Puntos de inflexión
Algunos hablan sobre el fin de la austeridad y la vuelta al gasto público en Estados Unidos. Yo no estoy tan seguro.
Pod Save America es uno de los podcasts más influyentes del centro izquierda en Estados Unidos. Jon Favreau, Jon Lovett, Dan Pfeiffer y Tommy Vietor, sus presentadores, son exmiembros de la administración Obama; Favreau es el autor de alguno de sus discursos más celebrados. Son la voz no-oficial, por decirlo de algún modo, de la generación de neoliberales optimistas (nótese que “neoliberal” en Estados Unidos no tiene la misma connotación que en España) que llegó al poder en el 2008; progresistas pero cautelosos, abiertos de miras, y un poco la voz del establishment del partido. Los cuatro son brillantes, bastante jóvenes (rondando los cuarenta, mi generación), y están hiperconectados con todo lo que pasa dentro del partido demócrata y aledaños.
Durante los últimos meses han hablado largo y tendido (y con bastante honestidad) de los errores que Obama cometió en el 2009, cuando tras alcanzar la presidencia en medio de una crisis descomunal y con enormes mayorías legislativas, decidió que era más importante acordar medidas con los republicanos que moverse deprisa. Aunque los logros de esos años son innegables (un estímulo fiscal, la reforma de la sanidad, regulación financiera), lo cierto es que el congreso no actuó con suficiente energía para sacar al país de la recesión, dejando la recuperación a medio gas. Eso, sumado a la decisión de que la ley de sanidad no entrara plenamente en vigor hasta el 2014 (¡!) dejó a los demócratas muy vulnerables en las legislativas del 2010, y se acabaron llevando una soberana paliza.
Corrigiendo los errores del pasado
El mensaje de Pod Save America, y el de muchos otros observadores demócratas estos días, ha sido sencillo: actuad a lo grande.
Los demócratas tienen una mayoría de gobierno minúscula, y si algo ha quedado claro durante los doce últimos años es que el partido republicano no tiene la más mínima intención de pactar nada. Si Susan Collins, Mitt Romney o algún senador medio moderado tiene ganas de negociar el estímulo fiscal y votar a favor de lo que propone Biden, adelante. Pero si se ponen tontos, quieren demasiadas concesiones y empiezan a negociar todo a la baja sin prometer nada a cambio, más les vale dejarse de historias y aprobar lo que sea.
Primero, porque lo importante en política son los resultados, no quién ha votado a favor de la ley. Si el estímulo fiscal funciona y hará la vida mejor de la gente, bueno, es a eso a lo que has venido en política, no a hacer feliz a Ben Sasse. Segundo, la inmensa mayoría de los votantes cuando hay negociación no ven consenso, sino desacuerdos y conflicto. Dado que el GOP lo que hará es trollear, más vale ahorrarse sus berrinches y ser decisivos; ser conciliador se parece demasiado a mostrar debilidad.
Joe Biden será muchas cosas, pero tiene más mili que casi cualquier persona en política; vivió todos los marrones del 2009 desde la vicepresidencia, y parece que llegó a la misma conclusión. Y por una vez y sin que sirva de precedente, los demócratas han adoptado una estrategia política y la han seguido casi a rajatabla. El estímulo fiscal ha sido redactado por los demócratas, negociado dentro del partido, y aprobado con votos demócratas. La propuesta inicial de Biden era de $1,9 billones de dólares. La ley que aprobó ayer la cámara de representantes contiene $1,9 billones de gasto.
Aprobando el estímulo fiscal
El proceso de aprobación de la ley tiene varios puntos fascinantes. El primero, el hecho de que Estados Unidos ha apretado el acelerador en política fiscal a un nivel casi inimaginable cualquier otro país de la OCDE; sumando todos los estímulos aprobados hasta ahora han invertido más de un 18% del PIB. Más o menos la mitad del dinero inyectado a la economía fue durante la administración Trump, aunque gran parte de la legislación fuera redactada por Nancy Pelosi y los demócratas.
El mensaje de Biden durante la campaña fue siempre que su objetivo era volver al pleno empleo lo antes posible, y ha diseñado el paquete recién aprobado con esto en mente.
El segundo punto de interés ha sido Joe Manchin, paladín de todo lo puro en este mundo y líder del mundo libre, y un político que todo el mundo fuera de West Virginia parece infravalorar. Como moderado oficial del partido y tipo que representa un lugar Trumpista hasta decir basta, Manchin tenía todos los incentivos del mundo para intentar extraer concesiones para mostrar su independencia en casa. Lo ha hecho, pero su aproximación ha sido muy constructiva.
Un ejemplo: el día en que el senado votaba enmiendas a ley, Manchin se plantó en las prestaciones de desempleo. El estímulo, en su versión inicial, incluía $400 a la semana adicionales para aquellos que estaban cobrando el paro hasta agosto. Manchin insistió en recortar esa partida a $300 semanales, y extenderlo un mes. La extensión es políticamente acertada ya que el congreso está de vacaciones en agosto, y si fuera necesario extender esos pagos sería complicado hacerlo. Lo que es brillante, sin embargo, es que Manchin usa el dinero “ahorrado” con este recorte no para cantar victoria y proclamarse centrista, sino que exigió que fuera usado para hacer que las pagas extras por desempleo de los estímulos fiscales del 2020 no tributaran en el impuesto sobre la renta. Alguien en la oficina de Manchin haciendo números se dio cuenta de que a muchos trabajadores que tras perder su empleo acabaron cobrando más del paro que de su anterior sueldo (lo dicho, es un estímulo enorme), les saldría la renta negativa este año, y sabiendo que esto sería impopular decidió arreglarlo.
Es decir, Manchin sabe que para ganar elecciones en West Virginia debe dar la imagen de alguien que quiere solucionar problemas y que no votará con los demócratas sin rechistar. También es consciente, no obstante, que el votante medio no tiene ni la más remota idea sobre los detalles de la legislación y que cuando se habla de billones de dólares todo el mundo pierde el sentido de la escala. Así que puestos a oponerse a algo y frenar la legislación unas cuantas horas, mejor hacerlo con algo substantivo y lógico que postureo vacío, porque total, nadie va a notar la diferencia.
La ley en sí
Lo más importante, en todo caso, es qué incluye la ley. No os voy a dar una lista detallada de $1,9 billones de dólares de gasto público (para haceros una idea de la escala, los PGE de España no llegan a medio billón), pero creo que esta gráfica da una buena imagen de las prioridades de esta ley. En azul, el porcentaje de gasto fiscal del estímulo de Biden por nivel de renta; en rojo, los recortes de impuestos de Trump del 2017 por nivel de renta:
No sé si veis una pequeña diferencia. Los hogares en la quintilla más baja van a ver sus ingresos aumentar un 20%; los de la segunda quintilla un 10%. Es un estímulo fiscal extraordinariamente concentrado en ayudar a aquellos que peor lo están pasando, que aprovecha además para dar cantidades considerables de dinero a la clase media, y poco a los que más tienen. Aparte de los subsidios de desempleo, el estímulo envía $1400 a esencialmente todo ser humano en Estados Unidos con una renta familiar de menos de $150.000 anuales, crea un pago de $300 mensuales por niño casi universal durante dos años, y aumenta muchísimo los subsidios para contratar seguro médico.
Aunque muchas de estas medidas son temporales, el volumen de dinero es tal que la OCDE calcula que el PIB de Estados Unidos estará por encima de los niveles pre- pandemia a finales de este mismo año:
Los demócratas quieren una recuperación rápida, quieren llegar a las legislativas del 2022 con la economía a todo tren y quieren que los votantes vean todo el poder del gobierno federal sacando a la economía del pozo en forma de cheques firmados por Biden de aquí a las elecciones. Y no sólo eso: mucha de las medidas más populares, como el pago para dependientes de $300, expiraran justo después, así que van a poder atizar a los republicanos con ello - o incluso intentar convencerles de que aprueben una extensión de esta medida, aprovechando que es, en muchos puntos, un calco de una idea de cierto republicano de Utah.
Quién sabe, quizás incluso funcione.
¿Un punto de inflexión?
Aquí es cuando me entran mis dudas. La gente de Pod Save America hablaban esta semana sobre el retorno de la era de “big government”. Ronald Reagan en los ochenta hizo a los americanos creer que el gobierno era el problema, y Bill Clinton le dio la razón en su discurso del estado de la unión en 1996. La cadena de estímulos fiscales, su extraordinaria popularidad en los sondeos, el consenso entre las élites de ambos partidos que el pleno empleo debe ser la prioridad de la política económica del país, y el hecho de que en una pandemia global todo el mundo ha mirado a sus gobiernos para buscar una salida representan un cambio de este paradigma.
Quizás sí, pero no acabo de verlo claro. Para empezar, dudo mucho que Biden tenga otras victorias legislativas de este calibre de aquí al 2022; aunque Joe Manchin ha insinuado que está dispuesto a “reformar” el filibusterismo, el senado sigue siendo un lugar donde casi todo requiere 60 votos, y Biden no los tiene. No sé hasta qué punto los americanos van a estar de humor para expandir la sanidad pública o gastar montones de dinero en infraestructuras una vez esté el país cerca del pleno empleo, y más aún cuando tarde o temprano alguien tendrá que subir impuestos para pagarlo.
Segundo, y me repito otra vez, los republicanos tienen ventajas estructurales en este sistema político, y seguramente pueden ganar las legislativas sacando 3-4 puntos menos que los demócratas a nivel nacional. Por muy buen resultado que saquen los demócratas, el partido del presidente casi siempre pierde terreno en las midterms, y los observadores y opinionólogos dirán eso de que Estados Unidos es un país de centro derecha otra vez.
Tercero, es muy, muy, muy prematuro hablar de puntos de inflexión cuando la pandemia aún está a medio terminar, el partido republicano está “renovándose” a su manera, y no tenemos ni idea sobre qué impacto tendrá todo este jaleo en la opinión pública a largo plazo. El GOP se ha borrado del debate estos días, obsesionados de forma casi inexplicable en un par de guerras culturales que sólo parecen importar a los adictos a Fox News, pero algún día en algún momento volverán a hablar de economía. Veremos entonces si hay o no debate.
Lo más destacable de toda esta historia, sin embargo, es que Joe Biden, el moderado centrista que la izquierda del partido demócrata detestaba, ha sacado adelante un plan de estímulo fiscal que podría haber firmado Bernie Sanders casi en su totalidad. Biden está hablando como un centrista, pero gobernando desde la izquierda.
Y sí, nos ha pillado a todos por sorpresa.
Bolas extra:
¿Os acordáis de esas llamadas por teléfono de Trump al secretario de estado de Georgia? Bueno, hay más. Y son bastante delictivas.
Algo también inesperado: los demócratas están defendiendo el estímulo fiscal abiertamente como un programa antipobreza.
Sobre el trolleo de Trump a su partido hablaremos otro día, pero es entre patético y demencial.
Un infográfico sensacional en el NYT sobre el impacto de la pandemia en la economía por grupos demográficos, nivel de renta, etc.
El 18 de marzo haré una presentación (en el trabajo) sobre por qué la sanidad americana no funciona. Será en castellano (es un experimento) y un poco tarde (23.30 hora España) pero estáis invitados. Sí, lo grabaremos. Pero en directo es más divertido.
¿Os gusta Four Freedoms? Por $6 al mes podéis apoyar estos boletines, y recibir contenidos adicionales de vez en cuando exclusivos para suscriptores.