El muro de las vacunaciones
En Estados Unidos, si quieres vacunarte, puedes hacerlo. El problema es que hay gente que no quiere.
Cuando la CDC anunció hace dos semanas una pausa en el uso de la vacuna producida por Johnson & Johnson, hubo muchas voces críticas, tanto de observadores más o menos informados como de expertos, diciendo que quizás no era una buena idea.
Para empezar, el número de personas que habían sufrido reacciones adversas era minúsculo, por encima de un caso en cada millón. Incluso teniendo en cuenta la posibilidad de que la incidencia fuera mayor en un grupo específico (mujeres menores de 50 años), la probabilidad de sufrir una reacción adversa peligrosa seguía siendo comparable o inferior a la de muchos medicamentos disponibles en cualquier farmacia.
El problema más importante, sin embargo, no era uno de posibles infecciones y fallecimientos por COVID por falta de acceso a la vacuna; Estados Unidos, al fin y al cabo, casi está nadando en dosis de Moderna y Pfizer. Lo que temían los expertos es que la pausa fuera vista por aquellos que no estaban del todo convencidos de querer vacunarse como una señal más de que las vacunas no eran de fiar, y como consecuencia veríamos una ralentización significativa en el número de inmunizaciones.
Si miramos los datos, parece que estas voces pesimistas quizás tenían razón:
Estados Unidos llevaba semanas vacunando como posesos. Tras el anuncio de la CDC, el número de total de inyecciones de J&J obviamente se frena en seco, pero las vacunas de mRNA, increíblemente efectivas y seguras, también empiezan a caer casi de inmediato. Y no es una cuestión de suministro. Ahora mismo, en casi cualquier lugar del país, es posible recibir inmunizaciones sin cita previa, de forma completamente gratuita. Estados Unidos puede vacunar a todo aquel que lo desee, pero muchos americanos han decidido no recibir el pinchazo.
¿Qué está sucediendo?
Los sondeos, en este caso, son muy consistentes. Alrededor de una cuarta parte de los americanos dice que probablemente o con toda seguridad no van a vacunarse. La composición política y geográfica de este grupo es, además, muy, muy clara. Son, ante todo, votantes republicanos:
El porcentaje de votantes con reticencias, además, es mayor en los lugares donde Trump ganó por mayor margen el año pasado, y la correlación se mantiene a nivel de condado:
Cuando empezó la campaña de vacunación en diciembre, muchos observadores advirtieron de que podíamos esperar diferencias en vacunación según raza, hablando de la tradicional (y justificada) desconfianza de muchos afroamericanos hacia el sistema médico del país. No ha sucedido; las diferencias son estrictamente partidistas, no raciales (nótese que la población latina es más joven de media, empujando sus “noes” hacia arriba):
Viendo estas cifras, uno no puede más que primero clamar al cielo por la estupidez colectiva de un nutrido grupo de cretinos que viven en este país, y segundo empezar a buscar las causas detrás de esta divergencia.
Los orígenes de la reticencia
Tradicionalmente, el sentimiento antivacunas en Estados Unidos era cosa de dos grupúsculos más o menos diferenciados. Por un lado, una facción pequeña pero vocal de progres / hippies trasnochados que o querían todo natural o no se fiaban de las farmacéuticas. Este era el motivo por el que lugares como Google o Linkedin han sufrido mini- epidemias de sarampión en tiempos recientes, o como Disneylandia tiene brotes similares de vez en cuando. Por otro lado, tenías una variedad de colectivos religiosos, casi todos pequeños, que insistían en no ser inmunizados.
Ambas minorías eran pequeñas, pero crecientes, hasta el punto de que las autoridades de salud pública en muchos estados estaban empezando a pedir medidas drásticas para revertir el número creciente de niños sin vacunar. Esta misma semana, sin ir más lejos, Connecticut aprobó abolir una exención que permitía a los padres matricular a sus hijos en colegios públicos sin vacunar alegando motivos religiosos, con manifestaciones multitudinarias a las puertas del capitolio incluidas. Como marca la tradición, varios grupos de padres soliviantados ya han llevado la ley a los tribunales.
Lo que vemos en los sondeos arriba, sin embargo, no son grupitos de chiflados que sólo comen lechuga orgánica o aceptan curas recogidas en la biblia. Son un montonazo de gente. Y el motivo, para variar, es la dichosa palabra que empieza por “p”.
Politizando el final de la pandemia
Las vacunas se han politizado. Durante todo el año pasado, un sector importante del partido republicano, encabezado por el presidente, se dedicó a dudar sobre la severidad de la pandemia y a minimizar sus riesgos y consecuencias. El jefe del ejecutivo, de forma completamente inexplicable en cualquier planeta normal, dedicó gran parte de su tiempo no ya a contradecir sino a pelearse abiertamente con sus propios expertos en salud pública. Y eso era en los días buenos en los que no recomendaba beber lejía para combatir el virus en una rueda de prensa televisada.
Aunque fue la administración Trump la que impulsó el desarrollo de las vacunas, el presidente saliente se ha negado repetidamente a hacer campaña en favor de la inmunización. Trump incluso llegó a vacunarse en secreto antes de salir de la Casa Blanca, y no ha hecho ninguna aparición pública este año centrada en promover lo que fue sin duda el mayor logro de su mandato. Muchos dentro de su propio partido han expresado abiertamente su escepticismo a ser vacunados - y no sólo los flipados de siempre estilo Marjorie Taylor-Greene, sino senadores que deberían ser medio sensatos. Si os preguntáis por qué el discurso de Biden ante el congreso esta semana (habrá artículo sobre ello en algún momento, si tengo tiempo) fue ante una cámara de representantes medio vacía, es porque una cuarta parte de legisladores han rechazado ser vacunados.
El problema añadido, además, es la constelación mediática conservadora. Las redes sociales están plagadas de informaciones falsas y conspiraciones contra la vacuna; Fox News está también haciendo el trabajo de siempre intoxicando a su audiencia; y cretinos como Joe Rogan y otros podcasters conservadores se han echado al monte con ello.
El resultado es historias como esta, en un artículo maravilloso en el NYT:
Mr. Cross, who is also a volunteer fire chief for Cocke County, is a tall, lanky east Tennessean with a blue-eyed focus and a warm mountain drawl (…). Before going to the doctor, many people phone Mr. Cross. Or after the doctor’s medicines don’t seem to be working.
Although his father died of Covid, Mr. Cross won’t get the vaccine. “We jumped into bed with the vaccine too fast!” he said. While he won’t tell people to get it or not, he says pointedly, “Do your due diligence.”(…)
So charged have the Covid shots become that many people have adopted a resigned silence. A vaccinated 20-something barista has given up trying to persuade her not-now, not-ever father. A retired postal worker just lets her doctor assume she’s gotten the shots, because he is a family friend. But she hasn’t — and won’t.
De momento, las autoridades están haciendo lo que pueden, intentando convencer a líderes respetados en la comunidad (pastores evangélicos, alcaldes, pequeños negocios) para poco a poco cambiar la opinión de los que dudan. Una cuarta parte del país quizás no parezca demasiado, pero en muchas zonas rurales podemos encontrarnos con poblaciones con un 50% de gente sin vacunar, una quinta ola de COVID, y un virus mutando para evitar la inmunidad de las vacunas.
Si Trump fuera un hombre medio decente estaría dando vueltas por todo el país como un poseso animando a la gente a vacunarse. Lo que tenemos, en cambio, es el sector trumpista del partido republicano poco menos que intentando matar a sus propios votantes.
Bolas extra:
Matt Gaetz, uno de los congresistas más pelotas con Trump, no sólo es posible que fuera un pedófilo, sino que, además, fue lo suficiente estúpido como para tener a cómplices poniendo todo por escrito - y enviándoselo por correo a Roger Stone.
Algo que me pone de los nervios: ¿por qué las señales de tráfico en las autopistas americanas utilizan dos tipografías distintas?
Disney consigue convencer a los legisladores en Florida que una ley para regular contenidos en redes sociales no afecte a empresas propietarias de parques temáticos. Como lobista, estoy francamente impresionado.
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Me muero de la risa con lo de las tipografías en la autopista. No me había fijado.