El próximo lunes es Labor Day, la fecha más o menos aleatoria en el calendario de fiestas federales americanas para no celebrar el día del trabajo el primero de mayo. Es también, informalmente, el ultimo día del verano en Estados Unidos, con la mayoría de colegios públicos reanudando clases esta semana. Para muchos, será la vuelta a la normalidad, a la rutina tras las (cortas) vacaciones estivales. Para las dos campañas presidenciales, representa también el momento cuando el electorado americano deja atrás el sopor veraniego y empieza a prestar atención a los dos candidatos.
Es decir: ahora sí que el fragor político empieza a tomar importancia. Y ahora sí es cuando es hora de empezar a tomarse los sondeos en serio.
Empecemos, entonces, mirando las encuestas.
Una de números
Tras un mes y medio extrañísimo y un cambio de candidato a todo correr, los demócratas han pasado de la más abyecta desesperación a algo cercano al optimismo rozando la euforia. A mediados de julio, muchos daban las elecciones casi por perdidas, con el cada vez más achacoso Biden hundiéndose en los sondeos. Su renuncia, sin embargo, no provocó el caos interno que muchos temían, sino que el partido rápidamente se consolidó detrás la candidatura de Kamala Harris. Este cambio provocó un vuelco colosal en los sondeos, catapultando al partido a una posición cada vez más fuerte y con grandes expectativas de mantener la Casa Blanca.
Si miramos los números con cierto detalle, sin embargo, veremos que la historia es un poco más complicada. Para empezar, aunque Biden realmente se hundió en los sondeos tras su infausto debate y anémica respuesta posterior, lo cierto es que su caída fue relativamente modesta. A mediados de junio, estaba esencialmente empatado con Trump, o incluso un poco por delante; a finales de julio, cuando dejó paso a Harris, la media de los sondeos le dejaban tres puntos por debajo. Como candidata, Harris ha dado la vuelta a las encuestas, casi literalmente; ahora mismo está unos tres puntos por delante.
Ganar seis puntos en los sondeos en apenas un mes es, por supuesto, un cambio enorme, y más en un país tan polarizado como Estados Unidos, donde prácticamente nadie cambia su intención de voto. Aún así, tres puntos de ventaja no es que sea demasiado, especialmente cuando el error medio de los sondeos en elecciones pasadas ronda los dos puntos1.
Complicando aún más las cosas, tenemos nuestro viejo amigo el colegio electoral, que hace poco menos que irrelevante esta clase de encuestas nacionales. La anacrónica aritmética de los compromisarios hacen que todo dependa del puñado de estados que están en la mediana electoral del país, y lo que suceda en el resto es bastante irrelevante. A Trump le importa un pimiento perder California por veinte o cuarenta puntos; lo que necesita es ganar en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, que son los tres estados bisagra decisivos en noviembre.
Y ahora mismo, esos tres estados están así:
Harris está un pelín por delante en los tres estados clave, pero con los mismos problemas de siempre: el error típico de los sondeos a nivel estatal suele ser un poco mayor que a nivel nacional, así que esos dos puntos de margen sólo nos vienen a decir que es probable que Trump esté perdiendo, pero no mucho más allá. Teniendo en cuenta, además, que las encuestas subestimaron a Trump considerablemente el 2020 (sobre unos tres puntos), especialmente en Wisconsin y Michigan, la presunta ventaja de Harris es mucho menor de lo que parece.
La única buena noticia, al menos por ahora, es que parece que el sesgo del colegio electoral es un poco menor este año que en el 2020. Biden necesitó ganar por 4,4 puntos para sacar una victoria raspada en compromisarios; a Harris quizás le basten dos o tres.
A efectos prácticos, ahora mismo estas elecciones no están empatadas; Harris, estadísticamente, tiene cierta ventaja, y es ligeramente favorita. Su margen es lo suficiente pequeño, los errores de estimación lo bastante grandes, y la posibilidad de imprevistos lo suficiente presente como para que no podamos decir nada más allá.
Así que toca hablar de imponderables e imprevistos, empezando por la convención demócrata.
La convención
Las convenciones de los partidos americanos en los que estos nominan formalmente a su candidato a la presidencia son eventos peculiares. La última vez en la que hubo algo de incertidumbre sobre el resultado final fue en 1968, así que no son eventos estrictamente noticiosos en los que suceda nada sorprendente. Aún así, las televisiones americanas suelen retransmitir en riguroso directo dos horas del evento en cada una de sus cuatro noches, dando la oportunidad a los partidos y a su candidato de llegar directamente a un número enorme de votantes.
Las convenciones, sin embargo, suelen ser un peñazo inenarrable para la inmensa mayoría de los mortales, así que aunque suelen tener audiencias respetables, los que se tragan todo el evento son votantes ya convencidos del partido o gente que se ha quedado dormida delante del televisor. La abrumadora oleada de propaganda, por lo tanto, no suele convencer a casi nadie; en tiempos recientes, los sondeos suelen reflejar una mejora en los sondeos de dos o tres puntos, en el mejor de los casos.
La convención demócrata de la semana pasada quizás tuviera mayor audiencia y más votantes despistados que otros años, gracias a la novedad de tener una cabeza de cartel distinta e inesperada. Es posible que la mejora sea relativamente alta, aunque no lo sabremos hasta la semana que viene.
Sobre el contenido de la convención no voy a comentar gran cosa, porque estaba de vacaciones y no la seguí en directo. El discurso de Harris (que sí he visto en diferido), me pareció bueno, y creo que Nate Silver tiene una buena explicación aquí sobre su contenido y construcción. James Fallows explica bien lo que funcionó bien en todo este evento.
Lo que es innegable es que los demócratas están utilizando una retórica muy distinta a la del 2016 o 2020. Para empezar, están hablando mucho sobre libertad, algo que me hace inmensamente feliz; este boletín se llama Four Freedoms por algo, corcho. Recuperar la retórica del New Deal es una muy buena estrategia, y recuperar este concepto para evitar que lo “domine” la derecha aún más. Segundo, y no menos importante, están hablando sobre patriotismo, reivindicando el orgullo de defender los ideales y triunfos de Estados Unidos, rechazando el pesimismo republicano y la visión negativa del país de cierta izquierda. Esta es otra idea que me tiene obsesionado desde hace tiempo, y de la que he escrito no hace demasiado2.
Este el tono y mensaje que Harris ha adoptado desde que es candidata, y parece que está funcionando bien. Veremos si se mantiene así.
El otro candidato
El efecto de la convención republicana este ciclo en los sondeos fue prácticamente nulo, ya que Biden anunció su retirada el fin de semana inmediatamente después. En una maniobra que supongo intentaba replicar este “sabotaje”, el viernes pasado justo tras el cierre de la convención demócrata Robert Kennedy Jr. anunciaba su retirada de la carrera presidencial y su apoyo a la candidatura de Donald Trump.
RFK Jr. llevaba meses hundiéndose lentamente en los sondeos. Tras rozar el 10-12% hace unos meses, ahora languidecía allá por el 5%, con clara tendencia a la baja. Su campaña se estaba quedando sin dinero, y los medios no hacían más que sacar una historia tras otra sobre lo excéntrico y estrafalario que es el hombre. Cosas como recoger el cadaver de un oso de una cuneta, hacerse fotos con él y después dejarlo abandonado en Central Park simulando que ha sido atropellado por un ciclista, porque ese es RFK Jr, vamos.
La única incógnita de su candidatura era si su presencia perjudicaba a demócratas o republicanos. El consenso es que con Biden ayudaba a Trump, mientras que con Harris le perjudicaba.
Harto de hacer el panoli, el bueno de RFK Jr. se ha pasado un mes largo llamando tanto a Harris como a Trump y preguntándoles que a ver si se enrollan un poco. Harris, con muy buen criterio, ni siquiera le ha cogido el teléfono; Trump ha tenido múltiples reuniones con él, apreciado todas sus ideas locas sobre vacunas y salud pública, y básicamente le ha prometido un cargo de sanidad en su administración a cambio de su renuncia y apoyo.
Si miramos a la simple aritmética de 4-5% de votantes de RFK Jr y los sumamos a Trump, esta maniobra debería ser un golpe importante contra las expectativas demócratas de cara a noviembre. En política, no obstante, dos y dos no siempre suman cuatro, y muchos sondeos parecen indicar que el margen de Harris aumenta cuando RFK Jr. no es una de las opciones posibles, ya que muchos de sus votantes pasan a la abstención.
Hay también el pequeño detalle de que RFK Jr. es un tipo increíblemente extraño. La anécdota del oso es una de sus múltiples rarezas; el buen hombre es furibundamente anti-vacunas, un conspiranoico con todas las letras y la clase de hombre del pueblo que tiene la cetrería entres sus grandes aficiones. En una campaña que ha sido acusada con éxito de ser un imán para chiflados, tener a RFK Jr. dando discursos es una idea espantosa, porque es alguien que suena como un demente a poco que le den pista para correr. Mi sensación es que esta maniobra le hará más daño que bien a Trump.
Kennedys pasados
Alguien me recordaba por Twitter ayer que esta no es la primera vez que un Kennedy ofrece su apoyo a un candidato republicano. Nuestro alabado Richard Milhous Nixon3 explicaba en una entrevista cómo un joven John F. Kennedy, tío de RFK Jr., hizo una donación de $1000 “en nombre de su familia” a su campaña al senado en 1950.
El oponente de Nixon era una congresista increíblemente brillante llamada Helen Gahagan Douglas, ex-actriz, activista y carismática hasta decir basta. Fue ella quien “bautizó” a Nixon con el mote de Tricky Dick tras comerse una de las campañas más brutales de la historia de California.
Douglas, en su época en la cámara de representantes, fue amante de otro congresista que haría carrera esos años, Lyndon B. Johnson - el futuro vicepresidente de JFK, y que estuvo a punto de ser sucedido en la presidencia por su hermano, el padre de RFK Jr.
La política americana es a veces algo muy, muy pequeñito.
Por cierto, ¿os acordáis cuando el intento de asesinato iba a cambiar la campaña electoral de forma radical y absoluta? Acabó por mover las encuestas UN punto, y fue borrado por completo por la renuncia de Biden.
Libertad y patriotismo, de hecho, son dos de los temas que animamos que los candidatos utilicen en sus campañas; el artículo que enlazo es como hombre de partido. Si os interesa, puedo escribir un artículo desarrollando estas ideas con más detalle.