En el verano de 1944, cuando tenía 15 años, Martin Luther King Jr. cogió un tren en Atlanta rumbo a Hartford, Connecticut. En esos días, el que sería el gran líder del movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos intentaba ahorrar dinero para ir a la universidad. Su viaje al norte era para ir a pasar el verano trabajando en una de las granjas de tabaco en Simsbury, al norte del estado.
Cuentan las crónicas de los totalmente imparciales historiadores locales que las dos estancias en Connecticut (volvió en 1947) causaron una honda impresión al joven MLK. En Nueva Inglaterra vio una sociedad libre de la opresión y el racismo de su Georgia natal, algo que le motivó para luchar en favor de los derechos civiles.
Esta semana las buenas gentes de Simsbury, Connecticut, han decidido honrar la memoria del gran líder de la lucha por el fin de la discriminación racial con un acto simbólico de gran calado. Siguiendo una campaña ciudadana que movilizó a los habitantes de este pintoresco y apacible pueblo, sus habitantes aprobaron en referéndum, por mayoría abrumadora, destinar dos millones y medio de dólares a comprar la granja de 268 acres y preservarla casi en su totalidad como parque y zona de cultivo, en un homenaje sentido al reverendo que cambió la historia del país.
Esta es la historia que cuentan en los medios, claro está. Es incluso posible que incluso se la crean. El problema es que esta historia es mentira.
Protegiendo la segregación racial
Simsbury, Connecticut, no es un pequeño pueblo rural y apacible lleno de granjas y amantes de la tolerancia racial. Es un suburbio increíblemente rico situado quince kilómetros al noreste de Hartford, con una renta familiar mediana de casi 120.000 dólares y unos ingresos medios per cápita de más de 60.000. Un 1% de sus habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza; el 95% de sus habitantes son blancos; un 1% negros. Gran parte de sus habitantes trabajan en la ciudad, en una de sus empresas de seguros. Como comparación, la renta mediana familiar en Hartford no llega a los 21.000 dólares, y sólo un 36% de sus habitantes son blancos.
Es cierto que MLK pasó dos veranos en Simsbury, y es incluso posible que le causaran una buena impresión. El pueblo está en un valle precioso, en una de las zonas más idílicas de un estado lleno de rincones encantadores; es un sitio estupendo para pasar un verano trabajando. La pasión de los habitantes de Simsbury por mantener viva la memoria de MLK, el hombre que luchó para poner fin a la segregación en los estados del sur, sin embargo, es fruto de su voluntad de mantenerla bien viva en su municipio.
Resulta que la granja de marras fue comprada hace dos décadas por una inmobiliaria con la intención de construir 300 viviendas. Hablamos de 300 casas en una parcela de 108 hectáreas (100 manzanas de Barcelona, básicamente), es decir, nada pequeño o barato. No obstante, el estado de Connecticut exige por ley que cualquier promoción nueva en municipios donde no hay viviendas asequibles incluyan un porcentaje de unidades a precios más razonables.
Y eso, en Simsbury, es poco menos que pedir construir un cementerio de residuos nucleares al aire libre, o algo peor.
Esto es Estados Unidos, así que como buenos patriotas las buenas gentes de Simsbury llevaron a la inmobiliaria a juicio, aduciendo la tradicional lista de motivos completamente espurios en estas pataletas legales: impacto ambiental de eliminar cultivos, todos esos coches y tráfico rodado, el carácter histórico del lugar, la posibilidad de que el proyecto viole una ordenanza municipal de 1873, el ruido de las obras, el impacto de construir cloacas, el impacto de todas esas fosas sépticas si deciden no construir cloacas, contaminación en los terrenos por el uso de fertilizantes, etcétera, etcétera, etcétera. A golpe de abogados, revisiones increíblemente lentas por parte de las autoridades municipales y troleo entusiasta de parte de todos los implicados, consiguieron paralizar el proyecto más de veinte años.
Los promotores, hartos de tanto abogado, finalmente se rindieron este pasado invierno, y aceptaron la oferta del ayuntamiento de vender los terrenos para “honrar la memoria de MLK”.
Honrarle manteniendo a todo aquel que se parezca a MLK tan lejos como sea posible, por supuesto.
Una tradición histórica
La historia de la dichosa granja de MLK en Simsbury, por cierto, no tiene nada de anecdótica. Los suburbios acomodados de Connecticut (y del resto de Estados Unidos) usan la excusa de la “preservación histórica” o tontadas similares una y otra vez cuando se encuentran con proyectos y propuestas parecidas, incluso a sabiendas de que si acaban en los tribunales van a perder el caso. En Westport, un suburbio aún más estúpidamente rico que Simsbury (renta mediana familiar de 193.000 dólares; precio mediano de una vivienda de 1,2 millones), tuvieron los santos redaños de declarar un solar vacío en el centro de la ciudad como “edificio histórico” con el único objetivo de bloquear la construcción de un edificio de viviendas. La saga de abogados, reuniones del pleno con ciudadanos indignados con que se quiera construir nada y racismo mal disimulado es tan larga como deprimente.
Mi historia favorita reciente, por su descaro y alegre desparpajo elitista, tuvo lugar en Orange, un suburbio menos opulento de New Haven, pero igual de excluyente. En este caso la propiedad en liza era aún más grande (287 acres) y el precio de compra fue aún mayor (ocho millones y medio), pero el uso actual era mucho menos romántico e histórico: Orange compró un campo de golf.
El golf como activo cultural
Expliqué la historia hace una temporada, pero merece ser repetida. Race Brook Country Club era un club privado de golf con 27 hoyos, un opulento restaurante, varios edificios e instalaciones de mantenimiento y dos casas para guardas y empleados. En Connecticut, como en el resto de los Estados Unidos, el número de jugadores de golf lleva años de capa caída (aunque tuvo un repunte el año pasado debido a la pandemia), así que Race Brook estaba sumido en graves problemas financieros. Sus propietarios, para salir del atolladero, sugirieron la posibilidad de vender parte de los terrenos a una promotora para construir (cielos santo) viviendas asequibles (el horror), cosa que provocó una reacción inmediata del consistorio hablando de la necesidad imperiosa de preservar este activo tremendo que es para el pueblo un campo de golf y todos esos maravillosos espacios abiertos asociados a este.
El plan es una de esas cosas que sólo ves en Estados Unidos. Orange compraría el campo de golf a los propietarios, y después les otorgaría su uso, en régimen de alquiler, a esos mismos propietarios durante los próximos cuarenta años. Es decir, se gastarían literalmente una millonada para comprar un campo de golf endeudado hasta las trancas y dejarlo en manos de quienes lo llevaron a la bancarrota.
Tras meses de debate, la propuesta fue llevada a referéndum. Un sesenta y nueve por ciento (69%. Sesenta y nueve) de los votantes de Orange votaron a favor de tan magnífico plan. Los líderes de la campaña del sí, por cierto, diciendo abiertamente que ellos lo que quieren es mantener al pueblo sin viviendas baratas, y que, si para hacerlo les tienen que subir los impuestos, se hace y punto. No les importó demasiado el precedente de Woodbridge, un suburbio vecino, que hizo lo mismo comprando un campo de golf el 2009, con resultados ruinosos, y ahora no saben qué hacer para quitárselo de encima (por supuesto, construir casas genera aullidos de rechazo).
Los campos de golf moribundos y las batallas urbanísticas asociadas se han convertido, de hecho, en un campo de batalla recurrente en todo el país.
¿Racista, yo?
Por supuesto, si a cualquiera de los implicados en una de estas historias le sugieres que estas medidas de “preservación histórica” son esencialmente racistas, ya que tienen como consecuencia más directa reforzar la segregación económica y racial del estado, reaccionarán ofendidos, indignados que insinúes que tienen cualquier motivación o prejuicio racial. Ellos votaron a Obama dos veces. Están honrando la memoria de MLK.
Connecticut (como tantos otros lugares de Estados Unidos) es ese lugar donde tienes racismo sin racistas, ya sabéis.
Bolas extra
Los demócratas (gracias a la autoridad del emperador Joe Manchin) se ven obligados a escoger qué quieren mantener en el paquete de inversiones de Biden. El NYT tiene un buen artículo con académicos hablando sobre qué medidas serían las más efectivas (el consenso: educación infantil). Políticamente, sin embargo, sospecho que bajas por enfermedad y maternidad serían más populares. Quizás hable de ello este fin de semana.
La inflación en Estados Unidos puede que sea un problema, pero es difícil saber hasta qué punto. La recuperación económica aquí ha sido mucho más rápida que en Europa (el paro está por debajo del 5%, el PIB por encima del 2019, y la economía creciendo) pero la prensa insiste en el pesimismo.
Una clave: los americanos están dejando puestos de trabajo para buscar otro mejor a un ritmo sin precedentes.
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