Es una escena que se repite a menudo en películas americanas. Alguien está en peligro, acosado por la ley o criminales; “debes abandonar la ciudad.” Alguien ofende o enoja a la persona equivocada, “nunca volverás a trabajar en esta ciudad.” Alguien va a dar un último golpe, o cobrarse venganza, y su final feliz es “irse de esta ciudad para siempre.”
Esta clase de frase siempre me había parecido un poco chocante desde Europa; es como si las ciudades fueran islas separadas unas de otras, remotas e inaccesibles cuando alguien toma la extraordinaria decisión de mudarse fuera de ellas. Más de la mitad de americanos nunca han vivido fuera del estado donde nacieron (un 37% nunca se han mudado de ciudad1); un porcentaje considerable, pero ni de lejos suficiente para justificar esta idea de que uno se va a un lugar remoto si abandona Cleveland o Kansas City de mala manera.
La sensación es aún más extraña una vez miras las ciudades americanas un poco más de cerca, porque Estados Unidos no es realmente un país de grandes ciudades, sino de áreas metropolitanas. El país sólo tiene dos municipios con más de tres millones de habitantes (Nueva York, con 8,3 millones, y Los Ángeles, con 3,8). Hay muchas con urbanizaciones gigantescas, pero los ayuntamientos en el centro de ellas suelen ser sorprendentemente pequeños; San Francisco tiene más o menos la misma población que Valencia, mientras que Las Vegas o Boston son más pequeñas que Zaragoza. Sus regiones, por supuesto, son mucho mayores (Boston roza los cinco millones, Vegas 2,3), pero son cosas mal definidas, a menudo sin gobierno supramunicipal claro2.
Una vez has vivido aquí unos años, sin embargo, te das cuenta de que las ciudades son realmente islas, y lo son de una forma difícil de comparar con Europa. Porque la idea “social” de ciudad es, en muchos aspectos, considerablemente distinta en Estados Unidos.
Estados Unidos es uno de los pocos sitios que conozco donde hay ciudades con acentos dialectales propios3. No todas las ciudades los tienen, y no todos son muy marcados, pero alguien que ha crecido en Nueva York, Boston, Los Ángeles, Baltimore, Pittsburg, Saint Louis o Filadelfia es inmediatamente distinguible a poco que abra la boca. A diferencia de Inglaterra, los acentos locales no siguen a la clase social (el alcalde de Boston o un Kennedy suena tan de Boston como un obrero de la construcción a poco que se suelten), sino que son bastante universales. Lo de los acentos locales, además, no sólo se restringe a ciudades grandes, o a un grupito de sitios conocidos. Mi mujer creció en Waterbury, una ciudad de Connecticut de 114.000 habitantes, y hay un buen montón de palabras que la identifican inmediatamente como nativa del lugar, empezando por la extraña manera que tienen de pronunciar el mismo nombre del municipio.
No te olvidaré, muñeca
Donde empieza la insularidad de las ciudades, creo, es el resultado de su sistema político. Como recordaréis si habéis leído el libro (y si no lo habéis hecho, me habréis escuchado decirlo en algún sitio), Estados Unidos es un país de partidos políticos débiles, con formaciones que actúan más como franquicias o coaliciones de notables que organizaciones nacionales coherentes.
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