Escribo estas líneas con la última hora del periodo de sesiones de Connecticut de fondo, con legisladores debatiendo cansinamente una ley sobre carreras de galgos.
Como en muchos otros estados del país, el legislativo es tiempo parcial, y los legisladores deben terminar su trabajo a medianoche del miércoles después del primer lunes de junio. Todo lo que no esté aprobado hoy se queda en el tintero; la ley debe empezar su tramitación desde cero el año que viene.
Ha sido un año extraño. No tanto como el año pasado, cuando el periodo de sesiones acabó siendo cancelado abruptamente por la pandemia y la asamblea general del estado no aprobó ninguna ley, pero también inusual. El capitolio ha estado cerrado al público todo el año; las audiencias, debates y comparecencias se han hecho todas por Zoom.
En un año normal, hoy casi todos los lobistas, voluntarios, spin doctors, activistas y demás gente del mundillo estaríamos en el capitolio, algunos con los últimos ruegos y preguntas, la mayoría esperando el fin de la sesión para irnos a tomar una cerveza y celebrar el fin de la temporada legislativa. Hoy estamos unos cuantos en Slack, aburridos, sin demasiada emoción.
No hemos tenido un año demasiado estelar en cuanto a leyes aprobadas. De forma inesperada, el presupuesto de Connecticut ha acabado en superávit, así que no ha habido la habitual batalla desesperada entre recortes o impuestos (el estado tiene la obligación constitucional de déficit cero cada año). La tremenda recesión del año pasado se ha convertido en un acelerón económico considerable, así que no ha habido tampoco la urgencia de implementar medidas sociales.
Aparte de una (modesta) expansión de Medicaid para niños sin papeles menores de ocho años y algunos cambios medio decentes sobre salud pública y política judicial, ha habido pocas medidas progresistas. Nada que ver con el 2019, donde sacamos adelante una paletada de legislación; este año nuestras dos leyes prioritarias (una public option para sanidad y una ley de horarios de trabajo) o bien se quedaron sin ser votadas en el pleno, o bien fueron votadas en el senado, pero no en la cámara baja.
El trabajo para sacar adelante legislación ha sido complicado. Lo habitual es que durante el periodo de sesiones los lobistas se pasen horas en el capitolio hablando con legisladores y sus ayudantes. En los últimos años (en los que no estoy registrado como lobista) también estaba a menudo en el edificio, hablando con periodistas, organizando eventos, y coordinando mi trabajo con otros colegas. Este año, sin embargo, en vez de reuniones cara a cara, fortuitas o no, hemos tenido un año de Zoom, SMS y llamadas de teléfono; encuentros virtuales, recogidas de firmas, y ruedas de prensa en internet. Hemos hecho lo que hemos podido, pero no es lo mismo; los legisladores pueden optar por no contestar llamadas o ignorar a sus colegas cuando intentan negociar una ley.
Esto no ha hecho la sesión menos estresante o llena de actividad, por supuesto. Pero sí un poco más frustrante.
Como es costumbre para todos los del mundillo, en los próximos días creo que todos vamos a irnos de vacaciones. En un año normal, pre-COVID, teníamos dos periodos punta; uno desde agosto hasta principios de noviembre, durante la campaña electoral (primarias y generales), y otro de enero a junio, el periodo de sesiones. El año pasado los intentos de Trump por invalidar las elecciones hicieron que noviembre y diciembre distaran mucho de ser tranquilos, así que llevamos desde julio sin parar. Aunque tuvimos suerte de poder escaparnos unos días a Vermont el verano pasado, llevo casi un año sin bajarme del tren.
Así que bueno, toca pausa.
Mañana será un día ocupado todavía (comunicados sobre el final del periodo de sesiones, preparar cosas para cuando estemos fuera, reuniones variadas), pero el viernes cogeremos el coche y nos vamos de nuevo a Vermont a pasar unos merecidos días de descanso. Estaremos alojados en unas cabañas en medio del bosque, literalmente en medio de ninguna parte (cerca de donde Robert Frost pasaba los veranos, para ser más preciso), en un lugar tranquilo, bucólico, apacible y con muy, muy, muy mala señal de móvil.
En la semana larga que estaremos ahí arriba, tengo la firme intención de no hacer nada, o más concretamente, dormir mucho, leer un poco, y pasear cuando nos apetezca. Las obligaciones y los problemas los dejaremos en Connecticut, al menos unos días.
Eso quiere decir que estaré una temporadita sin escribir en Four Freedoms ni preocuparme del mundo en general o de la política americana en particular. Espero volver por estos lares allá el 20 de junio.
Por favor, no rompáis nada durante mis vacaciones. Portaros bien - y hasta pronto.
Bolas extra
Algo para ver estos días - la adaptación al cine de “In the Heights”, el primer musical de Lin-Manuel Miranda antes de que hiciera Hamilton. Se estrena en Estados Unidos mañana, y tiene una pinta estupenda.
Trump ganó en 17 de los 18 estados con los porcentajes de vacunación más bajos de Estados Unidos. En un país donde es posible vacunarse sin cita en cualquier sitio desde hace dos meses, hay estados donde sólo un 44% de adultos han recibido al menos una dosis. Y esto puede ser un problema en otoño, o incluso antes.
El estado que más ha vacunado: Vermont, con un 83%.
La última polémica en las delirantes primarias a la alcaldía de Nueva York: es posible que uno de los favoritos, Eric Adams, no viva en la ciudad.
“The Road not Taken”
Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
And be one traveler, long I stood
And looked down one as far as I could
To where it bent in the undergrowth;Then took the other, as just as fair
And having perhaps the better claim,
Because it was grassy and wanted wear;
Though as for that the passing there
Had worn them really about the same,And both that morning equally lay
In leaves no step had trodden black.
Oh, I kept the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way,
I doubted if I should ever come back.I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I—
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.
Robert Frost.