Discriminación positiva y la locura de la universidad
¿Así que quieres ir a una universidad de élite, uh? Buena suerte.
Este año, la universidad de Yale, en New Haven, Connecticut, ha recibido 52.250 solicitudes de inscripción para el curso académico que empezará este mes de agosto. Yale es una universidad pequeña, miembro de la Ivy League, y extraordinariamente elitista. De los 52.250 potenciales estudiantes que enviaron sus solicitudes, sólo 2.275 han sido admitidos, un 4,35%.
Yale, por supuesto, es una de esas universidades que está en la parte más alta de la jerarquía de la educación superior en Estados Unidos. Es una institución absurdamente rica, con una dotación financiera (el endowment, la enorme montaña de dinero de su “fundación”) de 41.000 millones de dólares. Su presupuesto anual está por encima de los 5.500 millones de dólares. Como comparación, la Universidad de Barcelona (que tiene aproximadamente cinco veces más estudiantes que Yale) tiene un presupuesto de 485 millones.
Cuando digo que las universidades americanas de élite tienen mucho dinero, no estoy bromeando. Si estás en la cima del sistema, tu educación es casi extravagante.
¿Qué te da un sitio Yale?
En Estados Unidos hay un pequeño grupo de universidades (casi todas privadas) que tiene un porcentaje de admisión por debajo del 10%. La mayoría de ellas tienen nombres reconocibles de inmediato para cualquier americano, y representan una señal automática de que formas parte de la élite educativa del país. Hablamos de Harvard, Stamford, MIT, Columbia, Princeton, Duke, Brown o Yale; ponerlas en el CV básicamente quiere decir que te llamarán siempre para una entrevista cada vez que estés buscando trabajo.
La principal ventaja de tener acceso a esta clase de sitios, sin embargo, no es la calidad de la educación. Los retornos de gastar más dinero son, en última instancia, decrecientes; por muy bueno que sea tu catedrático y personalizadas tus clases, hay un límite en lo que un estudiante puede acabar aprendiendo en cuatro años.
Lo que consigues en una universidad ultraselectiva es, primero, prestigio, y segundo, una red de contactos extensa, con mucho dinero, y unas perspectivas profesionales tan buenas como las tuyas. Si eres un ingeniero salido del MIT, o economista de Harvard, o abogado de Yale, tus amigos están trabajando en las empresas más punteras, los bancos y fondos de inversión más ricos y los bufetes más prestigiosos. Estás enchufadísimo a todo lo que pasa. Y eso te da acceso a una carrera laboral mucho más lucrativa.
¿Qué necesitas para entrar en un sitio así?
Hay, literalmente, libros dedicados a ello, y es un sistema tonto, complicado, e injusto.
Para empezar, en Estados Unidos no hay un proceso o pruebas de acceso a la universidad, ni a nivel nacional ni a nivel estatal. Cada universidad, por separado, tiene su propio sistema para evaluar y seleccionar alumnos. Hay una industria colosal de manuales, consultores, consejeros y tutores que se dedica, única y exclusivamente, a ayudar a los pobres adolescentes en el último año del instituto y sus sufridos padres a navegar el sistema.
En general, un estudiante, según se prepara para ir a la universidad, elaborará una lista de lugares en los que le gustaría matricularse. Normalmente escogerá una o dos que son selectivas (es decir, que admiten un porcentaje bajo de candidatos), tres o cuatro que son buenas pero más fáciles de acceder, y después dos o tres que son safety schools, universidades (casi siempre públicas) donde las barreras de entrada son menores. Tras hacer esta lista y (si sus padres son entusiastas) visitará varios campus para ver qué se va a encontrar, el potencial alumno irá a cada una de las páginas de las universidades a las que aspira matricularse, y empezará a hacer papeleo.
Si tiene suerte, la universidad a la que quiere apuntarse forma parte de Common App, un proceso de aplicación que comparten unas 1.000 universidades del país (lo más probable es que no tenga suerte, porque en Estados Unidos hay más de 5.300 universidades). El formulario en cuestión es un PDF de siete páginas donde piden una cantidad ligeramente demencial de información que está al menos estandarizado y no tienes que repetir, pero en todas partes te preguntarán cosas parecidas.
El impreso de la Common App, sin embargo, es un poco lo de menos, porque lo importante no son esas siete páginas, sino todos los materiales adicionales que tienes que incluir con ella:
Tu expediente académico: todo tu expediente académico en el instituto, a veces incluyendo una o varias cartas de recomendación de profesores, mentores o gente significativa. Espero que cayeras bien a tus profesores. O alguno de ellos.
Uno o varios ensayos: el aplicante debe escribir un texto de una extensión variable (cada universidad pide algo distinto, rondando 650 palabras) sobre un tema más a menos al azar, desde “explica lo dura que fue tu infancia” a “por qué quieres venir aquí” a “cómo solucionarías el conflicto entre Israel y Palestina". Hay una ciencia sobre qué clase de perogrulladas, obviedades, y tonterías esperan que escribas. Y expertos. Muchos expertos.
Tu nota en un examen estandarizado: aquí es donde entra el SAT o el ACT, una especie de prueba de inteligencia, matemáticas, escritura, y alquimia chunga que muchas universidades valoran. El SAT lo prepara una pequeña ONG llamada College Board (1.100 millones de dólares de ingresos anuales), dura tres horas, y suele costar unos $60 hacerlo. Tu puntuación (entre 400 y 1600) es un poco como tu nota de selectividad, si el examen de selectividad fuera más parecido a un libro de pasatiempos matemáticos veraniegos. ACT es más o menos igual de obtuso, un poco más largo, y tiene preguntas sobre ciencia. También lo lleva una ONG (ACT) algo menos depredadora que College Board, pero con sus inevitables ingresos millonarios. Ambos exámenes son notorios en que tienen una correlación fortísima con el nivel de renta del alumno, y tienen muy poco poder predictor sobre los resultados académicos de nadie una vez llegue a la universidad. Hay, por supuesto, una industria colosal de academias para preparar los exámenes1, y el ocasional escándalo de niños ricos que pagan a alguien para que haga el examen por ellos. Pero son objetivos. Más o menos.
“Experiencias vitales”: para demostrar que eres una gran persona y un futuro líder, las universidades americanas suelen pedir que les expliques todas esas actividades escolares y extraescolares que haces y que dejan muy claro que eres una persona superinteresante. La lista incluye desde “capitán del equipo de ajedrez que ganó el campeonato estatal” a “bombero voluntario”, pasando por “me he sacado la licencia de agente inmobiliario”, “tengo cinco patentes” y “he fundado una ONG que distribuye alimentos a los más necesitados”. Si alguna vez os habéis preguntado por qué en las películas y series americanas en los institutos tienen tantos clubes extraños, hacen tantas actividades, y están todo el día tan increíblemente ocupados, aquí tenéis el motivo.
Eres deportista: muchas universidades ofrecen becas académicas a estudiantes con habilidades atléticas excepcionales, en una de esas cosas profundamente absurdas del sistema de educación superior americano. Si eres muy bueno en algún deporte, vas a decirlo bien, bien alto. Por supuesto, hay todo un mundo de deportes minoritarios pero en auge a los que estudiantes y padres avispados dan prioridad. El lacrosse, esa cosa incomprensible, es uno de ellos.
Esto lo tienes que repetir, en formatos más o menos distintos, entre tres y siete veces. Cada aplicación, por supuesto, cuesta dinero; las tasas suelen rondar los $50-$90.
Criterios de selección
En teoría, las universidades cogen estas montañas de solicitudes con miles y miles de candidatos, y las evalúan, una a una, según criterios de mérito, servicio público, potencial académico, movilidad social, comunidad, ethos, mística y esencia mágica de cada uno.
En la práctica, todo el sistema es una inmensa caja negra opaca e inescrutable donde los estudiantes que son hijos de ex-alumnos, donantes de la universidad, millonarios o gente parecida son admitidos con muchísima más frecuencia que ningún otro grupo. Junto a ellos, tienes toda una categoría de hijos de familias de clase media-alta con padres ultramotivados que llevan media vida diseñando un plan de superación personal y matriculación en Ivy League para sus hijos (“el chaval hará natación, francés, esgrima, danza, guardabosques, mercenario en Ucrania, ajedrez, debate, escribirá poesía en chino e irá un años a un programa de intercambio en Taiwan”), que habrían tenido una carrera profesional excelente no importa a qué universidad fueran. Finalmente, habrá unos cuantos estudiantes obviamente brillantes que son genios en su disciplina, y un porcentaje más o menos aleatorio de estudiantes de familias normales o incluso pobres que han caído bien al comité de selección.
Es decir: exactamente lo que reclutarías si fueras una institución de élite que tiene como objetivo principal mantener y aumentar tu prestigio a toda costa, recibir donaciones de gente con mucho dinero, y que ofrece educación de grado superior a unos cuantos cientos o miles de alumnos cada año como actividad complementaria a eso de ser tener prestigio y recaudar dinero.
Esto no evita, sin embargo, la irritante, infinita beatería y lenguaje melifluo de todos los implicados. Todas las universidades de este pequeño club, sin excepción, hacen grandes aspavientos sobre sus intentos de promover la meritocracia y la justicia social. Muchas habían adoptado prácticas de discriminación positiva por criterios raciales (algo que el supremo declaró ilegal hace unos días), y dan becas generosas a familias con pocos ingresos y prueban métodos de selección nuevos e innovadores como no exigir notas de SAT/ACT (o volverlas a exigir de nuevo), reservar plazas a estudiantes de distritos escolares pobres, o algún invento de su departamento de sociología.
También sin excepción, las familias pudientes de América adaptan sus estrategias y equipo de tutores, consultores y preparadores de inmediato para responder a esta nueva amenaza o filtro que intenta darle su plaza a un pobre, y romperán el sistema casi de inmediato. Por cierto, una “estrategia” que tiene cierto éxito estos días es ser varón. En la mayoría de universidades hay más mujeres que hombres en su alumnado estos días, así que ser un hombre ayuda a ser seleccionado.
El secreto a voces, por supuesto, es que a las universidades esto de la igualdad de oportunidades no les quita el sueño. Educar a pobres que merecen una oportunidad en la vida es bonito y tal, pero los hijos de senadores, banqueros y empresarios son la mar de lucrativos. Ese dinero que van a donar les servirá, en un futuro, para esta vez sí apostar por la meritocracia creando una nueva beca en honor a Donante McDonante y añadir un polideportivo más con su nombre (centro McDonante de petanca e innovación).
Ruido de fondo
Las Ivies suelen ser las que atraen la atención de los medios y todas las batallas judiciales que llegan al supremo, pero en realidad, en el esquema de la educación superior americana, son un asunto menor.
Sólo un seis por ciento de los estudiantes en Estados Unidos está matriculado en centros que aceptan a menos de un 25% de aplicaciones. Un diez por ciento de estudiantes está en centros con porcentajes de aceptación entre un 25 y un 50%. La mayoría de universitarios (un 56% del total) está en en centros que admiten a un 75% de solicitudes. En otras palabras, todos estos casos de discriminación positiva en Ivies y universidades públicas punteras es, en realidad, prácticamente irrelevante para un 85% del alumnado, que ni están, ni se les espera en esas instituciones2. Los estudiantes negros e hispanos básicamente ni se acercan a las Ivies.
Lo que vemos en el gráfico de arriba, por supuesto, es otra forma de medir siempre lo mismo: nivel de renta. Hay una correlación enorme entre raza e ingresos3. Los estudiantes de familias de rentas bajas suelen dar prioridad a ir a universidades que están cerca de casa, no en la otra punta del país, y que son más asequibles, porque no quieren endeudarse hasta las trancas. Esto significa o bien state colleges (universidades públicas de segundo nivel), community colleges (programas de grado, más o menos; públicos) o pequeñas universidades privadas con ánimo de lucro que sirven (mal) a estos grupos.
A los que nos preocupa la movilidad social, estas son las universidades a las que hay que prestar atención, porque son, de muy lejos, las que tienen un mayor retorno de inversión. En muchos estados, hay una larga, ilustre tradición de financiar muy bien estas universidades públicas y tener programas de reclutamiento y apoyo a estudiantes con pocos ingresos muy, muy efectivos, haciendo que funcionen como auténticos ascensores sociales. Este es el caso de California (algo menos de lo que solía, pero sigue siéndolo), Nueva York (SUNY y CUNY siguen siendo excelentes) y Texas, que tiene un sistema de universidades secundarias excelentes.
Columbia, MIT, NYU, Penn y sitios así no generan movilidad social alguna, por mucho que hagan grandes aspavientos en dirección contraria4. Yale, Harvard y demás son máquinas de seleccionar y perpetuar élites, no instituciones educativas, y sólo dan cobijo a un porcentaje minúsculo del país. Es cierto que esa gente que entra en esas instituciones son las que acabarán gobernando (así nos va), pero su impacto en el acceso a la educación superior es bastante pequeño.
Dos sistemas
Así que, para variar, tenemos un país, y esencialmente dos sistemas universitarios más o menos paralelos. Uno para ricos y clase media-alta, con universidades muy selectivas y educación de muy alta calidad. El sistema para acceder a ellas es entre aleatorio y kafkiano. Muchas de estas instituciones tienen programas más o menos exitosos para reclutar fuera de la élite, y generan un porcentaje muy modesto y limitado de movilidad social.
El otro sistema, que da servicio a la mayor parte de estudiantes del país, es algo menos aleatorio y kafkiano, un poco menos injusto, y da acceso a una educación a menudo muy, muy buena, porque incluso las universidades públicas “pobres” en Estados Unidos tienen gastos por alumno que son un múltiplo de casi cualquier equivalente europeo. Lo que no te dan es acceso al pequeño club de contactos y amiguetes con mucho dinero que tendrías en una Ivy o una institución con una clientela más “selecta”.
La barrera de entrada, en este segundo sistema, no es tanto ser admitido o no a la universidad, sino quien envía las solicitudes en primer lugar. Y aquí es cuando entran todas esas variables que hacen que la universidad también sea predominante de clases medias en otros países (educación de los padres, distrito escolar, renta familiar…), con el factor añadido de la complejidad burocrática del sistema americano y el enorme coste de la matricula, incluso en instituciones públicas subvencionadas.
Soluciones
Hablar de soluciones exige ser muy consciente de que tienes que arreglar no uno sino tres problemas; conseguir que todo el mundo acabe el instituto y pueda ir a la universidad, hacer que las universidades públicas tengan recursos para educarles, y conseguir que las selectivas recluten por criterios meritocráticos. Podéis entender ahora, espero, mi relativo escepticismo hacia los programas de discriminación positiva, ya que están atacando una parte muy limitada (16% de estudiantes) del problema.
La buena noticia es que hay formas de arreglarlo, y que no son, además, especialmente caras. Texas (¡!), por ejemplo, tiene un sistema francamente elegante de responder al problema de las públicas muy selectivas: los estudiantes en el 10% con mejores expedientes académicos de todos los institutos de secundaria del estado son admitidos de forma automática en cualquier universidad estatal que deseen. Dado que los colegios están muy segregados (menos que en muchos estados del norte, pero lo están), el sistema automáticamente prima a estudiantes en distritos pobres y con rentas bajas, sin tener que mirar nunca el color de piel.
Hay otros modelos y arreglos ingeniosos; algunos cuestan dinero, otros no. Este no es un problema irresoluble, ni mucho menos. La buena noticia es que depende, sobre todo, es que la parte más importante (no las ivies) depende de decisiones a nivel estatal, no federal, y tres de los cuatros estados más grandes (Texas, California, Nueva York) se toman este problema bastante en serio5. La sentencia del supremo forzará nuevas aproximaciones creativas en muchos estados, y dado que este es un tema donde hay cierto consenso sobre los objetivos (los republicanos son favorables a la movilidad social, vamos), quizás veamos buenas soluciones. Caramba, incluso acabemos por hablar sobre clase social.
Arreglar la casta de las universidades de élite será más complicado, pero ese es un problema de desigualdad y clasismo, no política educativa.
No está nada claro que sirva para mucho.
El único grupo que está sobrerrepresentado en ellas, por cierto, so los estudiantes asiáticos, que van mucho más a la universidad que cualquier otro grupo. Su presunta discriminación (debería haber más asiáticos en Harvard de los que hay) ha sido el agravio esgrimido para cargarse la discriminación positiva en el supremo.
Excepto en asiáticos, que están por encima de la media.
Curiosamente, University of California – Berkeley, que es pública, es la peor universidad del país en este aspecto. Dado que es la universidad “local” de Silicon Valley, recluta muchísimo entre donantes y alumni. Es también una institución espectacular en investigación y desarrollo, que da unos beneficios social brutales, así que es dinero público bien invertido. Una pequeña lista: 16 elementos químicos, CRISPR, la bomba atómica (ambos tipos), RISC, UNIX, un carro de premios Nóbel.
Florida adelantó a Nueva York en población hace poco, y ni está ni se la espera.
Genial artículo, como de costumbre. Mencionas varias veces el presupuesto por alumno de las universidades de EEUU en comparación con las europeas o españolas. La diferencia es, sin duda, abismal. Sin embargo, me pregunto hasta qué punto ese presupuesto “extra” redunda en mejor educación, incluso más allá de lo que tú mismo apuntas sobre lo máximo que vas a ser capaz de aprender en cuatro años. Quiero decir, ¿no pasa con esto algo similar a con la sanidad, en lo referente a lo absurdo del sistema de costes? Al fin y al cabo, nunca se nos ocurriría decir que los estadounidenses gozan de mejor salud porque el presupuesto de sus aseguradoras es muchísimo mayor que el de aquí.
Buenas, si no re cuerdo mal, creo haberlo leido por ahi, que esta sobrerepresentación asiática en las universidades americanas, no se debía a alumnos nacido en USA si no a estudiantes, sobre todo chinos(por la cantidad) ricos que escogian las universidades americanas. No se si es así.