Estados Unidos está plagado de estatuas de Cristóbal Colón. Muchas de ellas (probablemente la mayoría) fueron instaladas en un periodo comprendido entre 1890 y 1920. Los monumentos suelen ser bastante mediocres, el típico bronce estilizado de la época con Don Cristóbal sujetando un globo o una cruz; casi siempre están en plazas en su honor, cerca de alguna parroquia católica.
La proliferación de estas estatuas no era fruto de un súbito aprecio por las hazañas del marinero genovés, sino el resultado de iniciativas cívicas de inmigrantes italianos. Los bronces no buscaban embellecer el barrio o crear nostalgia hacia la patria chica, sino que formaban parte de un conflicto que se repetía por ciudades de todo el país. Los inmigrantes italianos se habían convertido en un grupo numeroso y activo en muchas comunidades, pero debido al sentimiento antinmigrante (y anti-católico) eran excluidos del poder municipal, discriminados o incluso marginados. Con muchas administraciones locales dominadas por WASPs o irlandeses, querían representación y derechos, y los querían ahora. Las estatuas de Colón eran una forma de reivindicar que los italianos también eran europeos, los colonizadores originales del continente, y que no debían ser ninguneados.
Eran, básicamente, una solicitud en bronce para ser considerados “blancos” y dejar de ser tratados como ciudadanos de segunda.
Migrantes pidiendo paso
La historia de las estatuas de Colón es un poco inusual por su legado “artístico”, pero es parecida al de muchas (por no decir todas) las oleadas migratorias a Estados Unidos.
Lo que vemos es la llegada de un grupo nuevo, que es inicialmente rechazado y ninguneado. Los inmigrantes, no obstante, echan raíces, abren negocios, y empiezan a prosperar. Sus hijos van a la escuela, aprenden inglés, y buscan oportunidades. El grupo empieza a organizar asociaciones cívicas (hermandades, colegios, iglesias, lo que sea) y busca representación política; para ganar visibilidad, montan festivales celebrando sus tradiciones, o erigen monumentos a héroes nacionales, o saraos similares. A los pocos años los grupos dominantes empiezan a celebrar con ellos, apreciar su cultura, y poco a poco asimilarla al gran tronco común de la sociedad americana. Una o dos décadas después, los miembros del grupo inmigrante empiezan a abandonar eso de referirse a si mismos por su país de origen y se consideran a si mismos “blancos”. Sus nietos se mudan a los suburbios, se pasan la vida lamentando que no aprendieran el idioma, y visitan, cuando son mayores, el pueblecito rural de Poldavia o Borduria de donde salieron sus abuelos antes de hacer las Américas.
Esta es la historia de la inmigración irlandesa (San Patricio sólo se empieza a celebrar con desfiles y fiestas en los 1870s - y durante mucho tiempo se celebraba más en Estados Unidos que en Irlanda), sueca, noruega, alemana, polaca, judía, y básicamente cualquier grupo que se os pase por la cabeza en este país. Es el resultado del enorme poder asimilador de Estados Unidos, capaz de celebrar y a la vez convertir en leales americanos a todo aquel que llega al país. Y es algo que estamos viendo, ahora mismo, con la oleada de inmigrantes latinos que empezó en los 1990s.
Identidades variables
Hace unos días me topaba con un artículo la mar de curioso de Alexander Agadjanian que busca responder cuántos americanos cambian de raza cada año. La idea de “raza” es una de estas construcciones sociales un poco absurdas de las que los americanos están obsesionados. Sin meterme en una discusión sociológica profunda, el concepto de “raza” es esencialmente una idea artificial por completo, ya que lo que se considera un “atributo racial” es algo variable y subjetivo, que varía a lo largo del tiempo. En 1870, ser “irlandés” era un concepto racializado en Estados Unidos, del mismo modo que en lo era ser “italiano” en 1900. Era un atributo social que justificaba un trato distinto, derivado de identidades y prejuicios sociales. Años más tarde, ninguna de estas dos “razas” son vistas o consideradas como tales; alguien que se llamara a sí mismo “italiano” en 1910 posiblemente describiría a sí mismo como “blanco” un par de décadas después.
Agadjanian usa unos datos de panel de larga duración para mirar, con cierto detalle, la evolución de las identidades raciales de un grupo de americanos durante dos décadas, del 2000 al 2019. Lo que se encuentra es que, en este periodo, un 20% de hispanos “deja de serlo”, igual que un 12% de asiáticos. En agregado, un 11% de la muestra ha “cambiado de raza” durante este periodo.
Otro estudio de Pew, específico para la comunidad latina, describe muy bien cómo se produce este cambio de una generación a otra. Un 97% de hispanos nacidos fuera de Estados Unidos se identifican como tales, al igual que un 92% de la generación de sus hijos. El porcentaje cae al 77% para la tercera generación, y a un 50% para la cuarta.
El idioma sigue un patrón similar. La primera generación o bien habla castellano o es bilingüe; cuando llegamos a la tercera, un 75% habla básicamente sólo inglés:
Nombres absurdos
La ironía de esta clase de sondeos, por supuesto, es que “hispano” en su acepción actual es una categoría esencialmente inventada por la administración Nixon en los años setenta, e incluida en el censo por primera vez en 19801. Oficialmente, uno es hispano si se considera a sí mismo hispano o proviene de un país de cultura hispana2. Considerar que un chileno de ojos azules que se apellide Schmidt y un dominicano negro llamado García dentro del mismo “grupo étnico” es un poco delirante, pero esto es lo que sucede cuando intentas clasificar la población a martillazos. Uno puede ser “latino” y “negro” simultáneamente, por supuesto, porque todo lo que tiene que ver con raza es bastante aleatorio.
Como consuelo, “latino” es menos absurdo que “asiático”, el grupo del censo que cubre de Irán a Japón y de Siberia a la India.
Epílogo
Lo interesante de estas historias sobre raza e inmigración es el hecho que la identidad y cultural son mucho más artificiales y moldeables de lo que se dice. Lo que se considera “el otro”, un grupo étnico o racial socialmente inaceptable o intolerable, es algo puramente social y político, especialmente en Estados Unidos. La identidad individual es, además, muy variable; en este país una persona puede escoger dejar de ser “italiano” o “ruso” y abrazar el patriotismo americano.
La canción “Good Bless America”, sin ir más lejos, que se canta aún hoy en todos los campos de beisbol del país, fue escrita por un judío llamado Israel Beilin3, nacido en Tiumén, Rusia.
Tres notas finales. Primero, tras las protestas de Black Lives Matter del 2020, muchas ciudades retiraron sus estatuas de Colón, debido a su pasado un poquito genocida. Segundo, el estudio de Agadjanian señala que hay un grupo étnico que “cambia de raza” mucho menos que el resto, los afroamericanos. La raza será social y subjetiva y uno puede “dejar de ser italiano”, pero no puedes nunca librarte de tu color de piel. Tercero, todo esto tiene consecuencias divertidas al hablar de voto, pero de eso hablamos otro día.
Bolas extra
El juicio federal contra Trump por el golpe de estado empezará, si todo va bien, a principios de marzo, o más concretamente, el día antes del supermartes de las primarias del GOP. Es muy posible que los republicanos nominen a su candidato sin saber si está condenado por múltiples delitos o no.
Mitch McConnell está teniendo lapsus un poco preocupantes. La gerontocracia en el senado (y la presidencia) es un problema grave.
Recordatorio que las leyes, en Estados Unidos, las escriben veinteañeros hipermotivados recién salidos de la universidad:
“Latino” se añade en 1997, dado su uso habitual en la costa oeste. Por mucho que algunos insistan que se refieren a cosas distintas, para el gobierno federal y la inmensa mayoría de la población son equivalentes. “Latinx” es caca y me niego a aceptarlo.
Hay un debate profundamente estúpido sobre si un brasileño es latino, hispano, ambas cosas, o ninguna de las dos. Los españoles contamos como hispanos/latinos oficialmente; portugueses, filipinos y brasileños no.
Más conocido como Irving Berlin; se cambió el nombre para parecer menos judío.
Hispano si eres de un país de cultura española. Y blanco si eres de Europa. No veo claro que un Español tenga que ser hispano. Y si es vasco o catalán y no se considera español habría otro debate.
Pero vamos, que esto es como el sexo de los ángeles...
Roger ¿que crees que pasará con los hispanos negros? ¿Se volverán afroamericanos? ¿Cambiará con esto la cultura afroamericana en EU? ¿O los "menos negros" conseguirán integrarse en el grupo de los blancos, quizás consiguiendo por el camino que para que te consideren blanco en EU no tengas que tener un color de piel nuclearmente blanco?
También tengo la pregunta de cómo ha reaccionado EU a tener un grupo de gente con colores de piel tan diferentes, cuando (pienso que) ellos están acostumbrados a que el color de piel marque mucho más al grupo que perteneces