Ayer domingo por la tarde, Joe Biden anunciaba en Twitter1 su renuncia como candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos.
La decisión, como contaba en el boletín del sábado, no es del todo inesperada, pero no deja de ser sorprendente. Llegar a la presidencia de Estados Unidos es increíblemente difícil. Joe Biden había dedicado toda su vida a alcanzar este objetivo. Es un cargo con una responsabilidad colosal y un poder casi inigualable en el mundo. Para alguien que quiere cambiar las cosas (y Biden es alguien que quiere cambiar las cosas) es un privilegio y honor imposible de replicar. Dar el paso de abandonar el puesto, y hacerlo porque crees que es lo mejor para tu legado, tu partido y para el país es una decisión extraordinaria.
Tanto, de hecho, que sólo había ocurrido dos veces el siglo pasado siglo: Harry S. Truman, en 1952, y Lyndon B. Johnson, en 19682. En ambos casos, Estados Unidos estaba inmerso en guerras impopulares. Biden se ha ido con el país en paz, el desempleo en mínimos históricos, el crimen bajando y la economía creciendo a buen ritmo.
La decisión
Por lo que cuentan en medios, Biden tomo su decisión el sábado por la tarde en Delaware. Dos miembros de su equipo que han estado con él desde hace más de una década, Steve Ricchetti (desde el 2012) y Mike Donilon (desde 1981), le presentaron la última tanda de encuestas encargada por la campaña, con números desastrosos en todos los estados bisagra. Los sondeos eran parecidos a los que el resto de candidatos demócratas estaban viendo por todo el país, y probablemente cercanos a los que manejaban dentro del partido. La conclusión era que Biden no tenía opción alguna de ganar las elecciones. El presidente se dio cuenta que no podía seguir. Antes de tomar la decisión en firme, sin embargo, fue fiel a su costumbre de dormir una noche.. El domingo por la mañana lo habló con su mujer, un par de familiares y asesores de confianza, y decidió dar el paso. A las 13:45 llamó al resto de su equipo y les leyó la carta anunciando su retirada. Un minuto más tarde, subían el comunicado a Twitter.
Y así, sin más, el hombre más poderoso de la tierra decidió dejar de serlo.
El partido decide (feat. Nancy Pelosi)
La primera conclusión de la salida de Biden es algo que os sonará familiar de cierto libro (ya disponible en librerías), “Por qué se rompió Estados Unidos”. Una de mis tesis al hablar sobre el ascenso de Trump es que aunque los partidos políticos americanos son estructuras muy débiles (y explico el por qué), el Partido Demócrata aún mantiene unos niveles de coordinación interna dentro de sus élites de las que el Partido Republicano carece.
Hay varios motivos que explican esta divergencia, que van desde unas bases más moderadas, mayor presión competitiva o un ecosistema mediático menos nihilista que el del GOP. En este caso, sin embargo, el factor diferencial ha sido la excepcional testarudez y talento político de una mujer, Nancy Pelosi, ex-Speaker de la Cámara de Representantes y la última persona en Washington a la que quieres enojar si quieres vivir tranquilo.
Pelosi, post-debate, ha coordinado la excepcional campaña para presionar a Joe Biden y convencerle de que se fuera sin que nadie tuviera autoridad legal alguna para poder conseguirlo. Y lo hizo organizando y moviendo a los cargos electos del partido en el Congreso, poco a poco, para primero ofrecer dudas, después pedir en privado, después filtrar esas reuniones, y finalmente amenazar con toda la discreción del mundo que iba a seguir apretando hasta dejar un erial. Como comentaba alguien ayer de forma anónima, Pelosi le ofreció a Biden irse por las buenas o sacarle por las malas. El presidente quizás tuviera acceso a armas nucleares y gracias a la recién concedida inmunidad presidencial la potestad de utilizarlas para vaporizar disidentes, pero entendió que no podía ganar.
Que estuviera perdido, sin embargo, no quita mérito alguno a que haya tomado esta decisión. Biden ha sido muy buen Presidente, alguien que ha aprobado montañas de legislación con mayorías minúsculas, no ha tenido ni un sólo escándalo de corrupción y ha acertado en casi todas las decisiones importantes de su mandato. El hombre estaba enfurecido, resentido e increíblemente enojado porque sus amigos y aliados le hayan abandonado, y cree, con toda la razón del mundo, que los medios han sido muy injustos con él. Por muy muerto que estuviera en los sondeos, un político más arrogante, vengativo o iracundo que él (léase, su contrincante) hubiera decidido quedarse como candidato, aunque sólo fuera para hundir a todo el partido con él. Dice mucho de su pragmatismo y sentido de estado (y la increíble capacidad de Pelosi para apelar a él) que haya preferido no hacerlo.
Sucesión
A corto plazo, los demócratas tienen que buscar a un nuevo candidato. Biden ha anunciado que apoyará a su vicepresidenta, Kamala Harris, pero su candidatura no es automática o inevitable; la convención del mes que viene puede nombrar a quien le apetezca. Lo más probable, no obstante, es que escojan a Harris, no tanto por su talento político (ahora hablaremos sobre ello) sino porque es la opción por defecto, y nadie tiene incentivo alguno en intentar evitar que gane.
Supongamos que uno de los presidenciables del partido demócrata cree que tiene más opciones de derrotar a Trump que ella o es un iluminado sediento de gloria (o ambas cosas a la vez) y decide anunciar que competirá por la nominación. Este hipotético contrincante empieza, por un lado, con las suspicacias de todos aquellos dentro del partido con aversión al riesgo y que no quieren conflicto, la hostilidad de todos los que apoyan a Harris (que son un grupo considerable) y el cabreo de los Bidenistas ante la expectativa de que una guerra interna deje al presidente saliente en mal lugar. Es muy probable que estos tres bloques basten para garantizar tu derrota. Si Harris gana las elecciones en noviembre, serás una nota a pie de página y estarás muerto políticamente; si perdiera, te echarán a tí la culpa y no sólo estarás muerto sino que vivirás en la infamia. Si, por algún milagro, carisma desaforado o rareza consiguieras derrotar a la vicepresidenta en la convención, todos los que la apoyaron van a odiarte profundamente, dividiendo el partido en las generales. Es muy posible que pierdas las elecciones, y con ello, pases a ser un cadáver político detestado por toda la eternidad. La probabilidad de que ganes la convención y la presidencia es minúscula, y la de suicidio político se acerca a cien.
Conclusión: no se presentará nadie serio, y durante toda la tarde y noche de ayer tuvimos a todos o casi todos los presidenciables con alguna opción emitiendo comunicados alborozados honrando el genio político y humildad de Joe Biden y apoyando entusiasmados a Kamala Harris como candidata. El único (ex)demócrata de cierto renombre que ha insinuado que quizás intenta ser candidato ha sido nuestro Dios Emperador y Líder del Reino de los Cielos Senador Joe Manchin, el voto número cincuenta de los demócratas en la cámara alta que tantos dolores de cabeza provocó a al presidente. Dado el profundo odio que gran parte de las bases del partido sienten hacia Manchin3, lo más probable es que se le pase rápido.
Impacto electoral
Queda por ver, claro está, si la retirada de Biden servirá para derrotar a Trump en noviembre. Los sondeos, al fin y la cabo, ponían a Harris algo por delante de Biden, pero no necesariamente derrotando a Trump. Los demócratas quizás hayan substituido un palillo por un mondadientes.
Mi intuición, sin embargo, es que Biden tenía un techo electoral insalvable debido a su edad y el hecho de que un amplio sector del electorado había decidido que no podían confiar en él. En política puedes cambiar tu imagen en muchos temas, pero no puedes invertir el paso del tiempo, y la edad de Biden era una verdad incontestable que no podían solucionar. El espantoso debate de junio cerró esa posibilidad por completo. Kamala Harris, mientras tanto, no tiene ese problema, y tiene la enorme suerte de que su suelo electoral es esencialmente el mismo que Biden, el 45-46% de votantes que nunca, nunca, nunca votarán a Donald Trump.
Kamala Harris, no nos engañemos, es una candidata bastante mediocre. Aunque en las primarias del 2020 partía como una de las favoritas (era, de hecho, la persona que creía que iba a ganar) se topó con políticos en el ala semi-centrista del partido con mucho más talento que ella (Klobuchar, Buttigieg) y nunca consiguió despuntar en los sondeos. Abandonó la carrera antes de llegar a Iowa.
Ser mediocre, sin embargo, también significa no ser peor que la media; Harris quizás no pueda deslumbrar a una audiencia como hace Buttigieg (o Shapiro, o Whitmer, o Beshar…) de forma rutinaria, pero no va a pegarse la clase de morrazos catastróficos como el de Biden en el debate. A diferencia del presidente saliente, además, Harris puede hacer campaña; es alguien que dará entrevistas, mítines, ruedas de prensa y eventos sin cesar, primero porque no es un fósil frágil propenso a meter la pata, y segundo porque como vicepresidenta puede dedicar el 100% de su tiempo a ello sin interrupción.
Biden, ahora mismo, era un mal candidato, alguien que el debate sobre su edad (cuando no su edad misma) hacían que recabara menos apoyos que una lechuga con sombrero y el cartel “demócrata” debajo. Kamala Harris es básicamente esa lechuga; un candidato genérico demócrata que por el mero hecho de no ser atroz recabará más apoyos que Biden.
En unas elecciones presidenciales normales en las que el partido republicano hubieran nominado a un candidato más o menos normal, esto quizás no fuera suficiente para ganar las elecciones, dada la ventaja estructural del partido en el colegio electoral. El GOP, sin embargo, ha escogido un señor de 78 años condenado por 34 delitos, que desbarra más que habla, se pasa la vida diciendo idioteces, es detestado por casi la mitad del electorado e intentó dar un golpe de estado hace tres años. Un demócrata mediocre, incluso tras este sainete embarazoso de cambiar al candidato a medio camino y con una campaña electoral acelerada de 107 días quizás tenga alguna posibilidad.
Predicciones, pocas
¿Van a ganar los demócratas en noviembre entonces? No lo sabemos. Los sondeos, ahora mismo, seguramente infravaloran el apoyo a Harris, dado que su candidatura no era “real”. En los próximos días seguramente veremos un montón de encuestas con resultados extrañísimos, y no será hasta la segunda semana de agosto cuando podremos empezar a vislumbrar si el cambio de candidato ha dado resultado y las expectativas reales de ambos partidos.
Los republicanos, por ahora, parecen estar bastante asustados ante este nuevo escenario, que les ha pillado (inexplicablemente) a contrapié. Toda la estrategia electoral de Trump consistía en el contraste entre su fortaleza y virilidad y la fragilidad y debilidad de Biden. Hoy, sin embargo, Trump es el hombre más viejo en ser candidato a la presidencia, y su oponente es una ex-fiscal general 19 años más joven que él. Los sondeos, en estas elecciones, han sido increíblemente consistentes en que los americanos detestaban la idea de tener que escoger otra vez entre Trump y Biden. Harris les da otra opción, quizás no inspirada, pero profundamente normal.
Esta había sido hasta ahora una campaña electoral azarosa, excitante, y un tanto deprimente, con unos sondeos casi inamovibles. El debate y la rebelión demócrata habían puesto a Trump camino de la victoria; la renuncia de Biden quizás pueda cambiar las cosas. Lo que sé seguro es que esa ominosa, lúgubre, en apariencia inevitable marcha hacia el fascismo no es tan inevitable. El partido demócrata ha entendido que debía actuar, y tienen de nuevo la oportunidad de ganar en noviembre.
Hay esperanza.
Bola extra
Sobre a quién escoge de vicepresidente hablamos otro día. Es una decisión menos importante de lo que parece, quizás 1-2 puntos en un estado bisagra, medio punto en estados parecidos o limítrofes.
Sí, Biden debería haberse retirado en julio del año pasado. Pero hace un año es probable que estuviera mucho mejor física y mentalmente que ahora. El debate, no lo olvidemos, les tomó por sorpresa; fue Biden quien quiso hacerlo pronto para cambiar la conversación, y eso fue lo que acabó condenando a su candidatura.
Eso también significa que el debate tempranero fue un acierto estratégico, extrañamente. Si Biden se la hubiera pegado así en octubre, sin posibilidad de cambiar el candidato, el resultado final hubiera sido mucho peor.
Si Kamala Harris gana en noviembre, Joe Biden será venerado como uno de los mejores presidentes de los últimos cincuenta años casi de inmediato, y no sin cierta justificación. Si pierde, pasarán años antes de que se pueda hablar de él.
Alguien me ha recordado hoy este poema de Dylan Thomas, al hablar de la lenta rendición de Biden. Creo que es bastante apropiado.
Do not go gentle into that good night
Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.
Sí, Twitter. Jódete Elon.
En el siglo XIX hay algunos casos adicionales; James Polk, 1848, porque estaba enfermo y murió al año siguiente, Buchanan, que prometió servir sólo un mandato, armó un pollo espantoso y le dejó el marrón de la guerra civil a su sucesor en 1862, y Rutherford Hayes en 1880.
No del todo justificado; el tipo representaba West Virginia, y es un milagro que ni siquiera existiera. Es centrista, sí, pero ha votado a favor de cosas que ningún republicano votaría. Incluyendo una ley de cambio climático que destruirá la minería del carbón en su estado.
He visto revuelo con Michelle Obama… ni lo mencionas, así que entiendo que no lo ves…
Están hablando de impugnar, en los tribunales, claro, cualquier decisión de la campaña de Biden de transferir fondos a Harris. Imagino que el Sanedrín demócrata lo habrá previsto, de hecho espero que la demora en la decisión esté relacionada con estos flecos. Medio se lo esperaban los cafres, pero el hecho de que pidan que Biden dimita sugiere que no les gusta enfrentarse a un fantasma al que no pueden acusar de nada de lo habitual, ni tampoco van a poder trincarla con su currículo de fiscal (ellos, difícilmente). Si ella no mete la pata, hay muchas probabilidades de que esta vez la metan ellos de forma irreparable, porque están muy subidos.