Los padres fundadores siempre desconfiaron un poco de esto de la democracia. Los votantes, decían, eran propensos a sufrir ataques de entusiasmo o histeria colectiva de manera impredecible. En unas elecciones, siempre había un riesgo de que un demagogo avivara las pasiones del vulgo y acabara imponiéndose a base de mentiras, manipulaciones, y otras maldades parecidas.
Para proteger al pueblo de sí mismo, los americanos no escogen a su presidente de forma directa. Cuando llegan las elecciones, en realidad votan por una lista de delegados que su estado1 enviará al colegio electoral, que será quien escogerá al nuevo jefe de estado y de gobierno. El colegio electoral actuaría como un guardián de la estabilidad del sistema; si el pueblo llano escogiera alguien moralmente comprometido o corrupto, los compromisarios podrían corregir los errores de la plebe.
La cosa, por supuesto, nunca ha funcionado exactamente de este modo. El colegio electoral (casi) siempre ha acabo votando siguiendo el mandato democrático salido de las urnas, y lo de mantener a cretinos insensatos lejos de la Casa Blanca nunca ha formado parte de su agenda.
Mayorías y minorías
La institución también ha resultado tener otros efectos secundarios más perniciosos. Cada estado escoge un número de electores igual al tamaño de su delegación al congreso2; dos, por sus senadores, más el número total de representantes que tienen asignados. Esto hace que los estados con menos población estén sobrerrepresentados, gracias al peso de los dos senadores. Debido a esta distorsión, es posible que un candidato gane el voto popular en las presidenciales pero pierda el colegio electoral.
Esto ha sucedido en cinco ocasiones. En 1824, la existencia de cuatro candidatos viables (¡!) hizo que nadie tuviera mayoría en el colegio electoral, así que la elección acabó en la cámara de representantes, que escogió a John Quincy Adams (31% del voto) por delante de Andrew Jackson (41%). En 1876, unas elecciones digamos “festivas” trajeron consigo tres estados sin mayorías electorales claras y acusaciones de fraude generalizado. Rutherford Hayes, con un 48% del voto, acabó llegando a la presidencia por delante de Samuel Tilden (51%) tras una comisión chapucera del congreso y un pacto más que cuestionable sobre derechos civiles en el sur3. En 1888, unos comicios increíblemente ajustados entre Benjamin Harrison (47,8%) y Grover Cleveland (48,6%) se decantaron en favor del primero gracias a una victoria afortunada en Nueva York4 por apenas 14.000 votos.
Las dos derrotas de un ganador más recientes son tristemente célebres: en el 2000, con George W. Bush imponiéndose a Al Gore después de que el Supremo bloqueara un recuento en Florida, y 2016, con la carambola imposible de Donald Trump derrotando a Hillary Clinton a pesar de quedar a más de dos puntos en el voto total (48,2-46,1)5. El mismo Trump estuvo a punto de repetir la proeza el 2020, cuando a pesar de perder por 4,5 puntos estuvo apenas a 44.000 votos de empatar en el colegio electoral y ser reelegido en la cámara de representantes.
El colegio electoral, entonces, parece dar una ventaja considerable al partido republicano estos último años. El GOP recibe muchos más votos en zonas rurales y estados poco poblados, hasta el punto de poder perder unas elecciones por cuatro puntos largos en las urnas y ganar la presidencia igualmente. Es aún un poco temprano para decir qué margen van a necesitar los demócratas para estar seguros de poder ganar en noviembre (probablemente rondará los tres puntos y medio). Lo que está claro es que las elecciones acabarán decidiéndose en un puñado de estados de centro-derecha que son los que están justo al margen de los 270 votos que dan la mayoría, y más específicamente, en un porcentaje muy, muy reducido de gente en esos 3-5 estados.
El increíble electorado menguante
Para hacernos una idea de lo pequeño que será este electorado, en las presidenciales del 2020 votaron 158 millones de americanos6. Los siete estados en donde se decidieron los comicios (Georgia, Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Nevada y Carolina del Norte) sumaron apenas 30,6 millones.
El electorado que cuenta en estos comicios, no obstante, no son estos treinta millones. La inmensa mayoría de estos sufridos habitantes de estados bisagra ya saben lo que van a votar en noviembre; los sondeos ahora mismo muestran que hay apenas un diez por ciento de indecisos, una cifra creíble ya que ambos candidatos son bien conocidos. Esto reduce el número de votantes que realmente importa en noviembre a unos tres millones de personas. Y lo de indecisos no es un término casual, porque el margen entre Trump y Biden fue de apenas 200.000 sumando los siete estados. Es decir, es una cifra muy, muy, muy reducida.
Es muy probable, además, que el universo de votantes realmente decisivos sea aún más pequeño en noviembre. A Biden le bastaría ganar en tres estados (Pensilvania, Michigan y Wisconsin) para imponerse en las elecciones. Estos tres estados sumaron 15 millones de votantes el 2020; el universo real de indecisos absolutamente decisivos para el futuro de la humanidad, etcétera,sería de apenas 1,5 millones.
En las elecciones presidenciales del 2020, Trump, Biden y las legiones de PACs y grupos externos se gastaron un total de 5.700.916.140 dolares7 (esto es, más de cinco mil setecientos millones, para los vagos que no quieren contar ceros) durante la campaña electoral.Durante los próximos ocho meses, hay un grupito de americanos desdichados que básicamente van a ser víctimas de miles de millones de dólares de publicidad, llamadas, gente visitándoles en casa, gente berreando en sus calles, correo, más publicidad, más anuncios, más visitas, más mítines, y más, más, más turra política sin cesar hasta que les toque ir a las urnas.
Lo más cómico de todo el asunto es que son, esencialmente, los mismos votantes que sufrieron el mismo tratamiento el 2020, y que incluso tras esa terapia, siguen indecisos. La inmensa mayoría de ellos son gente más o menos normal que están un poco hartos de la política y que realmente no han hecho nada para merecer esto. Muchos de ellos no leen periódicos, ni siguen las noticias, ni saben apenas de qué van las elecciones, porque el ciudadano medio de cualquier democracia no está obsesionado con las campañas electorales. No es que estén indecisos porque están reflexionando profundamente sobre las consecuencias de su voto, sino porque hasta octubre ni se van a preocupar de lo que está pasando, y cuando ven anuncios políticos en TV cambian de canal.
La épica minúscula
Así que, de aquí a noviembre, recordad que las elecciones americanas no son esta épica batalla entre dos mundos enfrentados, dos tribus batallando por el alma del país. Lo que tendremos, en realidad, es una loca carrera para convencer a un puñado de madres solteras en Scranton, Pensilvania que están un poco hartas de que su ciudad es sólo conocida por salir en The Office, de que voten a Biden. Será una disputa para que un puñado de obreros de una fábrica de Ford que están cabreados con el presidente con la transición a coches eléctricos para que se queden o no en casa. Una batalla para que esos estudiantes universitarios en Madison, Wisconsin, se registren para votar en el estado en vez de en casa de sus padres en Indiana o Ilinois y apoyen a Biden.
Y esto nos va a salir, así por lo bajo, lo que cuesta construir una línea de alta velocidad entera entre Madrid y Valencia. La fiesta de la democracia.
Bolas extra
En el capitulo de “héroes de la corrupción” de hoy, Bob Menendez, senador demócrata por New Jersey acusado por segunda vez de recibir sobornos, ha anunciado que no se presentará a la reelección. Al menos, no como candidato demócrata.
La derecha del GOP está lívida con su Speaker tras otro pacto con los demócratas para evitar el cierre del gobierno federal.
Se ha prestado mucha atención a lo de Trump diciendo que si pierde habrá un “baño de sangre”, y si hablaba de violencia o de la industria del automóvil. En ese mismo discurso, Trump abrió el evento con una versión del himno nacional cantada por presos cumpliendo penas de cárcel por el asalto al Capitolio, les llamó “rehenes” y prometió indultarlos. Cuando dice “baño de sangre”, obviamente se refiere a violencia política. Lleva años glorificándola.
El acuerdo que ha firmado Trump con el comité nacional del partido republicano, ahora dirigido por su nuera, Lara Trump, da un porcentaje de todas las donaciones que recaude la organización a la cuenta que está utilizando para pagar a sus abogados.
La presentación del libro en Madrid y Barcelona fue estupenda, por cierto. Mil gracias a todos los que os acercasteis a charlar y escucharnos. Y por supuesto, compradlo, corcho. Que está muy bien.
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Más o menos. Dos estados (Maine y Nebraska) escogen a sus delegados por distrito al congreso, pero son la minoría.
DC envía tres electores desde 1961, tras la aprobación de la vigesimotercera enmienda de la constitución. La capital no tiene representación en el congreso (envían “delegados”, con voz pero sin voto) pero sí en las presidenciales.
Hablo sobre él en cierto detalle en el libro; es el origen del sistema de segregación racial que se alargaría hasta los 1960s.
Es posible que Kennedy sacara menos votos que Nixon en 1960, ya que el voto de Alabama estaba dividido entre JFK y Harry Byrd, el candidato segregacionista. Normalmente no se cuenta como tal, porque JFK es sagrado, etcétera. Ugh, no aguanto el mito Kennedy.
155 millones a Trump o Biden, el resto a partidos frikis.
Los demócratas, por cierto, gastaron mucho más que los republicanos: 8400 millones, incluyendo elecciones a presidencia y congreso, por 5300 del GOP.
Enhorabuena por la buena recepcion del libro.
Por el momento sigo esperando el meteorito contra Trump, aunque creo que ambos candidatos estan empezando a chochear ya que pasados los 80 los años pesan. Creo que una variable muy importante va a ser que pasados los 70 la salud se te puede ir al garete en meses, o incluso en semanas. Asi que espero que Biden se cuide mucho y aguante hasta despues de las elecciones bien sano.
Una consulta. Supongamos que un candidato, o los dos, se anulan, inhabilitan o lo dejan por la razón que sea en cualquier momento desde ahora. Por ejemplo, si por cuestiones de salud (le da un yuyu a cualquiera de los dos, o a los dos, tienen más de 150 años entre ambos, luego ya nadie se acuerda de Brezhnev o Chernenko), ambos son retirados, ¿cuál es el procedimiento? Entiendo que si llegan al nombramiento y designan vicepresidente, automáticamente el vicepresidente es el candidato, ¿o no? No es un tema menor porque hay casos, no en número significativo pero los suficientes para que se hiciera algo al respecto, donde se ha votado y se ha elegido literalmente a un muerto (y no la palmó el día de las elecciones, sino hasta un mes antes, aunque este caso concreto no es de EEUU).