Harvard tiene unos 7.200 estudiantes matriculados en una de sus licenciaturas. Es una universidad relativamente pequeña; su alumnado es comparable al de la Pompeu Fabra (cerca de 10.000), pero es mucho más pequeño que la Carlos III (15.000). Harvard, por supuesto, tiene muchísimos más estudiantes de postgrado (14.400 estudiantes) que cualquier equivalente en España, aunque eso se debe en parte a que en Estados Unidos medicina y derecho caen en esta categoría.
Hay dos cosas que hacen de Harvard una institución única. Primero, es inmensamente rica; su endowment (la dotación financiera de su fundación, por decirlo de algún modo), ronda los 50.000 millones de dólares. Su presupuesto anual roza los 6.000 millones1. Esta abrumadora, colosal montaña de dinero les permite contratar a los mejores investigadores y académicos, pagarles sueldos extravagantes y darles esencialmente cualquier extravagancia que necesiten en su trabajo. Harvard puede reclutar a las mentes más brillantes de todo el mundo sin que nadie les haga sombra, tanto entre profesores como alumnado. Para muchos estudiantes de licenciatura, su educación es prácticamente gratuita.
Segundo, y derivado de la primera aserción, Harvard es, de muy, muy, muy lejos la universidad más prestigiosa de Estados Unidos, el punto culminante de la complicada jerarquía del sistema de educación superior del país.
El prestigio de Harvard es difícilmente comprensible para un europeo; los americanos hablan sobre ella casi como si fuera un título nobiliario o un estamento aristocrático, no una universidad. Tener un título de Harvard es algo que te abre casi cualquier puerta en Estados Unidos, una especie de marca de excelencia indisputable entre la plebe. Esto se debe, en parte, a que las instituciones de la élite política, legal y empresarial del país están absolutamente repletas de gente salida de Harvard, y el hecho de que si eres alguien que ha pasado por la universidad tienes acceso a esas redes de contactos en la parte más alta de la estructura de clases de Estados Unidos.
Harvard sólo recluta a los mejores, y le da la mejor educación posible con los mejores académicos del mundo. Que sus alumnos parezcan provenir casi todos de esa clase social que está plagada de hombres salidos de Harvard es, casi seguro, una coincidencia.
Tenemos, entonces, una institución de educación superior que tiene mucho dinero, tiene muchos ex-alumnos con inmensas fortunas, colecciona premios Nóbel2, es increíblemente elitista, y educa un porcentaje minúsculo de la población de Estados Unidos. Es una institución importante, sin duda, pero por algún motivo que se me escapa, los medios de comunicación americanos y gran parte de la derecha más reaccionaria del país están obsesionados con esta universidad.
La obsesión
Pongamos, por ejemplo, el New York Times, el periódico de referencia de Estados Unidos. Este medio publica periódicamente historias sobre la universidad, vida en el campus y su política interna, con artículos como este, sobre qué significa “diversidad” para sus alumnos, este, sobre una historia de acoso sexual de un profesor, o este, sobre sus procedimientos para admitir alumnos. El Times incluso publicó una larga entrevista al nuevo capellán de la universidad cuando fue nombrado, porque si algo nos preocupa a todos es cómo las élites del país se relacionan con Dios.
Aunque la obsesión del NYT con Harvard es legendaria (y bastante cómica3), las idas y venidas de sus líderes y educadores reciben mucha más cobertura que básicamente cualquier gobernador estatal y muchos legisladores.
A pesar de ser una institución ultra-elitista e increíblemente insular, para un sector de la derecha reaccionaria americana Harvard se ha convertido, extrañamente, en un símbolo de izquierdismo, feminismo, socialismo y progresismo, una entidad odiada y odiosa que debe ser destruida. El populismo conservador americano siempre ha tenido un fuerte componente anti-intelectual, con una enorme desconfianza hacia esos “expertos” y “listillos” de las dos costas que vienen a decirnos lo que tenemos que pensar. Harvard es, para ellos, el centro de “esa” gente que nos trata como paletos y mira por encima del hombro, y así que hay una mini-industria de agitadores entera dedicada a trollearles y fiscalizar cualquier tropelía woke que cometan, real o imaginaria.
El escándalo Gay
Cosa que nos lleva al último escándalo que rodea a la universidad, claro. Hará cosa de cuatro o cinco semanas, tres presidentes de tres universidades de élite americanas (Harvard, Penn y MIT) fueron al congreso a testificar sobre antisemitismo y libertad de expresión en sus campus. Era obvio que la comparecencia era una encerrona montada por los republicanos para criticarles, pero los presidentes de universidad no se distinguen por su humildad o su olfato político, o aparentemente por su inteligencia. Cuando les preguntaron si “pedir el genocidio del pueblo judio” era un uso aceptable de la libertad expresión, ninguno de los tres fue capaz de dar con la respuesta correcta (“NO”).
En el caso de Claudine Gay, la presidenta de Harvard, su respuesta fue que “dependía del contexto”.
La comparecencia fue a principios de diciembre. Durante las últimas semanas, la historia ha sido portada en el NYT y una obsesión completa y absoluta de Fox News y todos los medios conservadores sin interrupción alguna. La presidenta de Penn dimitió poco después de meter la gamba (su respuesta: “sólo es inaceptable si lo llevan a la práctica”), pero Gay, tras pedir perdón y decir que el genocidio está mal y que no debe suceder, se mantuvo en el cargo.
Intertextualidades
Un puñado de activistas conservadores, encabezados por el troll profesional y aliado de Ron DeSantis Chris Rufo, sin embargo, olieron sangre. A los pocos días empezaron a filtrar a los medios varios ejemplos de artículos académicos escritos por Gay, incluyendo su tesis, que incluían texto copiado sin atribución o con citas un poco demasiado chapuceras de otros autores. Rufo, por cierto, no oculta en absoluto que lo suyo era una cacería, y que quería destruir a Gay porque quiere destruir la “ideología racista” de los “departamentos de equidad e inclusión” en las instituciones de élite americanas. Eso no impidió que el NYT cubriera con entusiasmo la polémica, y que informara con devoción ante cada ejemplo de posible plagio que salía a la luz, en un goteo que ha durado cuatro semanas, porque no hay nadie más aficionado a seguirle el juego a los trolls conservadores que el NYT.
Lo cierto es que Claudine Gay tenía muchas citas y textos un poco demasiado cercanos a otros autores como para dirigir una institución académica de élite4, así que ha acabado por dimitir.
Análisis y praxis
Este tan magno evento ha generado nada menos que ocho artículos de opinión y análisis en el NYT (ocho) y una tribuna escrita por la propia Gay tras su dimisión. En el Atlantic, la revista del establishment centro-moderado-izquierdista por excelencia5, hay media docena de sesudos artículos en su portada ahora mismo. En Politico, mientras tanto, aparte de una entrevista a Rufo, tenemos varios artículos sobre las disputas por el poder entre donantes de Harvard y las consecuencias políticas del evento, incluyendo más investigaciones sobre “antisemitismo en los campus” por parte del GOP.
Esto es: nos hemos tirado cuatro semanas hablando sin cesar de este tema, algo que afecta a un rincón minúsculo de la educación superior de Estados Unidos, gente con muchísimo dinero y básicamente a nadie más. No hay nada más lejano de la realidad en este país que Harvard, pero todos los medios han hablado obsesivamente de ello sin parar siguiendo una polémica que sus mismos organizadores decían en voz alta que era una campaña orquestrada para montar bulla política.
Nunca, nunca dejaré de maravillarme sobre la infinita ingenuidad de los medios en esta país, su inagotable capacidad para postrarse ante la institución más elitista del continente, y a la vez ignorar cualquier cosa remotamente importante.
A modo de comparación: la “polémica” de los plagios de Gay han monopolizado la agenda cuatro semanas. La historia de que Trump “perdió” una carpeta llena de información ultrasecreta sobre la injerencia rusa en las elecciones del 2016 estuvo en las portadas unos minutos, y nadie parece cuestionarse que esta sea la mejor manera de cubrir la actualidad en este bendito país.
Y la historia de la carpeta de Trump es una locura absoluta, por cierto. Recomiendo que la leáis. Seréis los primeros; ni CNN, los que dieron la noticia, pareció interesarse demasiado.
Otro héroe de la revolución
Confieso que debería haber escrito más sobre Robert Menendez.
Su historia, se cabe, es aún mejor que la de George Santos, esa leyenda del cinismo político que iluminó nuestras vidas el 2023. Bob Menendez es senador por Nueva Jersey. Sus primeras aventuras con la justicia datan del 2015, cuando el FBI investigó a un oftalmólogo muy amigo suyo y llegó a la conclusión que Menéndez estaba recibiendo sobornos a cambio de favores políticos, incluyendo presionar al departamento de estado para que le ayudara con varios negocios en la República Dominicana. El buen senador se libró de ser condenado por los pelos, gracias en parte a una sentencia del supremo que hacía más dificíl enchironar a alguien por corrupción.
Una persona normal, tras evitar la cárcel por un par de detalles técnicos menores, seguramente se replantearía qué está haciendo con su vida y dejaría de hacer el mandril. Bob Menéndez no es una persona normal. Meses después de evitar una condena, el tipo estaba pasando el cepillo pidiendo “donaciones” a varios hombres de negocio con conexiones al gobierno egipcio. El FBI encontró cientos de miles de dólares en efectivo y lingotes de oro en su casa; Menéndez alega que es ahorrador y que no se fía de los bancos, y a ver quién no tiene lingotes de oro bajo su colchón, corcho. La historia, además, tiene de por medio a la nueva mujer de Menéndez, mucho más joven que él, accidentes de tráfico, encubrimiento, coches de lujo y una montaña de cosas extrañísimas que sólo puedes encontrar en Nueva Jersey.
Esa es su cultura y hay que respetarla.
Tras una primera acusación de la fiscalía detallando cómo el senador utilizó su puesto en el comité de política exterior para vender influencia y recibir dinero del gobierno egipcio, ayer las autoridades ampliaron la acusación con otra montaña de cargos sobre todo el dinero (y lingotes de oro) que también había recibido de Quatar.
Por ahora, todo el partido demócrata de Nueva Jersey está pidiendo su cabeza, así como medio senado. No parece que por el momento que vayan a votar su expulsión, que requeriría una mayoría de dos tercios en la cámara. Pero si siguen encontrando lingotes de oro en su casa al ritmo actual, quizás acaben por hacerlo. Bob, por supuesto, insiste que es inocente y que le están investigando porque es latino.
Nota aleatoria
Habiendo pasado (un poco de rebote) por Yale6 e interactuado con un número considerable de gente que viene de esos ambientes7, una de las cosas que siempre me parecen encantadoras de las élites del país es que están convencidos que son gente la mar de normal. Las élites americanas son afables, mundanas e insoportablemente insustanciales; hablan y se comportan como si fueran de clase media o media-alta, pero sin gestos, acentos, o costumbres aristocráticas extrañas, al menos a simple vista.
Todo esto, por supuesto, es falso, y en esa agresiva mediocridad hay una muy, muy, muy estudiada impostura, lenguaje, distancias y costumbres, un código de “gente bien” distintivo. El contraste es muy sutil; en TV reciente, Succession lo captura bien en los márgenes, en las diferencias entre los Roy “de verdad”, Greg y Tom. The Good Wife también era muy observador en estos detalles en algunos episodios.
El presupuesto de la Carlos III el 2024 será 268,9 millones de euros. La Pompeu Fabra tiene un presupuesto de 173 millones. Ambas son las niñas bonitas de sus respectivos gobiernos autonómicos.
Cincuenta, para ser exactos.
El Boston Globe habla menos de Harvard que ellos, por Dios.
No creo que sea plagio, pero la falta de profesionalidad era atroz. A cualquier estudiante de doctorado se le caería la cara de vergüenza por ser tan chapucero.
Y donde quiero escribir cuando sea mayor, la verdad.
Probablemente la segunda o tercera universidad más prestigiosa del país.
Ser legislador estatal es un pasatiempo de muchos ricos, ya se sabe.
Siempre se dice que EEUU es un país que no tiene realeza pero le hubiese encantado tenerla, así que las vueltas que tienen con la Casa Blanca y su particular aristocracia local (la Ivy League) es una versión gafpasta del Sálvame.
Por cierto en España por suerte no tenemos ese modelo, pero en Inglaterra tienen la dupla Oxford-Cambridge y la LSE y en Francia la ENA.
Puedes dar algún ejemplo de gestos distintivos de la élite?