Ayer fallecía a los 70 años Rush Limbaugh, uno de los hombres de radio más influyentes de Estados Unidos.
Hablar de Limbaugh es difícil, ya que su poder e influencia son casi incomprensibles vistos desde Europa. Es alguien que no sólo reinventó un medio de comunicación moribundo para convertirlo en una máquina de hacer dinero, sino que además puede decirse, sin exageración alguna, que cambió la política del país por completo.
Vida y milagros de “El Rushbo”
Aunque Rush había trabajado en la radio desde principios de los setenta, su verdadera carrera profesional empezó en 1987, cuando la FCC (Federal Communications Commission) derogó la “fairness doctrine” (doctrina de imparcialidad). Hasta ese momento, los medios de comunicación americanos que ofrecieran programas de opinión estaban obligados a ofrecer espacio a puntos de vista contrarios. En esos tiempos, las radios AM del país estaban casi todas moribundas, superadas por la mejor calidad de sonido de las estaciones en FM, así que Limbaugh se dio cuenta que tenía una oportunidad. En vez de música, su programa iba a ser de opinión, con largos monólogos sobre temas de actualidad, entrevistas e interludios cómicos ocasionales.
No había pasado ni un año cuando su programa radiofónico local en una emisora de Sacramento atrajo la atención de otras estaciones. El formato era extraordinariamente barato de producir (literalmente, Rush, un micrófono, y un tipo cogiendo llamadas del público); Limbaugh tenía la clase de voz clásica, profunda, estentórea, de viejo hombre de radio hecha para la AM. Fue reclutado para una emisora en el mayor mercado mediático del país, Nueva York, donde inmediatamente causó sensación. Sus productores ofrecieron su programa en sindicación (redifusión, en jerga local) a emisoras de todo el país, con unas condiciones muy ventajosas; no tenían que pagarles nada, a cambio de permitir que Limbaugh tuviera cuatro minutos para sus propias cuñas publicitarias por separado. A los pocos años, Rush estaba en 600 emisoras, y era inmensamente rico.
Un locutor extraordinario
Vaya por delante, Rush Limbaugh era un locutor extraordinario.
Llevo casi 17 años en Estados Unidos, y Rush siempre ha sido uno de mis placeres culpables. Soy la clase de persona que ve Fox News porque me gusta indignarme y gritar a la televisión por las estupideces que dicen (o para conocer las opiniones del lado contrario, lo que os parezca más racional), pero Limbaugh era distinto. Ciertamente, me indignaba con él y gritaba a la radio del coche, pero como locutor, como artista de la palabra o actor, por decirlo de algún modo, era un tipo increíble. Limbaugh tenía una voz extraordinaria, y la usaba como nadie; pausas, giros, inflexiones, gritos, susurros, era un maestro en mantener al oyente en vilo, siguiendo cada una de sus palabras. Sus monólogos (larguísimos: el programa duraba tres horas, casi siempre él hablando en solitario) eran coloristas, fascinantes, siempre ofreciendo comentarios acerados, irreverentes, ingeniosos de la actualidad. Hay mucha, mucha gente en la radio copiando la fórmula de Rush, pero nadie tiene un ápice de su talento.
Por desgracia, Rush Limbaugh dedicó sus amplias dosis de talento para poco menos que destruir el discurso político americano por completo.
Un ejemplo: a finales de los ochenta, un segmento recurrente de su programa era una celebración de las personas que habían muerto de SIDA. Lo hacía a ritmo del “I’ll Never Love This Way Again” de Dionne Warwick, para mofarse de los “homosexuales militantes” en Nueva York. Rush, años después, pidió perdón por estos numeritos, cosa que sería de alabar si hubiera dejado de comportarse como un cretino.
El problema es que nunca dejó de serlo. Hablamos de polarización en América estos días, pero Rush se pasó los años noventa acusando a los Clinton de homicidio (hay toda una estirpe de teorías de la conspiración detrás) y diciendo que Chelsea Clinton era imposible de distinguir de un perro.
¿Os habéis preguntado de dónde sale el término “feminazis”? Rush Limbaugh. Era racista, sin más (se pasó la campaña del 2008 poniendo una cancioncita con el título “Barack the Magic Negro”), homófobo, misógino, belicista, anti-ecologista, autoritario, reaccionario en todas las causas que os podáis imaginar. Lo que distinguía a Rush, sin embargo, no era tanto que fuera de derechas (porque sus posturas políticas no es que fueran demasiado distintas a las del GOP), sino su retórica, su actitud hacia la política, su increíble toxicidad.
Envenenando la política
Rush Limbaugh es el pionero en hablar de demócratas, liberales y progresistas como los enemigos de la verdadera América. Los monólogos de Rush no eran sobre políticas públicas, o ideas, o defensas de los valores conservadores (aunque fingían serlo), sino interminables diatribas contra las “élites culturales” de las dos costas que querían “transformar América” y “atacar nuestros valores”. Limbaugh vendía y traficaba en el resentimiento, en la idea de que los intelectuales y socialistas de Washington, Los Ángeles y Nueva York estaban todos en el ajo, conspirando para subvertir el país.
Como maestro de la radio que era, Rush ofrecía una sensación de comunidad, de formar parte del club de los que sabían la verdad sobre el país, defendiéndolo contra la maquinaria pijoprogre que todo lo controla. Grandilocuente, infatigable, dominante desde su tribuna radiofónica, Limbaugh mentía casi tanto como hablaba, pero lo hacía con la autoridad del que se cree intocable. Millones de americanos lo seguían con devoción.
No hay cifras exactas sobre las audiencias del programa de Rush Limbaugh en sus años dorados (entre 1990 y 2012, más o menos), porque Estados Unidos tiene, inexplicablemente, pocos datos públicos fiables en este aspecto. Lo que estaba claro es que las bases republicanas adoraban a Rush, y los líderes del partido ya desde los noventa hicieron auténticas piruetas para conseguir su aprobación y aplauso.
Las élites del GOP eran obviamente demasiado educadas, demasiado importantes como para caer en el burdo racismo de Rush, o repetir sus consignas maniqueas. No dudaron lo más mínimo, sin embargo, en guiñar el ojo, insinuar, aprobar de forma implícita lo que hacía y decía, porque era útil para su agenda política. Rush era el cavernícola populista que indignaba a las masas contra los demócratas; el partido republicano era la única alternativa a ellos. Esta alianza, este pacto con el diablo, es lo que ha definido al partido republicano durante las tres últimas décadas.
La herencia de Rush
Esta retórica, esta actitud ante la política, os sonará familiar, por supuesto. Es la retórica de Donald Trump.
Las primarias del 2016 son las elecciones donde el pacto tácito de los republicanos con los caníbales entre sus bases se rompe. Hasta entonces, el GOP coquetea con el populismo anti- intelectual, casi fascista, de Rush y criaturas similares. En el 2016, Trump se presenta como poco menos que el avatar de Limbaugh en el sistema político, y rompe el partido en pedazos. Trump es Rush, o más concretamente, la versión idiota, incompetente, patética, del locutor.
Insisto: Rush quizás fuera un cretino, un impresentable, un irresponsable, un cafre y un ególatra, pero era extraordinariamente inteligente. Limbaugh sabía de lo que hablaba y sabía cómo hacerlo; era alguien capaz de marcar desde la radio la agenda política de todo un país. Trump era un patán que tuvo la suerte de tropezarse primero con un partido republicano que era un cascarón vacío sin agenda política alguna, unos oponentes de primarias incompetentes en extremo (please clap) y una campaña de generales extrañísima contra una oponente a la que los medios conservadores llevaban atacando desde hacía 25 años.
Sin Limbaugh, sin embargo, no hay Fox News, que nace a su estela en 1996. Sin Limbaugh, no hay talk radio como la entendemos ahora, ni ecosistema mediático conservador. Sin Limbaugh, no hay Trump. Y Trump esto lo sabía - por algo le otorgó el año pasado la Presidential Medal of Freedom, la mayor condecoración que un civil puede recibir en Estados Unidos.
De toda la historia de Rush Limbaugh, sin embargo, creo que lo más importante es que aún con su enorme influencia, su legado en políticas públicas concretas, en cambiar el rumbo del país en algún tema específico, es prácticamente inexistente. Rush, con todos sus aires de intelectual, nunca fue alguien que tuviera propuestas o ideas concretas (aparte de hablar de freedom); se oponía a los demócratas, pero no ofrecía nada más. Durante los últimos años el partido republicano ha perdido más elecciones que ha ganado (no olvidemos - el voto popular en las presidenciales en siete de las últimas ocho elecciones), ha sido derrotado repetidamente en las guerras culturales (desde el matrimonio gay a inmigración), y el estado de bienestar ha seguido creciendo, incluyendo la primera ley de sanidad federal bajo Obama. El legado de Rush es odio y división, ruido y furia, rencor y veneno. No de políticas.
Bolas extra:
Una de las últimas entrevistas de Rush en la radio fue cuando le dedicó dos horas de su programa a Trump, antes de las elecciones. La primera entrevista de Trump tras dejar la presidencia fue ayer, en Fox, para hablar de Rush.
Texas sigue sin luz. Y tiene otra tormenta de nieve y hielo en camino.
El gobernador de Texas, un estado en el que los demócratas no tienen poder alguno desde 1995, ha acusado a los demócratas y el Green New Deal, por una ley que aún no ha sido aprobada, de provocar los apagones.
Lo mismo están diciendo en Fox News, porque bueno, ya se sabe.
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Foto: Gage Skidmore.