Azucar, vino, y brebaje espumoso refrescante
El fascinante mundo de las regulaciones subóptimas en Estados Unidos
En los pasillos del Capitolio en Hartford, Connecticut, hay un puñado de grupos de interés que nadie quiere encontrarse al hablar de legislación. Son los culpables de algunas de las leyes y regulaciones más inexplicables del estado, y se distinguen por estar bien financiados, contratar lobistas caros y competentes, tener afiliados que responden de inmediato cuando les llaman, y son capaces de poner una presión tremenda contra cualquier legislador, por tozudo que sea.
El peor de todos ellos es, de muy lejos, la Connecticut Package Stores Association, el lobby de las tiendas de licores del estado.
Los guardianes de la borrachera
Las tiendas de licores en Connecticut son una criatura curiosa, nacida puramente de regulaciones. Los package stores (como se los conoce aún tras intentos de regular la venta de alcohol a finales del XIX) son establecimientos que operan bajo licencia y tienen el derecho exclusivo a vender bebidas alcohólicas embotelladas o envasadas (“packaged”) en el estado. Los supermercados únicamente pueden vender cerveza y algunas sidras; no hay ningún otro comercio donde se pueda comprar nada alcohólico. Incluso las fabricas de cerveza tienen algunas restricciones absurdas sobre qué pueden vender y cómo.
Cada año, la asociación de supermercados del estado (porque aquí todo el mundo tiene un lobby) intenta conseguir aprobar una ley que les deje vender algo de alcohol, lo que sea; el vino suele ser el primer objetivo. Cada año, la CPSA toca a rebato a sus fieles e inunda el capitolio de propietarios de tiendas de licores soliviantados que quieren hablar con su senador estatal y su representante para cantarles las cuarenta. Cada año, cuando la ley se somete a audiencia pública, traen literalmente cientos de personas a testificar en contra de la ley. Y cada año, sin excepción, aplastan la ley miserablemente, a menudo impidiendo incluso (como este año) que llegue a votarse en comité.
Lo fascinante de todo este asunto es que el poder de las CSPA no viene de donaciones de campaña ni nada semejante. Connecticut es uno de los pocos estados (junto con Arizona y Maine) con financiación casi completamente pública, y los candidatos tienen límites estrictos sobre cuánto dinero pueden gastar. No hay motivos de políticas públicas remotamente razonables tampoco; en el estado hay 1.250 tiendas de licor, así que las bebidas alcohólicas están disponibles en todas partes sin problema alguno.
Lo que sí son es unos pelmas absolutos, que hacen la vida imposible a cualquier legislador que ni siquiera se acerque a una propuestas que no les guste. Le llamarán todo el santo día, le llorarán sin cesar, y hablarán hasta el infinito de cómo ellos sólo tienen un pequeño negocio y que las malvadas multinacionales del supermercado provocarán su extinción. Así que siempre acabamos con estos tugurios con un monopolio protegido por el estado vendiendo el alcohol más caro y haciendo que tenga que parar dos veces cuando tengo que hacer la compra.
Sólo hay tres estados en los que las leyes sobre venta de alcohol sean tan estrictas como en Connecticut (los otros dos son Rhode Island y Nueva York), y cuatro que permiten vender vino en supermercados, pero no en otras tiendas de alimentación (Massachusetts, New Hampshire, Vermont, y Maine). Es decir, los siete estados de Nueva Inglaterra, y Nueva York, justo adyacente. Las tradiciones puritanas no acaban de morir nunca del todo.
Coca-Cola mejicana
Una de las cosas más extrañas que tengo que hacer cada fin de semana en el supermercado es comprar Coca-Cola importada de México - simplemente, porque sabe mejor.
Desde principios de los años ochenta, la Coca-Cola embotellada en Estados Unidos utiliza jarabe de maíz como edulcorante en vez de azúcar de caña. La historia detrás de este ingrediente es una herencia bizarra de la guerra fría. A principio de los setenta, Estados Unidos empezó a vender maíz a la Unión Soviética, provocando una subida pronunciada del su precio en el mercado abierto. Los agricultores respondieron plantando maíz como locos, aprovechando además copiosas subvenciones del gobierno federal. Hacia el final de la década, sin embargo, todo el mundo estaba plantando maíz como locos, provocando una caída demencial del precio. Con millones de toneladas de grano saliéndoles por las orejas, Archer Daniels Midland tuvo la idea de procesar ese exceso de maíz para fabricar etanol, por un lado, y el jarabe de maíz para revenderlo a la industria alimentaria.
El pequeño problema al que se enfrentaba la empresa es que el precio del azúcar también había caído en picado a mediados de los setenta, al eliminar Estados Unidos las barreras a su importación. La solución de Archer Daniels Midland (y su fundador, el tipo que financió el robo de documentos en el Watergate) fue montar un lobby en el congreso a favor de imponer cuotas de importación para “proteger a los productores de caña de azúcar de Florida”. Ronald Reagan firmó la ley en 1981, y el precio del azúcar dentro de Estados Unidos pasó a duplicar el de los mercados internacionales a los pocos meses. Coca-Cola empezó a utilizar jarabe de maíz, y la industria alimentaria del país les siguió poco después.
Esto hace que la bebida más americana del mundo tenga peor sabor dentro de Estados Unidos que fuera del país. La Coca-Cola en México sabe mejor que en Estados Unidos, porque usa azúcar de verdad, no esta mierda artificial de maíz con sabor a caramelo. La diferencia es inmediatamente apreciable (creedme, no es placebo); es fascinante que la empresa esté vendiendo un producto objetivamente peor.
Lo más delirante, por supuesto, es que todo esto es fruto únicamente de maniobras legislativas exitosas de un empresario del maíz de hace cuarenta años, porque las cuotas de importación de azúcar siguen en vigor. Faltaría.
Bolas extra
Sí, es probable que detengan a Trump esta semana. Ya hablaré sobre las consecuencias políticas cuando suceda.
Para otro día, porque todos los coches en Estados Unidos son SUV. Es (sorpresa) en parte por culpa de otra absurda pifia regulatoria.
La reforma de Penn Station (que no verán mis bisnietos)
Pues al ritmo que vamos, todos los coches en Europa acabarán siendo SUVs también. Y sospecho que la regulación medioambiental también tiene buena parte de culpa. Es horroroso cómo estamos produciendo cacharros que pesan el 50% o incluso el doble más que los coches normales de los 80 y los 90, que además son mucho más caros, y encima algunos de ellos con etiqueta ambiental y todo. Derrota completamente el propósito del ahorro energético. Si me dieran el BOE me iba a quedar a gusto...
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Vivo en Nueva Orleans, y aquí venden todo tipo de alcohol en todas partes, incluidos los supermercados.