Mañana se celebran las elecciones municipales en Connecticut. En un país donde la mayoría de la población no presta demasiada atención a la política, las locales no llegan al nivel ni de la estática entre emisoras de radio; la participación es bajísima y los medios de comunicación apenas le prestan atención alguna.
Instituciones complicadas
Parte del problema es que en este estado apenas un poco más grande que Murcia o Asturias (12.559 km2) y tres millones y medio de habitantes tiene 169 municipios, y la ciudad más grande (Bridgeport) no llegue a los 150.000.
Complicando aún más las cosas, el diseño institucional de las administraciones locales en Connecticut es un galimatías inenarrable. Este no es un lugar donde los ayuntamientos tienen instituciones uniformes y se rigen por la misma ley electoral. Aquí cada pueblo, ciudad, villa y terruño tiene su propia carta municipal, con diseños institucionales y leyes electorales a veces completamente distintas. En Connecticut hay municipios que se rigen por town meetings (esto es, asambleas abiertas estilo las Chicas Gilmore), otros con alcalde fuerte escogido por separado, otros con un pleno municipal que contrata un gerente profesional. Hay distritos unipersonales, distritos que cubren todo el pueblo, sistemas proporcionales, y variaciones de los tres. Hay lugares donde el distrito escolar se escoge por separado, otros donde hay comisión electa de urbanismo, lugares donde se vota al secretario del ayuntamiento, alguaciles, registrador de la propiedad o incluso al responsable de las elecciones. Hay mandatos de dos años; otros de cuatro1.
Periodistas ausentes
Parte del problema también es la práctica totalidad de los periódicos locales o se han extinguido o son sombras de lo que fueron. El Hartford Courant, el periódico más antiguo del país (1764), fue comprado hace un par de años por un grupo de capital de inversión y tiene una redacción que casi cabe en un taxi. El resto de diarios que cubren las ciudades grandes (el Connecticut Post de Bridgeport, New Haven Register, Danbury News Times…) son propiedad de Hearst, y aunque tienen muy buenos reporteros2, tienen circulaciones pequeñas.
Empeorando el problema, las televisiones locales (esos engendros tan peculiares de la mediocracia americana) no cubren todo el estado. La mayoría de Connecticut tiene su propio mercado de TV (expliqué de qué iba esto aquí), pero la zona más rica y poblada cae en el mercado televisivo de la ciudad de Nueva York, así que son casi invisibles en los noticiarios. No que las emisoras de Connecticut hagan demasiado caso a las elecciones municipales, de todos modos; la campaña hubiera sido casi invisible de no ser por el inefable sainete de Bridgeport. El informativo que se ha molestado a hablar más sobre ellas daba una “guía sobre cómo votar” ayer por la noche.
Esto hace que se produzcan situaciones francamente extrañas en una campaña electoral, comparado con lo que vemos en otros países. El sábado, por ejemplo, estuve trabajando en Danbury, una ciudad de 86.000 habitantes al oeste del estado, justo al lado de la frontera con Nueva York. Danbury es una de las pocas ciudades de la región que está gobernada por un alcalde republicano (junto con New Britain, también en Connecticut), y las elecciones hace dos años fueron increíblemente ajustadas, con el candidato del GOP imponiéndose por menos de 250 votos3.
Los demócratas se han puesto las pilas este ciclo para intentar recuperar la ciudad, así que el sábado por la mañana en el acto de voluntarios para Get Out the Vote (GOTV, literalmente movilizar el voto) asistieron el gobernador del estado, la vicegobernadora, el tesorero estatal, el contable estatal4, varios legisladores estatales, un miembro de la cámara de representantes y un senador federal. Es decir, muchos políticos de primera fila, incluyendo el gobernador del estado. En el acto hubo un periodista (uno) de un medio estatal (no del News Times); nadie ha publicado una historia sobre ello. Si todos los cargos electos de una región fueran al cierre de campaña en Lorca, Coslada o Cornellà habría televisiones; en Connecticut no había nadie.
Esta clase de falta de atención generalizada a la política permite que puedas saludar y hablar con el gobernador o senador de tu estado tranquilamente en muchos eventos (porque siempre hay poca gente y siempre somos los mismos). También es una muestra de la actitud increíblemente ambivalente que tienen los americanos hacia la política, con una minoría ruidosa increíblemente obsesionada y la política nacional cogiendo esta aura de circo, pero con el resto del sistema operando en un muy, muy, muy distante segundo plano.
Buscando votantes
He mencionado que Danbury tiene 86.000 habitantes; en las municipales del 2021 votaron 14.217 personas. La participación en estas elecciones es bajísima, a pesar de que los ayuntamientos tienen esencialmente todas las competencias en educación (¡!), seguridad pública (policía y bomberos), urbanismo y vivienda, y gestionan básicamente la mitad del gasto público del estado. La mayor parte de mi trabajo estos días (y de todo el mundo que está en el mundillo ) consiste no en persuadir a nadie de las bondades de nuestros candidatos, sino en identificar, buscar, encontrar y movilizar a cualquier ser vivo que quizás pueda tomarse la molestia de ir a votar y arrastrarle como sea a las urnas.
Sobre el terreno, esto quiere decir mucho, mucho, mucho trabajo artesanal. En Danbury entre la campaña a la alcaldía, sindicatos y Working Families había sobre un centenar de voluntarios llamando por teléfono o yendo puerta a puerta para contactar a todo el mundo que tenían listado como potencial votante5. A partir de ahí, las matemáticas son bastante simples. Un voluntario haciendo puerta a puerta, con su app en el móvil, puede visitar unas 20-25 casas la hora; hablando con 4-6 votantes. Normalmente se le puede pedir que haga uno o dos turnos. Alguien en el teléfono con un marcado automático puede hacer unas 100 llamadas la hora6, conectando con una veintena de personas. Usando un programa automatizado de SMS, puede enviar unos 500 cada hora, con 30-40 respuestas. Sabemos (y hay montañas de estudios sobre el tema) que el contacto en persona es mucho más efectivo que el telefónico, y una llamada de viva voz es mucho más efectiva que un SMS7.
El director de campaña, a falta de tres días de las elecciones, tiene una teoría sobre cuánta gente necesita identificar y movilizar (su win number), tiene más o menos una idea sobre cuántos votantes “seguros” puede contar (han hablado varias veces con ellos, o han votado por correo) y qué necesita movilizar de cara a las urnas. Así que le tocará reclutar voluntarios, darles de comer, y ponerles a pasearse por la ciudad o a los teléfonos (más en las puertas si tiene mucha gente) para cumplir con objetivos. Es un trabajo meticuloso, lento, que requiere ser a la vez un animador cultural, domador de leones, tener la paciencia de un santo y aguantar toda clase de chorradas de rivales, enemigos, aliados y del propio candidato. Un completo caos.
Mi vida en campaña
Tenéis una idea, entonces, a qué me he dedicado este fin de semana. Este ciclo (por suerte), no estamos llevado ninguna campaña directamente (cosas que hemos hecho otras veces), así que nuestro trabajo ha sido sobre todo nutrir de voluntarios a las campañas de candidatos que estamos apoyando, asesorarles, y dar apoyo técnico y logístico8. Pero cuando toca GOTV estamos sobre el terreno, no sólo ayudando con los voluntarios sino también haciendo puerta a puerta, llamadas, y lo que se tercie.
La democracia, con toda su gloriosa poética de gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, ideales de libertad, civismo, participación y todo lo que se tercie es a menudo bastante cutre y roñosa, la verdad. Pero me encanta*.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a Four Freedoms para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.