El Partido Republicano, pre-Trump, solía ser descrito como una coalición entre la derecha religiosa, halcones anticomunistas en política exterior, derecha económica y reaccionarios sureños de toda la vida.
En “Por qué se rompió Estados Unidos” (ya disponible en librerías), dedico una cantidad considerable de tiempo a explicar cómo los líderes del movimiento conservador americano consiguieron movilizar y consolidar esta alianza de intereses dispares. También hablo con cierto detalle sobre la historia de la absorción del movimiento evangélico dentro del GOP o la canalización del voto reaccionario a través de la Asociación Nacional del Rifle y otras causas parecidas.
Al explicar la situación del Partido Republicano en los albores de la era Trump, señalo que dos de los cuatro grupos tradicionales (derecha económica y halcones) habían perdido el favor de las bases del partido. Los votantes republicanos, en su mayoría, ya no compartían la hostilidad al estado de bienestar, la seguridad social o la sanidad pública de sus líderes, y el fracaso de Irak había desacreditado las tendencias intervencionistas del partido. Aunque la obsesión anticomunista-imperial del GOP ciertamente nunca tuvo demasiado público (más que nada porque muy pocos votantes deciden su partido según sus posiciones en política exterior), la derecha económica, en sus inicios, sí tuvo un apoyo considerable dentro del partido, y fue uno de los motores de la movilización republicana post-Nixon.
El GOP redescubre los impuestos
La predilección por impuestos bajos e intervención estatal mínima tiene, por descontado, una larga tradición en el GOP. Esta fue una de las razones por las que el partido se estrelló con todo el equipo en 1932, tras la espantosa respuesta de Hoover a la Gran Depresión, y fue uno de los elementos centrales del programa electoral de Barry Goldwater en 1964, y también de su horrenda derrota electoral. No obstante, los republicanos durante la posguerra acabaron por hacer las paces con el New Deal, y tanto Eisenhower como Nixon llegaron a la Casa Blanca con programas económicos centristas1.
Un amplio sector de líderes, activistas y élites del partido, sin embargo, no estaba especialmente contento con la idea de que el GOP hubiera renunciado a tener una política económica netamente conservadora. Nixon había conseguido ganar las presidenciales de 1972 por 23 puntos (¡veintitrés!); quizás podían permitirse ceder unos cuantos votos a los demócratas y seguir ganando, pero esta vez con un programa electoral conservador decente.
La campaña empezó, como de costumbre, en California, que por aquel entonces seguía siendo un estado donde los republicanos podían competir. El estado había escogido en 1966 a un tal Ronald Reagan como gobernador, tras una campaña proto-Nixoniana en contra de las protestas de Vietnam, el despilfarro en programas sociales y bajar impuestos. A pesar de su retórica liberaloide, Reagan gobernó como un moderado, aprobando la ley sobre el aborto más permisiva del país, restringiendo la posesión de armas de fuego y subiendo impuestos con entusiasmo2.
Que Reagan fuera un político eminentemente pragmático, sin embargo, no significa que no fuera conservador. Sus ambiciones presidenciales hicieron que buscara posicionarse siempre como alguien ansioso de reducir el papel del estado; ese fue su mensaje principal en las primarias republicanas de 1976 contra Gerald Ford. El GOP, sin embargo, no estaba aún listo para romper con el New Deal, y Reagan acabó perdiéndolas por ocho puntos, en agregado, contra el presidente.
Esto no desanimó a los activistas del ala liberal del partido; es más, les hizo entender que ahora era su oportunidad. Con una crisis económica en ciernes, desempleo e inflación, un presidente demócrata impopular y asediado por la mala suerte, vieron en California una oportunidad perfecta para movilizar y ampliar sus bases.
El sucesor de Reagan como gobernador de California fue Jerry Brown, hijo del antecesor en el cargo del mismo Reagan, Pat Brown, y alguien que acabó por tener una de las carreras políticas más peculiares y extraordinarias de la historia del país3. Brown (hijo) era un demócrata un tanto inusual4; muy progresista en temas sociales, pero mucho más conservador que Reagan en materia fiscal. Su extraordinaria frugalidad hizo que el estado acumulara superávits considerables.
California uber alles
Si California era un estado bien gobernado con presupuestos sensatos entonces, ¿de dónde salió esa “oportunidad”? Como sucede a menudo en Estados Unidos, de una sentencia judicial. En Serrano contra Priest (1971), el tribunal supremo de California dictaminó que el sistema empleado para financiar los colegios públicos del estado, centrado en los impuestos municipales sobre la propiedad (esto es, el IBI), era inconstitucional. Debido a las enormes diferencias en base imponible entre ciudades y suburbios (con las jurisdicciones más ricas haciendo todo lo posible para segregar por renta y color de piel), un gobierno local “pobre” necesitaba tener impuestos más altos para ofrecer los mismos recursos por alumno que uno más rico. La sentencia obligaba a los legisladores estatales a crear un sistema por el que los municipios con más dinero redistribuyeran parte de sus ingresos fiscales a distritos más pobres, reduciendo estas desigualdades.
Esto es algo que suena razonable de primeras, pero que en manos de activistas conservadores no tardó en derivar en “estamos pagando impuestos sobre nuestra propiedad para pagar los colegios de esa gente”, con el “esa” refiriéndose a vagos, maleantes, inmigrantes ilegales, chicanos, negros, y cualquier otro grupo al que queramos insinuar de forma implícita. Este fue el punto de partida de Howard Jarvis y Paul Gann, dos hombres de negocios “preocupados” por el despilfarro de dinero público, los burócratas y los altos impuestos, para lanzar una campaña de recogida de firmas para solicitar un referéndum de reforma constitucional para limitar los impuestos a un uno por ciento del valor de la propiedad.
Porque esta es una de esas cosas divertidas que tiene California; uno puede gastarse unos dineritos para recoger medio millón de firmas (lo que suele ser necesario para armar un sarao de esta clase) y forzar una votación en referéndum de cualquier reforma constitucional que se le ocurra. La de Jarvis y Gann, conocida como proposición 13, esencialmente demolió la capacidad recaudatoria de los municipios del estado, limitó la subida de la base imponible (el valor catastral de la propiedad, vamos) al 2% anual, y encima fijó ese valor al precio de la vivienda cuando fue adquirida. Como guinda final, la reforma establecía que cualquier subida de impuestos, tanto municipal como estatal, requería a partir de entonces una mayoría legislativa de dos tercios para ser aprobada.
En 1978, en medio del malestar general y el ennui de la época, los votantes de California aprobaron la enmienda 62-34.
Tras la victoria
Las consecuencias de la proposición 13 han sido múltiples y a menudo contrarias a lo que pretendían sus impulsores. Demoler la base fiscal de los municipios, por ejemplo, acabó por reducir el control local del gasto educativo, con el estado haciéndose cargo del presupuesto. Las limitaciones a las subidas de impuestos provocaron una auténtica explosión de ingeniería fiscal creativa en todas las administraciones, con tasas, cuotas, distritos especiales, tarifas extrañas y toda clase de inventos raros para recaudar fondos sin llamarles “impuestos”. Incluso con esas, California se pasó un par de décadas metiéndose en una crisis fiscal tras otra con los republicanos inevitablemente bloqueando subidas de impuestos. Uno de los factores, sin duda, que ha provocado su práctica extinción política en este estado.
Los efectos políticos de la proposición 13 fueron, sin cabe duda, aún más importantes. Que un puñado de activistas conservadores pudieran ganar un referéndum anti-impuestos en California dio a los activistas anti-gasto público esa credibilidad que andaban buscando dentro del GOP, abriendo camino al mensaje liberal de Reagan en 1980. Ganar batallas políticas es también una manera excelente de expandir tu base de apoyo, y los integristas anti-gasto público no tardaron en crear la inevitable base de lobistas, activistas profesionales, think tanks y militantes hiperventilados que caracterizan a un buen grupo de presión. En 1985, Grover Norquist fundaba Americans for Tax Reform, un chiringuito bien financiado e influyente que tenía entre sus estrategias favoritas exigir a todos los candidatos republicanos que firmaran un documento prometiendo que nunca apoyarían una subida de impuestos.
El venerado, alabado y adorado Ronald Reagan, por supuesto, se hizo un hartón de subir impuestos cuando estaba en la Casa Blanca, pero ¿desde cuándo al movimiento conservador americano se le exige algo de coherencia?
El ocaso de los conservadores
El resto de la historia es más o menos conocida, y es algo que cubro ya con más detalle en el libro. Los republicanos se convirtieron en un partido intransigente en materia fiscal hasta el punto de provocar varios cierres de gobierno. Cuando han gobernado, han sido mucho más efectivos bajando impuestos que reduciendo el gasto público, creando déficits monumentales. Trump, en 2016, hizo toda su campaña de primarias ignorando las proclamas pro-estado mínimo tradicionales del partido y abrazando el gasto público; en el poder, bajó impuestos, gastó como nadie, y las bases del GOP le adoran como a un dios. El viejo Partido Republicano, el de la disciplina fiscal y presupuestos equilibrados, ha muerto. En este ciclo electoral, los demócratas tienen un programa fiscal mucho más responsable y conservador que Trump.
Pero en un pasado no demasiado lejano, allá por finales de los setenta, el movimiento conservador americano fue capaz de crear un movimiento de masas anti-impuestos. En 2009, el Tea Party fue el último coletazo de esta retórica.
Bola extra
No sé si quiero hablar demasiado sobre Trump y Arlington, porque es la clase de escándalo que ofende a las élites bienpensantes en Washington en los que Trump se mete a menudo pero que no parecen tener consecuencia política alguna. Lo único que sé es que uno tiene que ser un poco demente para visitar la tumba de un soldado fallecido y tirarte una foto así, sonriente.
Para los que no lo habéis seguido, Trump decidió hacer un acto de campaña en el cementerio de Arlington, un “homenaje” a los 13 militares fallecidos durante la retirada de Afganistán. Hacer actos de campaña o filmar nada no oficial en cementerios militares está estrictamente prohibido. Cuando una empleada de Arlington intentó detenerles, dos personas de la campaña de Trump intentaron agredirla. La mujer no ha presentado cargos por miedo a represalias de los fans del expresidente.
Es el enésimo caso de escándalo que hubiera acabado con la carrera de cualquier político, pero que para Trump es otro martes. Es delirante.
En el caso de Nixon, a veces considerablemente a la izquierda del partido demócrata actual. El tipo llegó a proponer sanidad universal y un impuesto negativo sobre la renta.
El Ronald Reagan que gobernó California sería visto como un comunista en el GOP actual.
Brown fue, en este orden, secretario del estado de California, gobernador de California, candidato a la presidencia (76, 80, 92), alcalde de Oakland, fiscal general de California, y gobernador de Califonia por segunda vez, entre el 2011 y el 2019. Un político estupendo, en muchos aspectos, que pifió sus tres campañas presidenciales de forma bastante inexplicable. Su lema en 1980 era "Protect the Earth, serve the people, and explore the universe". Un onvre.
La canción “California Uber Alles” de los Dead Kennedys es, por cierto, un “tributo” supergonzo a Brown. Y llevo tres años muerto de ganas de enlazar este video.
Que es gop?
Buen artículo