La gloriosa derrota republicana
El GOP parece haber decidido no cambiar tras perder las elecciones. Quizás les sirva para recuperar el poder
En democracia, todas las carreras políticas acaban en fracaso. Los presidentes, alcaldes o legisladores acuden a las urnas y caen derrotados. A menudo, sus propios compañeros de partido son quienes les convencen de que abandonen el cargo por su propio bien. Incluso cuando se van por limitación de mandatos o para salir por la puerta grande, sus herederos le echaran la culpa de su derrota, del peso de su legado.
La democracia es un sistema político eficaz, pero es poco agradecido.
En el extraño mundo del partido republicano, sin embargo, ese partido que ha perdido el voto popular en siete de las últimas ocho elecciones presidenciales, la derrota no existe. Donald Trump cayó en noviembre tras sacar siete millones menos de votos que su oponente en las urnas. El GOP perdió incluso el control del senado tras dos inauditas derrotas en Georgia en segunda vuelta. Pero si uno mira a la agenda del partido, no parece haber cambios. Los republicanos siguen defendiendo exactamente las mismas cosas que hace seis meses, como el dichoso muro en la frontera con Méjico, una obstrucción numantina a cualquier cosa que propongan los demócratas, aprobando leyes para restringir el voto justificadas en el “fraude” de noviembre y haciendo la pelota a Trump con el mismo nivel de lamentable baboseo de siempre.
El GOP fue a las urnas, fue repudiado por los votantes, y su respuesta ha sido: seguiremos igual, como si nunca hubiéramos perdido.
Esto puede parecer irracional, y no dudo que para algunos iluminados en el partido convencidos de que Trump de algún modo ganó las elecciones y hay una conspiración masiva para que un círculo de reptilianos pedófilos que se reúnen en el sótano de una pizzería en Washington para mantenerle fuera del cargo quizás un poco lo sea. Para el partido en agregado, sin embargo, el mantener el rumbo puede que tenga sentido, al menos por ahora. Veamos por qué.
Ventajas estructurales
La más obvia es la que señala Perry Bacon Jr. en este artículo en 538: los republicanos estuvieron a punto de ganar en noviembre. Y sí, voy a volver a enlazar el mismo artículo que enlazo siempre sobre cómo la constitución ahora mismo da una ventaja estructural considerable al GOP, porque sigue siendo cierto.
Si 25.000 votos en tres estados clave (Arizona, Wisconsin, Georgia) hubieran cambiado de sentido, Trump hubiera mantenido la presidencia. Unos cuantos intentos de gerrymandering fallidos y unas elecciones en Georgia con un presidente derrotado poco menos que saboteando la campaña evitaron que también ganaran en el congreso. Sí, se quedaron a cuatro puntos y medio de distancia en el voto popular. No hubiera importado lo más mínimo.
Tradicionalmente, el partido que controla la presidencia pierde terreno en las mid-terms. La participación es más baja; hay votantes decepcionados en un bando y gente con ganas de protestar en el otro. Dado que un descenso de uno o dos puntos de los demócratas les bastaría para recuperar el control del congreso, no vale demasiado la pena moverse.
El coste de dividir el partido
Todos los partidos políticos están construidos en un equilibrio un tanto difuso entre dos grupos o facciones internas: aquellos que prefieren ganar elecciones a defender sus ideas, y aquellos que prefieren defender sus ideas a ganar elecciones.
En los partidos europeos, con sus estructuras burocráticas, organizaciones más o menos centralizadas e instituciones estables, estas peleas internas pueden ser choques entre una militancia más ideológica y unos líderes más pragmáticos, o entre un sector del partido más inmovilista y otro con más ganas de gobernar. En general, los debates son a puerta cerrada, ya que los votantes tienden a castigar a los partidos que se pasan el día tortas entre ellos. Pragmáticos e ideólogos suelen llegar a un acuerdo implícito que será más o menos militante según su correlación de fuerzas si las cosas van bien, o decapitando al líder y cambiando el acuerdo sin las cosas van mal. Es un baile bonito, interesante, y casi siempre a puerta cerrada.
En Estados Unidos, los partidos son estas constelaciones de políticos cada uno un poco a su bola como franquicias de una misma marca, así que no hay cargos o puestos en la ejecutiva que compartir. Mitch McConnell no va a sentarse en la mesa con Ted Cruz para negociar un programa de partido, porque nunca van a aparecer en la misma papeleta electoral. Lo que harán es hacer cada uno su campaña electoral y su postureo ideológico por separado de cara a su audiencia política determinada, que muy a menudo no va a ser la misma.
Dentro del partido republicano, ahora mismo, hay dos grandes bloques relativamente bien definidos, orientados en el eje pro-Trump o anti-Trump. Aunque el ex-presidente era cualquier cosa menos un ideólogo (y en la práctica gobernó como un republicano medio, pero en su versión más incompetente) y su retórica era a menudo una ensalada de ideas incomprensible, su persona representa una serie de posiciones y estrategias políticas más o menos claras. El trumpismo es adorar al líder, ser anti- inmigración, proteccionista, populista en lo económico, nacionalista, antidemocrático y autoritario; el anti-trumpismo es ser pro-empresas, pro-mercado, institucionalista, y liberal, en el sentido clásico de estado mínimo.
Paradójicamente, aunque el trumpismo no es una ideología coherente, el trumpismo como facción es muchísimo más militante que sus oponentes. Cualquier desviación de la ortodoxia o muestra de deslealtad al líder es recibida de inmediato con insultos, descalificaciones, y acusaciones de traición. Este fin de semana el mismo Trump se dedicó a llamar “tonto hijo de perra” (dumb son of a bitch”) a McConnell por sus insuficientes muestras de aprecio a su persona y su negativa a apoyar un golpe de estado, cosa que da una muestra del nivel discursivo del debate interno.
La estrategia de la cobardía
Para los anti-Trump, que quieren ganar elecciones, las diatribas del ex-presidente representan un dilema. Saben, porque no son idiotas, que Trump es un idiota congénito políticamente tóxico para la inmensa mayoría del electorado. Por mucho que se quedaran a dos pasos de ganar en noviembre, entienden perfectamente que perdieron, y que es muy posible que con un candidato menos demente las cosas les hubieran ido mejor. Están convencidos de que, a medio plazo, el partido estará mejor sin ese patán rondando por Florida haciendo que todo gire a su alrededor.
También saben, sin embargo, que una guerra abierta dentro del partido entraña un riesgo considerable, porque los votantes penalizan a los partidos que no tienen un mensaje unitario. Son además muy, muy conscientes que hablar en contra de Trump puede implicar que van a tener que enfrentarse a un chiflado trumpista en las primarias, que bien puede derrotarles en según qué distritos, o debilitarles en las generales si tienen que gastar dinero y escorarse a la derecha para ganarles la partida.
El cálculo, si eres un republicano más o menos cuerdo que detesta a Trump, es entonces el siguiente: ¿tomo el riesgo ahora de alzar la voz e intentar derrotar a esos chiflados para poder ganar elecciones sin la rémora del ex-presidente, o me callo, hago como si no pasara nada, y cruzo los dedos para que en las mid-terms el tiempo y la torpeza de los demócratas hagan el resto?
En un partido político burocrático a la europea, la respuesta es más fácil, ya que sus líderes pueden coordinarse y el horizonte temporal es más largo. Si el partido tiene un ala tóxica que les está matando, quizás se pueden sacrificar un ciclo electoral para hacerles viables de aquí unos años. Es lo que hicieron los laboristas ingleses durante los ochenta bajo Kinnock cuando tuvieron que purgar a Militant.
En el GOP, sin embargo, los anti-trumpistas tienen un grave problema de acción colectiva. Primero, el horizonte temporal es literalmente dos años, porque aquí estamos votando constantemente y casi todo Dios tiene que pasar por las urnas mañana, cada uno en sus propias elecciones. No hay planes a largo plazo. Segundo, no hay una ejecutiva o estructura que pueda dar órdenes o marcar directivas, porque el GOP no es una burocracia, sino una marca comercial. Obviamente todos quieren oponerse a Trump y hacer lo correcto, pero bueno, ya se sabe. Usted primero, ¿eh? Yo ya le sigo.
No hay coordinación, no hay estrategia - y nadie quiere ser el héroe que cargue heroicamente al campo de batalla, sólo para darse cuenta de que nadie le ha seguido y se ha quedado solo.
¿Qué les queda entonces?
Rezar que todo pase, básicamente. McConnell ni se ha molestado en contestar, y el sector anti-trumpista le ha seguido hacia la misma inacción. Hay llamadas a una tregua, a no pegarnos entre nosotros, y ninguna objeción o debate ideológico. El partido, en agregado, está intentando evitar cualquier tema que genere divisiones internas, y por eso siguen hablando incluso ahora del Dr. Seuss y cultura de la cancelación e historias parecidas. Sólo arman ruido en cosas que ofendan a todo el GOP en bloque, que a estas alturas resultan ser bastante pocas.
Por desgracia, eso de dos no se pelean si uno no quiere es poco operativo en un sistema político como el americano, donde las primarias siempre son una opción. El temor de los anti-trumpistas es que a pesar de sus repetidos intentos de evitar peleas y mantener el partido unido, el año que viene se encuentren con un puñado de chiflados plantándoles unas primarias, bien financiados y con el apoyo explícito de un ex-presidente más preocupado de vengarse que de ganar elecciones.
Este temor debería ser un poderoso incentivo para ir a la guerra de una vez, pero claro, quién es el primero. Ya se sabe. Sospecho que hay muchos, muchos políticos republicanos rezando para que algún fiscal en algún lugar del país meta a Trump en la cárcel, por el tema que sea. Y hay varios candidatos.
Bolas extra
Andrew Yang, que nunca ha gobernado nada en su vida, va líder en las encuestas para ser el próximo alcalde de Nueva York. Ser un candidato fallido a presidente tiene estas cosas.
Yang también ha metido la gamba estos días hablando de algo que solivianta a la verdadera izquierda en todas partes, vendedores callejeros. Como en todas partes, es algo en que creo que la verdadera izquierda se va al monte sólo para perder votos.
Hablando de verdadera izquierda, Working Families no es fan de Yang en absoluto, pero me temo que en estas primarias va a ser difícil hacerle daño. A mí no me desagrada demasiado, en parte porque las alternativas son bastante mediocres y están equivocadas en cosas que me importan.
Algo que es un secreto a voces y que todo el mundo que trabaja en Albany sabía, pero que el NY Times nunca se había molestado en mencionar: el legislativo estatal es un entorno increíblemente tóxico para mujeres.
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