Los candidatos a vicepresidente, con muy contadas excepciones, no aportan demasiado. Como comentaba el otro día, lo único que se le pide a un VP es no meterse en charcos, estar listo por si al presidente le da un yuyu, y romper empates en el senado de vez en cuando. En una campaña presidencial, aporta como mucho uno o dos puntitos en su estado de origen, con suerte, pero poco más.
Los periodistas, no obstante, adoran la elección del vicepresidente, la “primera gran decisión” de un candidato donde muestra “su verdadero temperamento” y “da un mensaje sobre cómo va a gobernar”. El casting de los VP es objeto de innumerables quinielas y discusiones entre expertos, a pesar de ser, salvo en muy contadas ocasiones1, un tema secundario.
La estrategia habitual de los candidatos a la presidencia, entonces, es no tomar grandes riesgos. Casi siempre escogen a alguien aburrido y competente, pero no brillante, que no meta la pata o dé vergüenza ajena. Por supuesto, ha habido algunas pifias sonadas; Spiro Agnew, el primer VP de Nixon, tuvo que dimitir por varios casos de corrupción; Thomas Eagleton tuvo que abandonar la candidatura de George McGovern después de que se hiciera público que había seguido tratamientos de electroshock para combatir su depresión2; la inefable Sarah Palin seguramente no sólo le costó a McCain un buen puñado de votos, sino que, como explico en cierto libro que os animo que compréis, fue una señal de la deriva nihilista del GOP. La mayoría de estos señores, sin embargo, no serán más que ilustres pies de página en unas décadas; dudo que nadie en Estados Unidos pueda identificar a Alben W. Barkley sin utilizar Wikipedia3.
Todo esto viene a decir que por mucho que me guste Tim Walz, en realidad su rol en la campaña e hipotética presidencia de Harris es relativamente limitado. Es incluso posible que su mayor momento de influencia histórica fuera hace dos semanas, cuando le dio al partido una figura la mar de simple y efectiva para definir al partido republicano (“weird”).
Pero claro, estas son unas elecciones presidenciales que quizás se acaben decidiendo por un puñado de votos en un suburbio de Green Bay, Wisconsin tras una discusión acalorada entre dos fans de los Packers borrachos tras ver un partido en Lambeau Field. Todo es importante, incluso una figura como el candidato a la vicepresidencia. Así que hablemos (brevemente) de Tim Walz, gobernador del estado de Minnesota, y el hombre que, con suerte, calentará banquillo ocho años durante la presidencia de Kamala Harris.
¿Quién es Tim Walz?
La idea platónica de señor normal genérico del Midwest, aparentemente. El buen hombre nació en un pueblo minúsculo de Nebraska (400 habitantes), trabajó como granjero, y se alistó en la Guardia Nacional a los 17 años para poder pagarse la universidad; fue reservista durante dos décadas, alcanzando el rango de sargento mayor4 en una unidad de artillería. Se sacó el título de geografía y fue profesor de secundaria durante veinte años largos. Según parece, era la clase de educador que sus alumnos adoraban, algo inmediamente obvio cuando le escuchas hablar en público. Para reforzar su pureza como especimen arquetípico del Midwest, también entrenó al equipo de fútbol americano de su instituto, llevándoles a ganar el campeonato estatal.
Allá por el 2004, según cuenta la leyenda, intentó llevar a un puñado de sus alumnos a ver un mitin de George W. Bush, pero les denegaron la entrada porque uno de ellos llevaba una pegatina de John Kerry en su cartera. Enfurroñado, se hizo voluntario de la campaña del candidato demócrata, tomó un par de cursillos sobre el tema, y el 2006 se presentó a unas elecciones al congreso en su distrito en una zona rural de Minnesota. Fue un año muy bueno para los demócratas, en pleno desastre en Irak, y ganó contra todo pronóstico.
Walz estuvo en la cámara de representantes doce años, siendo uno de los legisladores más moderados del partido. Aficionado a la caza y pesca, afable y trabajador, hizo amigos en la cámara, incluyendo a Nancy Pelosi. Fue uno de los votos decisivos en la aprobación de la ley de sanidad de Obama. En el 2018 decidió presentarse a gobernador en su estado. De nuevo, tuvo suerte; las midterm de Trump fueron desastrosas para el GOP, y ganó con facilidad. Fue reelegido el 2022.
El primer salto a la fama (relativo) de Walz fue durante este segundo mandato. Minnesota tenía por primera vez una trifecta (un partido controlando el ejecutivo y las dos cámaras legislativas), y lejos de intentar consolidar su posición, decidió utilizarla al máximo. Los demócratas tienen una mayoría de un solo escaño, pero Walz impulsó y aprobó reformas ambiciosas en vivienda, justicia y medio ambiente, aprobó una ley de bajas pagadas por maternidad y enfermedad5, y una celebrada ley de gratuidad de comedores estatales en todo el estado. Walz era alguien que habla y se comporta como un señor educado y tranquilo del Midwest, pero era capaz de legislar (y vender de forma efectiva) reformas progresistas.
¿Eso importa?
Todos estos logros, sin embargo, sólo han conseguido que Walz fuera conocido en círculos muy frikis fuera de Minnesota y el Midwest.
En un sondeo de hace unos días, un 71% de americanos no tenían ni idea quién era. Incluso con toda la cobertura mediática post-renuncia de Biden, alguien como Walz es el equivalente para el americano medio al presidente de la Baja Sajonia para un votante español6. Hoy, tras el anuncio de Harris, le he tenido que contar quién era a mi mujer, y la pobre vive con un chiflado que trabaja en esto.
Es decir: el porcentaje de votantes que esta mañana ha escuchado “el VP es Tim Walz” y ha cambiado su voto hacia Harris cabe en un taxi. O un autobús pequeñito.
Dado que estamos en unas elecciones tan ajustadas, sin embargo, una vez esté haciendo campaña y hablando en los medios Walz quizás tendrá influencia o cierto peso en estas elecciones. Así que merece algunos apuntes como candidato.
El normalismo como talento
Para empezar, me voy a referir a este excelente artículo de James Fallows (publicado antes de que fuera nombrado VP) en el que analiza con cierto detalle un discurso de Walz ante (no os lo perdáis) un congreso de geógrafos usuarios de GIS. No es un evento político en absoluto, y Walz simplemente está ahí explicando cómo su formación como geógrafo le ha influido en su filosofía de gobierno, además de explicar con una energía encomiable su enorme amor a los mapas.
No hace falta que veáis el discurso entero (aunque es sorpredentemente entretenido) para ver que Walz nunca ha dejado de ser un excelente profesor de secundaria, primero, y su tremendo talento para explicar su historia personal y cómo influye en quién es y qué quiere hacer. Es muy, muy, muy buen orador, y lo es sin hablar ni actuar nunca como un político; es familiar, cercano y alegremente friki. Está encantado de enseñar cosas.
Mi sensación es que este es el principal motivo detrás de la selección de Walz como candidato. Su gran rival para el puesto era Josh Shapiro, el gobernador de Pensilvania, un tipo increíblemente popular en un estado que Harris tiene que ganar sí o sí para alcanzar la presidencia. Shapiro es un orador excelente, la clase de político que es comparado con frecuencia (y toda justicia) con Barack Obama.
Este es el discurso que ha dado hoy en Filadelfia, en el mitin en que han presentado a Walz como VP7:
Es muy bueno, sin duda, y es un político de un estado clave, pero suena como un político. Uno brillante, sin duda, pero muy distinto a la afable cercanía de Walz, que parece la encarnación corporea del homo midwestus en su estado más puro.
Walz es un tipo genuinamente normal, la cosa más normal del mundo. La normalidad personificada. Y esto, en una campaña en el que tus dos oponentes son weird de veras y tu candidata es una mujer birracial de San Francisco, puede ser de gran ayuda. O una ayuda lo suficiente grande como para cambiar el voto a uno de esos borrachos de Lambeau Field.
Lealtades
A este carisma de persona común de provincias de Walz se le suma el pequeño detalle de que es alguien que gustaba a prácticamente todo el mundo dentro del partido. Al ala moderada, porque saben que Walz es en el fondo uno de ellos, un demócrata bastante genérico que en Minnesota ha aprobado a toda velocidad leyes que generan amplio consenso dentro de la formación. El ala izquierda, mientras tanto, ven en Walz alguien que quiere gobernar, no el típico moderado temeroso de aprobar nada. A ello se le suma una tremenda desconfianza por Shapiro (que está a la derecha de Walz) y Mark Kelly (que es moderado y aburridillo).
Los que más decepcionados están con Walz son los digamos optimizadores, el grupito de columnistas y expertos que quieren maximizar la probabilidad de victoria de Harris y que eran de la opinión de que la posibilidad de que Shapiro te diera un puntito extra en Pensilvania lo hacía una opción mejor. Mi sensación, completamente subjetiva, es que creo que Harris es la clase de candidata que suena como una política, y Shapiro se le parece demasiado, en forma y mensaje, para realmente sumar demasiado. Walz añade una segunda melodía a la campaña que puede serles muy útil, y les permite tener un mensaje más flexible. Es alguien que puede ir, por ejemplo, a radios locales a hablar de fútbol americano y sonar completamente natural, algo que Shapiro, con todas sus virtudes, no es capaz de replicar.
Un detalle importante también, y que no puede olvidarse, es que Harris tenía algunas dudas sobre Shapiro. Para empezar, estaba más cómoda con Walz, algo que no deja de ser importante cuando vas a tener que trabajar con el tipo toda la campaña y aguantarle cuatro años de presidencia. Más importante, sin embargo, era la idea, compartida por bastantes observadores, de que Shapiro es quizás demasiado ambicioso, la clase de político que estaría haciendo campaña pensando en el 2028 un poco más de la cuenta.
Y oye, no le culpo. Shapiro, en el 2028, tendrá 55 años y llevará seis años como gobernador. Es la edad perfecta para ser candidato a la presidencia. Estoy seguro que está maldiciendo que Biden se retirara, porque le han cerrado la ventana perfecta para intentar una candidatura viable. Harris esto lo sabe, y en una campaña tan corta no puede permitirse tener a alguien con esa clase de cálculos detrás.
Hay, finalmente, otro detalle importante. Uno de los principales valedores de Tim Walz estos días era Nancy Pelosi, que ha estado hablando en privado con todo aquel que quiera escucharla sobre lo bueno que es su ex-colega en la cámara de representantes.
No diré que Pelosi tenga poderes mágicos, pero en una batalla política, uno nunca debe estar en la trinchera opuesta a Pelosi. Nunca.
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