Hoy hará doce días desde que Joe Biden anunciaba por carta que no iba a presentarse a la reelección. Desde entonces, la campaña de las presidenciales ha cambiado radicalmente, tanto en forma como en contenidos, hasta el punto de que podemos hablar de unas elecciones casi completamente distintas en muchos aspectos.
Casi. Porque si hay algo que (aún) no ha cambiado del todo son los sondeos. Veamos.
Los americanos descubren la velocidad
Uno de los debates antes de la renuncia de Biden consistía en hablar sobre plazos y tiempos. Muchos analistas asustadizos se preguntaban si la logística de una campaña presidencial y las estrategias de comunicación asociadas permitían un cambio de candidato tan cerca de las elecciones. Quien substituyera a Biden debería montar un equipo de campaña, crear una estrategia de comunicación, probar mensajes, desarrollar su imagen con los votantes, organizar una convención, contratar publicidad, filmar anuncios, todo desde cero. En cien días era una tarea imposible.
Esos mismos analistas asustadizos no han visto una campaña electoral en ningún lugar fuera de Estados Unidos, claro está. En una democracia normal, cien días de campaña electoral es un océano casi infinito de tiempo y espacio, incluso con un candidato nuevo salido de la nada. Sólo en este país incomprensible en el que las primarias presidenciales empiezan dieciocho meses antes de votar y las presidenciales nueve meses antes, cien días parece poco.
La campaña de Kamala Harris ha salido al escenario como un auténtico ciclón, montando mítines, dando discursos, poblando internet con memes, y con un mensaje más o menos definido y estructurado casi de inmediato. En menos de una semana las PAC aliadas ya tenían publicidad en TV; la campaña empezó a anunciarse a los ocho días.
No es que sean genios o gente extraordinaria; simplemente, es el mismo personal de la campaña de Biden. Han cambiado los carteles y logos, pulido un poco el mensaje, y aprovechado la descomunal cantidad de sondeos, estudios, y pruebas internas que seguramente ya tenían para refinar lo que iban a hacer con Kamala Harris al frente. La gente que trabaja en unas presidenciales suele ser muy buena y estar muy bien pagada. Saben lo que hacen. Y ahora que tienen un candidato decente, ese trabajo es mucho más fácil.
Ha habido también, por descontado, amplias dosis de improvisación, probando mensajes nuevos. Algo que es buena idea, porque si de algo adolecen las campañas americanas (especialmente las federales, más caras) es de una mortífera falta de espontaneidad. Trump, con todas sus idioteces, es un candidato imprevisible, y eso funciona si quieres atraer la atención de las cámaras. Esta semana larga de campaña, a Harris y al resto de demócratas se les ha visto probar un poco de todo, con muy buen resultado. Los medios quieren noticias, y las noticias exigen sorpresa. De momento, están manteniendo esa energía.
Un ciclón en campaña
El gran cambio estos días es que las bases demócratas se han visto presas de un ataque de entusiasmo y euforia digno de las las presidenciales del 2008 con Obama. Hace apenas dos semanas, casi dos tercios de los votantes del partido querían que su candidato se largase. Ahora un 79% están satisfechos con Harris:
Las cifras de recaudación de la campaña cayeron en picado tras el horrible debate de Biden. Una vez Harris ha recogido el testigo, están rompiendo toda clase de récords: 200 millones en una semana de pequeños donantes, más de 150 millones de grandes donaciones a PACs cercanas. En ambos casos, Harris se ha beneficiado de poder heredar la infraestructura de Biden casi de manera automática, algo que no hubiera sido posible con otro candidato.
Aparte de las cifras, hay un entusiasmo intangible, casi generalizado, en toda la izquierda y centro izquierda del país. Bajo Biden, las bases demócratas estaban atenazadas de un fatalismo casi enfermizo, contemplando aterrados cómo cualquier esperanza de victoria en las presidenciales se diluía lentamente. El pesimismo se estaba contagiando al resto de elecciones, con candidatos y activistas afrontando la campaña con el mismo entusiasmo que un recluta al que le piden asaltar una trinchera a campo abierto. La renuncia del presidente ha sido como levantar una losa, quitar los grilletes, abrir las puertas del calabozo, dar alas, hinchar de cocaína y dar una descarga eléctrica simultáneamente a todo el mundo. El partido está inundado de voluntarios, las redes sociales se llenan de memes, y todos están donando dinero a espuertas.
Lo hemos notado en el trabajo, de hecho; incluso en actos para campañas locales1 hemos visto un enorme aumento del flujo de voluntarios. El desaforado entusiasmo colectivo es un poquito concierto de Taylor Swift en algunos casos (Harris siempre ha tenido superfans un poco peculiares) y supongo que se suavizará un poco las próximas semanas.
Por descontado, tener a tus bases flotando en purpurina y felicidad no gana elecciones. Aun así, ayuda, porque en política los votantes “normales” suelen preferir a los candidatos y campañas que parecen estar de buen humor y divirtiéndose. Y los demócratas ahora se lo están pasando en grande.
Mensajes y estrategias
La primera gran decisión de Harris como candidata será, inevitablemente, escoger a quién será su candidato a la vicepresidencia. El proceso suele durar meses, porque los partidos dedican montañas de abogados, investigadores, analistas, encuestadores y recursos para tomar una decisión tan políticamente perfecta como sea posible. Suele ser una monumental pérdida de tiempo, porque en general el VP no aporta nada o casi nada el día de las elecciones.
Harris no tiene meses, sino (dos) semanas para escoger a su VP, así que el proceso de selección es algo parecido a un casting informal y acelerado en televisiones, podcasts, radios y mítines por todo el país. La lista de vicepresidenciables (casi todos hombres blancos del Midwest, porque hay que “equilibrar” la candidatura) están saliendo en medios tanto como pueden, intentando a la vez atraer la atención e impresionar al equipo de Harris.
Esto ha producido una interesante cacofonía de mensajes de campaña que además han recibido mucha atención en prensa, porque es un casting y eso es sorprendente y excitante. También ha contribuido a la aparición de una línea de ataque la mar de obvia, interesante y divertida, cortesía del muy talentoso gobernador de Minnesota, Tim Walz: weird.
“Weird” significa raro, extraño, pero con una cierta connotación de repelús, de no quererte acercar. Esta es una palabra que cuadra muy bien a Trump, que siempre ha sido una persona un tanto extravagante, y que define a la perfección a J.D. Vance, su candidato a VP y alguien que suena como la encarnación de una sección de comentarios de YouTube al hablar de cualquier tema.
El partido republicano en bloque, de hecho, está lleno de gente increíblemente extraña, como todos esos tipos que se pasaron semanas acusando a Taylor Swift de ser una agente de la CIA.
Es un tanto deprimente que a nadie del partido se les hubiera ocurrido usar esto como mensaje central de la campaña contra Trump hasta ahora. Es también bastante obvio que resulta ser cierto, pone absolutamente de los nervios a los republicanos, y puede utilizarse de forma consistente contra casi cualquier estupidez que suelta Trump, porque es un tipo extrañísimo.
La campaña de Trump, mientras tanto, sigue sin encontrar un mensaje claro para atacar a Harris, porque inexplicablemente parece que no tenían un plan de contingencia para una salida de Biden. Ayer el bueno de Donald “probó” uno nuevo, alegando que Harris no era negra de verdad, sino que siempre había sido india hasta dar un giro y hacerse negra. Es, huelga decirlo, un comentario abiertamente racista. No que sea una sorpresa.
Es menos escandaloso que su insistencia, en la misma entrevista, de que va a indultar a todos los presos encarcelados por el asalto al Capitolio del seis de enero.
Vicepresidenciables
Aunque Walz es alguien que me gusta muchísimo, probablemente no acabe siendo el candidato a VP. Minnesota no es un estado bisagra (si los demócrata están perdiendo ahí se están llevando un baño en todas partes), y hay otros políticos con igual o más talento en sitios más relevantes. El más probable, creo, es Josh Shapiro, actual gobernador de Pensilvania, increíblemente popular, moderado, judío y muy carismático. La otra alternativa es Mark Kelly, senador por Arizona, ex-astronauta, y también la mar de apañado.
Un candidato a VP tiene que cumplir con tres requisitos: no ser del mismo estado que el presidente2, reforzar el mensaje3 o la distribución geográfica de tu campaña, y no meterse en charcos. Kelly, Walz y Shapiro, sin duda, cubren estas condiciones mucho mejor que J.D. Vance, el inefable segundo de Trump que no ha hecho más que meter la pata sin cesar desde que dio su discurso en la convención.
Este buen hombre, tras comparar a Trump con la adicción a la heroína y a Hitler, sufrió una conversión al tecno-reaccionarismo más extravagante, y tiene montañas de declaraciones en su historial de gurú molón de forocoches sobre tener hijos, mujeres, y masculinidad. Es, además, muy torpe dando discursos, así que la campaña no sabe bien qué hacer con su persona; Trump se mofaba abiertamente de él ayer en una entrevista.
Sondeos
Quedan, por supuesto, los sondeos, donde creo que aún debemos ser un tanto escépticos. Las encuestas durante los últimos diez días han ido mostrando una mejora sostenida de los demócratas, tanto a nivel nacional como en los estados bisagra. Harris mejora inmediatamente las cifras de Biden nada más empezar, y la tendencia ha seguido en esa dirección.
Esa es la buena noticia. La mala es que ahora mismo están más o menos donde estaban pre-debate, en un empate técnico entre los dos candidatos, quizás con Kamala Harris un poco por delante. El mejor agregador (sigue siendo Nate Silver) pone a la candidata demócrata dos décimas por delante de Trump4, una mejora de 1,7 puntos en una semana.
Ahora, repetid de nuevo: un empate en votos equivale a una victoria de Trump. La ventaja de los republicanos en el colegio electoral no está del todo clara (y será algo distinta con Harris; no sabemos si menor), pero así a ojo todo lo que no sea ganar el voto popular por más de dos puntos sigue dejándola en desventaja. Biden, no lo olvidemos, ganó por 4,5; una décima menos y Trump hubiera sido reelegido. La ventaja del GOP este ciclo no es tan extrema, pero si Harris pierde en Pensilvania, no será presidenta.
Y por eso volvemos a pensar en Josh Shapiro, claro.
Perspectivas
La gran ventaja de Harris es que tiene unas cuantas semanas por delante donde toda la atención estará sobre su campaña. Tenemos ahora los mítines, que son divertidos porque están llenos de gente entusiasmada y son nuevos. La semana que viene tendremos el anuncio de su VP, y toda la diversión asociada. Y después tendremos la convención del partido, que son cuatro días de propaganda pura con un discurso televisado en todas las cadenas para terminar.
Si no meten la pata espectacularmente (nada descartable), es previsible que esta tendencia favorable en los sondeos se mantenga, al menos hasta finales de agosto. Si por entonces están 4-5 puntos por encima de Trump (algo no descabellado, viendo los repuntes habituales tras las convenciones), es posible que empiecen el otoño como ligeros favoritos.
Hace unos meses, durante las primarias, Nikki Haley dijo que el primer partido que retirara a su candidato de ochenta años iba a ser el que ganaría las elecciones. Quizás estaba en lo cierto.
Nota al margen:
En general, ignorad la media de las encuestas de Real Clear Politics. Tienen por costumbre meter sondeos según les es conveniente e incluyen a encuestadores partidistas republicanos sin demasiado criterio. Nate Silver, NYT, o 538 (su agregador; el modelo de predicción es un poco cuestionable) son mejores.
Las primarias para escoger los candidatos a legisladores estatales en Connecticut, es decir increíblemente local. Algo a quien casi nadie le presta atención pero que, si ganamos, nos ayudará mucho a legislar en enero.
Una consecuencia de la 12º enmienda de la constitución, que eliminó la hilarante práctica inicial de que el VP fuera el candidato que había quedado segundo en votos en el colegio electoral, esto es, el perdedor de las presidenciales.
Al Gore es el ejemplo clásico. Era senador por Tennessee, también sureño como Clinton, pero igualmente joven y tecnocrático.
Vale la pena mencionar que Silver es el más favorable ahora mismo; el NYT tiene a Harris uno por debajo.
Estoy leyendo en varios sitios que quizás haya problemas serios con la certificación de resultados porque los republicanos han colado a sectarios en algunos lugares estratégicos. ¿Cómo lo ves tú?
Por varias razones, yo también creo que Harris tiene más probabilidades (y la inercia, que es mucha, de su parte). Efectivamente, da la impresión de que no pensaban (¿no querían?) que Biden fuera a ser eliminado, lo cual es muy raro. Ahora ya no hay tiempo material, pero tampoco es descartable que Trump salga del medio en algún momento, ya sé que es impensable, pero la razón principal de Trump era evitar ir al trullo (en esto yo lo entiendo, Nixon las hizo peores y se salió de rositas totales, que lo entienda por supuesto no quiere decir que esté de acuerdo), ahora parece que la Avería Jurídica HAL 9000 Seal of Approval le va a librar de lo peor (ya veremos), por varias razones esto podría ser, sin embargo en este caso la suerte estsría echada porque su sustituto sería Vance y no podrían poner a ningún otro... creo, porque esta gente si las reglas no les sirven peor para las reglas.