Estas últimas semanas han sido de locos. Aparte de las siempre excitante carrera presidencial, este martes se celebraron las primarias aquí en Connecticut para escoger los candidatos de ambos partidos en las elecciones estatales en noviembre. Así que antes de irme de vacaciones mañana (unos días por Barcelona con la familia; estaré de vuelta la última semana de agosto1), dejadme contaros unas cuantas batallitas sobre elecciones hiperlocales en un rincón perdido de Estados Unidos, porque tienen su miga.
Unas primarias incómodas
Os preguntaréis, por supuesto, por qué demonios este bendito estado decide celebrar unas elecciones de tercer o cuarto orden (siendo generoso) un martes de mediados de agosto. No es que pueda identificar a un culpable, pero como os podéis imaginar, a la mayoría de legisladores estatales no hay nada que les haga menos gracia que enfrentarse a una primarias. Tener que pelear por tu supervivencia política con un tipo al azar que cree que eres demasiado moderado (o demasiado radical) para representar a tu partido es siempre desagradable, al fin y al cabo, así que las normas poco a poco han evolucionado para reducir esa engorrosa posibilidad.
Las primarias en agosto cumplen con ese papel. Movilizar votantes este mes es complicado; la mayoría de primarias en la cámara de representantes este ciclo han tenido menos de 2.000 votantes en distritos con 23.000 residentes. Esto significa que las campañas son más de encontrar votos que de persuadir a nadie, y si hay algo que un legislador medio competente tiene es que conoce a mucha gente, así que partirá con bastante ventaja ante cualquier oponente. Si a eso le sumas que encontrar voluntarios y gente dispuesta a trabajar en campañas en verano es complicado y que los procesos para poder presentarte son bizantinos (requiriendo recoger cientos de firmas en apenas dos semanas, por ejemplo) acabas con muy pocas primarias.
Cosa que es una problema, porque gracias a las glorias del gerrymandering y la segregación económica y racial de Connecticut, hay muchos distritos electorales en los que las primarias son las únicas elecciones competitivas. Es habitual tener, en las generales, distritos en los que un partido podría presentar a la proverbial lechuga con dos pegatinas por ojos y ganar 70-30. El legislador que ocupará el escaño se escoge en estas elecciones en las que votan cuatro matados a mediados de agosto; lo de noviembre es una pantomima.
Batallitas
Así que, obviamente, en Working Families estamos muy metidos en primarias. Mucho. Este año lo estábamos para intentar defender legisladores de izquierdas a los que grupos pro-escuela concertada querían echar de su escaño2, y también, aprovechando un par de vacantes, para intentar colocar a legisladores progresistas cerrando la puerta a otros candidatos más moderados. En el primer grupo, hemos ganado dos y perdido una, en el segundo grupo… Bueno, es un poco más complicado.
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