La izquierda americana después de Bernie (I)
Capítulo I: cómo la mala interpretación de los resultados del 2016 condenó a Bernie el 2020.
Para la izquierda americana (o para ser más preciso, el sector de la izquierda que opera dentro del partido demócrata) la derrota de Bernie Sanders en las primarias del 2016 fue vista como un prólogo. Un candidato populista, insurgente, sin apoyo alguno del aparato, a base de donaciones pequeñas, un mensaje de cambio y el trabajo de miles de voluntarios por la causa se quedó a un paso de ganar la nominación presidencial. El establishment del partido hizo todo lo posible (incluso trampas, para los más conspiranoicos) para que ganara Clinton. Su derrota en las generales (tras la huida de los votantes blancos sin educación hacia Trump, los mismos votantes que no consiguió ganar en las primarias) era la confirmación de que los demócratas habían cometido un error histórico.
Bernie podría haber ganado. El 2020, era la hora de Sanders.
El detalle que se olvidaba a menudo es que Bernie Sanders consiguió un 43% del voto en las primarias demócratas del 2016, a doce puntos de Clinton. El resultado parecía ajustado porque Bernie, merced de su ejército de activistas y voluntarios altamente motivados, ganó de forma consistente en los estados donde se celebraron caucus, aprovechando la baja participación. El partido estaba detrás de Clinton, y las primarias nunca estuvieron realmente a su alcance ese año. Si Sanders quería competir el 2020, necesitaba un plan de ataque nuevo.
El patrón demográfico de los votantes de Clinton y Sanders el 2016 fue bastante estable. Hillary barrió entre votantes de color y sacó mayorías confortables entre votantes con educación alta. Sanders ganaba entre los votantes jóvenes y votantes blancos sin educación universitaria. Sanders centró toda su campaña en hablar de clase social y desigualdades, sin meterse demasiado en temas de discriminación racial o género. La intuición de Bernie y sus estrategas es que para ganar el 2020 debían primero hablar de racismo, género, identidades, inmigración y otros temas digamos postmodernos para ganarse la confianza de los votantes de color y recuperar terreno entre universitarios.
No funcionó.
Las primarias han terminado, y Bernie ha sacado un 29% del voto, a 18 puntos de Joe Biden, el ganador indiscutible este ciclo.
El votante de Bernie Sanders del 2020 resultó ser votantes varones jóvenes, latinos, ligeramente más educados que la media, y aquellos que se definen como “muy liberales” (muy progresistas). Es decir, el voto “blue collar” arquetípico que Clinton “no podía ganar” se fue a Biden. Bernie se quedó con el ala gafapasta del partido y los verdaderos creyentes en la causa, pero no más allá. Aquellos que sospechábamos que grante parte del voto a Sanders el 2016 era más anti-Clinton que pro-revolución (y cof sexista cof) estábamos en lo correcto. El partido demócrata no se había movido a la izquierda el 2016, sino que se había rebelado contra los Clinton.
Los estrategas de Sanders, ya en verano, eran conscientes que el giro hacia el anti-racismo y temas culturales de Bernie no acababa de funcionar. Fue entonces cuando apostaron por una estrategia de consolidar a la base del partido (ese 30% pertinaz que siempre podían contar) y confiar que los moderados se sabotearan entre ellos. Si Bernie llegaba al supermartes con ese porcentaje del voto y un pequeño pelotón de moderados dividían el voto, la cuenta de delegados podía hacerles imparables hasta la convención.
El problema, claro está, es que los moderados no eran idiotas, y una vez Warren asesinó salvajemente a Bloomberg en un par de debates, el resto cerraron filas detrás de Biden, que barrió en el resto de los estados.
La izquierda demócrata tuvo en el 2016 una dulce derrota, con el schadenfreude adicional de ver a Clinton estrellarse en noviembre. La del 2020, sin embargo, ha sido una derrota amarga, y las recriminaciones están a la orden del día. Algunos culpan a Warren de la derrota de Sanders, aunque el 9% de apoyos que acabó recabando no bastaban para ganar las primarias. Otros culpan al establishment, que conspiró nuevamente contra Bernie. No importa que la estrategia de Sanders fuera apostar porque los moderados fueran tontos, claro.
El debate más interesante, creo, es entre los puristas ideológicos y los realistas.
Bernie había sido siempre un político en el ala izquierda del partido en temas de desigualdad económica, gasto público, y regulación del sector privado, pero era bastante moderado en el resto. Había sido muy tibio toda su carrera en control de armas de fuego, y nunca fue de hablar de racismo sistémico, derechos de los homosexuales o temas culturales variados. En cuestiones de inmigración era incluso bastante conservador.
Post-2016, sin embargo, la izquierda americana esencialmente “se enganchó” a Sanders por completo. No importaba que Bernie hubiera sido un moderado durante toda su carrera sobre un tema determinado, si eras del sector progresista en cualquier materia ibas a apoyar a Bernie primero y hacer preguntas después. Sanders, del 2016 al 2020, cambió mucho en muchos temas, siempre moviéndose hacia la izquierda, a menudo más allá de donde había estado Clinton.
Los ideólogos del sanderismo (después de negarte de que Bernie haya cambiado nunca de opinión en nada) hablan de estos cambios como una consolidación de la izquierda con una agenda y programa coherente y decidido. Los realistas dicen en cambio que la campaña de Sanders acabó convirtiéndose en una prueba de pureza continua sobre lo que era ser de izquierdas, con un vociferante coro de internet asociado dispuesto a lapidar cualquier disidente. Lejos de ampliar la base para intentar pasar del 40 al 50% del voto, la verdadera izquierda se las arregló para asustar al 12-13% de votantes que veían a Bernie con buenos ojos y detestaban a Clinton, pero resulta que no estaban dispuestos a comprar la totalidad del programa de la izquierda.
Mi intuición (sobra decirlo) es que los realistas tienen razón. Primero, porque no importa lo anti racista que digas ser, eso no basta para atraer el votante negro en las primarias. Latinos y afroamericanos son ideológicamente más moderados que el votante blanco con estudios universitarios que abunda por Twitter y que tanto adoraba a Bernie. Al ofrecer un paquete sin compromisos donde todas las posturas eran uniformemente radicales sin triangulación o concesión alguna, Sanders empequeñeció su coalición. En vez de ampliar sus bases, acabo por dividirlas. La falta de ambigüedad (y cintura) de su campaña acabaron por asustar a demasiados votantes.
La duda es qué toca hacer ahora, cuando la izquierda tiene el candidato que menos querían (aparte de Bloomberg) en unas presidenciales cruciales y no tienen un líder claro para el 2024.
De eso hablamos en el próximo correo.
Bolas extra:
El 19 de junio es Juneteenth, la celebración (venerada en la comunidad negra) del aniversario de la abolición de la esclavitud. Donald Trump va a celebrar su primer mitin post-pandemia el 19 de junio en Tulsa, Oklahoma.
En Tulsa, hace 99 años, sucedió esto. Los republicanos insistirán que es accidental que Trump, un presidente que lleva años flirteando con el racismo, celebre un evento ese día allí. Y un cuerno.
Esto viene el mismo día en el que Trump ha rechazado cambiar el nombre de varias bases militares americanas que llevan el nombre de generales sureños en la guerra civil. Sí, hay un montón de bases americanas que llevan el nombre de generales que se alzaron en armas contra el gobierno de Estados Unidos para defender la esclavitud, pero lo del racismo son imaginaciones nuestras.
NASCAR ha anunciado que prohibirá la exhibición de banderas confederadas en sus circuitos. Cuando NASCAR, que es demográficamente el deporte más sureño, conservador, y redneck de todos los deportes conocidos, te adelanta por la izquierda es que algo estarás haciendo mal.