Aventuras en New Hampshire (I)
El funcionamiento de una campaña presidencial sobre el terreno
Hace mucho, mucho frío en New Hampshire en febrero.
No es que fuera una sorpresa para mí (llevo 16 años en Connecticut, un lugar donde en febrero también hace un frío espantoso) pero era una realidad un poco más digamos urgente, con eso de estar andando por la calle con medio metro de nieve en el suelo. Estaba haciendo una de las grandes tradiciones de la política americana, canvassing (o puerta a puerta), y lo de estar paseándote por Nashua a siete bajo cero no parecía una gran idea.
Mi participación en las primarias demócratas del 2020 fue necesariamente un tanto marginal. Trabajo para un partido político de izquierdas en Connecticut (Working Families Party) y cuando estoy haciendo cosas para campañas electorales, casi siempre son estatales o municipales. Connecticut no es un swing state (Trump perdió por 15 puntos el 2016) ni un estado relevante en las primarias presidenciales, así que nunca nos metemos demasiado en política federal.
Aun así, en diciembre y enero estuvimos bastante ocupados. Working Families había declarado su apoyo a Elizabeth Warren, y Connecticut no está demasiado lejos de New Hampshire, el segundo estado en votar. Trabajando en coordinación con la campaña de la senadora, organizamos múltiples autobuses y viajes de fin de semana de voluntarios al estado para que fueran a hacer campaña, aparte de bancos de llamadas telefónicas, mensajes de texto, y demás. También dedicamos una cantidad de tiempo importante reclutando políticos locales aquí en Connecticut para que declararan su apoyo a Warren, para atraer publicidad y preparar la primaria en Connecticut en abril, si por aquel entonces seguíamos votando.
La última semana antes de las votaciones hice lo que todo friki de bien hace en época de primarias: cogí el coche y me fui a New Hampshire, a pasarme 10 días haciendo de voluntario en unas presidenciales. O más concretamente, seguir haciendo (la mayoría) de mi trabajo desde un suburbio de Manchester, New Hampshire, por la tarde y noche, y pateándome calles por todo el estado durante el día, intentando contactar con votantes. Aparte, dado que había varios líderes de Working Families y políticos de Connecticut que habíamos apoyado en otras elecciones dando vueltas por el estado y absolutamente todo el periodismo político americano está ahí esa semana, me pasé un buen rato intentando conseguirles entrevistas.
Es decir, que estuve entretenido.
Cosa que me lleva a canvassing, los voluntarios, y el funcionamiento de una campaña presidencial sobre el terreno. Los candidatos que llegan a New Hampshire (cinco, en este ciclo) acostumbran a operar con presupuestos que oscilan entre un par y más de veinte millones de dólares. Aparte de publicidad televisiva (que, si recordáis, es muy ineficiente en este estado), todas las campañas dedican cantidades ingentes de recursos a field, o trabajo de campo. Es decir, a reclutar, entrenar, y soltar voluntarios a hablar con votantes por todo el estado.
La izquierda americana está bastante obsesionada con el canvassing, en parte porque es algo que suena bien entre progresistas (“¡organicemos voluntarios!”) en parte porque hay bastante evidencia empírica que es una estrategia que funciona - hablar en persona con alguien es la mejor manera de persuadirles. Tanto en Iowa como en New Hampshire, estados relativamente pequeños, es factible montar una estructura de voluntarios que llegue a ponerse en contacto con un porcentaje significativo de votantes, así que cualquier campaña medio serie dedicará mucho dinero y energía a poner gente sobre el terreno para que esto suceda.
Hablaré sobre la estructura organizativa de las campañas en otro artículo; hoy toca hablar sobre la experiencia de hacer voluntario. En una campaña bien organizada, la cosa va como sigue:
En unas presidenciales, las campañas acostumbran a reclutar muchos voluntarios de fuera del estado. Parte del trabajo de organizar su participación consiste en encontrarles alojamiento si se van a quedar varios días, casi siempre durmiendo en casas de gente que apoya al candidato en el estado. En mi caso, me alojé en el cuarto de invitados de una familia encantadora de superfans de Warren, en un caserón enorme a las afueras de Manchester.
La campaña te habrá reclutado, sea por teléfono, en persona, o por internet, convenciéndote de que tal día a tal hora te comprometes a acercarte a la field office para empezar tu turno. La noche antes, un voluntario de esa oficina te llamará para recordarte que te esperan ver al día siguiente y si tienes alguna pregunta.
Si es la hora que has prometido y no estás por la oficina de campaña, el mismo voluntario te va a llamar de nuevo por si te “ha pasado algo” y a ver cuándo puedes venir. Lo hará aunque esté nevando a patadas, porque esto es New Hampshire y claro que nieva y puedes conducir, cobarde.
Cuando llegas a la oficina, la rutina si es la primera vez que haces canvass es siempre la misma. Primero, todo el mundo te dará las gracias 18 veces. Segundo, te darán una charla de 20-25 minutos sobre qué tienes que hacer, qué tienes que decir, y todos los panfletos que darás y dónde puedes dejarlos (hay muchas normas legales). Después te dirán que te descargues una app en el móvil llamada MiniVAN para que sepas dónde tienes que ir, y te enseñarán a utilizarla.
Las campañas bien organizadas (y la de Warren lo era) intentan que los canvass salgan a horas marcadas, con grupos de voluntarios nutridos llenando la oficina para dar sensación de fortaleza y motivar a la gente. En días “señalados” (fines de semana o algún evento importante) intentarán además que uno de los “entrenadores” del canvass sea algún político conocido que apoya a Warren, intentando atraer la atención de los medios. En los días que estuve por ahí tuvieron a Ayanna Presley y a Julián Castro. En otra oficina tuvieron a Ashley Judd.
MiniVAN es una aplicación fascinante, y algo que se usa tanto en presidenciales como en elecciones estatales por todo el país (en Connecticut la usamos también). Cuando haces de voluntario, al empezar tu turno la gente de la campaña te da un código de ocho dígitos que será tu turf o terreno; una lista de direcciones con todas las casas que tienes que visitar, así como la lista de gente que debes intentar contactar en ellas.
Los turf no vienen de una lista aleatoria sacada del listín telefónico, sino que es una lista seleccionada del registro de votantes registrados, filtrada por los expertos de datos de la campaña. La prioridad, por ejemplo, puede ser votantes registrados como demócratas que hayan votado en las dos últimas primarias, en barrios con renta media-alta, y que conduzcan Subarus. La lista de votantes seleccionados en MiniVAN se le llama “universo” en jerga política local, y forma parte de una base de datos que las campañas guardan celosamente.
Como voluntario, cuando haces puerta a puerta, tienes que anotar en MiniVAN el resultado de todas tus interacciones. Tienes que marcar si el votante estaba en casa o no, si te ha dicho que apoyará o no a tu candidato, a quién está pensando votar si tiene dudas, qué temas surgieron durante la conversación que le preocupaban mucho. La campaña usa estos datos para saber con quién han hablado y si hace falta volver a visitarle, hacerse una idea sobre cómo van las cosas, e ir ajustando su mensaje.
Un turf normalmente incluye unas 30-50 puertas, dependiendo la densidad del barrio. En general, las campañas apuntan a que completarlo tome unas tres horas. Cuando acabas tu lista, la idea es que vuelvas a la oficina para contar cómo ha ido todo y dejar los datos de cualquier persona con la que ha hablado que quiera ser voluntaria. En una campaña bien organizada, siempre habrá alguien que te ofrecerá café y donuts y te dará las gracias profusamente, y siempre habrá alguien que se sentará contigo cinco minutos para preguntarte cómo ha ido, tus sensaciones, y alabar lo mucho que estás ayudando. Los datos que cuentan están en MiniVAN, en la nube, pero hacer que los voluntarios se sientan apreciados es crucial.
Si estás de humor y con ganas de marcha, la gente de la campaña te dará otro turf encantada y te enviará a dar vueltas otra vez. Si no, antes de que te vayas harán todo lo posible para que te comprometas a venir otro día a una hora determinada, y sabe dios que te van a llamar para recordártelo.
Imaginad, entonces, la escala de unas primarias en New Hampshire o Iowa. La campaña de Warren (que no era ni de lejos la más grande o mejor financiada) tenía varios centenares de personal de campaña organizando voluntarios, y decenas de miles de voluntarios sobre el terreno. Bernie Sanders seguramente duplicaba o triplicaba esas cifras. Y esto es sólo una parte de la organización de voluntarios; montar eventos, publicidad, relaciones con la prensa, programas, discursos y demás van por separado. Cada candidato tiene que construir una estructura así en paralelo, porque en Estados Unidos no hay partidos políticos “clásicos”. MiniVAN es algo que mantiene el partido demócrata, pero los candidatos tienen que pagar para tener acceso.
Durante la semana larga que estuve por New Hampshire creo que hice doce turnos de canvass, llamando a unas 350 puertas por todo el estado. Nevó un par de días, hizo un frio espantoso casi toda la semana, y en un turno especialmente memorable, me llovió, nevó, hizo sol, y volvió a nevar en menos de tres horas mientras conducía de una granja a otra en una zona rural al oeste de Nashua. Casi todas estas visitas las hice en solitario, en un ejercicio de frikismo político que era horriblemente cansino cuando lo estaba haciendo, pero del que tengo muy buen recuerdo ahora.
Y todo para que Elizabeth Warren quedara cuarta en las primarias del 11 de febrero, con un 9,2%, sólo por delante de Joe Biden. Ya se sabe.
Bolas extra:
Las primarias presidenciales en Connecticut debían ser en abril, pero se retrasaron hasta agosto por la epidemia. Fuimos el último estado en votar.
Hay una correlación muy, muy fuerte entre conducir un Subaru y ser progresista en Estados Unidos. No preguntéis por qué.
East Haven está a 300 kilómetros de Manchester, New Hampshire, por cierto, y no me estuve toda la semana allí arriba; bajé dos veces a Connecticut (una por trabajo, la otra porque mi mujer tenía un evento). Sabes que llevas demasiado tiempo en Estados Unidos cuando hacer 300 kilómetros te parece “aquí al lado”. me acababa de comprar un coche nuevo, así que eso también ayudaba.
Para otro día, y si esto os ha parecido interesante, el lado mediático de las campañas - eventos, prensa, la agenda de los candidatos y demás. Para otro día también podemos hablar de qué aspecto tienen las campañas locales y estatales, cuando tu candidato tiene un presupuesto de decenas de miles de dólares, no de varios millones.
Fantástico artículo, Roger. Uno viaja con lo mente a ésta experiencia, y aprende del lado menos "conocido" de la política americana (que, en la cultura popular, solo recuerdo que se haya tratado en la sexta temporada de The West Wing). Sobretodo el día a día y las dificultades de una campaña. Lo bueno, lo malo y lo feo.
Muchas gracias por compartirnos ésta experiencia, estoy seguro que no soy el único que espera con ansias la siguiente entrega.
Si, sigue con este tema es muy interesante! Muchas gracias.
Lo de la correlación entre tener un Subaru y ser demócratas suena a una correlación Espurea, que es totalmente aleatoria. Sabes el valor de esa correlación y si es consistente en el tiempo?