Este sábado, durante un mitin de Donald J. Trump en Pensilvania, un hombre joven se encaramó a un tejado cercano armado con un fusil de asalto. Fue avistado por un grupo de espectadores, que llamaron a un policía local. Este se asomó a investigar, retrocediendo apresuradamente cuando se topó con alguien con un arma larga. Asustado, confundido, o con una súbita urgencia, el tirador se giró y disparó cinco veces en dirección al presidente. Una bala le rozó la oreja, otra alcanzó un espectador en la cabeza, matándole en el acto; dos más fueron heridos.
Estados Unidos tiene una larga, desafortunada historia de intentos de asesinato contra presidentes y candidatos. No sé hasta que punto estos magnicidios son más o menos habituales que en otras democracias desarrolladas, pero creo que son eventos fuera de lo ordinario que no necesariamente reflejan la sociedad donde tienen lugar. Nadie diría que Japón es un país violento y con profundas divisiones políticas tras el asesinato de Shinzo Abe hace dos años; tampoco cuando uno de sus sucesores, Fumio Kishida, sufrió una intentona hace unos meses. La lista de chiflados que han intentado matar a presidentes americanos es larguísima, y sus motivaciones casi completamente aleatorias. John Hinckley Jr., el hombre que intentó asesinar a Ronald Reagan, lo hizo para intentar impresionar a la actriz Jodie Foster, por quien sentía una obesión enfermiza.
Con esto quiero decir, entonces, que no podemos sacar conclusiones de este intento de asesinato contra un candidato presidencial. Sabemos entre poco y nada sobre el tirador, pero incluso cuando se aclaren sus motivaciones, es muy probable que sean una chifladura completa y aleatoria, fruto de algún proceso de radicalización idiosincrático o chaladura personal. Todo parece indicar que es un suceso aislado con un pobre diablo actuando en solitario, sin más. Estados Unidos es una sociedad inusualmente violenta, sin duda, pero no podemos tener un suceso extraordinario y proclamar que existe una tendencia.
Esto no quiere decir, por supuesto, que lo sucedido el sábado no vaya a tener consecuencias, tanto sociales como políticas. Y aquí creo que es también necesario ser increíblemente cautos.
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