caso.
Todo iba bien hasta que se filtró una copia del libro de memorias de la Casa Blanca que Meadows estaba a punto de publicar, y más en concreto, el capítulo en que explica cómo Trump dio positivo por COVID tres días antes de su primer debate presidencial con Biden, la misma infección que le iba a enviar al hospital (y casi matarle) una semana después. Trump reaccionó con furia, llamando de todo a Meadows, que acabó por denunciar el contenido de su propio libro como falso en uno de los momentos de pagafantismo más humillantes que he visto nunca. Tras esta exhibición de independencia, el tipo además decidió renegar de su acuerdo de cooperación con el comité y se negó a declarar.
La respuesta de los demócratas (y dos republicanos, Liz Chenney y Adam Kizinger) fue, primero, denunciar a Meadows ante el departamento de justicia por desacato, y segundo, y mucho más cruel, leer en voz alta parte de los documentos que había ya entregado, empezando por sus SMS del seis de enero, durante el asalto.
Los mensajes son en general horripilantes, con algunos organizadores de las protestas pidiendo instrucciones, políticos republicanos y el hijo de Trump pidiéndole que saliera el presidente a calmar los ánimos, y los más divertidos, de un montón de presentadores de Fox News, incluyendo Laura Ingraham, Brian Killmeade y Sean Hannity, poco menos que implorando que detuvieran el asalto.
Hannity, por cierto, sigue insistiendo que el asalto al Capitolio fue una conspiración izquierdista para desacreditar al presidente, igual que Ingraham. Para los que dicen que Fox News es un canal de noticias respetable.
Esto es el lado cómico. En el lado siniestro, Meadows estaba poniendo por escrito, en un correo electrónico, que la guardia nacional iba a estar en Washington para defender a los manifestantes pro-Trump. Hace tiempo que ha quedado claro que Trump y sus lacayos estaban buscando una manera, la que fuera, de rechazar el resultado de las elecciones presidenciales y mantenerse en el poder. Se toparon con una combinación de inercia institucional, resistencia burocrática, republicanos que se negaron a seguirle el juego y su inmensa incompetencia por el camino, pero era un golpe de estado. Que fueran unos inútiles no disculpa sus actos.
Desacato
Sobre la denuncia por desacato, por cierto, la cosa irá como sigue. El departamento de justicia evaluará la denuncia, un proceso que puede alargarse varios meses. Es muy probable, viendo precedentes y atendiéndose a la ley, que decidan que es válida, y denuncien a Meadows ante los tribunales. Meadows, por supuesto, contratará un pequeño ejército de abogados (pagados por donantes conservadores) y tratarán de retrasar el juicio tanto como puedan; quizás medio año, o más. Dado que las elecciones legislativas están a menos de once meses de distancia, es perfectamente posible que por aquel entonces el congreso esté en manos republicanas, el comité de investigación ya no exista, y Meadows sufra cero consecuencias.
Esto no es una sorpresa; el poder de investigación del Congreso es, en realidad, bastante ficticio. Los legisladores pueden montar comités y exigir comparecencias, pero si la investigación no tiene el apoyo de los dos partidos (cosa que estos días es casi imposible) cualquier investigación que monten tiene fecha de caducidad y un poder muy limitado para revelar información.
Un comité de investigación del congreso, en manos de legisladores hábiles, puede ser muy útil como un instrumento para marcar la agenda. Los SMS, PowerPoints y demás tonterías de Meadows son públicos gracias a esta investigación; quizás no podrán condenarle por nada, pero pueden mover el debate y poner temas en la agenda.
La única institución que podría realmente investigar si se cometieron crímenes el seis de enero y en las semanas anteriores es el departamento de justicia. De momento, el fiscal general no parece tener demasiada prisa en denunciar a nadie.
Bolas extra
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