El presidente sin suerte
El legado de Jimmy Carter, el hombre más infravalorado de Estados Unidos
Hace unos días la familia del ex-presidente Jimmy Carter anunciaba que abandonaba el hospital para recibir cuidados paliativos en casa. A sus 98 años, el ex-jefe de estado más anciano de la historia del país pasará los últimos días de su vida con su familia.
Historias sobre un fracaso
Durante mucho tiempo, el nombre de Jimmy Carter ha sido utilizado como una especie de sinónimo de fracaso político. Los presidentes de Estados Unidos suelen ser reelegidos; su rotunda derrota electoral a manos de Ronald Reagan en 1980 (51-41) le había marcado para siempre.
El análisis más repetido e influyente sobre la presidencia de Carter es el de Stephen Skowronek en su teoría sobre “tiempos políticos”, una especie de análisis del “ciclo largo” de la presidencia americana. Según esta visión, los presidentes de Estados Unidos caen en tres categorías diferenciadas. Por un lado tenemos los transformadores, los que gracias a su capacidad de liderazgo y respuesta a una crisis histórica cambian el sistema político de forma decisiva, creando un realineamiento político que persiste durante décadas. Franklin Delano Roosevelt, alabado sea siempre en esta casa, sería su ejemplo paradigmático. Después tenemos presidentes de transición, que viven dentro de un paradigma político creado por uno de estos líderes transformadores, incluso a pesar de ser del partido contrario. Para Skowronek hablaríamos de Truman, Eisenhower, Kennedy o Nixon (“todos somos keynesianos”), que siguen las grandes líneas del consenso político de su glorioso antecesor. Finalmente, tenemos a lo que él llama “presidencias disyuntivas” (disjunctive), que son aquellas que acaban por sucumbir a las crecientes contradicciones del paradigma existente, fracasan en el intento, y se ven abocadas a una ignominiosa derrota que da paso a un nuevo líder transformador. Esto es, alguien como Jimmy Carter.
El análisis de Skowronek tiene el pequeño problema de que aparte de ser una basura imposible de operacionalizar de forma sistemática, parte de una idea espectacularmente errónea sobre cómo funciona el cambio político en Estados Unidos. Es, además, un análisis espectacularmente torpe de la figura de Jimmy Carter, un presidente mucho más efectivo de lo que todo el mundo recuerda, que tuvo un impacto tremendo en la economía y sociedad americana a largo plazo, y que además tuvo una mala suerte espantosa durante su mandato.
Del cambio político en Estados Unidos
Dejadme empezar con una nota sobre cambios y realineamientos en el sistema político americano, porque es un matiz importante.
Como he mencionado otras veces, Estados Unidos es un país con un sistema político muy fragmentado, donde las piezas pueden y suelen moverse en direcciones contradictorias. El hecho de que alguien haya llegado a la Casa Blanca con una determinada estrategia no implica que el resto del partido la adopte de inmediato, al igual de que el hecho de que un gobernador o senador gane de forma brillante una elección difícil no implica que el resto del partido necesariamente vaya a aprender la lección. La presidencia ocupa un papel importante, pero dado que casi todos los cargos electos del país son escogido de forma independiente, las cosas se mueven con lentitud. Los cambios son siempre muy graduales, casi siempre en los márgenes, y a menudo sólo visibles años después.
Y dado que hay veces que tenemos esos cambios moviéndose en dirección contraria a la vez, que uno u otro acabe imponiéndose es a veces cuestión de azar.
Todo esto viene para decir que el presidente que realmente transformó la política americana tras el New Deal fue, como he dicho más de una vez, Richard Mihous Nixon, y que detrás de que eso sucediera hay mucho de accidental. Jimmy Carter es, en gran medida, una respuesta racional a la América de Nixon, y su fracaso fue también más cuestión de suerte que una inevitabilidad histórica.
Luchando contra Nixonland
Recapitulando artículos pasados, Nixon fue el “inventor” (relativo) de la política del resentimiento, el uso populista de las leyes de derechos civiles para atraer el voto sureño racista al partido republicano. Lo de estar “contra lo woke” es Nixon, usar la política identitaria para contrarrestar el voto de clase. El tipo ganó las elecciones de 1972 por 61-37, un resultado absolutamente brutal, arrebatando a los demócratas todos los estados del sur.
Cuando Jimmy Carter ganó la presidencia, sólo cuatro años más tarde, 50-48, lo hizo con una estrategia dirigida a contrarrestar la nueva coalición del GOP.
Carter era sureño (de Georgia), evangélico (y bien religioso) y moderado, lejos de las estridencias del ala izquierda demócrata. Era también un veterano de la marina, habiendo sido ingeniero nuclear en submarinos, y era así todo rural; su negocio era una granja de cacahuetes. También era, a su manera, un populista, alguien capaz de hablar sobre crecer en la pobreza, y cómo le cambió la vida cuando los programas del New Deal trajeron electricidad a su casa.
A la vez, Carter citaba a Bob Dylan, amaba a los Allman Brothers, y hablaba con elocuencia sobre racismo y el error que fue Vietnam. Hunter S. Thompson escribió un elogioso artículo sobre su campaña, y lo mucho que le gustaba Carter. Era lo suficiente sólido al hablar de derechos civiles como para consolidar el voto negro, y lo suficiente moderado, religioso, y sureño para mantener el voto blanco en el sur y Midwest.
Y siendo como eran los setenta, era alguien que tenía también su punto excéntrico, como cuando insistía en contar ese día en que vio un OVNI.
La presidencia de Carter
Una vez en el cargo, Carter fue un presidente muy efectivo, aprobando una serie de medidas tremendamente influyentes que reactivaron la economía americana. Fue Carter, sin ir más lejos, quien nombró a Paul Volcker presidente de la reserva federal, y que se tomó completamente en serio la lucha contra la inflación. La gran ola desregulatoria que liberalizó enormes sectores de la economía, desde aerolíneas a ferrocarriles, pasando por transporte por carretera o la distribución de cerveza fue bajo Carter, no Reagan. El boom del petróleo y gas son frutos de su liberalización del sector. Curiosamente, la única gran desregulación bajo Reagan fueron las cajas de ahorros (Savings and Loan), que acabó en un sonoro petardazo años después.
En política exterior, Carter fue quien cerró los acuerdos de Camp David, el tratado de paz entre Israel y Egipto. Fue también quien impulsó la estrategia de desarme nuclear y condena a violaciones de los derechos humanos que emplearía Reagan. Gran parte del rearme que se le atribuye a su sucesor empezó bajo su mandato.
Azares y desgracias
Sin embargo, como señala James Fallows (que escribió discursos para Carter antes y durante su presidencia), la carrera política de Carter estuvo también dictada, en gran medida, por la suerte. Tuvo mucha suerte (y astucia política) de ser el primero en entender la importancia de Iowa en las primarias tras las reformas de los setenta, y aún más suerte cuando Gerald Ford decidió indultar a Nixon y pifió horriblemente uno de los debates. Pero una vez en el poder, se encontró con la revolución de Irán, la crisis del petróleo de 1979, y la toma de los rehenes de la embajada. Un ambicioso plan (y casi increíble - leed la historia entera) de rescatarles fracasó debido a la inoportuna avería de uno de los helicópteros enviados en esa misión. Durante años, Carter siempre contaba que estuvo a un helicóptero estrellado de salir reelegido, y la verdad, razón no le faltaba.
Las elecciones de 1980 fueron, en sí, un cúmulo de infortunios para Carter. Ted Kennedy, inexplicablemente, decidió intentar ganarle en las primarias; fracasó, pero le debilitó enormemente de cara a las generales. Paul Volker subió los tipos de interés al 20%, creando una recesión colosal justo antes de las elecciones, porque Carter tuvo el buen criterio de nombrar a alguien lo suficiente independiente para hundirle. Los iraníes sólo accedieron a liberar los rehenes después de las elecciones, después que la campaña de Reagan, según algunas versiones, les pidiera en secreto que se esperaran. Un inexplicable incidente con un conejo asesino dominó el debate de la campaña durante semanas.
La política, a menudo, tiene estas cosas. Si la revolución iraní hubiera sucedido un año antes, o el rescate hubiera funcionado, o Volker hubiera sido menos competente, Carter probablemente hubiera sido reelegido. En vez de estar hablando sobre una presidencia fallida y del genio de Ronald Reagan, Carter sería visto como el presidente que reconstruyó al partido demócrata en una nueva coalición capaz de cerrar las heridas raciales, gobernar desde el centro, y dar paso a un nuevo sur, más dinámico y optimista. Es decir, lo que dicen que fue Bill Clinton, dieciséis años después.
La noticia de la enfermedad de Carter ha hecho que estos días se hayan publicado un buen puñado de artículos hablando elogiosamente de su presidencia. A los ya citados de Fallows y Noah Smith, podéis añadir este de Jonathan Alter (que señala que su post-presidencia está muy sobrevalorada, cosa que comparto) o este de Kai Bird; estoy seguro que veremos muchos más durante las próximas semanas. Su reputación seguramente mejorará, como suele suceder con los difuntos.
La carrera política de Jimmy Carter, el país que se encuentra y el que deja detrás de sí, de todos modos, me parece un buen ejemplo de dos lecciones que olvidamos a menudo. Primero, que la historia y la percepción que tenemos de ella dependen a menudo de narrativas a toro pasado de los ganadores, que no siempre son del todo ciertas. Segundo, que quién gana y quién pierde es a menudo fruto del azar, y que esas victorias o derrotas sólo son importantes porque las tratamos como tal, a pesar de que los cambios que les atribuimos empezaron mucho antes.
Bolas extra
Una de las tradiciones más idiotas de la política americana es la de políticos escribiendo libros y grupos afiliados a ellos comprando montones de copias para que salga en las lista de best sellers. El último en hacerlo (fundiéndose $42.000 en el proceso) es Mike Pompeo. El mes pasado fue Mike Pence, con $91.000 de gasto.
La tonta teoría de Skowronek circula periódicamente cada vez que un partido pierde la presidencia y se ponen todo dramáticos. El debate sobre si Trump era Jimmy Carter o FDR fue inaguantable.
Kevin McCarthy ha decidido que es hora de investigar el asalto al capitolio del seis de enero del 2020 dándole las grabaciones a alguien “imparcial”: Tucker Carlson, el fascista de cabecera del GOP.
Hola Roger, dado que el artículo de Kai Bird es sobre todo un elogio a la post presidencia, ¿por qué dices que la post presidencia de Carter está sobrevalorada? (Puedes decirme que suscribes el 100% de lo que dice Alter y con eso vale)
Muy interesantes tus análisis e historias 👍🏻