Lo más frustrante de la guerra de Ucrania, para Estados Unidos, es que lo más racional, sensato, y decente que puede hacer el país es no hacer casi nada.
Lo habitual, cuando hay un conflicto armado en alguna parte del mundo, es que en Washington todo el mundo mire hacia el Pentágono y les pregunten qué pueden hacer. Puede Estados Unidos bombardear algo para poner paz. Se puede imponer una zona de exclusión aérea de alguna clase. Donde podemos lanzar misiles de crucero para convencer el personal. Hay comandos o equipos de operaciones especiales a mano. A menudo, la conclusión a la que se llega es que no, no pueden, o no vale la pena hacerlo, pero siempre hay la posibilidad de utilizar el martillo y clavar clavos para “arreglar” las cosas.
En Ucrania no. Cualquier intervención militar directa de los Estados Unidos en Ucrania, por defensiva, limitada, y bajo unas normas operativas estrictas que puedan definir, implicaría disparar a un miembro de las fuerzas armadas de la Federación Rusa. Cada enfrentamiento, cada bala, misil o cañonazo crea la posibilidad, por remota que sea, que alguien en el Kremlin o en el estado mayor ruso lo interprete como un subterfugio, un intento para dañar al país, no sólo defender Ucrania. Quizás como algo que pueda dejar a Rusia desprotegida ante un ataque más directo. O aún peor, puede que alguien se confunda, e interprete un misil de crucero o un bombardero que cruza la frontera accidentalmente como algo potencialmente más peligroso; un ataque nuclear.
Y puede que, ante la duda, el Kremlin tenga un momento de pánico, responda con una bomba atómica de verdad, y en vez de una guerra en Ucrania lo que tenemos es el fin del mundo. Literalmente.
Por muy explícitas que sean las intenciones de una fuerza americana en la zona, por mucho que prometan que no tienen nada parecido a un arma de destrucción masiva, una vez que tienes pilotos o soldados rusos y americanos disparándose entre ellos la probabilidad de que alguien se asuste, se confunda, o se ponga estupendo y se usen armas nucleares deja de ser cero. Será baja, o incluso minúscula, pero no es cero. Si se tiran los dados y alguien saca una pifia, lo que tenemos no es un tropezón, sino la extinción de la humanidad como especie. Y nadie, nadie, nadie en Washington está dispuesto a correr este riesgo.
La paradoja nuclear
Las armas nucleares, con su mera existencia, crean esta paradoja. Cualquier enfrentamiento entre dos potencias que las tengan en su arsenal es increíblemente, intolerablemente peligrosa, así que estas harán todo lo posible para evitar llegar a las manos. A su vez, todas las potencias nucleares saben que si van a la guerra un país que no tiene armas atómicas ninguna de las otras potencias nucleares va a intervenir de manera directa en el conflicto (porque el riesgo de aniquilar al planeta es muy, muy real) así que le dejarán hacer, por muchas condenas y lloriqueos en Naciones Unidas que hagan.
Esta lógica nuclear tiene, aunque parezca mentira, un lado positivo, que es que un conflicto regional menor con una gran potencia implicada nunca debería escalar a una guerra entre grandes potencias. El dominó infernal de 1914 donde una expedición punitiva contra Serbia tras un atentado terrorista se convierte en una guerra global hubiera sido casi imposible. Nadie se la habría jugado.
El lado negativo, obviamente, es lo que está viviendo Ucrania estos días: las potencias nucleares pueden intervenir militarmente sin miedo a que nadie interfiera, siempre y cuando su víctima no tenga una alianza de defensa mutua con otro país que tenga armamento nuclear.
La lógica de la guerra fría
Esta es la lógica de la guerra fría, donde Estados Unidos y la Unión Soviética definieron alianzas y esferas de influencia, y donde las aventuras militares de ambas superpotencias tuvieron lugar en zonas periféricas, o demasiado pobres e irrelevantes como para que su rival tuviera una alianza. El único momento en el que estuvieron realmente cerca de acabar volando el planeta por los aires fue durante la crisis de los misiles cubanos, cuando ambos bandos se pasaron de frenada e intentaron instalar armas atómicas en zonas demasiado sensibles para su adversario.
En general, las potencias nucleares, aunque saben que pueden tener aventuritas militares con cierta impunidad, tienden a portarse bien. Aunque en teoría pueden ir a uno de sus vecinos y pegarles una paliza sin que nadie les tosa, las guerras son caras e impopulares, y lo que consigues invadiendo un país es casi siempre mucho menos de lo que te gastas ocupándolo. La potencia nuclear que se ha pasado los últimos treinta años repartiendo leña por el mundo como nadie, de hecho, han sido los Estados Unidos, y los resultados han sido entre mediocres (Kosovo) a desastrosos (Afganistán, Irak…).
Rusia, por supuesto, tiene un historial considerable de aventuras militares, casi todas en territorios de su viejo imperio. Casi todas han sido limitadas, o han tenido lugar en secarrales más o menos infectos que no le importaban demasiado a nadie, y donde quizás Rusia no era exactamente popular, pero era más o menos bienvenida.
Ucrania y Europa
Ucrania, sin embargo, es un caso distinto. Primero, porque Ucrania es un país grande, no una tachuela de nombre impronunciable, y segundo porque es una democracia, y sus votantes parecen haber llegado a la conclusión que esto de ser un satélite ruso no te da más que disgustos, y quieren mirar a occidente, hacia la Unión Europea, la superpotencia más inofensiva del planeta.
La Unión Europea tiene, por supuesto, armas nucleares; 290 cabezas, para ser más exacto. No son las 1.600 que tienen activas rusos y americanos, pero suficiente como para dejar cualquier país como un solar radioactivo. Lo que distingue a la UE, sin embargo, es que es casi completamente incapaz de ir a la guerra (el único experimento fue Libia, y gracias a la ayuda de los americanos), aparte de alguna acción policial francesa en sus excolonias. Los europeos están allí sentaditos, comerciando entre ellos, haciendo muy ricos a todos los países que han ido entrando en el club (Polonia, la República Checa y Eslovaquia han crecido como locos desde que ingresaron en la Unión), y nunca te piden nada, porque no tienen nada parecido a un gobierno funcional. Entre la UE y Rusia (con sus golpes de estado, invasiones y tiranía, así en general) no hay color.
Pero Rusia ve a Ucrania como uno de los suyos, como un país en su esfera de influencia. Y hará todo para convencerles que se queden en ella, aunque sea a cañonazos. La UE, mientras tanto, tiene todo menos cañones para defender a nadie y no ven a Ucrania como alguien del club. No están en su paraguas nuclear. El riesgo es simplemente demasiado elevado.
Esferas de influencia
La lógica nuclear dicta, entonces, un mundo de esferas de influencia, donde cada potencia nuclear “escoge” donde puede intervenir - y quien no las tiene o se busca a un amigo que sí las tenga, o se resigna a la posibilidad de que le caiga algún tortazo, o se afana a construir armas atómicas cuando nadie les está mirando. Es un mundo donde las guerras directas entre grandes potencias son muy infrecuentes (o casi inexistentes), pero los conflictos “neocoloniales” (por llamarles de algún modo) siguen existiendo, sea “poniendo orden” dentro de las áreas de influencia, “pacificando” otros sitios.
Por supuesto, el que dos potencias nucleares no puedan llegar a las manos no implica que no puedan trollear las guerras del prójimo. Rusia no verá un soldado de la OTAN en Ucrania durante este conflicto, pero los ucranianos van a tener auténtica barra libre comprando armas y munición. Los servicios de inteligencia de Estados Unidos han sido espectacularmente precisos durante estas últimas semanas, y a buen seguro están telegrafiando cada movimiento ruso al gobierno de Kiev con alegría (“¡tantos años espiando a los soviéticos nos ha servido para algo!”). Debilitar a un rival es siempre bienvenido.
Esto, de momento, parece ser el consenso en Washington, más allá de los flipados que han jugado demasiado al Call of Duty. Dudo mucho, muchísimo que se intervenga directamente; habrá sanciones, se armará rebeldes y demás, pero poco más. Estados Unidos hará todo lo posible para que la factura de la invasión sea tan alta como sea posible, pero sin tomar riesgos.
El fracaso ruso
Lo que me parece fascinante (visto como alguien que es rusófilo, pero no experto en política rusa) es que creo que la política exterior de Putin es subóptima por motivos internos, no por un fallo de cálculo.
En teoría, el modelo ideal de una Rusia postsoviética que quisiera recuperar su imperio sería convertirse en algo parecido a la Unión Europea; un país más o menos inofensivo que ofrece prosperidad, seguridad, y un gobierno funcional a cambio de soberanía. Para poder ofrecer esto, sin embargo, Rusia necesitaría ser un país más o menos democrático y funcional, pero por una serie de motivos estructurales y accidentes históricos que no vienen al caso, acabó por convertirse en una dictadura cleptocrática ultranacionalista gobernada por oligarcas. Los únicos que se apuntan voluntariamente a una alianza con ellos son otros cleptócratas autoritarios; en el resto, Rusia no puede más que imponerse mediante amenazas o cañonazos.
No sé dónde acabará la guerra de Ucrania ni el régimen de Putin. Los que pierden, para variar, son los ucranianos.
También pierden los rusos. :/