Una de las historias más persistentes en la ciénaga conspiranoica que son los medios de extrema derecha americana trata del “montaje” del asalto al congreso del seis de enero del 2021.
Ese fue el día, para los despistados, en que todas las televisiones del mundo retransmitieron en directo cómo una masa enfurecida de ultraderechistas entraba a porrazos en el congreso de los Estados Unidos con la intención de bloquear la votación que reconocería Joe Biden como ganador de las elecciones. El mismo día, vale la pena recalcar, que el presidente saliente animó a la turba a ir al congreso a linchar a su propio vicepresidente, tras meses de maniobras legales e ilegales para intentar invalidar el resultado de los comicios.
Peones negros
Para un amplio sector de la derecha mediática, sin embargo, lo que sucedió ese día no está del todo claro. Los “expertos” y “analistas” sobre el tema no han llegado aún a un consenso, así que tenemos una miríada de explicaciones alternativas sobre los hechos. Algunos dicen que todo fue un montaje, con antifa, los demócratas, el deep state, Soros, los globalistas y el FBI, en solitario o en oscuro contubernio golpista enviando agitadores que convencieron a pacíficos manifestantes pro-Trump a entrar en el congreso y que se pusieran a romper cosas. Otros dicen que la policía provocó a los manifestantes hasta llevarles a un frenesí violento para hacer quedar mal al presidente. Algunos apuntan que no sucedió nada y que todo fue una ficción televisada, como el aterrizaje en la luna. Los más procesistas dicen que fue una protesta legítima, que hubo un exceso de fuerza policial contra manifestantes que sólo estaban allí de buen rollo, y que todos los detenidos son presos políticos del régimen.
Como es habitual en esta clase de “pensamiento” político, las explicaciones además de absurdas suelen ser contradictorias, y a menudo requieren un conocimiento profundo de toda una serie de teorías conspirativas previas. Contradecir a esta gente es, por supuesto, imposible, ya que a estas alturas tienen una montaña de “evidencia” y “preguntas sin respuesta” que los medios tradicionales “no quieren explotar”.
En un sistema político normal, esta clase de dementes serían vistos como una banda de chiflados radioactivos a los que nadie, nadie, nadie debería prestarles la más mínima atención. El partido republicano moderno, por desgracia, no tiene nada de normal.
Medios preguntando cosas
Como he mencionado alguna vez, el modelo de negocio de los medios conservadores americanos, empezando por Fox News, no es uno de noticias sino de lealtad. El papel de Fox no es informar, sino dar a su audiencia la sensación de ser representados, de ser alguien que escucha y cubre sus preocupaciones y quejas. La línea editorial de Fox News, por tanto, es a la vez faro y espejo: ejercen de guía sobre la agenda conservadora, ofreciendo de manera incansable temas con los que indignarse, pero también reflejan lo que la audiencia quiere escuchar.
La cadena ha mantenido su posición dominante durante todos estos años gracias a este doble papel. Por un lado, son increíblemente creativos indignándose sobre cosas variadas, y por otro siempre están dispuestos a cooptar las ideas más locas de los medios a su derecha para evitar que nadie pueda competir con ellos en este espacio. Como comentaba hace unos días, esto no es un modelo teórico o especulación; sabemos que esto es lo que la gente dentro de Fox News admite y discute internamente.
Las necesidades estratégicas de un partido político que aspira a gobernar, sin embargo, no son las mismas que las de un medio de comunicación que se dedica a alimentar su tribu. El partido republicano no se dedica a ganar dinero vendiendo almohadas a los fieles o convirtiéndose en un producto adictivo para sus miembros, sino que quiere ganar elecciones. A su favor, tienen un sistema político que les da una serie de ventajas estructurales claras y obvias a nivel electoral e institucional (léase: el senado y tribunal supremo). En su contra, el hecho de que Fox News se dedica a volver majaras a gran parte de sus bases.
Estos últimos meses, las buenas gentes de Fox se han dado cuenta que el runrún de los chiflados de su ala derecha y sus alegres idioteces sobre el seis de enero están empezando a ganar cierta audiencia, y que los políticos republicanos más vociferantes en este aspecto (básicamente, Marjorie Taylor Greene) tienen audiencias estupendas cuando salen en antena. Así que, ni cortos ni perezosos, han empezado a abandonar sus mensajes de firme condena y completa lealtad democrática de estos últimos años, y empezado a “hacer preguntas” sobre todas “esas cosas que no sabemos” sobre la “llamada insurrección”. Han empezado a traer a abogados que defienden a gente encarcelada por el asalto (“¿cree que su cliente es un preso político?”) y quieren que congreso “aclare” y “sea transparente” con todo lo sucedido.
Toda la cobertura de Fox estos días ha sido un ejemplo excepcional del modelo de negocio de la cadena. Los presentadores que han llevado el peso del “debate”, Laura Ingraham y sobre todo Tucker Carlson, son excepcionalmente inteligentes y se mueven con una cautela y atención al detalle admirable. Nunca, nunca, nunca dirán que la insurrección estuvo bien o que apoyan nada violento, pero siempre estarán allí, “dando voz” al “otro lado” del debate, la gente que los medios tradicionales nunca entrevista. Esta gente sabe moverse en la penumbra, en el “no soy fascista pero…”. Detrás de ello hay, no lo olvidemos, un profundo, infinito desprecio a su propia audiencia, pero el talento es innegable.
Políticos siguiendo a medios
La progresiva escalada de “preguntas” sobre la insurrección, sin embargo, ha hecho que el partido republicano también tenga que adaptarse. Tras meses de conspiraciones, hay un sector considerable de las bases del GOP convencido que el seis de enero fue un montaje, y que exige a sus líderes que aclaren la verdad. Entre los lunáticos que piden “investigar” está, por supuesto, el tipo que montó la insurrección, que tiene el talento, para desgracia del partido, de cargarse candidatos en primarias.
¿Os acordáis todas esas humillaciones y concesiones que tuvo que hacer Kevin McCarthy para convencer a sus colegas más chiflados del partido para que le hicieran Speaker? Bueno, lo que le prometió a Marjorie Taylor Greene fue investigar el estado de los “presos políticos” y hacer públicas las grabaciones del seis de enero, dándoselas a un medio imparcial para que informe sobre ellas.
Esto, en el planeta GOP, significa darle las cintas de marras a Tucker Carlson.
En el primer especial sobre “las cintas de la insurrección” del lunes, Tucker hizo exactamente lo que se esperaba de él: “preguntas”. La teoría de Carlson es que la manifestación del seis de enero era pacífica, y que los primeros manifestantes en entrar fueron invitados por la policía del capitolio, que les dieron un tour por las instalaciones. También se dedicó a señalar cómo uno de los policías del congreso que murió poco después del asalto gozaba de buena salud el día de los disturbios, e insistió en señalar a manifestantes al azar como agentes secretos del FBI. Todas estas “informaciones” son completamente falsas, por supuesto, el resultado de horas de video cuidadosamente editado y manipulado para favorecer las “dudas” de Carlson.
Como es tradicional en Fox, por supuesto, la avalancha de críticas contra la cadena ha sido recibida por Carlson como “censura” y un ejemplo de cómo los demócratas y medios tradicionales quieren silenciarle. Cualquiera que intentar rebatir una teoría de la conspiración con argumentos o evidencia empírica es parte de la conspiración, ya se sabe; en Fox ahora no se hablará de los errores y omisiones de Carlson, sino de cómo esos progres odian a Carlson porque “amenaza con destapar sus mentiras”.
Bases y votantes
Si eres Fox News, este es un negocio redondo, sin duda; tienes un estupendo culebrón, estás en el centro de la noticia, y no tienes la más mínima necesidad de justificar nada. Tu sólo preguntabas. Si eres el GOP, es otro cantar.
Si hay un debate político donde la posición de los republicanos con el electorado es absolutamente atroz es, precisamente, el seis de enero. Donald Trump será adorado por sus bases, pero es más que radioactivo con el electorado en general. Hablar de la insurrección y relitigarla, una y otra vez, no convencerá a nadie en absoluto sobre el tema. El problema es que dos tercios del electorado tiene muy claro que el ex-presidente fue quien instigó el golpe, y hacer de esto el debate eterno en los medios equivale a poner la peor cara posible del partido delante de los votantes, una y otra vez.
Esta realidad provocó un espectáculo bastante inusual en el congreso que dejaba bien claro los incentivos dentro del GOP. En la cámara de representantes, la mayoría de legisladores republicanos que hicieron declaraciones apoyaron a Carlson y sus “preguntas”. Gracias al gerrymandering, muchos legisladores tienen distritos muy conservadores, y lo que temen es una primaria, no las generales. En el senado, mientras tanto, los republicanos fueron unánimes condenando las conspiranoias de Carlson, con Mitch McConnell buscando activamente la oportunidad de enviarle a parir en una rueda de prensa. Los senadores, por supuesto, no tienen distritos dibujados a mano, sino estados, así que salvo contadas excepciones no pueden permitirse estar completamente majaras apoyando golpes de estado en voz alta.
En privado, fuera de los montañeses idiotas de siempre, casi todo el GOP reconoce que Kevin McCarthy ha cometido un error tremendo dando coba a estos discursos. Pero el Speaker ha ganado el cargo tras ceder todo lo cedible al sector radical del partido, y esos radicales son los que viven del espectáculo y el tribalismo de Fox. El partido está a merced de esta gente, y hasta que no se los saquen de encima, van a estar tragando esta clase de sapos hasta el día del juicio.
Carlson y sus convicciones
Lo más cargante del asunto, por cierto, es que a estas alturas es obvio y transparente que Tucker Carlson (y casi todos sus colegas en Fox) no se cree ni una palabra de lo que dice. En privado, el tipo no sólo dice que quiere sacarse de encima a Trump, sino que lo odia apasionadamente. No hay ni una gota de convicción sincera en sus palabras; todo lo que hace y dice es un ejercicio de algo que sólo puede definirse como trolleo a gran escala. En en el caso por difamación contra la cadena del que hablé el otro día, Carlson expresa su horror ante el asalto al capitolio, y su convicción de que Trump era culpable. Esta semana, en antena, poco menos que niega lo sucedido.
Hace un par de años, decía esto sobre él:
Como siempre que hablas sobre estos debates ideológicos en la derecha americana, te quedas con algunas dudas. Por un lado, hasta qué punto Carlson está hablando en serio, o si todo esto lo hace por trollear. Dentro de la mediocracia conservadora siempre he tenido la sospecha de que hay una mayoría de comentaristas que se creen todo lo que dicen (Mark Levin, que es un iluminado, o Sean Hannity, que es así de estúpido), pero que algunos son demasiado inteligentes y han sido demasiado razonables en el pasado para crearse las estupideces que sueltan. Tucker sospecho que cae en esta categoría, pero no estoy seguro (Glenn Beck es el otro).
Resulta que mi intución era correcta, y Tucker es el fantoche que sospechaba. Lo trágico es que aunque esto sea público y obvio, dudo que a nadie dentro de las bases del GOP les importe un comino. No ven Fox News para que les informen, sino para que les digan lo que quieren oir.
Y haciendo eso, Carlson es imbatible.
Bolas extra:
En un discurso político del todo normal, Trump promete “venganza” cuando vuelva al poder.
De cómo las empresas americanas le dan a todo el mundo el cargo de “supervisor” para no tener que pagar horas extras.
El NYT habla sobre plazas de aparcamiento, sumándose a la línea ideológica marcada por Four Freedoms.