La última vez que hablamos sobre Joe Biden y su campaña presidencial teníamos al partido demócrata en un mar de dudas. El espantoso primer debate presidencial con Trump resucitó de golpe todos los temores, terrores y pavores sobre la edad del candidato, y la lenta respuesta de su campaña ante los alaridos y gemidos desconsolados de sus seguidores no ayudaron en absoluto a cambiar las cosas. Los sondeos, en días sucesivos, no hicieron más que empeorar el panorama, así que acabamos metidos en un debate sobre si era hora de cambiar el candidato a la presidencia a menos de seis meses de las elecciones.
Si este fuera un país normal con un sistema político razonable (esto es, parlamentario, como explicaba ayer por VP), esta sería una situación preocupante pero no catastrófica. En Europa es relativamente habitual cambiar el candidato a jefe de gobierno medio año antes de las elecciones, y es muy habitual que sea el partido quien le da el hachazo (la mitad de presidentes y primeros ministros pierden el cargo de ese modo). En Estados Unidos, sin embargo, esto no sucede nunca. Los presidentes, cuando están en el cargo, no suelen enfrentarse a primarias, y cuando lo hacen, las ganan con facilidad. Suelen presentarse a la reelección1, y además suelen ganarla.
Lo que no suele suceder, obviamente, es que el presidente tenga 81 años y se estrelle espectacularmente en su primer debate aparentado haber perdido cualquier idea sobre dónde estaba. Así que los demócratas se encuentran con la tesitura de que ese candidato al que no se atrevieron a substituir durante las primarias es ahora un lastre en las generales, pero carecen de cualquier instrumento legal para reemplazarle.
Un partido dividido
Durante todo este largo fin de semana del cuatro de julio, la única descripción posible de lo que está sucediendo dentro del partido demócrata es la de un montón de señores espantados dando palos de ciego histéricamente dentro de una habitación a oscuras llena de obstáculos punzantes. El debate, por llamarlo de algún modo, ha dividido el partido en seis facciones más o menos diferenciadas:
Lealistas: un grupo de gente ruidosa y muy, muy enfurruñada que defiende contra viento y marea que Biden tuvo un mal día pero que sigue siendo el mejor candidato, que todo este debate es histerismo artificial alentado por los medios, y que Trump delira mucho más en un día medio normal y los periodistas ni se molestan en hablar de ello.
Debatistas: un colectivo de señoros preocupados que creen que es hora de plantearse si Biden tiene que ser candidato. No dicen si tiene que irse o no, que conste, lo que ellos creen es que es hora de tener una conversación para ver las ventajas y riesgos de cambiar a Biden, porque es razonable y necesario. También insisten que Trump delira mucho más en un día medio normal y los periodistas ni se molestan en hablar de ello.
Insurrectos: una turba de gente muy seria y muy, muy, muy nerviosa que creen que es hora de que Biden lo deje. Cada uno de sus miembros tiene un plan sobre cómo debe irse y un esquema más o menos definido sobre qué proceso de selección debe seguir el partido para nominar a otro candidato. Dentro de los insurrectos hay una facción Kamalista que o creen que la vicepresidenta Harris debe tomar su lugar o bien están dispuestos a pegar una paliza a todo aquel que insinúe que Harris no es la mejor alternativa. Todos ellos también recuerdan que Trump delira mucho más en un día medio normal y los periodistas ni se molestan en hablar de ello.
Resignados: un colectivo de gente dentro del partido que oscila entre el fatalismo o ganas de desaparecer del mundo. Algunos dan todo por perdido y creen que no sólo Biden será candidato sino que perderá por doce puntos y que vamos a morir todos. Otros creen que quizás hay algo de esperanza ya que medio Estados Unidos votaría una momia decrépita o una lechuga antes que a Trump. Quieren que los dejen en paz. También señalan que Trump delira mucho más en un día medio normal y que quizás la prensa algún día hablará de ello.
Despistados: una pequeña multitud de políticos, activistas y gente con cargo que están muertos de miedo de que alguien les pregunte su opinión. No quieren ser vistos hablando en contra o a favor del presidente, no sea que ofendan a alguien. Insisten que la prensa debería prestar más atención a Trump y sus delirios.
La izquierda: una cuadrilla de señores intentando muy fuerte no liarse a gritos diciendo “os lo tenía dicho ya que era viejo” o romper a carcajadas. También intentan evitar proponer alguna idea medio sería, sabiendo que el resto del partido inmediatamente la descartará para no darles una satisfacción. Recuerdan también de que Trump es un fascista y que delira mucho.
Para jolgorio, diversión y alegría de los periodistas del país, lealistas, debatistas, insurrectos y resignados están todos muy, muy excitados discutiendo a gritos entre ellos en público y enviándoles SMS enfurecidos hablando sobre todo lo horrible que es la situación off the record, dándoles miles de historias. Los columnistas, opinionólogos y demás gente de mal vivir tienen ante sí su historia soñada, un debate sin contenido substantivo alguno que puede ser debatido íntegramente con especulación, proclamas morales, apelaciones al deber y tópicos Sorkinianos. Así nos hemos pasado días y días disfrutando de este edificante espectáculo sin solución alguna.
¿Quién decide ahora?
El centro de todo este problema es que, por mucho que gritemos todos, la única persona que tiene poder de decisión sobre quién será el candidato demócrata a la presidencia es Joe Biden. Si el presidente no quiere renunciar, no hay forma humana de echarle; incluso un impeachment o invocar la 25º enmienda le quitarían la presidencia, pero no su nominación como candidato. Como consecuencia, la situación ha derivado en un extraño sainete en la que un sector del partido más o menos amorfo intenta convencer a una persona que no debe ser candidato, con el pequeño inconveniente de que esa persona es el candidato, es famosamente testaruda, y quizás no sea ya del todo racional o tenga todas sus facultades mentales consigo.
Los insurrectos están tomando, por ahora, una variedad de aproximaciones tácticas que van desde lo burdo a lo razonable, pero sin que nadie tenga un plan claro. Miran y analizan los sondeos en detalle, chillando alarmados cada vez que el modelo de Nate Silver le da unas decimitas adicionales de ventaja a Trump (ahora mismo tiene un 70% de posibilidades de ganar). Hablan y fantasean sobre cómo Biden será recordado como un gran líder, sereno y cabal, el nuevo Cincinatus, si renuncia heroicamente con un gran discurso. Buscan como locos maneras de convencer a gente cercana al presidente, alguien que tiene un círculo muy estrecho y leal de colaboradores de confianza, para que tengan una charla con él. Apelan directamente a su mujer, con la esperanza de que haga entrar a su marido en razón. E intentan, en privado primero, y en público después, pedir públicamente que Biden se retire, en un lento goteo de cargos electos con un creciente orden de importancia y prestigio.
Nadie tiene la más remota idea sobre si esto está funcionando o no. Tenemos rumores, artículos de prensa, gente que dice que sus fuentes le cuentan cosas, gente con cara preocupada hablando en CNN y MSNBC2 y poca cosa más. A finales de los setenta, cuando los líderes de la Unión Soviética empezaron todos a estar entrados en años, apareció una escuela entera de kremlinólogos expertos en decodificar qué sucedía exactamente en el politburó entre enfermedades, hospitalizaciones, vacaciones demasiado largas en Crimea y ancianitos demasiado débiles para presidir el desfile del primero de mayo. Todo lo que rodea a la Casa Blanca estos días tiene ese mismo aire, con periodistas mirando atentamente los augurios más oscuros y complejos para contarnos qué creen que puede suceder.
¿Qué está pasando ahora?
Mi impresión, conociendo el partido demócrata y sus peculiares instituciones, es que nadie tiene la más remota idea sobre lo que está pasando, y desde luego, nada parecido a un plan. Cada una de las “facciones” son grupos sin orden ni concierto, llamando a sus amiguetes y filtrando cosas a la prensa furiosamente, pero sin organizarse lo más mínimo.
Los líderes del partido (el jefe de la minoría en la cámara de representantes, Hakeem Jeffries, líder del Senado, Chuck Schumer, ex-presidentes y demás luminarias) están siendo bombardeados de llamadas, súplicas y quejas, y están completamente aterrados de dar un paso en cualquier dirección. Si hablan contra Biden y no se larga, harán el ridículo y seguramente le condenan electoralmente; si se callan y se queda, serán también culpados cuando pierda. El riesgo de substituirle es enorme, y los dolores de cabeza y batallas internas con las que tendrán que lidiar son una pesadilla absoluta. Dada la ausencia de soluciones fáciles, están “escuchando” sin tomar decisión alguna. Los cargos electos con suficiente peso para generar titulares, mientras tanto, están dando opiniones sin coordinarse entre sí, cuando no suplicando a sus jefes que hagan algo, lo que sea, y les saquen el muerto de encima. Los activistas y cargos intermedios están haciendo llamadas, recibiendo llamadas, e intentando infructuosamente que alguien organice una rueda de prensa, jolgorio o carta abierta que poder apoyar.
Joe Biden, mientras tanto, sigue haciendo campaña. La gran maniobra táctica para convencer a los críticos de que seguía siendo el mejor candidato fue conceder una entrevista de media hora a ABC News. El resultado fue el peor de los escenarios posibles, porque Biden ni estuvo lo suficiente mal como para decretarle inútil perdido ni lo suficiente bien como para darle por un buen candidato.
Es la cosa más parecida a un test de Rorschach en política que conozco. Biden dijo, por cierto, que no renunciará a ser candidato de no mediar una señal del altísimo. No sé cuántos sondeos debe Dios Nuestro Señor enviar al muy católico Biden diciéndole que va a perder en noviembre. Probablemente muchos.
Las encuestas, de hecho, son un problema parecido a esta entrevista: son malos, pero no lo suficiente espantosos como para declarar que todo está perdido. Nate Silver sigue dando un 30% de probabilidad de victoria a Biden, que es lo que tenía Trump antes de las elecciones del 2016; queda mucho para las elecciones y esto se puede remontar, se dice el presidente a sí mismo. Las críticas de sus compañeros de partido pueden empeorar los sondeos con rapidez, pero es difícil que Biden se tome eso como una señal de irse y no como un sabotaje que debe intentar resistir, recrudeciendo aún más la crisis interna. Esto nos deja en el peor de los escenarios posibles, con un candidato demasiado débil para ganar pero demasiado tozudo como para irse.
Kobayashi Maru
En la academia naval de Star Trek, los cadetes se enfrentan al escenario del Kobayashi Maru en los simuladores como parte de su entrenamiento. Es una misión en apariencia rutinaria que está programada de modo que no hay posibilidad de victoria o resolución positiva, una forma de adiestrar a los futuros oficiales de que a veces no puedes ganar y es necesario aceptar una derrota con honra. Este fin de semana, no sé por qué, me ha hecho recordar esos episodios. Por desgracia, no estoy seguro que el cadete en cuestión en una misión condenada sea Biden, el resto del partido demócrata, o todos a la vez.
No tengo ni la más remota idea sobre qué va a suceder. Estoy relativamente seguro de que ahora mismo nadie, ni siquiera el presidente, tiene la más remota idea. Lo cierto es que la obcecación de Biden de presentarse de nuevo han dejado al partido sin soluciones fáciles.
Y sí, creo que el único culpable es Biden; unas primarias contra un presidente en el cargo hubieran sido un suicidio político para cualquier candidato alternativo viable, y no creo que era realista que nadie serio se ofreciera al sacrificio. Un buen político debe ser capaz de entender cuándo deja de ser imprescindible3 y saber marcharse, o rodearse de buenos asesores que le hagan ver esa realidad. Biden parece haberse olvidado de ello.
En fin, veremos qué sucede esta semana, si las deserciones continúan o si Biden mete la pata otra vez en público. Se rumorea que el jueves dará su primera rueda de prensa en meses. Veremos cómo acaba.
Bolas extra
Trump está intentando desmarcarse del “Proyecto 2025”, un chiringuito dirigido por sus asesores haciendo planes para su segundo mandato. Insiste que no conoce a nadie en este programa, algo que ha hecho que algunos sarcásticamente cuestionen su competencia mental.
Los medios realmente suelen pasar por alto la montaña de gazapos e idas de la olla de Trump, por cierto. Las transcripciones de prensa de sus discursos suelen estar muy editadas para hacerlas comprensibles, y las noticias sobre ellos se centran en los momentos en los que suena coherente, que no son muy habituales. Trump es también muy viejo y cada vez más aleatorio.
Vale la pena insistir también la diferencia entre ambos partidos: los demócratas están como locos intentando decapitar a su candidato porque pareció (extremadamente) viejo en un debate. Los republicanos vieron al suyo ser condenado por 34 delitos (y dar un golpe de estado, y fraude, y, y, y…) y se encogieron de hombros. Es cierto que los medios cubren las pifias de Biden de forma totalmente desproporcionada a las de Trump, pero la gran diferencia aquí son los partidos.
Lyndon Johnson es un caso muy, muy inusual.
No en Fox News; ahí se lo están pasando en grande.
Eso sucede en el mismo momento en que te sacas el carnet del partido y empiezas a trabajar en tu campaña electoral, por cierto. No hay absolutamente nadie indispensable en política. Los países siguen siempre sin ti.
Que hay de cierto de que los republicanos piensan demandar en los estados bisagras, si Biden es reemplazado en la papeleta electoral? Y con ello invalidar la opción democrata
La incompetencia es monumental. Síntoma, que no causa. Obviamente, gente competente evita formar parte de chiringos tomados por incompetentes, pescadilla que se muerde la cola. Luego vienen los Le Penes y los Trumpes que no nos engañemos, están financiados por gente nada rarita y muy del establishment, igual que en el 33 en Alemania. Claro que entonces le tenían miedo a los comunistas, o eso decían, hoy en día no sé a quién. A ellos mismos. Será.
Ayer en Francia ganaron tiempo, porque no hicieron otra cosa. Le Pen saltó del 34 al 37%,.no fue suficiente (NFP y macronistas sumaron el 49%). Pero les cerraron el paso. En UK Starmer, menudo pájaro, sacó muchos menos votos que Corbyn, porque los Tories y Farage juntos le hubieran dejado menos diputados que la última vez a los Laboristas. Así está la cosa.