La (in)efectividad de los líderes fuertes
Un sistema político que funciona mejor cuando no le prestan atención
El sistema político de Estados Unidos siempre ha tenido un aprecio por lo barroco y rebuscado. Tenemos una separación de poderes estricta, con múltiples actores con legitimidad democrática directa. El procedimiento legislativo es lento y farragoso, con partidos indisciplinados. Aprobar legislación requiere sortear media docena de actores con derecho a veto, construir mayorías y consensos complicados, y además hacerlo con gente que no tiene el más mínimo interés de darte una victoria política.
Todos estos obstáculos hacen que el Congreso (y muchos legislativos estatales) sea increíblemente disfuncional e ineficiente. Los presidentes sólo parecen ser capaces de aprobar su agenda en esos escasos momentos de su mandato en los que tienen mayoría en ambas cámaras, habitualmente al principio de su primer mandato, y eso si tienen suerte y su partido no se asusta demasiado a la que sale la primera encuesta negativa antes de las mid-terms. Hacer política en este país es un ejercicio de paciencia y fustración.
No es de extrañar, con este panorama, que los votantes americanos suelen valorar a candidatos presidenciales fuertes, con energía, capaces de enfrentarse a aquellos que intentan bloquear su agenda y a actuar de forma decisiva cuando se topan con un Congreso torpe y abrumado en disputas irrelevantes. Una expresión habitual es que el presidente debe ser capaz de utilizar el bully pullpit, literalmente el “púlpito del abusón”. La idea es que el jefe del ejecutivo, cuando se encuenta un obstáculo, puede usar su enorme presencia mediática para dirigirse directamente a los votantes, avergonzar a esos patanes en el legislativo, y sacar su agenda adelante.
No os sorprenderéis, supongo, que una de las cualidades mejor valoradas de Donald Trump en los sondeos, y uno de los puntos débiles de Biden, es la percepción de que es un líder fuerte. La edad de Biden es un problema no tanto por su acuidad mental, sino por esa imagen de debilidad que proyecta, de ser un hombre frágil.
Esta imagen de que en una crisis o disputa política el presidente puede ir al estado de un senador recalcitrante, plantarse en un salón de actos y dar un discurso grandilocuente y feroz que demuestre que es un líder con agallas y cambie el sentido de una votación tiene un pequeño problema: es completamente irreal. Quizás funcione en las películas y en un guión de Aaron Sorkin, pero lo del liderazgo fuerte y decisivo no es que sea irrelevante a la hora de sacar leyes adelante. De hecho, suele ser contraproducente. El sistema político americano ni funciona así, ni nunca fue diseñado de esta forma.
Este es un sistema de gobierno que favorece líderes afables, discretos y poco propensos a liarse a berridos con sus adversarios políticos. O dicho en otras palabras, a gente como Joe Biden.
Un presidente efectivo
Se mire por donde se mire, Joe Biden ha tenido una presidencia increíblemente productiva en el Congreso. Aprobó, a pesar de tener mayorías exiguas en ambas cámaras, un ambicioso plan de estímulo fiscal, que ha contribuido a que su recuperación económica sea mucho más rápida que la de cualquier otro país desarrollado. Sacó adelante una enorme ley sobre cambio climático, una de política industrial que ha traido consigo una explosión inversora en sectores de alta tecnología, un paquete de infraestructuras muy ambicioso e incluso una ley de control de armas de fuego. Estando en minoría, ha conseguido que el legislativo sacara adelante presupuestos sin tener un sólo cierre de gobierno (algo que ni Obama ni Trump1 consiguieron evitar) y un enorme paquete de ayuda militar a Ucrania.
Y por descontado, tenemos esa tasa de paro por debajo del 4%, inflación cerca del 3%, crecimiento económico rápido, el Dow Jones superando los 40.000 puntos, más gente con seguro médico que nunca y una caída dramática de la tasa de homicidios.
El “truco” para sacar todo esto adelante en ese Congreso disfuncional, torpe y lleno de amantes del caos no ha sido poner cara de machote y gritar mucho, sino hacer exactamente lo contrario.
Despolitizar para hacer política
Cuando un tema entra en el debate político del país, empieza un proceso de toma de posiciones por parte de partidos, líderes de opinión, dirigentes y medios de comunicación. Lo habitual es que el dirigente del partido del gobierno exprese su postura en un sentido, con o sin sus socios de coalición. Los partidos de la oposición suelen echar un vistazo a su programa y lo que dicen sus encuestas, y si creen que es un terreno favorable, hablarán en contra. Eso generará polémicas, discusiones y una batallita política de esas que nos gustan, y los votantes de ambos bandos acabarán, casi inevitablemente por estar de acuerdo con lo que dicen los suyos.
En un sistema parlamentario, donde el presidente tiene mayoría legislativa para aprobar leyes, este proceso de debate es a la vez algo que puede generar actividad de gobierno (esto es, se aprueban leyes) y que es clarificador para el electorado, ya que ven un debate con dos posturas, un paquete de medidas, y sus consecuencias. Politizar un tema es bueno, ya que trae legislación y aprendizaje.
En el rebuscado, complejo y siempre descacharrante sistema presidencial americano, politizar un tema suele garantizar que no se apruebe legislación alguna. El proceso empieza de forma parecida, con debate, postureo, el presidente diciendo una cosa y el partido en la oposición la contraria. Cuando es hora de legislar, no obstante, todos esos actores con capacidad de veto, legitimidades contradictorias y lugares en los que una iniciativa puede ser derrotada tontamente se convierten en armas arrojadizas que la oposición puede utilizar para negarle una victoria legislativa al presidente.
Si un jefe del ejecutivo sale a la palestra y se pone chillar estentóreamente lo mucho que le interesa e importa una materia, eso suele provocar que la oposición ahora tenga todos los incentivos del mundo para intentar bloquearla. Cuanto más hable y chille un Biden, Trump o quien ocupe el cargo sobre lo urgente que es una ley, más resistencia va a generar. Y dado que los votantes suelen ver la realidad bajo un prisma estrictamente partidista, la mejor forma de que las bases del partido contrario se opongan a una ley es que el presidente hable a favor de ella repetidamente. Politizar un tema poco menos que garantiza que no se legisle sobre él y además da la señal a los votantes de un presidente que no es capaz de salirse con la suya.
Con muy contadas excepciones, la mejor manera que tiene un presidente de los Estados Unidos de conseguir sacar adelante su agenda es reducir su papel en el debate. Hablar poco, y hacerlo en términos generales; dejar que sean los líderes del congreso, mucho menos conocidos y visibles entre el gran público, que sean los que discutan y negocien. Su papel será buscar complicidades, forjar consensos entre facciones dispares, dar espacio para que miembros de la oposición tengan un papel, ofrezcan ideas y estén dispuestas a votar a favor de la ley. Nada de intimidar, vociferar o gesticular de forma enloquecida en los medios o insistir que sigan tus órdenes. Crear espacios, dejar que haya debate, y alabar profusamente a todo aquel que quiera participar y colaborar.
Es decir, nada de liderazgo machote, gritón y arrogante o discursos sorkinianos. Lo que quieres es alguien amable, flexible, y capaz de negociar sin provocar ampollas ni polémicas.
Biden es excepcionalmente bueno en esta clase de liderazgo, que es exactamente lo que necesita el sistema constitucional americano para poder funcionar de manera efectiva. Este es el diseño constitucional subyacente a todas sus instituciones, construidas alrededor de generar consensos, buscar acuerdos y construir coaliciones amplias. Durante estos tres años largos, Biden ha sido increíblemente efectivo rebajando la tensión, limando asperezas, buscando puntos en común y reduciendo el nivel de conflicto en vez de aumentarlo.
Es una lástima que los votantes estén convencidos que actuar como un tipo duro es lo que el país necesita, la verdad. Cuánto daño ha hecho Hollywood.
Los límites de la negociación
Lo de ser-amable-y-sacar-leyes ayuda a gobernar, pero obviamente no sirve para todos los temas. Hay materias que están politizadas por defecto, merced de décadas de disputas partidistas y movilización de las bases. Hay otros que son demasiado polémicos de entrada, ya que forman parte de la misma identidad de los partidos y estarán dispuestos a ir a la guerra por muy afable que sea el presidente.
Y la verdad, la mejor manera de gobernar y ser productivo es utilizar el método Obama en el 2009 (o Lyndon Johnson, en 1965): ganar las elecciones previas de paliza y tener mayorías abrumadoras en el congreso. No sucede a menudo.
Bolas extra
Los americanos están convencidos que la economía va fatal, pero están gastando como si no hubiera mañana.
Un repaso a la literatura sobre precios de vivienda y el impacto de aumentar la oferta construyendo más casas. La conclusión es simple: aumentar la oferta reduce precios siempre.
Algo que se ha convertido en casi habitual en la vida de los políticos americanos, especialmente demócratas y republicanos no trumpistas: las constantes amenazas de muerte.
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El idiota de Trump de hecho consiguió cerrar su propio gobierno por una tontería.
"Los americanos están convencidos que la economía va fatal, pero están gastando como si no hubiera mañana."
Lo mismo que en España (salvando las distancias de tener aquí un paro estructural mucho más alto). Es tremendo como la imagen es que se está hundiendo el país, pero el consumo aúpa el PIB y la gente consume más que nunca.