El discurso del estado de la unión es, desde siempre, uno de mis rituales favoritos de la política americana. La separación de poderes estricta de la constitución hace que el jefe del ejecutivo no se acerque al congreso demasiado a menudo. El SOTU (State of the Union, como es conocido cariñosamente) es la rara ocasión en la que el presidente, en su condición de líder y jefe de estado, habla ante las dos cámaras, así que tiene una ceremonia y pompa especial.
Los medios americanos tratan este discurso con respeto. El presidente habla en horario de máxima audiencia (o algo tan parecido a ello como es posible en un país tan grande, a las nueve de la noche en la costa este, seis de la tarde en California), y todas las cadenas generalistas lo retransmiten íntegramente, en directo y sin cortes. En un país con un ecosistema mediático tan fragmentando, es una rara oportunidad para que el único político que ha sido votado por el país entero pueda hablar directamente a todos los ciudadanos del país.
Un discurso complicado
Por lo que dice todo el mundo, es un discurso tremendamente desagradecido de escribir y recitar, porque tiene que hacer muchas cosas a la vez, a menudo contradictorias. Por un lado, es sobre el estado de la unión, así que el presidente tiene que desgranar todos sus logros legislativos y éxitos económicos. Si el país va mal, esto es obviamente complicado; si el país va bien, debe equilibrar el triunfalismo con la empatía del “queda mucho por hacer”. Por otro, el SOTU es también el lugar donde se espera que el presidente explique su agenda legislativa para los próximos meses. Es difícil hacer una exposición de esta clase sin acabar recitando una lista de la compra, con el problema añadido que esta agenda está siempre a merced del congreso, y muchas de las promesas acaban estrellándose en el senado o una cámara controlada por el partido contrario.
La estrategia más habitual de los sufridos escritores de discursos de la Casa Blanca suele ser buscar una narrativa, un hilo conductor, un tema que conecte todas las ideas del discurso. Hablar sobre “recuperar la grandeza de América”, o “cambio”, o “un nuevo amanecer”, o algún artefacto retórico parecido, e ir referenciando esos valores o esa metáfora en todo el texto. Casi nadie lo consigue, porque primero mantener una misma figura literaria durante una hora larga de discurso suele ser agotador, y segundo siempre se acaba intentando calzar a martillazos la dichosa metáfora en cosas que no cuadran en absoluto.
Marcando el tono
La estrategia de Biden ayer, desde el punto de vista retórico, fue distinta. En vez de buscar un tema como hilo conductor, Biden utilizó un tono, un estado de ánimo, como elemento unificador de su discurso. El andamio del discurso no era una idea, sino un sentimiento, una sensación.
Biden nunca ha sido un orador extraordinario como era Obama, capaz de construir y pronunciar auténticas piezas de orfebrería retóricas con la energía de un volcán. Tiene, sin embargo, un talento considerable para la conexión personal, la empatía, para sonar familiar y cercano. Muchos políticos, según avanzan en su carrera, pierden la capacidad de hablar como una persona normal, sin rodeos ni artificios. Biden, aunque lleva en política desde la era Nixon, suena como un terrícola medio coherente. Es más, la edad parece haberle quitado alguna de sus ínfulas retóricas de tiempos pasados. Creo que ha mejorado bastante.
Así que en el SOTU, Biden fue uncle Joe, un tipo familiar, que habla sobre problemas y soluciones con un lenguaje sencillo y claro. Cuando hay algo que cree que es importante, no lo describe con adjetivos floridos, sino que simplemente lo repite dos veces. Cuando sabe que lo que explica es una buena historia se recrea en ella, con el mismo gesto que un familiar cercano te cuenta alguna anécdota jugosa poniendo toda su energía en ello. Fue un discurso directo, diáfano, completamente dirigido y diseñado a medida de la persona que iba a pronunciarlo.
Y la verdad, creo que le funcionó muy bien.
Dos ayudas
Durante el discurso, hubo un par de cosas que ayudaron al presidente. Por una lado, tenemos al partido republicano, que se comportó con una hostilidad un tanto inusual para lo que es habitual en estas ocasiones. Biden hizo exactamente lo que debía; no ponerse nervioso, esbozar una sonrisa, y tomarse los gritos y abucheos a veces como una confirmación de algo que decía, o agradecer con sorna el desacuerdo. Ese era el tono que buscaba, cercanía, familiaridad, y le sirvió para reforzarlo.
El segundo punto, y más importante, es que el presidente tiene una lista de logros considerable de los que alardear, la economía va como un tiro y ha conseguido pactar con los republicanos un buen puñado de leyes, así que puede hablar bien sobre sí mismo. Dado que los republicanos controlan la cámara baja, además, puede permitirse el lujo de ofrecer una agenda legislativa compuesta íntegramente por temas que son populares, y echarle la culpa de todo lo que no suceda (que será casi todo) al partido de la oposición después.
La agenda de Biden, que conste, no es mala ni falta de ambición. Biden es muy bueno explicando propuestas progresistas al gran público, haciendo que suenen sensatas y comprensibles (mucho mejor que muchos progresistas…). Habló de cosas como bajas pagadas por enfermedad, salario mínimo, o competencia con cierta fluidez, e incluso explicó y defendió muchas cosas que defiende el ala izquierda demócrata sobre policía y seguridad ciudadana sonando como un centrista empedernido.
La mayoría de propuestas, por descontado, acabarán en nada hasta el 2025, porque en la segunda mitad del mandato y con una cámara en contra, legislar se legisla poco.
Tradiciones retóricas
Dos notas finales. La estrategia retórica de Biden no es nueva; el mayor talento político de Bill Clinton era precisamente esta clase discursos. También era más carismático que Biden y mejor orador “tradicional”, así que podía mezclar ambos tonos de forma admirable. Se suele olvidar lo bueno que era Clinton haciendo estas cosas, quizás porque Obama era aún mejor, aunque no pudiera hacer eso de “sonar natural” tan bien como su antecesor.
El “inventor”de esta clase de estrategia de comunicación, por supuesto, es alguien que es venerado en esta página, Franklin Delano Roosevelt. James Fallows lo explica aquí. El discurso originario donde recurre a este tono es justificadamente famoso:
La primera “charla al lado de la chimenea” de FDR sigue siendo, aún hoy, una explicación maravillosamente clara de cómo funciona un sistema bancario, y un ejemplo fabuloso de la retórica de lo familiar. Las dos palabras más importantes del discurso, como dice Fallows, son las dos primeras: “My friends”.
Para terminar, no voy a perder el tiempo con la réplica republicana al discurso de Biden, pronunciado por la gobernadora de Arkansas Sarah Huckabee Sanders. Este fragmento deja claro que el GOP vive en otro planeta:
Y eso está sacado de contexto, sí, pero basta para entender que quienquiera que haya escrito este discurso la odia secretamente.
Gracias como siempre, Roger. ¿Qué libro recomendarías para conocer a FDR y venerar le como le veneras?