Salir del partido, pero poco
Kyrsten Sinema y su carrera por ser la legisladora más irritante de Estados Unidos
La semana había empezado bien para los demócratas. Raphael Warnock había ganado la segunda vuelta en las elecciones al senado en Georgia, dándoles una mayoría 51-49 en la cámara alta. La campaña de Trump a las presidenciales parecía hundirse lentamente en un cenagal de irrelevancia. Incluso los presuntos escándalos detrás de Twitter que Musk decía estar encontrando sin cesar habían sido recibidos con indiferencia fuera de los hiperventilados círculos mediáticos de la derecha americana. Los demócratas no iban a controlar la cámara de representantes, pero las tribulaciones y batallas internas del partido republicano incluso para designar a un Speaker casi compensaban esa pérdida.
Hasta que llegó el viernes y Kyrsten Sinema, senadora por Arizona y la otra mitad del duo de legisladores cargantes que se habían pasado los dos últimos años torpedeando media agenda de Biden, colgaba esto en Twitter:
Sinema anunció que había abandonado el partido demócrata y se registraba como independiente. Y lo hacía via Twitter y con un artículo de opinión en un periódico de Phoenix, sin avisar a nadie. Así, por las bravas.
Tras el pánico y frustración iniciales (“¿se va con los republicanos?”) y varias aclaraciones por parte de su equipo, la historia resulta ser a la vez más aburrida y mucho más irritante de lo que parece a primera vista. Veamos por qué.
Consecuencias legislativas
Hablemos primero de las consecuencias legislativas, porque en el fondo esto es lo que tendrá un impacto más directo en la política del país. Que Sinema se declare “independiente” no significa que se pase al equivalente americano del grupo mixto o que deje a los demócratas otra vez con cincuenta votos. En el senado, lo importante no es a qué partido perteneces formalmente, sino a qué caucus (grupo parlamentario, más o menos) estás afiliado. Los demócratas tienen desde hace varios años dos senadores independientes dentro de su caucus, Bernie Sanders (Vermont) y Angus King (Maine). El primero se declara socialista, aunque su afiliación formal es independiente; King dejó el partido en 1994, pero siempre ha estado más cerca de los demócratas que de los republicanos. Ambos han sido leales miembros del grupo parlamentario.
En teoría, Sinema va a tener un estatus similar durante los dos próximos años. Mantendrá sus cargos y comités (algo increíblemente importante en el congreso; más luego), votará a favor de Chuck Schumer como líder del senado, y en general seguirá dentro del redil demócrata.
La senadora de Arizona, sin embargo, no es que haya sido especialmente leal hasta ahora, y siendo como era la votante mediana de la cámara en muchos temas, ha torpedeado cosas alegremente. Sinema tiene la irritante costumbre de no hablar con nadie, no dar ruedas de prensa, y no tener posturas claras en muchos temas, y se ha ganado la reputación de ser una legisladora errática e impredecible.
Enemiga de sus amigos
Lo que realmente pone de los nervios a todo el mundo con Sinema es que nunca parece haber una estrategia o principios claros en sus actos.
Joe Manchin, su compañero de centrismo, tiene al menos la excusa de que viene de West Virginia y que sus votantes son muy conservadores. Si vas siguiendo las encuestas, sin embargo, Manchin suele ser muy consistente en apoyar cosas populares y oponerse a cosas impopulares o polémicas, y suele tener unos instintos más que decentes en este aspecto. En algunos temas importantes (como en permisos medioambientales) creo que sus ideas son mejores que la del ala izquierda del partido. El tipo te torpedeará leyes, pero cuando lo hace casi siempre tiene un argumento racional detrás.
Sinema, en cambio, es básicamente una incógnita. La senadora empezó su carrera política en los verdes, trabajando en la infausta campaña presidencial de Ralph Nader en el 2000. Tras perder un par de elecciones locales como independiente, ganó cierta fama como activista contra la guerra de Irak ( incluso trolleando a Joe Lieberman) y se pasó a los demócratas el 2004, ganando un escaño en la cámara de representantes estatal. Su carrera posterior es bastante convencional; ocho años en el legislativo del estado, salto a la cámara de representantes en el 2012, y senado el 2018. Según ha ido avanzando su carrera, sus posiciones políticas se han ido moderando, hasta esencialmente convertirse en la demócrata más conservadora en el senado en muchos temas.
Esto es especialmente cargante para los demócratas porque, para empezar, Arizona no es un estado especialmente conservador. Mark Kelly, el otro senador del estado (sí, el ex-astronauta) ha sido un demócrata que ha seguido la línea del partido sin rechistar ni intentar volar la agenda del presidente, y ha conseguido ser reelegido con facilidad este mismo año (51-46).
Lo que colmó la paciencia del partido, sin embargo, fue un voto en concreto, el del salario mínimo. Hay pocas cosas que tengan un apoyo más unánime en los sondeos que subirlo; es la clase de medida que ha ganado referéndums por goleada incluso en estados del sur. El senado votó el año pasado aumentar el salario mínimo federal por primera vez en 11 años, y Sinema no sólo fue el voto decisivo para tumbarlo, sino que lo hizo con esta alegría:
Los límites de la independencia
Lo divertido es que esta independencia y rollo rebelde hipster alternativo ha conseguido que Sinema sea catastróficamente impopular entre las bases demócratas, y horrendamente impopular entre el electorado de Arizona en general. Hay muy pocas cosas, estos días, que pongan de acuerdo a demócratas, republicanos e independientes en Estados Unidos, pero Sinema es una de ellas: todo el mundo parece odiarla con la misma intensidad:
Uno no tiene que ser un lince para imaginarse que ganar unas primarias demócratas con un 37% de aprobación de las bases de tu propio partido es complicadillo. Medio partido en Arizona se la tiene jurada, y el 2024 (cuando le toca ser reelegida) era muy probable que las perdiera. Pero la mujer tiene un ego (todo el mundo que está en el senado de Estados Unidos tiene un ego descomunal; en esto no es nada excepcional) y no quiere perder el cargo, así que ha decidido apostar por la estrategia troll: salir del partido y ser candidata a las generales, sí o sí, sin tener que pedir cuentas a nadie.
Un reto irritante
Con Sinema de independiente, los demócratas se enfrentarían a un dilema complicado. Arizona es un swing state, así que no pueden permitirse dividir el voto; unas elecciones con un candidato demócrata, un republicano, y una senadora independiente moderada pero que está medio alineada con los demócratas acabará, casi seguro, con un republicano en ese escaño. Pero si no presentan a nadie, los demócratas pueden acabar acudiendo a las urnas con una candidata que no es del partido, es horrendamente impopular, y que es muy probable que pierda igual.
Es, francamente, una tortura perfecta. Los demócratas, durante los dos próximos años, van a seguir teniendo una plasta infatigable en sus filas bloqueando toda clases de medidas, pero no pueden permitirse criticarla demasiado, ya que quizás acaba por ser la única opción que tienen para conservar el escaño.
Nota sobre comités
Una nota final sobre comités y mayorías. Hay una diferencia substancial entre tener una mayoría 51-49 o el empate 50-50 en el senado en cuestiones de funcionamiento interno de la cámara. Con empate, los comités deberían tener necesariamente el mismo número de senadores de ambos partidos, así que cualquier ley o nombramiento requería votos republicanos para ser aprobado. En caso contrario, era necesario llevarlo al pleno usando un mecanismo parlamentario un poco obtuso. Como he mencionado alguna vez, el tiempo de debate en el pleno es un recurso muy escaso en el senado, una cámara que tiene un ancho de bando legislativo bastante limitado. El control de los comités hará que cosas como los nombramientos judiciales sean mucho más ágiles para los demócratas.
Vale la pena recalcar que Sinema permanece en el caucus demócrata precisamente para seguir participando en los comités. La decisión de a qué comité eres asignado pertenece a los líderes de cada partido; de salir, a Sinema le tocarían, con suerte, los descartes que no quiere nadie que queden vacantes. Dado que casi todo se decide y escribe en comité (Schumer no llevará al pleno cualquier cosa que tome demasiado tiempo negociar y debatir), un senador que quiera legislar hará todo lo posible para no ser excluído.
La mayoría de 51-49, además, hace que Sinema o Manchin en solitario no puedan tumbarte una ley; tienen que saltar los dos. Los paseos aleatorios por el cerebro de Sinema serán un poco menos importantes estos días. Lástima que sin la cámara de representantes, los demócratas no tendrán demasiado de qué legislar.
Bola extra:
Cuando digo que los republicanos tienen un embolado de consideración para escoger quién ocupará el cargo de Speaker, no bromeo. Kevin McCarthy es un político mucho más torpe que Nancy Pelosi, y en el GOP hay mucho chiflado que cree que es demasiado moderado.