Las otras elecciones americanas
Capítulo I: Hablemos del senado y cámara de representantes, donde se decidirá realmente si el próximo presidente puede hacer algo en el poder o no.
Olvidémonos, por un momento, de Donald Trump.
En los años electorales de elecciones presidenciales, los medios de comunicación, todólogos y expertos tienden a obsesionarse con lo que el romance, la aventura y el espectáculo de la Casa Blanca. Los presidentes marcan eras, ciclos históricos; son los héroes que los periodistas señalan en sus crónicas.
El éxito o fracaso de un presidente en las cosas que realmente cuentan, en lo de pasar leyes que cambian la vida de los americanos, dependen de lo que sucede en el congreso, que es, a pesar de los pesares, la rama del gobierno donde recae la mayor parte del poder político en el sistema americano. Un presidente necesita no sólo tener suficientes votos en el congreso para poder aprobar su agenda, sino que depende de que los líderes de ambas cámaras sean legisladores con capacidad y talento suficiente para arrastrar a esa panda de bebés chillones que son los senadores y representantes para hacer algo que valga la pena.
Vamos, que muy bonito eso de que Biden esté a diez puntos, pero si su partido no tiene mayoría en el congreso y líderes capaces de sacarla adelante, esto de ganar elecciones no va a servir de gran cosa.
Hablemos, entonces, del congreso.
El senado
El senado de los Estados Unidos elige a un tercio de sus miembros cada dos años. En este ciclo, 23 de los 35 escaños en liza (33, más dos extras por el fallecimiento de John McCain en Arizona y la dimisión de Isakson en Georgia) están controlados por el partido republicano, forzándoles a jugar a la defensiva.
En general, el mapa electoral en el senado tiene un poco de azar. La “clase” (porque así se le llama a cada uno de los “turnos”) de senadores que se enfrenta a las urnas este año son los salidos de las desastrosas mid-terms legislativas del 2014, cuando muchos demócratas se quedaron en casa todo satisfechos porque Obama ya mandaba y a quién le importaba el congreso. Esto significa que hay un puñado de senadores que ganaron un poco de rebote en estados donde casi nadie se lo esperaba, que encima tienen la mala suerte de enfrentarse a un electorado demócrata mucho más motivado y participativo al ser un año presidencial.
Incluso con estas, sin embargo, los republicanos tenían un mapa relativamente decente. El senado sobrerrepresenta a los estados rurales con poca población, así que el estado mediano está unos seis puntos a la derecha del resto del país. Los demócratas necesitan estar ganando por goleada a nivel nacional (seis puntos es muchísimo con un electorado tan polarizado) para tener opciones a recuperar la mayoría. Contando que los republicanos controlan la cámara 53-47 ahora mismo, cambiar de color tres estados (el vicepresidente tiene voto en caso de empate) son un reto importante.
Empeorando las cosas, de los 22 estados republicanos en liza (Georgia está renovando a sus dos senadores este año), sólo hay tres que son de entrada competitivos para los demócratas: Maine, Arizona y Colorado. Los demócratas, además, seguramente van a perder su escaño en Alabama, un lugar donde ganaron casi por casualidad el 2017 cuando los republicanos presentaron a un pedófilo (que perdió por un punto escaso, porque bueno, Alabama).
En un año bueno, ganar tres de tres en esta clase de elecciones es complicado pero viable, pero los demócratas necesitan un cuarto, y no hay mucho donde pescar.
Pero claro, este es un año de presidenciales, y el candidato republicano es extremadamente impopular. Si a esto se la añade que los demócratas por una vez han intentado reclutar a candidatos competentes incluso en lugares donde en condiciones normales perderían por goleada, tenemos elecciones competitivas en muchos sitios donde uno nunca esperaría verlas.
Blancos principales:
Maine: Susan Collins es la última criatura de su especie, una republicana moderada de Nueva Inglaterra. El partido prácticamente se ha extinguido en la región (a excepción de algunos gobernadores) y Hillary ganó el estado el 2016. Collins es muy moderada y los líderes del partido permiten que vaya por libre, pero tiene unas elecciones brutalmente competitivas entre manos.
Arizona: un estado que Hillary perdió por tres puntitos pero que tiene un montón de latinos, viejecitos cabreados por la pandemia y muchos de esos suburbios de clase media que le están dando la espalda a Trump. La senadora republicana es Martha McSally, alguien que ocupa el escaño a pesar de haber perdido las elecciones el 2018; el gobernador la designó para el escaño que quedó vacante tras la muerte de John McCain. El hecho de que ya haya perdido una vez debería ser una señal de alarma, pero los demócratas además tienen un buen candidato - Mark Kelly, ex-astronauta, marido de la ex-congresista Gabby Giffords (que fue tiroteada hace unos años, si recordáis) y un tipo bastante competente dando discursos. McSally, en vez de moderarse como Collins, es una mega-trumpista de cuidado, así que está a una distancia considerable en los sondeos.
Colorado: esta es la clase de estado que vota a Bernie de forma masiva en las primarias demócratas. Tiene zonas muy rurales y muy, muy conservadoras, pero a estas alturas está a la izquierda de la media nacional por 2-4 puntos. El senador republicano, Cory Gardner, ganó por carambola el 2014, y se enfrenta al exgobernador demócrata del estado, John Hickenlooper, un tipo centrista que dirigió al estado durante el boom de los 2010. Gardner, como McSally, ha abrazado el trumpismo, y parece que se llevará un buen repaso.
Colorado, por cierto, tiene un movimiento secesionista que quiere separarse de los progres de Denver para crear un nuevo estado, de momento con escaso éxito.
Blancos complicados:
Carolina del Norte: aunque es un estado del sur, las potentes universidades del Research Triangle y el alto porcentaje de votantes con estudios superiores hacen que sea un caladero decente para los demócratas. El senador republicano, Thom Tillis, es bastante patán, y los demócratas han presentado un candidato veterano de Irak y Afganistán, carismático y con experiencia, Cal Cunningham. El tipo iba por delante en los sondeos hasta que una serie de SMS sexuales con una amante salieron a la luz, dejando a los demócratas muertos de miedo de que quizás iban a perder una de sus mejores opciones, a lo que Tillis “respondió” pillando COVID en ese evento de la Casa Blanca que ha contagiado a medio GOP. Dos semanas después, Cunningham parece seguir por delante.
Iowa: este es un poco inexplicable. Jodi Ernst, la senadora republicana, sobre el papel no es mala candidata, pero los demócratas parecen haber encontrado en Theresa Greenfield a alguien que puede derrotarla. Greenfield es granjera (¡Iowa!), viuda, y mujer hecha a sí misma que ha sido capaz de montar una campaña populista en el estado. Iowa, además, ha sufrido bastante durante las guerras comerciales de Trump (es el gran exportador agrícola del país), y tiene más en común con sus vecinos Wisconsin y Minnesota de lo que parece. Greenfield va un pelín por delante en los sondeos, pero ganar aquí sería una sorpresa.
Pequeños milagros:
Georgia: aunque Atlanta es muy grande, el porcentaje de población negra muy alto y hay muchos recién llegados de estados del norte, este sigue siendo un estado del sur. Los demócratas tienen un candidato medio decente (Jon Ossoff, un tipo joven que perdió por muy poco unas elecciones a la cámara de representantes el 2017) y el senador republicano, David Perdue, es un republicano genérico sin nada especial, así que quizás suena la flauta.
Montana: es un lugar muy conservador con un senador republicano bastante aburrido, Steve Daines, así que debería ser un escaño seguro para el GOP. El candidato demócrata, sin embargo, es Steve Bullock, actual gobernador y alguien que ha ganado dos elecciones en este estado. Están empatados, y Bullock seguramente iría mejor si no hubiera sido uno de los candidatos más quijotescos de las primarias presidenciales en este ciclo.
Kansas: un estado muy republicano que ha tenido una larga serie de malos gobernadores de ese partido, y que también lo ha pasado bastante mal con las guerras comerciales de Trump. Pat Roberts, el senador republicano, se jubila en noviembre, haciendo las elecciones un poco más competitivas de lo esperado, y la candidata demócrata (Barbara Bollier, que solía ser republicana) es bastante competente. Aun así, Kansas es más conservador que Iowa, así que será difícil de que haya sorpresas.
Intervenciones divinas:
Carolina del Sur: si hay un escaño al que los demócratas le tienen ganas es este. Lindsay Graham, el senador republicano, pasó de ser uno de los miembros del partido más críticos con Trump el 2016 a un pagafantas baboso que le ríe todas las gracias. Graham siempre había sido un tipo que presumía de independiente, como su gran amigo John McCain, pero su servilismo hacia el presidente es ahora casi absoluto. El candidato demócrata, Jaime Harrison, es muy bueno (a pesar de ser un lobista), y Graham es bastante impopular. Aunque están casi empatados en los sondeos, esto sigue siendo Carolina del Sur, cuna de la confederación; haría falta un cataclismo político para derrotar al GOP aquí.
Alaska: es un estado competitivo porque es muy raro y votan un poco como quieren. Dan Sullivan, el senador del GOP, es de las personas más aburridas del mundo y un conservador ortodoxo, en contraste con su colega de partido en el senado, Lisa Murkowski, que ha sido muy crítica con Trump. Los demócratas, además, han decidido dejar que un independiente, Al Gross, sea su oponente, y resulta ser un candidato estupendo: cirujano, pescador de altura, e hijo de una de las familias de políticos con mejor reputación del estado. Los sondeos dan ventaja a Sullivan, pero hacer encuestas en Alaska es muy difícil.
Dimensión desconocida:
Hay un puñado de escaños que, aunque no está totalmente fuera del alcance de los demócratas, sí que requerirían una paliza épica de Joe Biden para que pudieran ganarlos. Este es el caso de Texas, Missisipi y Kentucky. Puede suceder, pero es bastante improbable.
La cámara de representantes
Esta sección será mucho más corta: los demócratas ya controlan la cámara, ganaron un montón de escaños el 2018, un año donde los republicanos sacaron resultados atroces, y es muy, muy probable que o mantengan o amplíen ligeramente su mayoría. Como mucho cambiaran de manos una decena de escaños, más algunas caras nuevas debido a vacantes, pero hay poco que contar.
La verdad, la sección del senado sería casi idéntica a esta si esa cámara también se renovara por completo cada dos años (los demócratas ganaron las midterms por ocho puntos), pero así es el ciclo electoral en Estados Unidos.
Bolas extra:
En el siguiente episodio hablaremos de las elecciones realmente importantes, las legislativas en los estados. Y no, no lo digo en broma, y no es porque hoy me haya pasado el día persiguiendo a legisladores estatales.
Amy Coney Barrett será, salvo cataclismo, la nueva juez del supremo antes de las elecciones. En su comparecencia en el senado, como era previsible, no ha contestado nada.
La Casa Blanca ha decidido que su nueva estrategia para combatir el coronavirus es la inmunidad de grupo, porque eso le ha ido estupendamente a todos los países que lo han intentado y porque total, Trump ya es inmune así que eso quiere decir que funciona.
El supremo ha decidido permitir que el censo de este año se quede a medias. En el siguiente boletín hablaremos más sobre por qué esto es muy importante.
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Una pregunta, Roger. Hasta qué punto el hecho de que Biden se acerque en estados rojos como GA, TX o AZ podría estar obligando a gastar recursos a Trump en esos sitios, sin ser necesario normalmente?
Vi que el otro día dió un mitin en Georgia, por ejemplo, y como saltó la noticia de que iban justo de dinero...
Por cierto, hay algún lugar donde ver el número de mítines y de dinero gastado en cada Estado?
Muy muy buen artículo. Saludos!