Hace un par de días enlazaba por Twitter un video de un grupo de alumnos del instituto de Carmel, Indiana, enseñando su escuela.
Os aconsejo que lo veáis entero, si no lo habéis visto ya; la escala de las instituciones (que insisto, son de un instituto de secundaria) hace que prácticamente cualquier universidad española parezca una choza. Tienen una piscina olímpica, un planetario, televisión y radio propias; el campus es colosal.
Colosalismo educativo
Esta clase de institutos no son del todo inusuales, aunque Carmel sea un ejemplo un tanto extremo. La ciudad tiene unos 100.000 habitantes, pero en vez de tener varios institutos pequeños, Carmel tiene a sus 5.400 estudiantes en un sólo colegio; las economías de escala son, por lo tanto, descomunales.
Por añadido, Carmel es rico. Hablamos de un suburbio acomodado de Indianápolis con más de 100.000 habitantes, la clase de lugar en la periferia de las áreas metropolitanas de Estados Unidos con rentas medianas familiares por encima de los $100.000. Así que hablamos de un instituto grande en un municipio rico; es esperable que sea bonito y con muchos juguetes.
Lo interesante es que Indiana es un estado donde la financiación de los colegios es relativamente igualitaria. En contra de lo que es habitual en Estados Unidos, la mayoría del gasto en educación es estatal; los municipios sólo cubren una cuarta parte del presupuesto. Esto hace que no haya una diferencia excesiva entre el nivel de recursos de un instituto como Carmel o uno de los centros educativos de Indianapolis. Los estudiantes del segundo tendrán mayores necesidades que los primeros, pero los presupuestos son parecidos. En Estados Unidos se habla del achievement gap, la diferencia entre los resultados en test escolares entre estudiantes blancos y negros, para medir desigualdades. Indiana, en este aspecto, tiene uno de los mejores sistemas educativos del país, con el séptimo gap más pequeño.
Si miramos en el lado opuesto de esa misma tabla nos encontraremos un estado que se las da de progresista y moderno, Connecticut - un lugar donde la diferencias raciales son enormes, y sin demasiados visos de cerrarse.
Impuestos y ciudades
En Connecticut la educación se paga, sobre todo, con el impuesto de la propiedad, el equivalente americano del IBI; un porcentaje del asssessed value (más o menos el valor catastral) del inmueble. No es una cifra pequeña; de media se pagan 21.4 mills (2,14%; la costumbre es expresarlo en tantos por mil) por cada $1000 de valoraci’on. El precio mediano de una vivienda en este estado ronda los $350.000, así que de media se acaba pagando casi $7.500 al año en impuestos.
Hay un detalle importante, sin embargo, que distingue Connecticut de otros estados más igualitarios: el impuesto sobre la propiedad es local. En este estado de 3,5 millones de habitantes hay 169 municipios diferenciados, y ningún gobierno supramunicipal. Eso hace que hablar de impuestos medios y precios medianos tenga poco sentido, porque el nivel de variabilidad entre municipios es atroz.
Pongamos un ejemplo. El precio medio de una vivienda en Greenwich, un suburbio de Nueva York inmensamente rico, ronda los 1,7 millones de dólares. Westport, un poco más al este, 1,5 millones. En Bridgeport, justo al al lado, 290.000. Como las propiedades en Greenwich son tan caras, el municipio no necesita imponer un mill rate demasiado alto para recaudar montañas de dinero; con 11,6 mills le basta para inundar a sus colegios con dólares. El gasto por alumno en Greenwich está por encima de los $24.000 al año. Bridgeport, mientras tanto, tiene menos de una décima parte de valor catastral por habitante, así que si quisiera gastar la misma cantidad de dinero debería tener un mill rate cercano a 130. Esto es, cobrar $37.700 al año de IBI a sus habitantes, una cifra completamente insostenible.
Así que Bridgeport, obviamente, no se gasta ni de lejos lo que se gasta Greenwich, Westport, o el resto de suburbios hiper-ricos del la región en sus escuelas. Su mill rate es “sólo” de 43,5, es decir, cuatro veces el de Greenwich, a pesar de ser una ciudad mucho más pobre. Incluso con este nivel de impuestos, la ciudad no recauda ni de lejos suficiente para pagar colegios decentes, así que el estado es que paga el resto de la factura. El gasto total por estudiante en Bridgeport es de $16,400 al año; el estado paga dos tercios de las facturas.
Segregación persistente
El problema, claro está, es que la ayuda estatal es un parche. Las ciudades más pobres tienen peores colegios, peor financiados, con impuestos más altos. En Connecticut hay una correlación inversa entre nivel de renta e impuestos de la propiedad y gasto educativo. Los municipios más pobres, por supuesto, tienen un porcentaje mucho mayor de estudiantes negros y latinos.
De forma aún más desesperante para los que alguna vez hemos trabajado en arreglar este sistema, la fórmula que calcula la distribución de las ayudas estatales es un galimatías diseñado con los pies con una burrada de excepciones, pegotes, y chapuzas adosadas a menudo completamente arbitrarias. Municipios casi idénticos pueden recibir ayudas por alumno casi completamente distintos dependiendo de si han tenido la suerte de tener algún legislador influyente negociando presupuestos en algún momento. Si a esto le sumamos que los distritos escolares (169, insisto) son demasiado pequeños para tener economías de escala decentes, tenemos un sistema fragmentado, caótico, y que desperdicia dinero a patadas.
Políticamente, el sistema es excepcionalmente difícil de reformar, en no poca medida porque fue diseñado precisamente para generar estos resultados. Los municipios ricos, que son los ganadores netos, se oponen con vehemencia a cualquier cambio, y ven cualquier intento de reforma como una intromisión intolerable en su autonomía local. Los de renta media se conforman con mill rates que rondan entre 25 y 30, pero a cambio mantienen un control ferreo de sus escuelas y quién puede acceder a ellas. Esto es, trabajan con ahínco para evitar que nadie construya casas asequibles en su municipio para mantener sus impuestos más o menos controlados, y de forma más importante, evitar que esa gente (léase pobres, latinos, negros) se mude a su barrio. Las ciudades y suburbios más pobres, mientras tanto, se comen todo el marrón, y como son un porcentaje pequeño de la población total, no tienen capacidad de exigir nada.
Dado que todo el mundo sabe que estas desigualdades son un poco demasiado escandalosas, los legisladores llevan años buscando una solución al problema. La salida más obvia, consolidar distritos a nivel del condado o área metropolitana, es poco menos que imposible. En Connecticut los condados son designaciones púramente geográficas, no institucionales, y cualquier intento de fusionar municipios o compartir impuestos es recibido con gritos de tiranía, control local, y proteged nuestras escuelas. Otro posible arreglo, “estatalizar” el impuesto sobre la propiedad (algo que hacen en Vermont, por ejemplo) nunca ha ido a ninguna parte.
Así que lo que se ha acabado haciendo es una especie de “Indiana por la puerta de atrás”, básicamente aumentando el nivel de las ayudas estatales a la educación poco a poco. Cosa que es buena idea, en teoría, hasta que uno se topa con la política estatal y sus ciclos presupuestarios.
Sobre la política estatal, tenemos las inevitables batallas sobre la fórmula de reparto, qué se incluye en ella, y cómo se debe compensar a los perdedores si se hacen cambios. Tenemos, además, el problema añadido de que los gobiernos municipales a menudo deciden que aprovechar las ayudas para hacer populismo fiscal en casa, bajando sus impuestos de tal manera que deje sus escuelas sin recursos. Hay varias ciudades que hacen esto con asiduidad, y acaban con gastos por alumno muy por debajo de la media (Danbury y Bridgeport suelen actuar de este modo).
Sobre los ciclos presupuestarios, las ciudades saben que cada vez que hay una recesión, la forma más sencilla de reducir el déficit estatal (los presupuestos deben estar siempre equilibrados, por mandato constitucional) sin subir impuestos es recortando las ayudas a la educación - es decir, forzando que los municipios tengan que subir sus impuestos o hacer los recortes. Esto hace que los presupuestos locales vivan en un estado de perpetua incertidumbre, al no depender de si mismos al recaudar dinero.
Incentivos perversos
Lo más pernicioso del sistema, sin embargo, no es tanto el dinero sino los incentivos que crea. Para un gobierno local de Connecticut, el habitante ideal es una pareja de jubilados viviendo en una mansión de un millón de dólares, sin hijos ni nietos. Esta es la clase de propiedades que te permiten recaudar mucho con un mill rate bajo, y gastar poco en educación. Esto hace que los consistorios trabajen muy duro en bloquear cualquier clase de vivienda que pueda ser considerada asequible, vayan como locos intentando atraer comercio y oficinas, y vean la densidad como la obra del diablo, porque es menos caro. Hay una auténtica carrera armamentisco-legal para excluir pobres, a menudo con normas como un tamaño de parcela mínimo de uno o dos acres (4000 ó 8000 m2) por cada vivienda unifamiliar. Gran parte del absurdo, ultra-desperdigado urbanismo del estado nace de este ridículo sistema para pagar las escuelas; es delirante.
Si algo debe quedar claro tras toda esta explicación es que en este país cada estado es un mundo, y las instituciones e impuestos producen a menudo resultados contradictorios o sorprendentes. Nueva Inglaterra es notoria por tener esta clase de sistemas educativos hiperlocales (con la excepción de Vermont), y la segregación racial y económica en educación es un problema endémico. En estados con un sistema de condados más fuerte, como Texas, los impuestos sobre la propiedad no tienen esta clase de impacto. Y después tienes sitios como Indiana, que han estatalizado la educación por completo, pero que generan desigualdades vía acceso a los mejores distritos o privatización selectiva en las ciudades pobres.
Clase social
Mi parte favorita de Connecticut, por cierto, es que a pesar de tener alguno de los mejores colegios públicos del mundo en esos distritos ultra-ricos (Greenwich tiene un equipo de Golf) hay toda una liga de colegios privados ultra-exclusivos y ultra-caros para la gente que tiene dinero de verdad, no una fortunita para comprarte una casa de dos millones. Ese instituto todo elitista de las chicas Gilmore no es una invención; Connecticut es tan clasista que la gente con nivel necesita tener aún más separación de la chusma.
Bolas extra
No sé si recordaréis la guerra que declaró Florida contra los privilegios que tenía Disney en su república privada corporativa independiente de Disneyworld. Bien, parece que DeSantis ha ganado.
Nikki Haley, ex-gobernadora de Carolina del Sur y ex-embajadora en Naciones Unidas, ha anunciado su candidatura a la presidencia. La mejor reacción creo que ha sido la de Stuart Stevens en el NYT, diciendo que Haley es alguien que tiene un futuro brillante detrás suyo. Su mensaje es el del GOP del 2012, un partido que dejó de existir hace tiempo.
Texas y Florida aprobaron leyes que prohibían a sus gobiernos trabajar con entidades financieras que fueran “woke”. El resultado es que pagan tipos de interés por encima del mercado, al tener menos bancos compitiendo en sus mercados de deuda.
Los americanos se toman la mitad de días de vacaciones que hace cuarenta años.
Luego vas pidiendo cantonalismo ;-D