“Las Chicas Gilmore” (Gilmore Girls) es, en apariencia, un producto clásico de su época en los albores de la era dorada de la televisión. Nacida en la estela de otro (semi)clásico de la comedia adolescente como era “Dawson Crece” (Dawson´s Creek) en la misma cadena, la serie de Amy Sherman-Palladino es, para muchos, una curiosidad autoral de la que es ahora conocida como la creadora de “La Maravillosa Mrs. Maisel” (The Marvelous Mrs. Maisel).
Las apariencias engañan
La primera impresión al ver a las Gilmore es creer que es una pila de historias de amor adolescentes empalagosas en uno de esos pueblos que sólo existen en televisión. Y, hasta cierto punto, estaréis en lo cierto, ya que ese es el maquillaje que a menudo rodea la trama. Sin embargo, como en Maisel (y la increíblemente infravalorada Bunheads, que es también una delicia), el centro de la historia no es romance o drama familiar, sino sobre identidad, roles, y clase social.
Stars Hollow
Empecemos por Stars Hollow, la idílica aldea en un lugar indeterminado de Connecticut donde viven las Gilmore. El pueblo es en realidad una combinación ficticia de varios municipios de Litchfield County, al noreste del estado, que son casi igual de ridículamente idílicos y perfectos. Washington Depot, Bantam, Kent y Cornwall son sitios así de veras. La peculiar forma de gobierno del pueblo, una asamblea local, es algo que aún existe y se practica en esos lugares. Diners como el de Luke siguen existiendo, y son de los sitios donde uno puede comer mejor de la región. Incluso la ligeramente surrealista (y encantadora) “tradición” de tener a un “trovador local” no es del todo ficticia; Connecticut tiene el cargo oficial de trovador estatal, y es algo que la gente se toma en serio.
Los pueblos y aldeas de Litchfield son preciosos, y albergan alguna de las zonas de cultivo más ricas del estado. Son, además, muy ricos, ya que están relativamente cerca de Nueva York, Hartford y Stamford, atrayendo segundas residencias rurales de gente de la ciudad y del old money de Nueva Inglaterra. Es la clase de lugar donde hay distritos escolares públicos que gastan más de $32.000 al año por estudiante. Lo que se ve en la serie de pueblos donde todo el mundo parece vivir bien, no hay casi nadie de color, y todo es bucólico y estupendo, no es del todo una fantasía.
Familias y dinero
Lorelai Gilmore creció en una familia con mucho dinero en Hartford (nota: esto realmente ya no existe; Hartford es hoy una de las ciudades más pobres del país, tras haber sido la más rica), pero tras un embarazo adolescente, se fue de casa a vivir en Stars Hollow. Allí trabajó en un inn (un hotel rural pequeño para hipsters) hasta llegar a ser directora y después abrir su propio establecimiento. Lorelai, durante toda la serie, dice ser una mujer independiente que no quiere repetir los errores de sus padres. En la práctica, la serie es en gran medida una serie sobre cómo Lorelai no puede huir de la sombra de su familia, y sobre cómo a pesar de todo, siempre será quien no quiere ser, la hija de unos millonarios.
La noción de clase social está de fondo en toda la serie. Rory Gilmore, la hija adolescente de Lorelai, va a un colegio privado, porque las escuelas públicas en uno de los distritos escolares mejor financiados del mundo ($32.000 por estudiante al año en algunos casos, insisto) no son adecuados para ella. Su instituto está basado en sitios como The Gunnery, una escuela privada en Washington, cuesta $66.000 al año (para alumnos internados) o Kent School ($67.000), la clase de colegio que tiene páginas en Wikipedia sobre ex- alumnos famosos. Ser de clase alta no sólo es cuestión de vivir en un pueblo absurdamente rico, sino asegurarte de ir al colegio donde los ricos de verdad llevan a sus hijos. Lorelai, obviamente, no puede pagarlo; lo pagan los abuelos. Pero sabe, entiende y acepta la necesidad de explotar el sistema para su beneficio.
Las sutilidades de la clase social las vemos también cuando Rory va a la universidad. Aunque siempre había querido ir a Harvard, acaba en Yale, donde fuera su abuelo. La decisión la toma porque las conexiones familiares en Yale (donaciones, red de ex- alumnos, el ser una legacy) le darán una ventaja en la universidad y después de ella.
Fracasos que no lo son
Aunque Lorelai y Rory cometen errores con sus vidas y toman decisiones a menudo irracionales, una de las constantes de la serie es que nunca tienen consecuencias graves para ella. Ambas comparten, aunque Lorelai se niegue a admitirlo, el mismo superpoder que tiene Batman, son ricas, así que sus padres siempre acaban por echarles un cable. Muchos de los intereses románticos de Rory son de familias más modestas, y le recuerdan más de una vez que no se pueden permitir las cosas que se permite ella, ni por supuesto, ir a la universidad.
Hacia el final de la serie, Rory empieza a salir con Logan Huntzberger, el hijo de un magnate de la prensa. Este es precisamente la clase de contactos que uno espera encontar en una Ivy, pero la serie no lo deja allí, sino que lo utiliza para explorar clase social desde otra perspectiva. La familia de Logan es rica de verdad, de las que mira a alguien como los Gilmore como meros campesinos, y maltratan a Rory con la crueldad de la que sólo exhiben los ricos cuando quieren librarse de alguien. Rory llega a dejar la universidad, vuelve a ser rescatada por sus abuelos, vuelve, y sigue haciendo esa cosa tan de persona con dinero que es fracasar sin que se note ni sin sufrir consecuencias.
Por desgracia para la evolución del personaje, los Palladino salieron de la dirección de la serie en la última temporada, y a Rory le dieron un final feliz. Se libra del pelma de Logan, y a pesar de que llevaba varios años recibiendo pistas de que no era una periodista con talento, acaba consiguiendo un trabajo excelente (cubrir una campaña presidencial) justo al salir de la universidad.
Los Palladino, sin embargo, volvieron al timón nueve años después, con la mini- serie de Netflix, y casi tomaron su venganza. En la secuela, Rory es una periodista de segunda con una vida que es un poco un cajón de sastre, y tiene una recaída con Logan. No acaba de funcionar, porque parece obvio que los guiones estaban intentando revertir el daño de 22 episodios de la séptima temporada en cuatro especiales, pero la idea central de la serie de cómo tu clase, tu identidad, define quién eres y las consecuencias de tus actos está ahí.
Además, es una serie estupenda
Sí, por supuesto, la serie es también sobre amores adolescentes, relaciones entre madres e hijas, etcétera, y tiene además unos guiones prodigios con toneladas de diálogo. Es, además, el primer papel de un montón de actores que harían carrera después, desde Melissa McCarthy a Sean Gunn o John Hamm. La serie tiene varios episodios absolutamente deliciosos; "They Shoot Gilmores, Don't They?" (s3e7) es una de las horas de televisión más perfectas jamás filmadas.
En el fondo, claro está, es una comedia entrañable, no el manifiesto comunista. En caso de que la veáis, algo que os recomiendo encarecidamente, no esperéis toneladas de acerada crítica social, ya que esto no es The Wire.
Aun así, es fascinante ver estos detalles, las implicaciones y costumbres sociales que hay detrás. La clase social es subtexto, no texto, aunque los roles sociales, identidad y clase es algo que Palladino recupera en sus otros trabajos.
Y sí, este es un boletín exclusivo para suscriptores. Cuando prometí un artículo sobre las Chicas Gilmore no estaba bromeando. La realidad es que la serie me encanta, y hacía años que quería escribir sobre ella, ya que dice algo muy específico sobre algo concreto en Estados Unidos, la clase social, aunque parezca no decir nada.