San Francisco y los límites de lo woke
San Francisco, un fiscal con ganas de cambiar las cosas, y un referéndum revocatorio.
Este pasado martes San Francisco celebró un referéndum revocatorio para sacar del cargo a Chesa Boudin, su fiscal del distrito. Era una votación inusual. Los revocatorios ya son de por sí una cosa bastante extraordinaria, pero Boudin fue elegido en noviembre del 2019 y llevaba poco más de dos años en este puesto.
El resultado del referéndum ha sido claro: un 60% de los votantes han decidido echarle, así que el alcalde de la ciudad, London Breed, designará a su sucesor en los próximos días.
Un candidato inusual
Unas elecciones a fiscal del distrito no suelen atraer portadas en periódicos e informativos de ámbito nacional, pero Boudin no era un candidato tradicional, empezando por su biografía. Sus padres, Kathy Boudin y David Gilbert, eran miembros del Weather Underground, un grupo terrorista de ultraizquierda tan excéntrico como incompetente. Cuando Chesa tenía catorce meses, sus padres fueron detenidos por su participación en un robo a mano armada perpetrado por miembros del Black Liberation Army, con el Weather Underground como actores invitados. El golpe salió espantosamente mal y acabó con tres muertos; Kathy Boudin fue condenada a 20 años de cárcel y David Gilbert a 75.
Con sus padres en prisión, Boudin fue adoptado por Bill Ayers y Bernadine Dohrn, otros dos veteranos del Weather Underground retirados de la lucha armada que vivían plácidamente en Chicago como intelectuales progresistas. Si los nombres os suenan familiares, es porque eran conocidos de los Obama en sus tiempos de profesor de universidad y legislador estatal, uno de los escándalos menores de la campaña del 2008. Boudin crece en este entorno de intelectuales de izquierda, tipos gafosos y marxistas de salón. Y como muchos de ellos, acabó estudiando en Yale y Oxford, porque ser progresista no significa que no vayas a universidades de élite. Faltaría.
Después de trabajar una temporada en el palacio presidencial de Caracas como traductor en la administración de Hugo Chávez (no es broma) y escribir un par de libros espantosos sobre su experiencia, Boudin hizo el circuito de law clerks en varios tribunales federales de prestigio, antes de entrar a trabajar en la oficina de abogados defensores públicos en San Francisco. En el cargo, lideró varias iniciativas para intentar cambiar el sistema de fianzas en California, y se dedicó a defender a acusados, pelearse con fiscales y policía, y básicamente ganarse una fama de alguien inteligente, decidido, y con ganas de cambiar el abusivo, kafkiano y racista sistema judicial americano, con sus sentencias draconianas y brutal maltrato de todo aquel que sea demasiado pobre para pagarse un abogado medio aceptable.
Así que con 38 años (y apenas siete años de experiencia profesional) Boudin se presentó a las elecciones de fiscal de distrito en San Francisco, y aprovechando la oleada progresista en California en los años de Trump, ganó por apenas un punto.
Un fiscal reformista
Boudin prometió cambios, y cumplió con lo que dijo. Solo llegar, despidió a siete fiscales con un largo historial de abusos, y retiró la acusación contra un hombre que había sido herido de bala en un altercado con la policía. La fiscalía dejó de incluir una serie de agravantes en sus acusaciones que tendían a tener sesgos raciales, y pidió la excarcelación de condenados por faltas y delitos menores que tuvieran gente a su cuidado. También eliminó las fianzas para muchos acusados, ya que consideraba que el sistema actual era abusivo y racista (con razón), e implementó una serie de medidas enfocadas a reducir abusos policiales, como por ejemplo prohibir que el SFPD contratara agentes con antecedentes de malos tratos o abusos.
Muchas de estas medidas suenas razonables. El problema es que la tasa de criminalidad en Estados Unidos se disparó el 2020, y no ha dejado de subir desde entonces. Eso ha puesto a muchos reformistas como Boudin a la defensiva, teniendo que explicar por qué las medidas que han impulsado no son la causa de todos estos delitos.
Hay un detalle importante, sin embargo. En San Francisco, esa subida del crimen resulta que no se ha producido.
Crimen en la ciudad
La tasa de homicidios apenas se ha movido; San Francisco es una de las ciudades más seguras del país en este aspecto. Las cifras de agresiones, robo a mano armada y crímenes violentos llevan años en marcado descenso; casi todos los crímenes contra la propiedad están hoy muy por debajo del 2020.
Si uno mira lo que dice la prensa estos días sobre la derrota de Boudin, sin embargo, se encontrará titulares como “es el crimen, estúpido” o “las elecciones de los cristales rotos”. Incluso Biden ha dicho que los resultados de las elecciones indican que los demócratas tienen que “hacer algo para controlar el crimen”.
Y la verdad, tienen cierta razón, pero es un problema un poco más complejo de lo que parece.
Aunque San Francisco dista mucho de ser el Mad Max postapocalíptico que pintan en Fox News, lo cierto es que hay varias categorías de crímenes que han aumentado espectacularmente en la ciudad, casi todos ellos muy visibles y extraordinariamente irritantes. El preferido en Fox, porque se presta a videos de esos indignantes, son los hurtos en tiendas y comercios, que se han disparado más de un 60% en estos últimos meses. El otro son los robos de coches, que están un 70% por encima del 2018. Estas cifras, además, son peores de lo que parecen, porque San Francisco tenía una tasa de delitos en estas categorías muy por encima de la media del estado. Boudin siempre ha insistido que la brutal desigualdad en San Francisco es lo que explica la prevalencia de estos crímenes, y la fiscalía no los considera prioritarios. Muchas de las excarcelaciones eran de condenados por estos delitos, algo que no ha contribuido a su popularidad.
Un sector significativo de la izquierda cree que los delitos menores, como hurtos, robos, mear en la calle o romper farolas no son problemas de orden público que deban resolverse tirando del código penal, sino problemas sociales. Están en lo cierto, pero eso no quiere decir que deban ser ignorados. Esos delitos tienen un impacto directo sobre la calidad de vida de los residentes de una ciudad, y hacen vivir en ella algo mucho más desagradable, irritante, y caótico. Sí, combatirlos con energía tiene costes sociales importantes y provoca injusticias, pero los costes de segundo orden de dejarlos pasar son a menudo peores. La intención de los reformistas de hacer el sistema judicial menos racista y más justo con los que menos tienen es loable, pero uno debe responder a sus consecuencias. No puedes arreglar un problema y crear otro sin más.
La policía
Parece lógico, ¿verdad? En esta historia, sin embargo, falta un detalle importante: la tremenda, brutal campaña policial contra Boudin desde que llegó al cargo.
El SFPD nunca, nunca le perdonó que no protegiera a uno de los suyos, y aún menos que insistiera en que siguieran las normas. Los líderes sindicales del departamento le han enviado a parir en los medios cada vez que alguien les ponía un micrófono delante, criticando todas y cada una de sus decisiones.
El departamento ha sufrido un súbito y misterioso ataque de incompetencia, según sus propias estadísticas. Sólo un 8% de las denuncias en el 2021 acabaron con la detención de alguien, el peor porcentaje de la última década, y uno de los peores del país.
Los agentes del SFPD a menudo insinúan que para qué van a detener a nadie si Boudin no los llevará a juicio. Una acusación absurda, porque Boudin estaba imputando un mayor porcentaje de detenidos que sus antecesores. También atribuyen a la ola de delitos reciente a criminales super experimentados y super organizados y piden que les den más presupuesto y agentes, que es lo que hace la policía, sin cesar, en todas partes. El departamento es uno de los mejor financiados del estado.
Por supuesto, el SFPD respondía totalmente indignado cuando Boudin dijo que quizás no estaban haciendo su trabajo. Pero cómo pueden insultar así a los heroicos agentes del orden. Una historia que os sonará familiar.
Los problemas reales de San Francisco
Aunque el auge y caída de Boudin son relevantes, los problemas de San Francisco no son cosa de criminales, fiscales y policías, sino algo mucho más simple: la ciudad es intolerablemente, horriblemente, incomprensiblemente cara, y cada vez más desigual. El progresismo de la ciudad es, en gran medida, impostado; los residentes de la ciudad se quejan de los sintecho, pero no harán nada para arreglar el problema.
Boudin es parte de esa cultura dentro del progresismo que se preocupa más de las formas que del fondo, de hablar de racismo y discriminación y mencionar las tribus indígenas que vivían donde estás celebrando una reunión más que de soluciones concretas a desigualdades. Durante la pandemia, con los colegios cerrados (y sin plan alguno para reabrirlos), el consejo escolar se dedicó a debatir un plan para cambiar el nombre a 44 escuelas para hacerlos menos racistas - incluyendo una llamada “Abraham Lincoln”. Nellie Bowles describía San Francisco como una “ciudad fallida”, y no le falta razón.
La paradoja del progresismo en Estados Unidos es que ciudades como Nueva York, San Francisco o Boston son objetivamente más seguros, más ricos, y más civilizados que los vociferantes estados de Foxnewslandia. Pero son, a la vez, increíblemente disfuncionales, completamente incapaces de arreglar problemas básicos, obvios y absolutamente cargantes, o de hacer nada para resolver la miríada de problemas estructurales detrás que las hace tan caras y desiguales.
Pero eso, lo dejamos para otro día.