Ya de vuelta a Estados Unidos tras unos días por España. Estuve, por motivos que no vienen del todo al caso, viajando mucho en tren, y cielos cómo echaba de menos estar en un país con servicios públicos funcionales. La política americana, sin embargo, no ha parado estos días, así que toca repasar someramente lo que nos hemos perdido, que es bastante, mientras nos preparamos para las legislativas de noviembre.
De permisos y abogados
Como he comentado más de una vez, Estados Unidos es un lugar donde construir infraestructuras u obras de cualquier tipo es complicado. Los procesos para obtener permisos para un proyecto, sea un bloque de viviendas, sea una carretera, sea una línea de alta tensión, son muy exigentes y elaborados. Empeorando las cosas, a menudo el sistema puede ser judicializado con facilidad; cualquier grupo de presión, asociación vecinal o ciudadano preocupado puede liarla con abogados y ralentizar extraordinariamente cualquier proceso.
Los retrasos, por descontado, cuestan dinero, y estos costes se suman a los ya desaforados costes de construcción. Todo el mundo sabe que el sistema está roto, y todo el mundo tiene ideas sobre cómo reformarlo. Nuestro viejo amigo Joe Manchin, caudillo plenipotenciario de las tierras de ultramar, es uno de ellos, y quería hacer algo para remediarlo.
Joe Manchin tiene como uno de sus objetivos en esta vida facilitar la construcción de un gasoducto de 500 kilómetros conectando los depósitos de gas natural de West Virginia con otro gasoducto en Pittsylvania County, Virginia. La Mountain Valley Pipeline, que así se llama el invento, empezó su proceso de aprobación allá por el 2015, pero una montaña de pleitos por parte de grupos ecologistas han bloqueado el proyecto. Esto es un problema para Manchin y sus amiguetes, así que el buen hombre decidió utilizar su condición de votante mediano del senado para intentar sacarlo adelante.
Lo que hizo el buen senador es negociar. Como condición para votar a favor el paquete de Biden contra el cambio climático, Manchin pactó con Chuck Schumer, líder de la mayoría demócrata en el senado, una reforma del sistema de obtención de permisos para construir infraestructuras en el país. Además, como es muy amigo de sus amigos, la reforma esencialmente aprobaría por ley la construcción de Mountain Valley, así a la tremenda, dejando los tribunales en la cuneta.
Negociando la ley
A muchos demócratas y un número considerable de asociaciones ecologistas este acuerdo les pareció algo indignante. Es casi incomprensible, dicen, que una condición para aprobar una ley de reducción de emisiones sea construir un gasoducto que aumentará dichas emisiones. Es, además, un regalo escandaloso a donantes de Manchin.
Vale recalcar, no obstante, que no todos los ecologistas se oponen a esta reforma. Aunque el gasoducto es mala idea, las hordas de abogados de combate que bloquean proyectos de infraestructuras en Estados Unidos no sólo luchan por tumbar a las malvadas petroleras. De forma cada vez más habitual, los tribunales se han convertido en un obstáculo en la construcción de proyectos de energías renovables.
En Maine, por ejemplo, una línea de alta tensión para traer electricidad producida en centrales hidroeléctricas canadienses (es decir, 100% limpia) se ha pasado años en los tribunales, acabó siendo bloqueado en un referéndum en la que las petroleras se gastaron toneladas de dinero para impedir su construcción, reautorizado en el supremo estatal, y dios sabe cuándo acabará construyéndose. En otros lugares hemos visto enérgicas, incansables campañas contra molinos de viento, paneles solares, y cualquier cosa que uno quiera montar que moleste a alguien. Y si no molesta a nadie no importa, que las petroleras irán a juicio igualmente. Lo más delirante es que muchos de estos pleitos son cosa de organizaciones ecologistas, porque no hay nada que diga “salvar al planeta” que pedir un green new deal en Washington y oponerse a paneles solares en casa.
Así que bueno, el gasoducto quizás sea mala idea. Dado que la infraestructura para combustibles fósiles está ya hecha y la de energía renovable está toda por hacer, sin embargo, es plausible que facilitar la construcción de infraestructuras sea bueno para el medio ambiente a largo plazo.
El debate interno entre estas dos facciones del partido demócrata, sumado a la necesidad de sacar 60 votos en el senado, obligaban a Manchin a necesitar apoyos fuera de su partido. Necesitaría, casi seguro, 14-16 votos republicanos, pero dado el eterno amor de estos a todo lo que sean gasoductos, pozos de petróleo y energías fósiles, esto no parecía un escollo insalvable. Para asegurar el tiro, Schumer accedió a incluir la reforma en la llamada continuing resolution, una ley de gasto imprescindible para evitar un cierre del gobierno federal y que incluye gasto de defensa (que nadie vota nunca en contra), así que debería costar demasiado.
Y fracasando en ello
Lo que no contaban, sin embargo, es el profundo rencor de los republicanos con Joe Manchin después de que este les engañara hace unos meses en las negociaciones para sacar adelante la ley de cambio climático. No sé si recordaréis que, por aquel entonces, el senado aprobó también una ley de política industrial e I+D con amplio apoyo de ambos partidos; Manchin consiguió que el GOP no la hundiera a cambio de una promesa implícita de seguir bloqueando la legislación ambiental que resultó ser falsa.
Mitch McConnell no olvida, y el resto del partido tampoco. Por muy a favor que estén de la ley, darle otra victoria a un político demócrata al que creen poder derrotar el 2024 no era algo que les apeteciera demasiado, así que decidieron torpedear la propuesta. El propio Manchin, en rueda de prensa, pidió a Chuck Schumer que la retirara, ya que no tenía los votos para su aprobación.
Es decir: una coalición informal entre el ala izquierda del partido demócrata y un montón de conservadores rencorosos ha hundido la propuesta estrella del senador más poderoso del senado. Manchin será el votante mediano, pero no es del todo omnipotente.
La ley volverá, por cierto, el año que viene, seguramente con retoques. Hemos llegado a un punto donde todo el mundo parece entender que es necesario reducir el papeleo en la construcción de infraestructuras. Sólo falta encontrar un equilibrio político que permita aprobar la reforma.
Un récord sin asteriscos
El récord más sagrado del deporte americano es el de home runs por un jugador durante la temporada regular de beisbol. Este es un deporte que vive por y para las estadísticas, con más de un siglo de datos cuidadosamente compilados y archivados. Los aficionados a este deporte recitan cifras como mantras de saber arcano, y el home run, cuando un bateador golpea una bola fuera del campo para marcar una o varias carreras, es el número emblemático, la cifra de leyenda.
El récord estuvo durante mucho, mucho tiempo en manos de la leyenda de este deporte, Babe Ruth, que consiguió sesenta homers en 154 partidos en 1927, en la más legendaria de todas las temporadas. Ese número fue completamente inalcanzable hasta 1961, cuando Roger Maris alcanzó 61. El debate siempre fue si Maris, que los consigió el año en que la liga añadió equipos nuevos, jugando 161 partidos, era realmente el hombre, o si Ruth seguía mereciendo el récord.
Parecía inalcanzable, hasta que, en 1998, dos jugadores, Mark McGwire y Sammy Sosa lo superaron, con 70 y 66 homers respectivamente. Tres años después Barry Bonds lo superaba de nuevo con 73.
Los tres jugadores tenían algo en común: habían empezado siendo decentes, pero no extraordinarios, al principio de sus carreras y desarrollaron una musculatura y fuerza física extraordinarias al pasar la treintena. Iban dopados hasta las cejas, algo que era completamente obvio sólo con ver su aspecto físico. La cabeza de Barry Bonds era mucho más grande, corcho. El tipo llevaba esteroides para aburrir.
Así que el récord de home runs está, al menos en teoría, en manos de Barry Bonds, seguido de McGwire y Sosa. Para muchos, sin embargo, esos tres jugadores no merecen estar en la lista, y el récord seguía en manos de Roger Maris, el último gran bateador de este deporte.
Hasta este año.
Aaron Judge, también de los New York Yankees, bateó su homer número 61 este pasado miércoles, y con una decena larga de partidos aún por jugar, es posible que supere a Maris. Sería la mejor temporada de un bateador en la American League de todos los tiempos - y dado que Bonds, Sosa y McGwire jugaban en la National League, la otra conferencia del beisbol profesional, este sería el récord que realmente contaría de ser superado, 61 años después.
Lo divertido, claro está, es que el beisbol es un deporte donde no es que el otro equipo juegue, sino que puede eliminar completamente a un bateador si se ponen cazurros. Judge es tan bueno y está tan enrrachado que los pitchers a menudo ni intenta eliminarle, sino que simplemente lanzan la bola fuera de su alcance aposta hasta darle un avance a base sin oposición alguna, pero sin que pueda batear. Que es lo que pasó ayer; los Yankees iban perdiendo y Baltimore decidió que era mejor darle al tipo una base gratis (intentional walk) que arriesgarse a que la sacara del campo. El tipo va a necesitar no sólo batear de miedo, sino que además hacerlo un día en que le dejen.
Mientras tanto, el debate continúa sobre si Bonds y compañía deben ser admitidos al salón de la fama del beisbol o no, y sobre si la liga debe borrar su récord. Ahora mismo, en el museo de Cooperstown (que es una delicia, incluso si no te gusta el beisbol), la bola que golpeó Bonds para conseguir su homer número 756 (otro récord) tiene literalmente un asterisco. Marc Ecko, la compró por más de $700.000 a poco de que la golpeara, le grabó uno antes de donarla a la colección, un recordatorio de que la marca de Bonds estará, para siempre, bajo sospecha.