A vueltas con el salario mínimo
Como todo en Estados Unidos, es más complicado de lo que parece
El salario mínimo es una de esas políticas públicas que sirven para explicar muchas cosas en Estados Unidos. Esta medida, como casi todas las cosas en este bendito país, es a la vez muy simple y tremendamente complicada, con una historia política fascinante.
Los inicios
Como casi todas las medidas de política social del país, el salario mínimo fue propuesto y aprobado por primera vez durante la llamada “era progresista”, el pequeño interludio reformista en Estados Unidos entre finales del siglo XIX y la primera guerra mundial. La primera ley fue aprobada en Massachusetts en 1912, cubriendo sólo niños y mujeres, tras una de las huelgas más célebres del movimiento obrero americano.
Un puñado de estados siguieron el ejemplo de Massachusetts, y en 1923 había quince con salarios mínimos. Siguiendo un patrón que nos va a resultar familiar, sin embargo, el tribunal supremo decidió en 1923 que la medida era inconstitucional, ya que interfería en la libertad constitucional para negociar contratos entre particulares.
No fue hasta 1933 cuando el gobierno federal decidió intentar regular salarios. Roosevelt lo intentó primero con la National Industrial Recovery Act, una ley de la que ya he hablado alguna vez por aquí; la idea era establecer una serie de acuerdos regionales y por industria más o menos comparables a un convenio colectivo. El supremo, que seguía dominado por jueces conservadores, decidió que todo el sistema excedía las competencias federales para regular el comercio y se cargó todo el sistema en 1935.
Roosevelt, por supuesto, fue reelegido con una mayoría abrumadora en 1936 (61-36, nada menos), y entre sus temas de campaña estaba una reforma del poder judicial, que no había hecho más que tumbar leyes sociales durante su primer mandato. Fue en esta época cuando se planteó la idea de expandir el supremo de nueve a quince jueces, con Roosevelt, obviamente, nombrando a los nuevos magistrados.
El plan nunca se llevó a cabo; el sector conservador del partido demócrata se resistió a aprobar nada, temeroso de que un supremo demasiado activista atacara las leyes segregacionistas del sur. Aún así, el debate sí convenció a los jueces que de seguir su obstruccionismo quizás acabarían comiéndose una reforma, y el supremo empezó a revertir su hostilidad abierta al New Deal.
En 1938, la Fair Labor Standards Act establecía una salario mínimo de 25 céntimos la hora, y el supremo la dio como válida en 1941. La ley, en un principio, sólo cubria a trabajadores que estaban implicado en “comercio intraestatal”, pero en los sesenta fue extendida a casi todo el mundo. El salario mínimo federal es, ahora mismo, $7,25, una cifra que no ha variado desde el 2009.
Pero claro, siendo como es Estados Unidos, ese “casi” importa porque esa cifra no cubre a todo el mundo.
Propinas y salario mínimo
Estados Unidos es un país donde tienes que dar propinas. Los camareros, empleados de limpieza, y muchos trabajadores en hoteles, restaurantes, casinos, y otros lugares parecidos tienen salarios muy bajos, y la convención social es que gran parte de sus ingresos vienen de este pago adicional a los clientes. La costumbre, ahora mismo, es que debes dejar sobre un veinte por ciento de la cuenta, un poco por encima o por debajo según la calidad del servicio.
Esta forma de pagar a los trabajadores del sector servicios tiene su origen en los estados del sur, en los años posteriores a la guerra civil. Muchos empleadores en el sur se resistían a pagar salarios a trabajadores que habían sido esclavos, así que establecieron la norma de que serían los clientes los que podían recompensarles si les ofrecían un buen servicio. La práctica se institucionalizó en la región, y en el clima abiertamente hostil a los trabajadores de la gilded age, fue adoptada poco a poco también en el norte.
En 1966, cuando como parte de la great society de Johnson se extiende el salario mínimo a casi todos los trabajadores de Estados Unidos, la ley incluye una provisión separada para “tip workers”, o trabajadores “de propinas”. El salario mínimo federal para ellos sería la mitad que el del resto de asalariados; los empresarios recibirían crédito por las propinas para cubrir la otra mitad. Es decir, un camarero tendría un sueldo base, pagado por el empresario, que sería la mitad del salario mínimo en casi todos los casos, y su empleador no tenía que darle un céntimo más si las propinas cubrían la diferencia con el salario mínimo.
Si eso parece un mal arreglo, la cosa empeoró en 1996, cuando el salario mínimo para tip workers se desacopló del salario mínimo del resto. Ahora mismo está en $2,13 la hora, y no se ha revisado desde 1991. Es decir, los clientes subvencionan un 71% del salario mínimo federal a estos trabajadores.
Esto es absurdamente injusto, y una enorme fuente de desigualdad; la mayoría de camareros en este país son mujeres. Los salarios en el sector servicios son demencialmente bajos, y el sistema además es increíblemente propenso a abusos. El “robo de propinas” por parte de los propietarios es un problema endémico en los restaurantes del país.
Complicando las cosas
Siguiendo el galimatías habitual del sistema de gobierno de este país, la ley federal explica sólo una parte de cómo funciona el salario mínimo. Muchos estados tienen regulaciones distintas, con suelos más altos que el gobierno federal. Y como de costumbre, el mapa de salarios mínimos es curiosamente similar al de todas las estadísticas sociales aquí: el sur y centro tienen, casi siempre, el mínimo federal (y aún gracias); el norte y las dos costas tienen salarios más altos.
El estado con el salario mínimo más alto es Washington, con $16,10 dólares la hora (nota: esto son $2.769 al mes; este es un país muy rico); los estados más progresistas están convergiendo más o menos sobre los $15, con los más atrevidos ajustándolos por inflación. Sólo hay siete estados, por cierto, donde el salario mínimo para trabajadores con propinas es idéntico al resto.
El mapa tiene algunas anomalías y peculiaridades curiosas. New Hampshire está ahí sólo, en medio de Nueva Inglaterra, sin salario mínimo que valga, porque siempre han estado un poco chiflados. Hay unos cuántos estados en el sur que tienen salarios mínimos más altos, pero no porque hayan aprobado legislación, sino por referéndum. En sitios como Florida, Arkansas o Missouri, los progresistas han dado por imposible ganar elecciones legislativas, así que han sacado adelante subidas a traves de iniciativas legislativas populares, así a la tremenda.
Por cierto, hay 46 ciudades y condados que tienen salarios mínimos propios más altos que sus estados, porque en este país puedes tener un salario mímimo municipal. En algunas ciudades del sur esos salarios mínimos municipales han sido prohibidos por ley estatal, porque eso de dejar que la gente gane dinero debe prohibirse.
La política del salario mínimo
El hecho de que se hayan ganado referéndums para subir el salario mínimo en Arkansas, un estado que Biden perdió por casi 28 puntos, es una pista de cómo van los sondeos sobre esta medida: es increíblemente popular. Un 62% de americanos quieren subir el salario mínimo federal a $15 la hora; casi un 90% apoyan que sea más alto que los irrisorios $7,25 anuales ($1247 mensuales. Es un país rico). Dos tercios de los votantes, además, se oponen a que haya excepciones para tip workers.
El salario mínimo federal, sin embargo, no se ha tocado desde el primer año de la administración Obama, y recordemos que sólo hay siete estados (¡siete!) donde no hay un salario mínimo separado para trabajadores con propinas. ¿Por qué?
A nivel federal, la cosa es fácil de explicar: el senado. Por motivos legislativos inexplicables, el salario mínimo sólo puede ser modificado con una supermayoría de 60 votos en el senado, ya que no se considera una provisión presupuestaria que pueda ser modificada vía reconciliación. Los demócratas no tienen 60 senadores en la cámara alta desde el 2009, y dudo mucho que los vuelvan a tener nunca. El salario mínimo va a permanecer ahí congelado durante años, o décadas.
El motivo de por qué hay tantos estados progresistas que siguen teniendo el absurdo sistema dual para propinas es un poco menos obvio, pero casi igual de deprimente, y es algo que me sé de primera mano. Connecticut aprobó subir el salario mínimo a $15 la hora el 2019, y donde trabajo éramos parte de la coalición que hizo campaña a favor de la ley. Durante las negociaciones nos topamos con el obstáculo más peligroso y temido de cualquier campaña legislativa en Estados Unidos: la verdadera NRA, la que da miedo de verdad. La National Restaurant Association.
Resulta que muchos legisladores estatales tienen restaurantes. Los que no tienen restaurantes son amigos de gente que tienen restaurantes, y los que no son amigos de gente que tiene restaurantes tiene montones de restaurantes en su distrito, todos ellos propiedad de gente que tiene muchos amigos y conoce a mucha gente influyente. Cuando una ley asusta a la Connecticut Restaurant Association el volumen de gente llamando a su senador o representante estatal para pegarle gritos es descomunal. Y los legisladores, además, no pueden ir a comer a ninguna parte sin que el propietario del restaurante se acerque a su mesa a quejarse de cómo la ley va a quebrarles fijo. La NRA y sus afiliados están muy bien organizados.
El resultado es que, al llevar la ley al pleno, había un buen puñado de legisladores que eran “noes” convencidos de entrada, y un montón de moderados asustadizos aterrados de que nunca más podrán comer fuera de casa. Conseguimos subir el salario mínimo para tip workers un poco, pero no pudimos igualarlo, o ni siquiera conseguimos que se ajustara siguiendo la inflación. La experiencia, hablando con gente de otros estados, parece ser bastante habitual.
Este año intentaremos revisarlo, pero no soy demasiado optimista.
Bolas extra:
Lo de tener salarios mínimos distintos según estados crea toda clase de experimentos naturales interesantes sobre los efectos de la medida. Aquí tenéis un resumen excelente de la literatura al respecto; en general, si el salario mínimo no supera más o menos el 60% del salario mediano parece no tener consecuencias negativas sobre el empleo, pero tiene consecuencias muy positivas sobre los salarios.
Noah Smith tiene una buena explicación sobre por qué este es el caso; básicamente, en ausencia de un salario mínimo, el mayor poder de negociación de los empresarios hace que puedan pagar sueldos por debajo de lo que veríamos en un mercado competitivo.
Es posible, y el consenso de la literatura parece apuntar en esa dirección, que subir el salario mínimo reduce la tasa de creación de empleo a medio/largo plazo. Este lado de la literatura lo conozco mucho menos, sin embargo.
Un congresista recién elegido en Nueva York parece que se inventó toda su biografía, puestos de trabajo, ingresos, ONGs que montó, e incluso su historial criminal.
Muy interesante como siempre. A mi lo que me sorprende siempre es cómo la gente de la calle se muestra tan orgullosa de su sistema de propinas. Lo ven como el ejemplo supremo de meritocracia o algo así.
Leerte es un placer fenomenal porque desconozco casi todo sobre lo que escribes. Mil gracias.