Hace mucho, mucho tiempo, cuando los dinosaurios dominaban la tierra, Joe Biden era un joven atlético y Barack Obama era presidente, el partido republicano en el congreso presentó sus planes para cuadrar el presupuesto federal.
Paul Ryan, entonces líder del comité presupuestario del congreso, era un visionario, uno de esos legisladores que en Washington llaman policy wonk, o friki de las políticas públicas. Tras la rotunda victoria republicana en las legislativas del 2010, la idea de Ryan era ofrecer un contraste, una alternativa de gobierno a los demócratas, redactando un plan de gasto que dejara claro que el GOP estaba listo para gobernar.
Un programa económico para ricos
El documento se llamó “Path to Prosperity”, o el sendero a la prosperidad, porque si algo que tiene el partido republicano es una tendencia a poner nombres medio maoistas a sus programas de gobierno. Aunque su promesa de equilibrar las cuentas públicas el año 2030 era muy dudosilla (las cifras del documento tenían bastante de “aquí hay magia y el gasto desaparece”), la claridad de los principios ideológicos del documento era innegable. Entre sus propuestas estrella se encontraban:
Una privatización de Medicare, el seguro de salud para jubilados, que pasaría de ser un sistema de single payer tradicional a un programa de vales para comprar seguros privados en un mercado regulado.
Restringir de forma extraordinaria Medicaid, el seguro para gente con pocos ingresos y minusvalías, limitando la cantidad de fondos que reciben los estados.
Eliminar casi la totalidad de la reforma de la sanidad de Obama.
Reducir a la mitad el gasto federal en el resto en todo lo que no fuera defensa, sanidad, o pensiones, que pasaría de un 12% a un 6% del PIB en diez años.
Una bajada generalizada de impuestos para ricos y empresas multinacionales.
Estas ideas serán más o menos eficaces (son uniformemente espantosas), pero son, sin duda, de derechas. El GOP era un partido capitalista, pro- reducir el estado que quería desmantelar el estado de bienestar, y no tenía el más mínimo reparo de decirlo en voz alta. Lo hacían, además, apenas cinco años después de que George W. Bush hubiera intentado privatizar la seguridad social y fracasado espectacularmente en el empeño.
Los republicanos estaban tan orgullosos del programa económico de Paul Ryan que le nominaron como candidato a vicepresidente el 2012. Incluso tras la derrota electoral, estaban tan convencidos de sus ideas que le nombraron Speaker el 2015. El GOP era un partido conservador en lo económico, sin tapujos.
Senderos olvidados
Algo más de una década después del “Path to Prosperity” de Paul Ryan, sin embargo, no hay nadie en el partido republicano que defienda nada parecido a este programa económico en voz alta.
El documento más parecido a un programa de gobierno del GOP en tiempos recientes fue el plan de 11 puntos de Rick Scott, senador por Florida, y aunque tiene un montón de diatribas contra el socialismo y los burócratas de Washington, no dice nada en absoluto sobre reducir pensiones, privatizar la sanidad, o nada que por el estilo. Es un documento donde se habla de todos esos temas de guerra cultural que entusiasman a los republicanos (ideología de género, libertad religiosa, aborto, etcétera), pero muy poco o nada Obamacare o seguridad social. Es increíblemente reaccionario en temas culturales y sociales, pero apenas habla del lado económico.
El culpable de este cambio es Donald Trump. Nunca lo voy a repetir lo suficiente, pero Trump, en las primarias del 2016, era el candidato más moderado de todos los republicanos en materia económica, y con diferencia. Trump prometió subir las pensiones, hacer que Medicare fuera más generoso, y reemplazar la ley de sanidad de Obama por algo que cubriera más gente. Habló de política industrial, globalización y devolver las fábricas a Estados Unidos, de infraestructura, de construir cosas. Su victoria en las primarias no fue sólo cosa de racismo, y los sondeos dejaban bien claro que el populismo económico fue tan o más importante que la guerra cultural.
Trump, por supuesto, era un patán insensato que no tenía ni la más remota idea sobre cómo hacer nada de lo prometía, y una vez que llegó al poder le dio las llaves de su agenda económica a Paul Ryan y Mitch McConnell. El GOP del 2017-2018, sin embargo, no era el del 2011, y el partido fue incapaz de encontrar la manera de derogar Obamacare, incluso teniendo mayoría en ambas cámaras. El consenso económico dentro del partido se había roto. Trump era demasiado lerdo e incompetente para formular una alternativa creíble, así que los republicanos fueron incapaces de aprobar ninguna ley decente más allá de una bajada de impuestos.
Un giro con consecuencias
Aunque el cambio ideológico parece bastante obvio, mi sensación es que la mayoría de los observadores del sistema político americano, empezando por el partido demócrata, o no se han dado cuenta o no le dan la importancia que se merece. Desde la izquierda, muchos parecen creer que el racismo y la guerra cultural del GOP no son más que otra cortina de humo para encubrir una agenda económica impopular y reaccionaria. Los comentaristas “serios”, mientras tanto, nunca creen que la ideología sea relevante y todo lo ven como postureo.
Los votantes, sin embargo, no son de la misma opinión. Se ha hablado mucho (demasiado) sobre cómo los demócratas han perdido el apoyo de la clase obrera blanca y de un realineamiento según nivel educativo del electorado. Tenemos también la fuga del electorado latino hacia el GOP que tiene al partido demócrata confundido, con un dónde va esa gente a votar a racistas. La historia que se explica habitualmente es que los demócratas atraían muchos votantes socialmente conservadores pero progresistas en lo económico, y que el giro del partido hacia lo woke los ha empujado hacia el GOP. Mi sensación es que el giro hacia el centro del GOP en lo económico ha sido casi o más importante en este cambio de tendencia.
¿Queréis datos? La verdad, llevó tiempo intentando buscar sondeos que me permitan confirmar o rechazar esta intuición, y no acabo de encontrar ninguno que me sirva. No visto cifras sobre percepciones de los votantes sobre la posición ideológica de los partidos en materia económica a lo largo del tiempo, o sobre proximidad ideológica según materia. Hay cosas que sugieren que no estoy del todo loco indirectamente, como este estupendo estudio de Pew del año pasado sobre la composición ideológica de las bases de los dos partidos, y algunos sondeos y focus groups que he visto por el trabajo también parecen corroborarlo.
Cambio de escenario
Lo que salva a los demócratas, al menos por ahora, es que el GOP quizás haya girado al centro un poco en lo económico, pero se ha ido muy, muy, muy al monte en muchos temas sociales. Hace unos días la cámara de representantes votó una ley que garantizaría a nivel federal el derecho a acceder a contraceptivos, ya que el supremo ha insinuado que podrían revisar las sentencias judiciales que lo garantizan en la actualidad. 195 de los 203 legisladores republicanos votaron en contra. La virulencia con la que han abrazado muchos temas de guerra cultural y, sobre todo, el hecho de el supremo parezca decidido a imponer una agenda cristofriki a poco que le dejen ha hecho que los votos que pierden los demócratas en obrero-pero-reaccionario los recuperen en parte en el lado de universitarios conservadores en lo económico pero liberales en lo social.
Los republicanos, sin embargo, están aprendiendo. El partido se ha moderado muchísimo en materias cruciales como el matrimonio gay, y los demócratas se han puesto tan cargantes en algunos temas que es posible que acaben por asustar a muchos votantes centristas. Trump, que será un cretino impresentable, pero tiene intuición política, siempre ha sido reaccionario de forma muy selectiva, y sólo se volvió un antiabortista furibundo para sacarse de encima a Ted Cruz en las primarias.
Tiene algo de paradójico que la evolución del GOP en tiempos recientes que le ha permitido mantenerse competitivo electoralmente venga de un tipo que era el equivalente político a un niño malcriado eructando al azar, pero la democracia funciona así a veces. No hay un “diseño inteligente”, ni una estrategia racional; los partidos tienen mutaciones aleatorias que van sacando candidatos extraños al azar, y la selección natural hace que vayan cambiando.
Lo que me parece claro es que los demócratas deberían dejar de actuar como si el programa económico de sus rivales está redactado por alguien al que le cayó un tomo con las obras completas de Aynd Rand en la cabeza cuando era pequeño. El GOP dista mucho de ser un partido coherente, pero ya no es el espantajo ultracapitalista de antaño. Y los votantes lo saben.