Presidente Joe Biden
La derrota de Trump es inevitable, pero la historia aún no ha terminado
Cuando recibáis este boletín Joe Biden será ya (o estará a punto de ser) el presidente electo de los Estados Unidos de América.
Escribo estas líneas un poco antes de la medianoche, con todas las miradas en Pensilvania. Todo el mundo sabe que Biden va a ganar el estado; los medios están esperando a que se ponga por delante en la cuenta para declararle oficialmente vencedor. Quedarán otros tres estados por confirmar (Nevada, Arizona, y Georgia) pero importará poco. Pensilvania pondrá a Biden en 273 votos en el colegio electoral, y con ello, en la presidencia.
La cuenta final después de esto importaría poco; Si Biden gana los otros tres estados en disputa acabaría con 306, exactamente los mismo que sacó Trump en el 2016. La diferencia es que Trump hace cuatro años perdió el voto a nivel nacional por dos puntos y casi tres millones de votos, mientras que Biden probablemente se impondrá por cuatro puntos largos y al menos seis millones de papeletas.
Vale la pena poner estas cifras en perspectiva, porque no es una victoria tan ajustada como nos pareció a muchos el martes. La participación ha sido altísima, seguramente la mayor desde 1900. Biden seguramente acabará obteniendo más de un 51% del voto, quizás acercándose a 52. Eso le pondría por encima de Reagan en 1980, y en una constelación similar (aunque un poco por debajo) que Obama en el 2008. El lento recuento y el absurdo, surrealista sistema de colegio electoral hace que estos comicios parecieran ajustados*, pero es una victoria clara.
Al menos en las presidenciales.
La pifia demócrata
Los demócratas se han estrellado en el resto de las elecciones en este ciclo. No tenemos la cifra exacta, porque si cuentan lento en las presidenciales ni os digo en las legislativas, pero es probable que los demócratas pierdan como mínimo cinco escaños en la cámara de representantes, y que no lleguen a controlar el senado. La mayoría en la cámara baja no está en peligro (el GOP estaba a 34 de distancia), pero el gatillazo del senado significa que, aunque controlen la presidencia, la capacidad legislativa de la nueva administración sea cercana a cero.
Si os habéis fijado he dicho “casi”, pero no porque haya elecciones aún por decidir. En Georgia, si un candidato no saca más de un 50% de los votos, se va a una segunda vuelta, y en ninguna de las dos elecciones al senado en ese estado (hay una “especial” fuera de ciclo debido a la dimisión de Johny Isakson el año pasado) nadie ha alcanzado ese umbral. Ahora mismo, tanto demócratas como republicanos tienen 48 senadores. Georgia votará de nuevo el 5 de enero, en lo que serán unas elecciones de infarto que decidirán el control de la cámara alta.
La pifia más cruel, y con mayores consecuencias a largo plazo, es que en un año de censo los demócratas no han conseguido recuperar el control de ninguna cámara legislativa a nivel estatal. Cero. Nada. Ni una. Ahora mismo, de hecho, incluso se las han arreglado para perder una (New Hampshire), aunque el legislativo en ese estado es tan gigantesco (la cámara baja tiene 400 escaños en un estado de 1,4 millones de personas) que hacer gerrymandering es casi imposible. Eso quiere decir que los republicanos controlarán el rediseño de los distritos electorales el año que viene, y como vimos en el 2010, básicamente machacarán vivos a los demócratas allá donde puedan.
Lo notable de todo este asunto es que, a todas luces, parece que Donald Trump ha sacado menos votos que muchos de sus compañeros de partido en muchos estados. Biden ha ganado New Hampshire con facilidad, pero los demócratas han patinado espantosamente en elecciones estatales. En muchos distritos, los candidatos al congreso han ganado mientras que Trump ha perdido. El split ticket voting (votar a candidatos de partidos distintos según el nivel de gobierno) llevaba años disminuyendo de una elección a otra, pero en este ciclo parece que la tendencia se ha revertido. A falta de un análisis más detallado, es posible que estos “republicanos desleales” hayan dado a Biden la victoria en algunos estados.
Paradójicamente, también, la presencia de Trump puede que haya creado la situación ideal para muchos republicanos en estas elecciones: ha motivado a millones de votantes conservadores a ir a las urnas, han expresado su enfado con el presidente votando en su contra o dejando la casilla en blanco, pero han podido votar contra el presidente sin tener que castigar a un legislador propio, como sucedió el 2018.
Esa rueda de prensa
Trump ha hecho otra de esas cosas inexcusables, indignas del jefe de estado de la democracia más poderosa de la tierra.
En una rueda de prensa absolutamente demencial, el presidente ha repetido una y otra vez que los demócratas están ganando las elecciones por culpa de un fraude masivo en el voto por correo, ha acusado a los medios de comunicación, las grandes empresas tecnológicas, funcionarios y sus oponentes electorales de conspirar contra él, y pedido que se detenga el recuento de los votos de inmediato. Dejando de lado de que si eso sucediera Trump perdería las elecciones ahora mismo (Biden va por delante en Arizona y Nevada, y con eso suma 270) y que Dios mío cómo de estúpidos tienen que ser los demócratas para “robar” unas elecciones y perder terreno en todas partes excepto en la presidencia, es difícil de expresar lo peligroso que es que el jefe del ejecutivo en una democracia cuestione abiertamente la legitimidad del sistema electoral de este modo.
No hay ninguna prueba de que exista ninguna clase de fraude. Trump no ha aportado nada más que sus santos cojones y rumores de Twitter para hacer sus alegaciones. Es una mentira, una conspiración, una falsedad total y absoluta.
Pero a Trump le han votado setenta millones de americanos. Muchos de ellos van a creerse lo que Trump dice, en no poca medida porque en Breitbart, Rush Limbaugh, Glenn Beck, Facebook, YouTube y el resto de los cenagales del ecosistema mediático conservador no dirán otra cosa. Esto quiere decir que, para decenas de millones de americanos, Joe Biden será un presidente ilegítimo, cuestionado, sospechoso. En un país donde abundan las milicias de ultraderecha y donde hemos visto ya un puñado de tarados radicalizarse en redes sociales y liarse a tiros, es de una irresponsabilidad que asusta.
La policía de Filadelfia ha detenido hoy mismo un grupo de gente que quería atentar el centro de convenciones donde se está celebrando el recuento.
En un mundo normal, o en una época donde el partido republicano no hubiese sido tomado por un puñado de tarados, los hombres de estado dentro del partido, senadores, congresistas, ex-miembros del gobierno, hubieran dado un paso al frente y pedido al presidente que se fuera a casa. Esta noche, sin embargo, teníamos a Lindsay Graham, Newt Gingrich y Ted Cruz en Fox News repitiendo las consignas del presidente, a Marco Rubio aplaudiendo y la inmensa mayoría del partido callados en un rincón como si no les fuera la cosa.
Fox News, mientras tanto, navegaba en la esquizofrenia. Sus periodistas en el horario diurno, los de informativos, repetían sin cesar que el presidente está mintiendo. Los opinadores en horario de máxima audiencia, Sean Hannity y Tucker Carlson, poco menos que pedían que Trump diera un golpe de estado.
Es muy difícil decir dónde llevará esto. Trump puede intentar llevar los resultados a los tribunales, pero hasta ahora sus abogados no han encontrado ni el más mínimo pretexto para que eso suceda. Es muy posible que el viernes el presidente necesite convencer a jueces en tres o cuatro estados de que ha habido fraude para tener alguna expectativa de ganar, y después que el supremo decida suicidarse políticamente invalidando los resultados en varios estados de forma creativa. De no mediar un acto realmente radical o enloquecido (enviar tropas a Filadelfia o algo peor), no puede ganar. Pero ha dicho, una y otra vez, que no va a aceptar los resultados.
Lo más probable, creo, es que una vez las cadenas hagan oficial que Biden ha ganado, incluyendo Fox News, muchos políticos republicanos empiecen a decir en voz alta que ya basta. Es posible que esto incluya a George W. Bush, alguien que ha estado callado durante toda la campaña, para dejar bien claro que la fiesta se ha acabado. Trump seguirá llorando y litigando, y nunca dará un discurso concediendo su derrota, pero acabará saliendo de la Casa Blanca, derrotado, acusando a todos de traicionarle.
Un final patético para una presidencia lamentable, pero un final.
Bolas extra:
* Y la verdad, medio puntito en el voto podría haber hecho que Trump ganara, porque el estado que será decisivo (Wisconsin, casi seguro) está cuatro puntos a la derecha del resultado nacional. Lo del colegio electoral es de locos.
¿Por qué los republicanos siguen siendo tan reticentes de criticar a Trump? Porque, como ha sucedido durante todo su mandato, le temen. Incluso sin la presidencia, Trump puede triturarles apoyando a su oponente en unas primarias. Y por supuesto, el tipo va a flirtear con presentarse de nuevo el 2024, sólo para seguir teniendo ese altavoz.
Estados Unidos tuvo ayer el peor día de la pandemia, con 121.000 casos detectados.
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