Otro de esos discursos
He visto el discurso sobre el Estado de la Unión. Ha estado bien. No os perdisteis nada.
El discurso sobre el Estado de la Unión es una de mis tradiciones favoritas de la política americana. Por un lado, está la pompa, la teatralidad del evento; desde cómo reciben al presidente al escenario, los aplausos, los saludos, el dramatismo de la puesta en escena. Por otro, el hecho de que, por una vez, sea un discurso, un texto político pronunciado por un líder lo que domine el debate, la vida política del país. Todas las cadenas generalistas y los canales de noticias lo retransmiten integro, en directo; todos los expertos hablan de él, reaccionan, responden, discuten lo que ha dicho el presidente.
Es la política en la que domina la palabra, lo dicho, lo escuchado. Es fascinante.
La tradición oratoria
Es parte de una tradición, al fin y al cabo. Tanto ingleses como americanos (el resto de los anglosajones están menos obsesionados con estas cosas) adoran los discursos y la oratoria. Los británicos se obsesionan con su question time en los comunes (¡por buenos motivos!) y le dan mucha importancia a cómo se defienden los políticos en Westminster. Los americanos son más del discurso histórico, como el día en que Ronald Reagan ganó la guerra fría pidiendo a Gorbachov que derribara el muro o cuando Obama solucionó el racismo hablando sobre su abuela.
En ambos casos, por supuesto, la importancia que le dan los expertos y todólogos de turno es absolutamente desproporcionada. Primero, porque la mayoría de los votantes no presta la más mínima atención a esta clase de eventos y no los ve más que de pasada, en las noticias de la tarde, esperando a que den la previsión del tiempo. Segundo, porque quienes los ven prestándoles atención plena son aquellos que siguen la política de cerca y que son, casi uniformemente, muy partidistas, así que ya tienen decidido si les gustará o no antes de que hable nadie.
Pero claro, estáis leyendo un boletín que se llama “Four Freedoms”, que es precisamente una referencia al discurso de sobre el Estado de la Unión de Franklin Delano Roosevelt, el 6 de enero de 1941. Quizás los discursos no cambien el mundo, pero eso no quiere decir que no debamos prestarles atención.
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