Dejamos a la izquierda americana allá en junio, cuando los activistas dentro del partido demócrata debatían entre sí por qué Bernie Sanders había fracasado otra vez en las primarias presidenciales. Aunque parte de la amargura de esos días aún persiste (véase la reacción de algunos ante la noticia de que John Kasich, exgobernador republicano de Ohio, hablará en la convención demócrata), la mayoría del flanco más progresista del partido están dedicando sus energías a una pregunta más inmediata e importante: ¿cómo tratar a Biden?
Hace unos meses, cuando la pandemia apenas empezaba por aquí y Sanders anunciaba que suspendía la campaña, la discusión dentro de muchas organizaciones de la izquierda es si deberían apoyar formalmente (endorsement, una palabra que tiene mala traducción al español) a Biden en las generales. Los debates en Working Families Party, donde trabajo, duraron varios días, y por lo que sé de amigos y conocidos en otras organizaciones parecidas, no fueron demasiado distintos en otras organizaciones similares.
Joe Biden se había pasado toda la campaña de primarias siendo un centrista explícito y convencido, a menudo criticando con dureza las ideas y propuestas de Elizabeth Warren (que recibió el apoyo de WFP) y Sanders. No se había molestado en hablar de racismo, ni se había disculpado de posiciones conservadoras en tiempos pasados, ni había intentado montar una campaña de activistas, de movilizar a los jóvenes, o personas de color, o nuevos votantes. Era alguien que estaba siendo acusado de violación (si os habéis olvidado de ese escándalo, no sois los únicos), un demócrata reformista, amigo de las grandes corporaciones, sin energía ni entusiasmo para responder a los dramáticos problemas estructurales a los que se enfrenta el país. La opción para muchos en la izquierda era no apoyarle y concentrar esfuerzos en la cámara de representantes y el senado a nivel nacional, o en los siempre olvidados (pero increíblemente importantes) legislativos estatales. No se haría campaña contra Biden, pero no se haría nada para las presidenciales.
Han pasado tres meses desde que Sanders se retiró en las primarias, algo que en este 2020 equivale a un par de decenios en política. Tras meses de debates y dudas, la posición de la mayoría de la izquierda americana (Berniebros exaltados aparte) ha cambiado considerablemente.
Para empezar, está Trump. El otro día comentaba cómo gracias a su impopularidad y declaraciones fuera de tono, Trump había conseguido “eliminar” el racismo. El partidismo negativo ha hecho que muchos que detestan al presidente hayan cambiado de opinión sólo para llevarle la contraria. Algo parecido ha sucedido con Joe Biden y la izquierda demócrata: Biden era el peor candidato posible para los progresistas del partido, pero si Trump dice que Biden es el mal encarnado, es hora de apoyarle, aunque sea para llevar la contraria a un presidente que odiamos profundamente.
También está el pequeño detalle, por supuesto, que si en abril Trump parecía ser un presidente espantoso, un racista reaccionario furibundo que sólo se preocupaba de satisfacer a su ego y bajar los impuestos a los millonarios, ahora a todos estos objetivos se le pueden añadir “incompetente”, “delirante”, y “autoritario”, gracias a su espantosa reacción a la epidemia y las protestas antirracistas de las últimas semanas. El presidente lleva tres meses no sólo siendo un patán irresponsable, sino un patán irresponsable con 140.000 muertos de coronavirus a sus espaldas y una economía en caída libre, incapaz de mostrar cualquier tipo de liderazgo. En abril Biden era visto como un mal menor, otro más en la interminable lista de candidatos cansinos con ideas de vuelo gallináceo. Hoy basta con que sea mínimamente competente como parecer alguien que debemos escoger con urgencia ya mismo para prevenir el apocalipsis.
Segundo, y más importante, es que Biden ha sido muy, muy hábil post primarias buscando a la izquierda. Hace tres meses, cuando Sanders anunció su retirada y apoyó a Biden, el mensaje implícito de mucha gente del establishment demócrata es que el ahora candidato a la presidencia no le debía nada a la izquierda. No los había buscado, no había prometido nada, y no había dicho nada que le comprometiera. Biden, sin embargo, evitó la tentación de clavar la cabeza de Sanders en una pica y moverse al centro sin ambages. Al contrario: habló con Sanders y con muchos grupos y organizaciones progresistas entre bastidores, y anunció la creación de varios grupos de trabajo conjuntos para discutir e incluir sus ideas en su programa.
Estos grupos podrían haber sido un paripé, un ejercicio de marear la perdiz que Biden podría utilizar para aburrir a la izquierda y reforzar su imagen de centrista cuando los progres descontentos se quejaran. Para sorpresa de muchos, han sido todo lo contrario: Biden y su equipo han tenido debates serios con la izquierda del partido, los han escuchado con atención, y han adoptado muchas de sus propuestas, creando un programa electoral que, aunque no es tan izquierdista como el de Sanders, está lleno de ideas progresistas y propuestas ambiciosas.
En las dos cosas que más me preocupan (porque soy así de raro a veces), vivienda y cambio climático, Biden ha copiado a Warren en lo primero y Jay Inslee en lo segundo, es decir, las dos mejores propuestas en las primarias. En sanidad, sin llegar a Medicare for all (sanidad pública universal para todos), ha copiado casi todas las ideas relevantes de sus rivales, pero sin irse del todo a la izquierda. Lo mismo se puede decir de derechos civiles, seguridad, o cualquier otro tema que fuera discutido.
Biden ha sido muy hábil en todo este proceso. Por un lado, ha conseguido hacer promesas creíbles a gran parte de la izquierda de que si es elegido lo será con el programa más ambicioso desde Franklin Delano Roosevelt en 1932. Lo ha hecho repitiendo sin cesar que entiende perfectamente la escala de la crisis económica a la que se enfrenta el país ahora mismo, y a base de pura, simple, y llana persuasión política. Por otro, Biden se ha asegurado de no incluir varios de los grandes caballos de batalla de la izquierda en su programa, desde defund the police (que como contaba el otro día, es más realista de lo que parece), Medicare for all y gran parte de la retórica antirracista de los activistas soliviantados estos días. A efectos prácticos, ha pactado un programa muy ambicioso con la izquierda a cambio de poder seguir llevándoles la contraria en las cosas que asustan más a ciertos votantes moderados.
Por supuesto, no voy a decir que los 9-10 puntos de ventaja que Biden le saca a Trump en los sondeos sean gracias a todas estas brillantes maniobras para guardar su flanco. En el mundo real, las estrategias electorales y los trucos retóricos no tienen demasiada importancia. Lo que es indudable, sin embargo, es que Biden ha conseguido evitar el atroz ruido y descontento de los ex-sanderistas en las elecciones del 2016, y además lo ha hecho sin perder su imagen de centrista o de ceder en las cosas que a él le importan como candidato. Los planes de vivienda o cambio climático que lleva ahora son quizás son más ambiciosos (y más caros), pero no son estructuralmente demasiado diferentes a los que él defendió en primarias.
Joe Biden aún tiene tiempo de perder estas elecciones, pero si lo hace, dudo mucho que sea porque la izquierda del partido vaya a sabotearle. En noviembre, casi todo el mundo va a apoyarle sin reparos.
Bolas extra:
Quiero recuperar tres artículos antiguos que saqué en Politikon que alguien me recordaba por Twitter y que vale la pena revisar: aplicando conceptos de ciencia política en el mundo real, dentro de un sistema legislativo estatal (I, II, III) – o lo difícil que es aprobar legislación en este país.
Trump está enviando agentes federales a hacer de policía en varias ciudades contra el criterio de los gobernadores y alcaldes que las reciben. Es muy, muy dudoso que tenga autoridad legal para hacerlo.
Casi todos los programas de estímulo fiscal en Estados Unidos acaban esta semana, incluyendo dinero adicional para el subsidio de paro. Los republicanos han empezado esta semana a plantearse que quizás haya que hacer algo, pero no saben bien el qué.
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Foto: Michael Stokes.