De un tiempo a esta parte me encuentro artículos sueltos por la prensa española minimizando el riesgo que supone Donald Trump. Hablan de él como un fantoche exagerado, o critican el alarmismo de los demócratas al hablar sobre su autoritarismo, o proclaman, con impertérrita convicción, que las instituciones de Estados Unidos son demasiado fuertes, estables y sólidas como para poder esperar una verdadera involución política en el país.
Creo que es hora de dar un pequeño recordatorio colectivo sobre quién es Trump, lo que dice, y lo que promete va a hacer si vuelve a ganar. Y un recordatorio también sobre por qué tenemos motivos más que suficientes para creer que está hablando completamente en serio.
En sus propias palabras
Pongamos, por ejemplo, el discurso que el expresidente dio en una convención de votantes cristianos:
Lo que dice es literalmente, refiriéndose a ir a votar: “No vais a tener que ir a votar más. Cuatro años más, ¿sabéis? Estará arreglado, todo irá bien. No tendréis que votar más, mis bonitos cristianos.”
Dejando de lado el detalle de que habla como un demente, tenemos un candidato a la presidencia de Estados Unidos repitiendo, una y otra vez, que si gana estas elecciones no hará falta vuelvan a ir a votar más. Utiliza la palabra “fixed”, arreglado, que tiene el mismo doble sentido en inglés (reparado y amañado) que en castellano, cosa que ha permitido a varios republicanos defenderle diciendo que esto es el típico discurso de Trump con retórica exagerada.
Esa afirmación sería creíble en casi cualquier otro político, pero Trump suele “equivocarse” cuando habla de elecciones, democracia y demás detalles secundarios como aceptar resultados o la transferencia pacífica de poderes o alude a cómo usará los poderes de la presidencia.
Sean Hannity, uno de los sicofantes más babosos de Fox News, le preguntó hace unos meses si prometía no abusar del cargo para vengarse de sus enemigos. La respuesta de Trump:
“No seré un dictador, excepto el primer día de mi mandato”. Sí, dice que es para cerrar la frontera y autorizar extraer más petróleo. Sí, bromeando. Lo repite dos veces.
La pregunta era una alusión a esta alegre letanía de glorioso exceso de hace un año, cuando en un discurso en una convención de conservadores anunció una y otra vez venganza contra sus enemigos.
De nuevo, una declaración en absoluto accidental. En un mitin en Waco, Texas, casualmente el 30º aniversario del suicidio/asalto de la secta de los Davidianos (una causa célebre en conspiracionismo ultraconservador), Trump repitió y amplió ese mensaje.
El “coro” que utilizó Trump aquí (y en muchos de sus discursos) está compuesto por gente encarcelada por los hechos del seis de enero, el asalto al Capitolio. Trump ha prometido repetidamente indultarles, diciendo que son rehenes o presos políticos.
Trump también tiene la costumbre de llamar ocasionalmente a sus oponentes políticos (según él, un partido demócrata tomado por globalistas, marxistas, fascistas, progresistas, radicales y socialistas) como “vermin” (ratas, sabandijas):
También suele mencionar que los inmigrantes “contaminan la sangre” de Estados Unidos:
Trump tiene la costumbre de alabar profusamente a dictadores de otros países, y habla con admiración sobre cómo los dirigentes chinos pueden forzar que todo el mundo les obedezca.
Un político que diga una vez alguna cosa que suene un pelín fascistilla en un discurso quizás sea cuestionable, una metida de pata la tiene cualquiera. Pero cuando un candidato repite, una y otra vez, toda clase de comentarios bastante fascistillas en discursos, entrevistas y reuniones, incluyendo alabar a Hitler en privado, quizás deberíamos prestarle atención.
Y más cuando es incapaz de incluso responder a las cosas más básicas. En el (horrible) debate presidencial, le preguntaron si iba a aceptar el resultado de las elecciones. Trump se negó a contestar.
Hechos
Uno puede alegar que hablar es gratis, y que toda esta palabrería es eso, bravuconadas de barra de bar de un personaje grotesco que tiene en hacerse el machito indomitable su principal identidad y mensaje de campaña. Cosa que sería creíble si las elecciones del 2020 nunca hubieran sucedido.
Porque, insisto, por enésima vez: Trump intentó dar un golpe de estado. No uno, varios. En un primer momento, intentó intimidar a cargos públicos estatales para que o bien “encontraran” votos o bien le proclamaran ganador en múltiples jurisdicciones. Sabemos que ese es el caso porque hay una grabación, que se hizo pública ese mismo enero del 2021.
Tras ver sus múltiples intentos de convencer a autoridades locales que tomaran la decisión de tirar el resultado de las elecciones a la basura, Trump intentó crear una serie de delegaciones “alternativas” al colegio electoral en varios estados en disputa. Su objetivo era alegar en el congreso que había “resultados dudosos” en varios lugares clave, y o bien hacer que los legislativos estatales le otorgaran los votos, o que su vicepresidente, Mike Pence, declarara que no podía certificar el resultado y pidiera que se votara en la Cámara de Representantes, dándole la victoria.
Este plan fracasó, así que Trump recurrió al plan C: enviar una masa enfurecida al Capitolio para interrumpir la votación que haría oficial su derrota y ya de paso ahorcaría a Mike Pence en el National Mall, quizás linchando unos cuantos legisladores en el proceso. Ese plan se quedó en un asalto con varias muertes, en parte porque los “milicianos” aliados de Trump que encabezaron el asalto (muchos de ellos condenados a más de una década de cárcel por sedición) eran unos flipados, en parte porque era una estupidez espantosa.
Avisos
Trump intentó subvertir el resultado de unas elecciones presidenciales de todas las maneras posibles. Incluso entonces, sin embargo, quiero recordar de mi boletín ese día:
El entonces presidente llevaba meses diciendo abiertamente que no iba a aceptar el resultado de las elecciones. El 23 de septiembre del 2020 se negó a comprometerse a una transferencia pacífica de poderes en caso de ser derrotado. Era un patrón que venía de lejos; Trump, por ejemplo, nunca aceptó no haber ganado los caucus de Iowa el 2016. Incluso después de ganar las presidenciales ese año, insistió que había sacado más votos que Hillary Clinton.
Trump no es sólo un fantoche naranja propenso a decir bravuconadas. Es alguien que repite esas bravuconadas autoritarias a menudo, y que sabemos que habla en serio porque ya ha dado un golpe de estado. Su candidato a vicepresidente este ciclo es distinto que hace cuatro años porque intentó matarle. Su nuevo VP, por cierto, es alguien que ha dicho repetidas veces que de estar en el sitio de Pence, él hubiera subvertido el resultado electoral alegremente, y que lleva años negando que Trump perdió el 2020.
Por tanto, no es que los demócratas “dicen” que Trump es un peligro para la democracia. Lo dice el propio Trump. Y sabemos que habla en serio.
Normalizando el fascismo
Parte del problema es que, tras ocho o nueve años hablando sobre Trump, muchos periodistas y reporteros han acabado normalizando sus palabras. Los medios suelen primar como noticia cuando un candidato dice algo nuevo o distinto a lo que solía. Que Trump diga auténticas barbaridades fascistas es, básicamente, otro miércoles cualquiera en la tempestad política americana de cada semana.
Pongamos, por ejemplo, ese comentario de Trump en que comentaba que nunca haría falta votar más. El NYT le dedicó una pieza (una); un segundo artículo ni siquiera lo menciona como relevante. La cobertura fue parecida en WaPo; las TV generalistas ni siquiera lo mencionaron. El hombre dice bobadas parecidas dos veces por semana; para qué repetirlo más. El problema, claro está, es que está hablando de destruir el sistema democrático, algo que quizás merece algo de atención.
Las instituciones no van a salvarnos
Sobre la posibilidad de una reversión o erosión democrática en Estados Unidos y la presunta fortaleza de sus instituciones… me remito, una vez más, a “Por qué se rompió Estados Unidos”. Este país tenía una amplia región en el sur con un régimen autoritario con todas las letras hasta esencialmente anteayer (1965), exactamente con la misma constitución e instituciones.
El sistema político americano incluye múltiples instituciones contramayoritarias, no tiene precepto constitucional alguno que defienda el derecho a voto, y un Tribunal Supremo reaccionario que lleva años vaciando de contenido la Voting Rights Act y reinterpretando la constitución para proteger a Trump. El partido republicano hoy está completamente dominado por el presidente y no pondrá objeción alguna a sus excesos. No lo hicieron tras el seis de enero, cuando se negaron a un impeachment que lo hubiera inhabilitado para siempre. Imaginad ahora. Una democradura a la húngara, en la que sigue habiendo elecciones pero las reglas están sesgadas de tal modo como para que sean irrelevantes, no es una una posibilidad remota. Es algo que el GOP ha implementado en muchos estados donde gobiernan.
Un peligro real
Incluso antes de hablar sobre las propuestas políticas y económicas de Trump (que son espantosas en muchos aspectos, especialmente en materia económica), el ex-presidente es indudablemente un peligro para la democracia del país. No es especulación, no son insinuaciones, no es postureo. Son sus hechos y palabras.
Estrictamemnte hablando, Trump no es un peligro, no puede serlo, es un payaso. El problema no es él, es la gente detrás de él. De toda la vida me hizo gracia ese cuasi-meme de la cultura de consumo de EEUU, de matar a Hitler y evitar lo que vino después. Eso no hubiera cambiado nada significativo, menos cuando había una legión de gente (incluyendo el ex-presi Hoover que hasta se reunió con él) que decían que Hitler era de fruta madre. Y lo sería, si quieren, el problema era el plan ese tan perfecto de poner s toda esa gentuza en Alemania para pararle los pies al comunismo (?, el comunismo ya fue derrotado en Alemania en 1919) y de paso cargarse Rapallo, y lanzar a los memos de los alemanes contra los soviéticos. Podemos llamarlo de síndrome de Mary Shelley.
Efectivamente, puede coger vida propia. Incluso un cretino monumental que todo lo que ha hecho es para garantizarse el control absoluto del GOP, puede no ser un títere tan descerebrado. O sì, literalmente Frankenstein era eso.
No sé si olvidas quién controla la mayor parte de la prensa española.
Viendo lo que están haciendo muchos medios, particularmente confidenciales y voces del pueblo varias regadas con subvenciones de gobiernos autonómicos, aún me extraña que no entiendas el comportamiento de la prensa española.
Dicho esto, ... leerte es un placer porque recuerdas a posibles despistados que no todo es del color del papel del periódico que leen.