“La paradoja de una campaña contra Donald Trump es que debes convencer a los votantes que es simultáneamente un mentiroso y alguien que tienes que tomarte en serio”.
Esta frase de David Graham en el Atlantic define, con creces, el estado de las elecciones americanas estos días. Por un lado, Trump es la clase de persona que es capaz de pronunciar decenas de mentiras completamente idiotas y absurdas en cualquier discurso, que oscilan entre inventarse estadísticas, explicar historias fantasiosas sobre su persona y pegar berridos sobre cómo los inmigrantes se están comiendo animales domésticos. Por otro, es alguien que en ese mismo discurso dice que quiere suspender la constitución, meter a sus enemigos en la cárcel, deportar a millones de personas e insiste que no va a aceptar el resultado de las elecciones.
Para un votante que sigue la política de pasada, es básicamente imposible tomarse a Trump remotamente en serio. El hombre está obviamente diciendo cosas absurdas y comportándose como un patán oligofrénico. Sus comentarios son tan ridículos que parecen ser provocadores aposta; cada vez que le critican, el mismo Trump insiste que está bromeando. Dado su estilo anárquico y sus constantes idas de la olla, es fácil descontar cualquier propuesta que suene especialmente enloquecida como una astracanada para poner de los nervios a sus enemigos. El único mensaje que uno puede tomarse en serio son el puñado de propuestas concretas y medio cuerdas que suelta, como eso de eliminar impuestos a las propinas o pensiones, que es lo único que dice sin aullar como un loco.
Uno de los problemas centrales de la campaña electoral de Harris es que los votantes son increíblemente hostiles a la inmensa mayoría de las propuestas de Trump recogidas en su programa electoral, los planes del proyecto 2025 (que es la hoja de ruta producida por gente que trabajaba para él) o cosas que intentó hacer durante su presidencia, desde derogar la ley de sanidad a usar las fuerzas armadas para reprimir manifestaciones. Esos mismos votantes, simultáneamente, no creen que Trump vaya a implementarlas, porque creen que es un patán que todo lo que dice son fantasías.
Como señala el mismo Graham, sólo hay dos cosas que son impopulares que los votantes sí se creen: que Trump quiere bajar los impuestos a los ricos y prohibir el aborto. La campaña de Harris, con muy buen criterio, está hablando de estos temas sin cesar, ya que son dos elementos centrales de la agenda republicana.
Un fracaso periodístico
Desde que Kamala Harris se convirtió en candidata a la presidencia, los comentaristas de la prensa americana se han quejado sin cesar de que no habla suficiente de su programa electoral, y no concede entrevistas a los medios tradicionales.
Esta semana, Kamala Harris estaba en The View, una tertulia de marujeo que se emite durante el día en horas de trabajo, y que es visto, sobre todo, por amas de casa. En el hiperfragmentado mundo de los medios americanos, The View es de los pocos programas que tiene audiencias respetables (dos millones y medio, en un día normal) y genera momentos virales. Sus dos presentadoras principales, Joy Behar y Whoopi Goldberg, son conocidas y respetadas. Durante la entrevista, Harris anunció que una de las medidas de su presidencia sería incluir los cuidados a domicilio para mayores en Medicare, el seguro médico para jubilados.
En el sistema actual, la única forma de que una persona mayor pueda tener acceso a atención domiciliaria y su coste sea cubierto por el gobierno federal es a traves de Medicaid, el seguro para los más pobres. Para poder acceder a Medicaid, uno debe cumplir con requisitos de ingresos estrictos, y de forma más frustrante, no puede tener ahorros. El programa tiene un asset limit extraordinariamente limitado (sobre unos $2000); si alguien tiene más dinero en el banco, o una cuenta de jubilación, o cualquier clase de activo que no sea su coche o residencia, no puede acceder a él.
Hace unos años, trabajando en programas de asistencia, me encontraba de vez en cuando con personas mayores que tenían problemas de salud imprevistos y necesitaban asistencia en su hogar. Eran gente que vivía de la seguridad social y tenían sus ahorrillos, y de golpe se veían gastando miles de dólares al mes para que alguien les cuidara. Te contaban cómo estaban gastándose todo, quedándose sin nada en la cuenta, y les tenías que decir que no podrían acceder a Medicaid hasta que estuvieran esencialmente arruinados.
Medicare es un programa universal, y no tiene límites a ahorros o activos. Incluir estos gastos en este programa directamente representa una ayuda colosal a millones de personas con problemas de salud graves. Es una medida increíblemente necesaria, que ayudaría a muchísima gente, y a buen seguro, inmensamente popular.
Parece noticia, ¿verdad? Bueno, pues este fue el titular del NYT (y básicamente, todos los medios tradicionales) tras la entrevista:
La medida se menciona de pasada en el subtítulo de la noticia. Es una propuesta nueva, que Biden nunca ha defendido, pero el NYT tiene a buenas de insistir que Harris no ha propuesto nada distinto al presidente. El periódico sacó un artículo más tarde hablando de la medida con algo más de detalle, pero nunca se molestaron en ponerla en portada. Al día siguiente, no hay ni rastro de la propuesta, ni debate sobre a quién beneficia, si Trump tiene algo parecido.
Lo que el NYT sí tuvo tiempo a dedicarle su portada fue, por un lado, uno de sus sondeos (relativamente bueno para Harris, pero no mucho), y uno de los artículos favoritos de los medios americanos:
Es un artículo de chorrocientas mil palabras sobre estrategia electoral. Dinero gastado, voluntarios, mítines, mensajes, demografía, publicidad, puerta a puerta y todas esas cosas que son tan interesantes para los flipados que seguimos (o trabajamos) en campañas electorales, pero que tienen nulo interés para alguien que esté intentando enterarse sobre qué opinan los candidatos.
A los medios, más que de políticas públicas, propuestas, o contar de manera medio fidedigna lo que defienden los candidatos, lo que les va es el politiqueo y la crítica teatral; El NYT ha hablado más sobre cómo y dónde ha dado Harris sus entrevistas que de lo que ha dicho en ninguna de ellas.
Escándalo sobre escándalo
Mientras tanto, tenemos las historias sobre Trump. El expresidente, como recordaréis, estaba siendo investigado por llevarse centenares de documentos ultrasecretos a su casa en Florida al abandonar la presidencia de forma aparentemente inexplicable, almacenándolos a ratos en su baño, sala de baile, o en un almacén al lado de la piscina.
Anteayer los medios se hicieron eco de una historia recogida en el último libro de Bob Woodward, en la que explica que Trump ha hablado por teléfono con Vladimir Putin al menos siete veces desde que abandonó la presidencia. En un universo normal, etcétera, etcétera, que un político se lleve documentos clasificados a casa ilegalmente y esté en contacto directo con el presidente de Rusia de forma periódica sería un escándalo colosal, abrumador, la clase de desastre que extingue su carrera política por completo.
En el caso de Trump, la noticia quedó en segundo plano ante la revelación en el mismo libro de que Trump envió tests de COVID a Putin como favor personal al principio de la pandemia (algo que también acabaría con la carrera de cualquiera) y fue olvidada por completo. En parte porque Trump, ayer mismo, estaba diciendo estupideces sobre cómo los inmigrantes son criminales genéticamente inferiores, algo tan grotescamente racista que carrera política, terminar, etcétera, etcétera, ya sabéis. Las historias sobre Putin hicieron olvidar la noticia de que los dos socios de Trump en su chiringuito de criptomonedas son estafadores en serie. Todos estos escándalos han hecho que se minimizara el debate sobre la presencia de Elon Musk, una persona que recibe miles de millones de dólares en contratos federales, en un mitin de Trump, o el hecho de que esté financiando gran parte de su campaña electoral. Y por supuesto, eso con el ruido de fondo del torrente de mentiras y conspiraciones ridículas que el expresidente está soltando sobre la respuesta federal a huracanes.
Recordaréis (lo cuento en el libro) de esa frase de Steve Bannon explicando que la estrategia de comunicación de Trump era “inundar la zona de mierda”: tener tantas historias increíbles, mentiras delirantes, fascistadas, vómitos putrefactos, eructos y efluvios purulentos como para hacer imposible hablar del candidato de forma coherente.
El principal problema para Harris es que, dado que es una política normal, los medios pueden cubrir su campaña bajo los estándares del viejo mundo, en un universo donde no dar entrevistas o evitar respuestas concretas era criticable. Cuando miran a Trump, sin embargo, sólo ven un volcán de excrementos indescriptible, así que se ponen a hablar sobre estrategia electoral.
¿Soluciones?
La verdad, creo que hay una relativamente obvia: la prensa imparcial ha sido un error, y debe ser abolida.
Supongamos que Estados Unidos fuera un país normal, con medios clara y explícitamente alineados con un partido político o línea ideológica. Los votantes esencialmente recibirían dos mensajes: en la prensa conservadora, que Trump bien, Kamala Harris mal; en la progresista, Harris bien, Trump mal. Dado que la inmensa mayoría del electorado es partidista, esta distribución de los medios les dejaría la mar de felices. Para el pequeño porcentaje de indecisos, podrían leer los argumentos partidistas de ambos bandos e intentar llegar a sus propias conclusiones.
En Estados Unidos, sin embargo, tenemos por un lado Fox y los medios conservadores, que son partidistas al estilo europeo. Al otro lado tenemos un puñado de medios progresistas, igual de ideologizados, pero más pequeños que Fox. En el medio tenemos esta miasma de CNN, NYT y similares que intentan contrastar la candidatura de una persona normal como Harris con la de un chiflado cuasifascista naranja que ha dado un golpe de estado y mantenerse imparciales. Eso exige poner al mismo nivel a dos personajes que no es que sean distintos, sino que viven en dos universos separados. Es imposible dar las noticias de este modo.
De todos los medios americanos, creo que el único que ha entendido esta realidad es el Atlantic, una venerable, influyente e intelectualoide revista centrista-ilustrada que empezó a editarse allá por la guerra civil. Los editores decidieron, y dijeron explícitamente, que dado que Trump era un personaje tan radicalmente anormal lo iban a tratar como tal. La revista seguiría debiéndose a la verdad y publicando cosas escrupulosamente verificadas, pero no serían equidistantes. Con Trump, uno puede ser imparcial, pero no neutral.
¿Y Harris?
No soy partidario de echar la culpa del trumpismo a los medios (y en el libro hablo en detalle de todo lo que ha llevado al GOP a tener ese patán como candidato), pero creo que es indudable que la extraordinaria estabilidad de los sondeos en esta campaña electoral, y el ínfimo margen que separa a Harris y Trump en el colegio electoral puede explicarse parcialmente por esta dinámica en la campaña. Los demócratas se topan, una y otra vez, que no hay mensaje alguno que parezca “llegar” a los votantes al hablar de Trump, porque los medios, por motivos estructurales, no son capaces de transmitir lo que está pasando de forma efectiva.
La campaña de Harris, por cierto, entiende este problema, y han dejado de tratar al NYT, CNN y medios generalistas como una forma efectiva de dar su mensaje. Harris esta semana está en podcasts, programas para marujas como The View, en Colbert y Howard Stern; en todos ellos ha tenido audiencias considerables1, ha tenido tiempo para explicarse y ha recibido mejores preguntas que en 60 minutes, su única entrevista “clásica”.
En el programa de CBS, casi todas las cuestiones fueron sobre cosas que había dicho Trump o estrategia electoral (“¿cómo llegas a los votantes que creen que Trump no es racista?”), una enorme pérdida de tiempo. La reacción de los medios a todas estas entrevistas ha sido, por supuesto, crítica teatral, estrategia, y metaconversaciones sobre qué significan, no sobre lo que dijo Harris.
Bolas extra
Sobre cómo la política de California explica todo en Estados Unidos, y por qué los políticos (como Harris o Pelosi) salidos de San Francisco son máquinas de matar.
Harris ha recaudado mil millones de dólares desde que entró en la campaña. Tienen tanto dinero que han dejado de fardar sobre todo lo que han recaudado para que la gente no pare de darles pasta.
El libro de Bob Woodward, por cierto, no parece ser demasiado bueno. No suelen serlo.
Trump propone otro recorte de impuestos a los ricos, esta vez, a americanos que viven en el exterior.
Tanto Stern como Call Her Daddy, el podcast donde fue entrevistada, tienen audiencias que son múltiplos de CNN.
Creo que la campaña no tiene apenas efecto sobre los votantes. Quiero decir, empieza la campaña porque alguien dicidió marcar en el calendario que empieza la campaña en una fecha determinada, pero habida cuenta de que los votantes somos imbéciles y que los estrategas políticos lo saben se dedican a mandarnos mensajes todo el tiempo, porque siempre se está votando algo en alguna parte.
Y porque convencer en unos pocos meses a alguien de que traicione sus ideas es sencillamente imposible. Las campañas de ahora son como las navidades de Vigo. Las luces de Navidad se empiezan a poner en agosto, se encienden en noviembre y se apagan en febrero.
Los políticos están sobre expuestos a las redes sociales, y la campaña es permanente. Siempre es un gran momento para poner en ridículo a un adversario o magnificar un error de ellos. O hacer algo gracioso para ganar simpatías. Así que la campaña es permanente. Solo cambian las fases, la intensidad en algunos momentos o si existe propaganda electoral gratuita. Por lo demás es imposible diferenciar entre una campaña de comunicación política y una campaña electoral, excepto que cuando no se está en campaña no se pide el voto.
Bueno, *sí* están en el mismo universo. El problema es que el sistema los valida a ambos. Los espejismos lo que tienen es que parecen reales, p.ej., ahora que la URSS se ha ido a la mierda es evidente que la entente franco-alemana ha sido un espejismo histórico, y de propina a los ingleses se les ha ido la pinza, cosa que es más frecuente de lo que las propagandas de régimen suelen admitir (que se lo digan a los irlandeses, o a los indios). No recuerdo qué filósofo italiano dijo en su momento que todo el mundo debería tener una foto de Stalin en su casa de puro agradecimiento (Gorbie se daba cuenta que la URSS beneficiaba más a la CEE y EEUU que a los propios soviéticos, Putin ha corregido eso). Y evidentemente, no puedes luchar contra el sistema. O sí, pero tú veràs. O no verás.
En cualquier caso, ese señor es derrotable, por supuesto que lo es. Y Musk está ayudando mucho en ello.