La democracia llegó a Estados Unidos el seis de agosto de 1965. Ese fue el día en el que Lyndon B. Johnson, presidente de los Estados Unidos, firmaba la Voting Rights Act, la ley federal que prohíbe la discriminación racial al ejercer el derecho a voto.
Hablé cómo la constitución de los Estados Unidos no incluye, en ningún apartado del texto original, una mención explícita al derecho a participar en unas elecciones. Durante gran parte de su historia, una amplia región del país estaba bajo el control de regímenes no democráticos que impedían, a veces con brutalidad, que un porcentaje colosal de sus habitantes, por motivo de su raza, no tuvieran derechos civiles o políticos. El fin de la esclavitud, tras la guerra civil, vio varios años de relativa libertad en los viejos estados confederados, gracias en gran medida a la ocupación militar con tropas federales garantizando elecciones abiertas. Fue un espejismo; a finales del siglo XIX el viejo sur volvía a ser un régimen esencialmente autoritario, con elecciones o limitadas o completamente corrompidas.
La joven democracia estadounidense
Esto quiere decir, por cierto, que la democracia en Estados Unidos no es, de hecho, mucho más antigua que la democracia española. Los americanos son muy aficionados a mirar y contemplar al resto del mundo con esa certeza moral de ser la shinning city on the hill, la ciudad brillante en la montaña de la que hablaba Ronald Reagan. Cuando se habla sobre su sistema político, sin embargo, hay días que casi me gustaría utilizar ese tono que uno encuentra en el NYT cuando hablan del fantasma del franquismo en España, o las “divisiones étnicas y tribales” que siempre ven en países del tercer mundo.
Estos días, especialmente, da para hablar de ellos como de quien habla de una republicana bananera centroamericana de medio pelo, si esa república bananera tuviera portaaviones nucleares, algo que solía hacer Joshua Keating en Slate:
Georgia, Estados Unidos. En este territorio del sur largamente golpeado por divisiones étnicas y sectarismo religioso, las cicatrices de su pasado violento son aún bien presentes. Los nativos recuerdan, en libros e historias, el día en que la capital provincial fue arrasada por las tropas gubernamentales al mando de un caudillo militar que acabaría por tomar el control de la presidencia en Washington. La memoria de la ocupación militar está bien viva, así como la insurgencia posterior que acabó con la expulsión de las odiadas tropas gubernamentales. No fue hasta la década de los sesenta cuando los federales consiguieron reimponer el control, liberando a la amplia minoría afroamericana de un régimen opresivo y violento, pero el resentimiento, las viejas cicatrices, siguen muy vivas.
En noviembre del 2020, David Perdue, un caudillo local que apoyaba al presidente Trump en Washington, se quedó a un puñado de votos de superar el umbral del cincuenta por ciento, forzando una segunda vuelta. Los comicios habían sido disputados en medio de una tremenda polémica, con el derrotado presidente alegando fraude y agentes del régimen intentando intimidar al gobernador de la región y los responsables de la administración electoral para que rechazaran los resultados. A pesar de los esfuerzos gubernamentales, el caudillo local, Brian Kemp, rechazó repetir las elecciones, provocando las iras del presidente y el furor de gran parte de las tribus blancas y sectas evangélicas en la región. Completando la humillación, Purdue perdió la segunda vuelta, haciendo que perdiera su jugoso cargo en Washington - y pidiendo venganza.
Esta semana, Perdue inició su plan: en una concurrida rueda de prensa rodeado de jefes tribales, aliados políticos, y líderes religiosos, el que fuera representante del régimen Trump en Georgia anunciaba su intención de presentarse a gobernador contra Brian Kemp, acusándole de haber consentido el fraude electoral que provocó su caída y la derrota del presidente. Implícito en sus acusaciones, las viejas heridas de la guerra civil y la brutal imposición federal volvían a abrirse, y la vieja factura entre confederados y lealistas que amenaza con estallar en una crisis de consecuencias impredecibles.
Deconstruyendo la democracia en Georgia
Esto es: David Perdue, ex-senador republicano por Georgia, ha anunciado que se presentará a las primarias contra Brian Kemp, gobernador republicano actual, acusándole de ser desleal a Trump y haberse negado a descartar el resultado de unas elecciones fraudulentas. Trump, por supuesto, perdió en Georgia, y en el estado no hubo fraude electoral alguno, a pesar de un año largo de investigaciones del medio partido republicano para encontrarlas.
En su candidatura, Perdue ha prometido reformar el sistema electoral del estado de Georgia para “combatir el fraude”. Esto incluye, explícitamente, hacer que el legislativo estatal no sólo recupere el control del sistema de administración electoral, sino que defiende que, en caso de elecciones “disputadas”, sean los legisladores los que determinen el ganador y escojan la delegación que enviarían al colegio electoral.
No es una petición inocente. En una democracia normal, el poder legislativo es escogido por los votantes, y la cámara de representantes refleja la composición del electorado. En Georgia, como en muchos estados americanos, son los políticos quienes escogen qué votantes van a representar, ya que son ellos quienes deciden los límites de los distritos electorales. Esto hace que, en Georgia, un estado donde Joe Biden ganó por dos décimas (y donde los dos senadores federales son también demócratas), los republicanos tengan una mayoría de 101-77 en la cámara de representantes y 34-22 en el senado.
Es decir: es perfectamente posible que en el 2024 un candidato demócrata gane las elecciones presidenciales en las urnas en Georgia, pero que la asamblea general decida tirar las papeletas a la basura y proclame ganador al candidato republicano.
Y no es una conspiración, porque eso es exactamente lo que está diciendo David Perdue, que recordemos era senador, en voz alta.
El programa “liberador” republicano
No estamos, además, ante un caso aislado. En todo el país, una facción ruidosa, entusiasta, y muy movilizada del partido republicano, jaleada por ese ex- presidente que envió una masa enfurecida a linchar a su vicepresidente y el congreso para tratar de invalidar el resultado de las últimas elecciones, están haciendo exactamente eso. No de forma conspiratoria, en las sombras, con un plan secreto, sino diciendo a gritos que las últimas elecciones fueron un fraude y que en el 2024 tienen toda la intención del mundo de hacer exactamente esto que promete Perdue en Wisconsin, Arizona, Pennsylvania, Nevada, o dondequiera que alcancen el poder. Baron Gellman tiene esta semana un artículo larguísimo en el Atlantic explicando en detalle estas estrategias - y dan motivos de sobras para estar muy, muy preocupado.
La inoperancia demócrata
Lo más delirante de todo este asunto es que no sólo los demócratas son observadores pasivos en muchos de los estados donde estas disputas están sucediendo, sino que, además, pueden bloquearlas legalmente y han renunciado a hacerlo. Del mismo modo de que la Voting Rights Act destruyó los regímenes autoritarios del sur en 1965, el congreso de los Estados Unidos podría aprobar, hoy mismo, una ley que prohibiera esta clase de estrategias en ejercicio de la autoridad que le otorga la XV enmienda.
Pero no lo hacen, porque los moderados del partido insisten que no tienen los sesenta votos necesarios para aprobar nada en el senado. El dichoso filibuster, una norma autoimpuesta por el reglamento de la cámara alta que exige una mayoría de tres quintos para cerrar el debate y votar sobre una ley, lo impide. Los demócratas pueden (y, de hecho, lo harán esta misma semana para eliminar el filibuster en las votaciones sobre el techo de la deuda) cambiar esta norma ellos solitos por mayoría simple, pero no quieren hacerlo.
No sólo es un ejercicio de desarme unilateral cómico e incompetente, sino que es de una irresponsabilidad singular, casi enfermiza. El partido republicano está aprestándose, en muchos estados, a poco menos que arrogarse el control exclusivo de las instituciones y tirar la democracia a la basura, pero a los centristas del partido, muchos de ellos representando estos mismos estados, parece que les da igual.
El GOP no necesita esto para ganar
Lo más ridículo de todo este triste espectáculo es que es muy posible que el partido republicano no necesite dar un golpe de estado (porque esto es lo que están preparando, la verdad) para mantenerse en el poder. Durante más de una década, el partido demócrata había ganado apoyo entre la población latina del país, algo que, de mantenerse, les iba a colocar en una posición inmejorable para ganar elecciones de forma consistente. En las presidenciales del año pasado, sin embargo, esta tendencia pareció revertirse, con Trump sacando resultados excelentes en la comunidad latina en muchas regiones.
Ayer, un sondeo del WSJ parecía indicar que el resultado no fue una casualidad, o algo derivado del trumpismo, sino que el voto latino parece estar cambiando, y los republicanos están ganando terreno de forma decisiva. Esto no tiene por qué condenar a los demócratas (que a su vez están recuperando voto blanco - la polarización racial ha disminuido), pero garantizaría que el GOP fuera competitivo en las presidenciales, o incluso favorito para ganarlas, gracias al sesgo conservador del colegio electoral.
Es decir, que no necesitan dar un golpe de estado para ganar. Pero claro, para qué ser competitivo si puedes ganar siempre haciendo trampas.
Bolas extra:
¿Por qué los demócratas están estrellándose con el voto latino? Parte del problema lo describía aquí; un paternalismo insufrible, con la palabra latinx como gran ejemplo. El lunes, una encuesta de dejaba claro lo tóxica que es esta maldita palabra.
Estados Unidos lleva meses con más de 1.000 muertes diarias por COVID, incluso antes de que llegue Omicron. Es muy probable, por cierto, que los datos sobre porcentaje de vacunados sean incorrectos, y haya más americanos sin inmunizar de lo que se creía.
El mayor predictor de no estar vacunado es, con diferencia, haber votado a Trump. La tasa de mortalidad por COVID en el decil de condados más pro-Trump en las presidenciales es cinco veces y media superior al del decil más pro-Biden.
Esta gráfica:
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Roger, los republicanos que están tomando estas medidas antidemocráticas no buscan solo ganar las próximas elecciones, sino siempre, y a poder ser con mayoría amplia en el Congreso.
Efectivamente, hablamos de una deriva muy peligrosa y con riesgo alto de convertir EEUU es un sistema mixto (lo más probable) o dictadura en el peor de los casos, en vez de una democracia liberal.
Esto se ha conseguido en parte gracias a la polarización política creada por el sistema de partidos, algo que hemos visto en mayor o menor medida en otros países e incrementado recientemente, quizás por el efecto de internet y las redes sociales.
A veces me pregunto si una democracia al azar ayudaría evitar esa polarización y por tanto la manipulación que los "bandos" ayuda a crear. Falta evidencia empírica sobre otros sistemas democráticos.
Básicamente quieren copiar el régimen iraní.