La ficción de los partidos americanos
Etiquetas, no organizaciones - pero más disciplinados de lo que uno espera
Cuando se habla de política americana, lo primero que debéis hacer es sacaros de la cabeza todo lo que sabéis sobre los partidos políticos europeos. Es cierto que hay dos organizaciones, por llamarlas de algún modo, que llamamos “partidos”, con sus logos, banderitas, simbolitos y tal, que compiten en elecciones. Si los miras de cerca, sin embargo, no son instituciones comparables a sus parientes del viejo continente.
Primero, los partidos políticos americanos no tienen militantes. Cuando uno se registra para votar en su estado, debe decidir si lo hace como republicano, demócrata, independiente (no afiliado) o como miembro de algún otro partido minoritario. El registro no implica tener que pagar cuotas o nada por el estilo; en la mayoría de los estados, lo único que hace es darte derecho a votar en las primarias del partido del que eres afiliado. La proporción entre votantes registrados de cada partido varía de un estado a otro; en general los independientes son mayoría, en parte porque poca gente tiene interés en participar en primarias, en parte por que suena bien, en parte porque así recibes menos publicidad electoral.
El partido en sí no tiene poder real, más allá de ser un instrumento legal para agrupar candidatos y recaudar fondos electorales. Su estructura institucional es muy pequeña, ya que son los candidatos los que llevan la voz cantante. Para haceros una idea, el partido demócrata en Connecticut, un estado de tres millones y medio de habitantes, tiene exactamente siete empleados, y una “ejecutiva” (que no tiene realmente poder) con seis miembros.
Si a alguien le apetece ser el candidato demócrata a un cargo como senador estatal, lo único que tiene hacer es recoger firmas del 25% de votantes demócratas en el distrito para ser incluido en la papeleta. Esto es algo que se puede hacer a poco que inviertas un poco de tiempo y dinero reclutando voluntarios; las listas de votantes son públicas. El partido como mucho puede apoyar a alguien en la convención, algo que sólo le ahorra recoger firmas, pero no le evitará las primarias.
En la práctica, eso hace que los candidatos a legislador estatal en Connecticut sean poco menos que emprendedores políticos independientes. Cada candidato debe montarse su equipo de campaña (hablé de cómo son aquí) de 3-5 personas, contratar diseñadores para logos y pancartas, y recaudar dinero para pagarlo todo. En Connecticut, por fortuna, hay financiación pública que cubre gran parte de los gastos en elecciones estatales (no en municipales), pero en el resto del país, es un sálvese quien pueda. El único instrumento de control (relativo) que tiene el partido a nivel estatal es que también puede recaudar fondos y cederlos a candidatos prometedores.
En la práctica, incluso ese poder es limitado, ya que los candidatos intentan depender de sí mismos tanto como sea posible. Es más, lo que hacen a menudo, especialmente aquellos con redes de donantes amplias y capacidad de acumular pequeñas fortunas de campaña, es donar dinero a otros candidatos que lo necesitan más que ellos, pero evitando que pase por el partido.
Esto provoca que cuando un legislador llega al capitolio en Hartford por primera vez realmente le debe bien poco al partido. La campaña se la ha montado él solito; los demócratas como mucho le han ayudado a tener acceso a listas de votantes y puesto en contacto con donantes, pero poco más. Quizás le deben algún favor a un legislador que les ha echado una mano o algún grupo externo como Working Families, donde trabajo (y sí, en otro boletín explicaré cómo funcionamos), pero nadie les ha nombrado; son agentes casi independientes, agrupados bajo una misma marca.
Este modelo semi-anárquico de organización política se ve replicado a todos los niveles de la política americana, sólo cambiando la escala y ambición de las campañas. Las barreras a la entrada para montar una campaña a congresista, senador o gobernador de un estado son obviamente más altas, pero distan mucho de ser muros infranqueables para cualquier político entusiasta. Para un candidato adinerado, lo de montar un equipo de campaña y recoger firmas es sencillo; simplemente cuesta dinero. Para el resto, normalmente es cuestión de llevar unos cuantos años en política y tener una red de contactos y donantes lo suficiente grande para poder dar ese paso, o tener suficientes amigos dentro del partido (¿os acordáis eso de donar a otros candidatos?) y suficiente peso político como para conseguir que te apoyen suficientes compañeros en la convención.
Aun así, una vez empieza la campaña el candidato es de nuevo un ente casi completamente autónomo. En elecciones federales es más probable que reciba dinero de organizaciones fuera de la campaña, especialmente si es una de esas carreras que ha atraído atención nacional, pero compite con su equipo, su programa y sus recursos, no los de una organización burocrática que le ha designado y colocado en listas.
Esto es así incluso en unas elecciones presidenciales. Como contaba hace una temporada hablando de las primarias de New Hampshire, cada uno de los candidatos a la presidencia tiene que montar poco menos que un partido político para un país del tamaño de un continente de la nada, convencer a cientos de miles de personas que le den dinero para pagarlo, todo mientras compite con una docena de chiflados igual de ambiciosos que él.
Flotando alrededor de estos empresarios políticos habita una auténtica constelación de organizaciones políticas más o menos transparentes destinadas a “ayudar" al candidato durante la campaña. En unas elecciones federales tenemos la DNC y RNC, los dos partidos “nacionales”, que son un cascarón casi tan vacío como su equivalente estatal, pero que al menos tienen mucho dinero. La legislación electoral federal impone límites a los donativos que un particular puede hacer a una campaña, pero esos límites son mucho más generosos cuando el dinero va al partido o a uno de sus comités asociados.
Para aquellos que quieren donar aún más, siempre están los Political Action Committees (PAC), o comités de acción política, que son organizaciones externas a campañas y partidos que pueden comprar publicidad y gastar dinero en favor de un candidato. Las PAC, sin embargo, aún tienen ciertos límites, así que existe la figura legal de las ONG tipo 501c4, que permiten recaudar dinero sin hacer público quienes son los donantes (“dark money”) y pasarlo a PACs sin restricciones. Y podríamos seguir un par de horas listando todas las perrerías extrañas que uno puede hacer para financiar campañas federales en Estados Unidos cuando ya has donado tanto como era legalmente posible a un partido y candidato, pero lo dejaremos para otro día. Es complicado.
Lo que debe quedar como lección central de todo este asunto, sin embargo, es que el partido demócrata y el partido republicano no existen como lo entenderíamos en Europa, al menos en el lado electoral. Los candidatos compiten primero por presentarse bajo una u otra etiqueta, pero no trabajan para el partido; cada uno es dueño de su destino.
Estos vínculos débiles sugieren que los políticos, una vez llegan al congreso, van a ser bien poco disciplinados, y que cada legislador va a ir un poco por libre, sin ponerse de acuerdo en casi nada. En realidad, los partidos políticos en Estados Unidos son relativamente disciplinados y homogéneos, y el nivel de disciplina ha aumentado, no disminuido, en tiempos recientes.
Pero sobre cómo esta banda de piratas electorales se convierte en un regimiento de parlamentarios disciplinados bajo la férrea disciplina de Mitch McConnell y Nancy Pelosi hablaremos otro día.
Bolas extra:
Un artículo académico al que llevo dándole vueltas todo el día. En un experimento se le pide a un grupo de voluntarios que estén sentados durante un cuarto de hora pensando, o bien que se autoinflijan descargas eléctricas. Dos tercios de los hombres y una cuarta parte de las mujeres escogieron electrocutarse.
¿Tiene eso que ver con el porcentaje de gente que ha votado a Trump en las elecciones americanas? No, por supuesto. Creo.
Trump ha despedido al responsable de seguridad informática del departamento de seguridad nacional. Su “crimen” fue declarar que estas fueron las elecciones más seguras de la historia de Estados Unidos, algo con lo que Trump no está de acuerdo. Trump fue quien nombró a este hombre a ese cargo, por cierto.
Trump sigue perdiendo casos en los tribunales, uno detrás de otro, no ha dado ni un sólo ejemplo de fraude electoral, y vive consumido por conspiraciones, sin admitir que ha perdido. O sea, que todo sigue igual, aunque el partido republicano parece estar empezando a ver que esto es un problema. Menos el pagafantas de Lindsay Graham y el idiota de Giuliani, claro está.
Trump nominó a Judy Shelton, una persona completamente enloquecida que aún defiende el patrón oro, para un puesto en la reserva federal. El senado la ha rechazado hoy. Trump lleva dos años intentando rellenar dos vacantes en el banco central, pero no hace más que nominar patanes que le rechaza su propio partido, a pesar de tener mayoría en el senado. Es maravilloso.
Lo curioso es que el presidente de la Fed, Jerome Powell, también nombrado por Trump, ha resultado ser muy competente, así que no sé de dónde vienen estas pifias.
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Martha Marx, por cierto, la candidata de la que hablaba en uno de esos artículos, perdió por dos puntos y apenas un millar de votos el tres de noviembre.
Foto: Joe Haupt
Disfruto todos tus artículos, Roger; pero para mí los de este corte explicativo, y de asuntos menos hablados, son los que llevan a "Four Freedoms" a otro nivel. Nos permites entender mucho mejor cómo funciona la política americana, con este "detrás de cámaras" que no se aprecia fácilmente. Ojalá haya más artículos así en el futuro, especialmente sobre Working Families y lo que comentas de cómo se displicina a los parlamentarios en el Congreso.
Por cierto, una pena lo de Martha Marx, es una noticia que me ha entristecido después de leer el artículo que le dedicaste y escuchar el evento junto a Matt Lesser (¿alguna noticia de cómo le fue a él?).