Los orígenes de la desigualdad
¿Por qué Estados Unidos es tan desigual comparado con Europa?
Estados Unidos es mucho más desigual que Europa. Esto es un hecho bien conocido, y se miren como se miren los datos, la diferencia en el nivel de renta entre los americanos con rentas más bajas y el 1% con más renta es muchísimo mayor que en cualquier otro país desarrollado. El nivel de desigualdad, además, lleva aumentando sin parar desde principios de los años ochenta, superando incluso los tiempos de capitalismo salvaje de los 1920s. Si miras los datos de riqueza acumulada, las diferencias son aún más atroces:
Aunque es cierto que Estados Unidos es un país mucho más rico que cualquier otro país europeo (con la excepción de Noruega y Suiza), esa riqueza no se traduce en mayores ingresos para todo el mundo. Thomas Blanchet, Lucas Chancel y Amory Gethin, en este excelente artículo, señalan que el nivel de ingresos medio entre el 50% de la población con menos ingresos en Estados Unidos es menor que en gran parte de Europa. Midiendo ingresos bajo paridad de poder adquisitivo, los ingresos de un americano en este grupo rondan los 12.300 euros al año, comparado con los 21.600 en el norte de Europa o 14.600 de Europa occidental.
La parte más fascinante de esta tabla, por cierto, no son las cifras en sí (aunque son obviamente importantes), sino una palabrita inocente en el título: “pretax”. Esto es, la tabla refleja ingresos brutos, antes de que el estado de bienestar recaude sus impuestos progresivos y redistribuya nada con sus programas sociales.
El estado de bienestar americano
En el mismo artículo los autores analizan cual es el impacto de los estados de bienestar a ambos lados del Atlántico redistribuyendo riqueza. En esta tabla tenemos el nivel de redistribución neta en todos los países de la muestra, medido en transferencias hacia el 50% con menos renta según porcentaje de la renta nacional:
Primero, mirad donde anda España, con nuestro extraordinariamente incompetente estado de bienestar. Segundo, mirad el país que redistribuye, con muchísima diferencia, más renta hacia los hogares más pobres - Estados Unidos.
La explicación detrás de estos datos es un poco contraintuitiva, pero es importante. Estados Unidos no tiene un estado de bienestar bien desarrollado; cualquiera que haya vivido aquí ha “disfrutado” de la sanidad, interaccionado con servicios sociales de cualquier tipo o sufrido cualquiera de las humillaciones en las que consiste ser pobre en este país. Hablamos de un lugar donde la baja por maternidad no existe y es habitual tener a madres de vuelta al trabajo tres o cuatro días después del parto. Este es un país cruel con sus pobres.
Incluso con esta colosal disfunción y falta de recursos generalizada, sin embargo, Estados Unidos es tan brutalmente desigual que cualquier programa social redistribuye a espuertas, casi sin intentarlo. Dado que no hay apenas programas universales (aparte de Medicare y seguridad social), todo el gasto es redistributivo, y dado que la pobreza es tan profunda y extendida, es fácil encontrar pobres a los que dar dinero. El abismo es tal, sin embargo, que es casi imposible llenarlo, a pesar del gigantesco volumen de transferencias.
Lo que debemos explicar, entonces, es primero por qué la distribución de la renta antes de ingresos es tan desigual en Estados Unidos, y segundo por qué todas estas transferencias de renta no parecen hacer nada para revertir el aumento de las desigualdades.
Predistribución
La clave es lo que Jacob Hacker, un economista de Yale, llama predistribución, el conjunto de instituciones, estructuras y reglas que distribuyen el poder económico de un país, antes de que se recauden impuestos o se haga transferencia de renta alguna.
No hablamos, entonces, del sistema educativo, el IVA, el IRPF, programas de renta básica, prestaciones de desempleo o ayudas a la vivienda, sino de cosas menos tangibles y sutiles como reglas de competencia, normas para sacarse licencias de albañil, estructura empresarial, acceso a crédito, y el poder de los sindicatos. Es decir, las normas que definen el poder de negociación que tienen los trabajadores en el mercado laboral, la facilidad para cambiar de empresa, la existencia o no de monopolios empresariales, acceso a formación profesional y educación.
Esta no es una idea estrictamente nueva (el sindicalismo nace, precisamente, porque los trabajadores saben que la negociación colectiva les da poder de mercado), pero es increíblemente importante. No sé si recordaréis un artículo que saqué hace un año y pico sobre lo increíblemente difícil que es formar un sindicato en Estados Unidos; todo el sistema está diseñado para hacer la vida imposible a los trabajadores. El mercado laboral en este país (y el sistema educativo, y las licencias profesionales, y la concentración empresarial, y las normas sobre arbitrajes, y el urbanismo, y…) funciona siguiendo principios parecidos; las regulaciones están diseñadas de modo que dejan a los trabajadores en desventaja, una y otra vez. En Estados Unidos existe toda una industria consistente en explotar y maltratar a pobres que va desde payday loans y alquiler de muebles a hipotecas basura, coches de segunda mano inservibles, empleos a tiempo parcial sin derecho alguno, a licencias profesionales para cualquier profesión que se os ocurra (necesitas un título para ser decorador de interiores en muchos estados), cláusulas de no-competencia para trabajadores de restaurantes de comida rápida y el irracional, estúpido y cruel sistema de propinas para pagar a camareros.
Simplemente, Estados Unidos está diseñado para hacer la vida imposible a aquel que no pueda defenderse. La lista de industrias y prácticas imposiblemente abusivas que uno nunca se podría encontrar en Europa es casi infinita. Los trabajadores con menos ingresos viven en un mercado laboral donde nada ni nadie les defiende, y los empresarios responden explotándolos tanto como pueden.
Arreglando el problema
Lo triste de esta historia es que cambiar esta clase de leyes e instituciones de mercado no cuesta dinero ni requiere subir impuestos, pero dado que alteraría de veras la estructura económica del país, es mucho más difícil sacar estas reformas adelante.
Pongamos, por ejemplo, el salario mínimo en un lugar como Connecticut. Para la mayoría de los trabajadores, el salario mínimo está en $13 la hora, una cifra más que decente; conseguimos aprobar la ley hace un par de años para que fuera subiendo poco a poco hasta $15. Lo que no conseguimos tocar, y de hecho casi ni lo intentamos, ya que todo el mundo sabía que incluirlo en la ley haría imposible sacarla adelante, fue subir el salario mínimo para tipped workers, o trabajadores que cobran propinas.
Los camareros cobran un salario mínimo de $6,38 la hora, porque la ley asume que la mayoría de sus ingresos vienen de propinas. Este mínimo tan bajo, obviamente, les deja con un poder de negociación atroz ante sus empleadores, así que tienen las peores condiciones laborales posibles. Los restaurantes lo saben, y lucharon con uñas y dientes para bloquear cualquier intento de cambiar el sistema. Si hay un lobby absolutamente terrorífico en Estados Unidos es la NRA (National Restaurant Association) y sus afiliados estatales, y nadie se atrevió ni a mirarlos un poco mal durante la tramitación de la ley.
Y este es un sector pequeñito de la economía, en un estado pequeñito, en una ley que tiene un apoyo popular inmenso. Reformar algo como Taft-Harley, la ley que destruyó el sindicalismo en Estados Unidos, requiere legislación federal, una supermayoría en el senado, y es, obviamente, algo casi inconcebible políticamente. Porque reformar el mercado laboral americano para aumentar el poder de mercado de los trabajadores tendría un impacto directo e inmediato en la distribución de la riqueza del país, mucho, mucho mayor que cualquier subida fiscal a los más ricos.
Pero claro, los ricos eso lo saben.
Vale la pena señalar que los demócratas no son estúpidos y saben perfectamente que esta clase de reformas son necesarias. La cámara de representantes lleva años aprobando variantes de la PRO Act, una reforma que facilitaría la sindicalización en empresas privadas. Como de costumbre, esto resulta ser una reforma muy popular, pero el sesgo conservador del senado hace que sea casi imposible sacarla adelante sin reformar el filibuster. El sesgo conservador del sistema político americano ataca de nuevo.
La tragedia
Lo trágico de la idea de predistribución, por cierto, es que el político que la “descubrió” y utilizó el concepto como uno de los ejes de su campaña resultó ser Ed Miliband, el triste líder laborista que se las arregló para perder las elecciones contra David Cameron el 2015, un año antes del referéndum del Brexit. Es una lástima cuando una buena idea acaba por encontrar el peor portavoz posible.
Cameron, por cierto, se divirtió mucho asociando a Jacob Hacker con Jim Hacker, de Yes Minister, porque nada podía salir bien ese año.
Bolas extra:
El senado ha aprobado una excepción al filibuster para aprobar un aumento del techo de la deuda y evitar que el gobierno federal suspenda pagos. Es decir, si quieren, pueden aprobar leyes por mayoría simple. Pero claro, algunos demócratas no quieren.
Al menos se están planteando otra excepción para una ley crucial: derecho a voto. E insisto que hace falta.
La reserva federal empieza a decir en voz alta que la inflación les preocupa y que harán lo que sea necesario para mantenerla bajo control. Veremos si eso es suficiente; mi teoría es que sí.
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