Grease y la desegregación que no fue
Romper con el racismo no se hace en un día. Ni en varias décadas.
El artículo de hoy, me temo, empieza con un comentario de Pablo Iglesias a un artículo de Jordi Amat sobre Grease. La película no es precisamente santo de mi devoción (en parte porque fui torturado con ella con decenas de visionados en EGB), pero es indudablemente un clásico, un musical mil veces copiado y con canciones insidiosamente pegadizas. El problema, para Amat e Iglesias, es que en Grease no hay negros ni tensiones raciales. Es una visión idealizada de la América de 1958, donde todo el mundo era blanco y el conflicto no existía en absoluto.
Y tienen razón, aunque eso resulta ser una de las cosas más realistas de la película.
Para empezar, Grease es un musical, y el hecho de que un grupo de actores fingiendo ser adolescentes (Olivia Newton-John tenía 29 tacos, corcho. ¡Y Stockard Channing 33!) canten y bailen alegremente a cada rato debería ser una pista que todo lo que vemos es una fantasía. Hay veces que las películas son espejos nostálgicos de un pasado inventado, y casi todas las películas sobre Estados Unidos en los años cincuenta son versiones tremendamente idealizadas del país. El pasado mítico de América, donde sus fabulistas ambientan los cuentos de hadas, es en la década de 1920s, los años felices, o en los cincuenta, el zénit del poder imperial, antes de Vietnam, Kennedy, y el caos de la década posterior. Grease es una historia idealizada sobre un romance adolescente, y por supuesto está ambientada en ese mundo que no existió.
Pero de todos los detalles periféricos en Grease, la ausencia de estudiantes negros es algo que casi seguro la mayoría de los adolescentes blancos de Chicago (en la versión teatral) o en los suburbios de Filadelfia (cine) en 1958 compartían. Los colegios en Estados Unidos, en esa época, estaban casi plenamente segregados, incluso en las ciudades en teoría más “tolerantes” del norte.
Y lo siguen estando, seis décadas después, especialmente en las ciudades del norte.
Sentencias y segregación racial
La versión más habitual sobre discriminación y segregación escolar en Estados Unidos tiene su punto culminante en 1954, en la sentencia del supremo de Brown v. Board of Education. Es el primer caso en la lucha por los derechos civiles, y probablemente uno de los más importantes, que pone fin a las leyes de “separados pero iguales” que codificaban la segregación racial en las escuelas del sur.
Una cosa es una sentencia judicial, sin embargo, y otra es hacerla cumplir. Tras Brown, los estados del sur se lanzaron a una enorme y complicadísima campaña de legislación creativa, desobediencia más o menos descarada y “reformas” institucionales para perpetuar la segregación racial, que acabó inevitablemente con más pleitos, más sentencias judiciales, y Eisenhower enviando a tropas federales a Little Rock. Algunas ciudades de Virginia cerraron las escuelas públicas un año entero para evitar colegios mixtos. La historia del sistema educativo de muchos estados sureños en los sesenta es una de batallas legales, con el gobierno federal imponiendo, poco a poco, la integración racial.
A diferencia de los estados del sur, las ciudades del norte no tenían leyes explícitamente racistas que establecían que los estudiantes de color debían ir a colegios separados. Lo que sí tenían, no obstante, eran elaboradísimos sistemas de planificación urbanística en los que “negro” y “blanco” no eran mencionados en absoluto, pero que hacían un trabajo estupendo creando barrios y municipios estrictamente segregados por color de piel. He hablado alguna vez sobre cómo los suburbios de Connecticut utilizan criterios no-raciales para segregar con un entusiasmo digno de la Alabama de 1930; aunque las estrategias exactas varían de un estado a otro, esta clase de racismo institucional era generalizado en los estados del norte.
Tras Brown, muchos abogados de derechos civiles decidieron centrar sus miras en leyes de este estilo en el norte, y los resultados fueron increíblemente polémicos. Boston sufrió años de disturbios violentos para bloquear los planes de la ciudad para desagregar sus colegios. Chicago sufrió una crisis parecida (aunque no tan intensa) en 1977, igual que Filadelfia (en 1967) y muchas otras ciudades del norte. A menudo la respuesta a pleitos para romper con la segregación racial acabó con miles de familias blancas abandonando las ciudades directamente y marchándose a otro distrito escolar en los suburbios.
Lo deprimente de todo este asunto es que, tras décadas de leyes, demandas, sentencias judiciales y batallas políticas, los segregacionistas en el norte acabaron ganando. Las áreas metropolitanas más segregadas racialmente están en el noreste del país:
La “última” moda para mantener distritos “bajo control local” (racialmente homogéneos, vamos) es el “secesionismo local”, consistente en los barrios pudientes (blancos) de un municipio o ciudad separándose de esta para “tener un gobierno más cercano”:
En Connecticut esta clase de separaciones no son necesarias, ya que el mapa municipal está ya tan fragmentado que el estado ha sido excepcionalmente eficaz apilando a los pobres en unas pocas ciudades, pero la idea es siempre la misma: que “esa gente” no esté en “nuestras” escuelas.
Así que Grease es, sin duda, una película criticable, pero en la cuestión de que todo el mundo en el instituto sea blanco resulta no serlo. Hay muchos políticos y votantes que-no-son-racistas-pero que trabajaron muy, muy, muy duro durante décadas para que eso fuera así. Las cosas sin duda han mejorado (e incluso en Connecticut el urbanismo no puede detener a la demografía), pero el mundo de Grease, tan blanco y sin conflictos raciales, es tristemente real.
Grease es subversiva a su manera
Una nota final, por cierto, sobre la película y (especialmente) el musical, que son bastante más subversivos de lo que parecen. Grease da la vuelta a la convención de las películas de los años cincuenta a las que parodia en las que un chaval rebelde y malote se enamora y acaba siendo un niño bien dulce y apaciguado. En Grease, Sandy es la niña dulce que acaba vestida de cuero y toda salvaje, liberada de las convenciones modosas de la época. Desde la distancia, habiendo perdido la referencia de las películas y cultura adolescente de las que se mofa, parece una película inocentona, pero es una historia que se basa en que es la chica quien toma decisiones, no lo contrario.
Como comenté hace una temporada hablando sobre Lo que el viento se llevó, uno no puede entender o valorar una obra de arte sin conocer su contexto - Grease parece inocente, pero no lo es tanto.
Bolas extra
El partido republicano en Arizona se ha vuelto en una organización abiertamente antidemocrática.
Mañana Liz Cheney se enfrenta a unas primarias. Incluso si pierde, Trump no se la sacará de encima.
John Fetterman vuelve a hacer campaña. Expliqué por qué es un candidato a seguir aquí; Dan Pffeifer, un ex- asesor de Obama, explicaba hace unos días por qué es tan bueno en esto de mensajes políticos.
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Hola Roger, ¿hasta qué punto se puede hablar de segregación por renta y no por raza? Quiero decir, mencionas lugares pudientes en CT donde esto es una realidad, ¿pero en lugares donde hay “pobres blancos” (se me ocurren los estados del Sur pero también lugares como Buffalo, NY) esto pasa también? ¿Hay formas de demostrarlo?