He perdido la cuenta de los escándalos que acumula Facebook. Cada pocos días aparece una noticia nueva sobre la última catástrofe de la compañía, sea por violaciones de privacidad masivas, alegres tratos de favor a influencers de extrema derecha o porque simplemente todo el chiringuito se ha caído fruto de alguna pifia incomprensible de algún becario.
La compañía, que hace unos años era vista como uno de los milagros de la revolución digital, un coloso que todo el mundo quería emular y copiar, es ahora vista como uno de los grandes malvados de internet. El congreso de los Estados Unidos está interrogando a sus directivos, con políticos de ambos partidos indignados ante su cinismo e incompetencia.
Toda esta indignación, sin embargo, siempre se quedaba contrapuesta a su enorme, colosal éxito como máquina de vender publicidad, que es en el fondo su modelo de negocio. Facebook está valorada en 928.000 millones de dólares, la sexta empresa más cara del mundo; el año pasado tuvo 29.000 millones de beneficios. El motor de su éxito sigue siendo que todo el mundo está en Facebook; la página tiene 1.800 millones de usuarios cada día (2.600 millones si contamos el resto de los negocios, como Instagram y Whatsapp) que garantizan que si quieres vender algo, cualquier cosa, el chiringuito de Mark Zuckerberg es el mejor sitio donde anunciarse.
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