El martes Donald Trump se impuso en quince de los dieciséis estados que celebraban primarias. El resultado total fue abrumador, con el ex-presidente barriendo a Nikki Haley 74-23 en agregado; el único estado en donde perdió, Vermont, es el más progresista del país1.
Todos los candidatos a la presidencia sufren alguna versión de delirios de grandeza, pero Haley finalmente entendió el mensaje. Ayer miércoles anunció que se retiraba de la campaña, dejando a Trump como el candidato inevitable del partido republicano a la presidencia. Lo hizo, notablemente, sin anunciar su apoyo al expresidente en las generales, no sé si por despecho, porque entiende que su carrera política dentro del GOP oficialmente se ha terminado, o porque tiene algo parecido a principios, a pesar de haberlos ocultado durante toda su carrera política.
Viendo lo ocurrido con sus compañeros de partido, dudo mucho que le vayan a durar demasiado.
La rendición
Os preguntaréis como un hombre que está acusado de 91 delitos penales, ha sido condenado a pagar más de ochenta millones de dólares a una mujer por haberla violado y difamado y que se enfrenta a una multa de más de quinientos millones por fraude será el candidato del partido de Lincoln y Reagan a la presidencia de Estados Unidos. Un hombre que, tras perder las elecciones del 2020, intentó mantenerse en el cargo por la fuerza dando un golpe de estado. En palabras de Mitch McConnell, líder del partido en el senado:
“No hay ninguna duda, ninguna, que el presidente Trump es el responsable práctico y moral de los eventos del ese día [el asalto del seis de enero al congreso]. No hay duda sobre ello. Las personas que asaltaron este edificio creían que estaban actuando siguiendo los deseos e instrucciones de su presidente. Esa creencia era la consecuencia previsible del crescendo de declaraciones falsas, teorías de la conspiración e hipérbole irresponsable que el presidente derrotado grito sin cesar al megáfono más potente del planeta tierra.”
McConnell calificó las acciones del presidente ese día como una “deshonrosa negligencia en el cumplimiento del deber”.
Ayer miércoles, el mismo Mitch McConnell anunciaba su apoyo a Trump como candidato a la presidencia.
Mitch McConnell tiene 82 años. En las elecciones del 2020, fue reelegido 57-38 derrotando a Amy McGrath, una candidata demócrata excepcionalmente bien financiada que se gastó casi ochenta millones de dólares en el empeño2. El hombre está de vuelta de todo, y no se enfrenta a las urnas como pronto hasta el 2026; no tiene obligación ni necesidad alguna en decir que va a votar a Trump. El día después de que este cerró la nominación, sin embargo, aquí lo tenemos, baboseando de la forma más lamentable posible a lamerle las botas.
Durante una pequeña, minúscula ventana tras el asalto al Capitolio, el partido republicano parecía que iba al fin a repudiar a Trump. Elaine Chao, secretaria de transportes en su gabinete y esposa de Mitch McConnell, dimitio de su cargo esos días. Prácticamente todos los legisladores del partido, exceptuando una pequeña banda de lunáticos fieles del amado líder, condenaron sus actos, plenamente conscientes que el hombre había enviado literalmente una masa enfurecida al edificio a linchar a algunos de ellos.
Esa claridad moral empezó a desaparecer a los pocos días, tras la investidura de Biden. Las palabras de Mitch McConnell, el discurso que vemos arriba, fueron pronunciadas al terminar el juicio del segundo impeachment de Trump. Siete senadores republicanos votaron a favor de condenarle, algo que hubiera implicado una inhabilitación completa de ocupar cualquier cargo público el resto de sus días. No fueron suficientes; el senado se quedó a diez votos de la condena. Mitch McConnell votó en contra.
La indignación había durado aún menos en la cámara de representantes. Tres semanas después del asalto al congreso, Kevin McCarthy, líder del GOP en la cámara baja, visitaba a Trump en Mar-a-Lago. Lo hizo, según dijo después, para “consolar” al expresidente, que ni comía de lo deprimido que estaba. Lo más probable, sin embargo, es que fuera para disculparse tras haber declarado el 13 de enero que Trump “era responsable” del asalto al Capitolio.
En política, la inmensa mayoría de votantes se identifican con un partido, y suelen definir sus opiniones y posiciones sobre candidatos y temas concretos siguiendo lo que dicen aquellos líderes de los que se fían, es decir, los del partido al que apoyan. Tras el asalto al Capitolio, el GOP se enfrentaba a un problema de acción colectiva bastante simple: podían tomar la decisión de repudiar a Trump y criticarle abiertamente, o podían intentar disculparle. Si una mayoría suficiente de los líderes y cargos del partido hablaban contra el ex-presidente, las bases del partido recibirían el mensaje de que Trump era lo bastante horrible como para que sus propios compañeros le atacaran. Si le defendían, entenderían que aquellos que critican a Trump son progres, liberales, socialistas o algo peor.
El problema para los cargos del GOP es que Trump era popular entre un fracción considerable de las bases del partido, quizás no mayoritaria, pero sí vociferante. Esas bases trumpistas seguían teniendo a un líder en el expresidente capaz de movilizarles en las primarias y que podían hacer de sus vidas un lugar muy, muy desagradable si no les hacían caso. Mitt Romney, en sus memorias, explica que tras votar a favor de (ambos) impeachment de Trump acabó gastando 5.000 dólares al día en escoltas y seguridad para su familia tras recibir decenas de amenazas de muerte creíbles. Romney es millonario (y mucho más valiente que yo, desde luego) y puede correr con estos gastos. Muchos compañeros de partido no pueden afrontarlo.
A efectos prácticos, entonces, los republicanos desafectos estaban en una situación en la que si todos salían a la vez a repudiar a Trump iban a poder librarse de él, quizás para siempre. Lo que acabó sucediendo fue que un puñado de temerarios, suicidas o valientes dieron un paso al frente, se dieron la vuelta, y vieron a todos sus colegas que tanto criticaban a Trump en privado avanzando furiosamente hacia la retaguardia. Mitt Romney se jubila este año3, Liz Chenney, hija de un vicepresidente del GOP, fue derrotada en las primarias, y el resto de críticos han ido abandonando el congreso, conscientes que las huestes trumpistas acabarían con ellos.
La historia del GOP desde el seis de enero del 2021 es la historia de una larga, patética, lamentable rendición, de falta de claridad moral, de completa, lastimera, despreciable, mísera, lamentable postración ante un cretino corrupto, autoritario y demente que literalmente intentó matarlos. Es francamente impresionante.
El insurrecto
La otra noticia esta semana fue la sentencia del Tribunal Supremo, por nueve votos a cero, estableciendo que las autoridades estatales de Colorado no podían decretar que Trump estaba inhabilitado como candidato a la presidencia por haber sido partícipe en una insurrección contra el gobierno de los Estados Unidos.
Sobre la decimocuarta enmienda de la constitución he hablado otras veces, aquí y aquí. Una lectura directa y desapasionada del texto deja perfectamente claro que Trump no podía ser candidato porque había dado un golpe de estado:
Ninguna persona podrá ser senador o representante en el Congreso, ni elector del presidente y vicepresidente de los Estados Unidos, u ocupar cargos, civiles o militares, en los Estados Unidos, o en cualquier estado, si, habiendo prestado juramento previamente como miembro del Congreso, o como oficial de los Estados Unidos, o como miembro de cualquier legislatura de algún estado, o como oficial del poder ejecutivo o judicial de ese estado, para defender la Constitución de los Estados Unidos, ha incurrido en insurrección o rebelión contra los mismos, o ha dado auxilio o consuelo a sus enemigos. Pero el Congreso puede, por voto de dos tercios de cada Cámara, retirar tal inhabilidad.
Dice mucho de la extraordinaria politización del Supremo (gracias, Mitch), sin embargo, que nadie tenía la más mínima esperanza de que el tribunal fuera a bloquear la candidatura de Trump. La única duda era qué fantasía legal los jueces iban a inventarse para leer el artículo de otra manera, y lo cierto es que no han decepcionado.
El argumento principal de la sentencia es muy sencillo: la decimocuarta enmienda fue redactada para dar más poder al gobierno federal sobre los estados, restringiendo qué clase de candidatos podían ocupar cargos públicos en sus instituciones. Como consecuencia, permitir que un tribunal estatal decida sobre candidatos a insitituciones federales no tiene sentido. La única manera de hacer efectiva la prohibición recogida en esta provisión es que el congreso apruebe una ley detallando los procedimientos necesarios para que un tribunal o institución pueda inhabilitar a un candidato.
El pequeño problema, como señala este artículo, es que la enmienda no dice esto en ninguna parte. Es más, el texto incluye un mecanismo para que el congreso pueda levantar una inhabilitación, cosa que claramente implica que sus redactores entendían que un candidato podía ser excluído sin ley previa alguna por otro actor que no fuera el mismo poder legislativo. El supremo ha interpretado repetidamente que el resto de secciones de la misma enmienda (que no son en absoluto triviales; la igualdad ante la ley está en la sección primera) establecen prohibiciones y derechos básicos que los estados deben respetar haya ley del congreso o no. En este caso, los jueces han decidido crear una pequeña gran excepción sólo para este artículo.
La sentencia, además, parece unánime, pero los votos particulares de las tres jueces progresistas y una de jueces conservadoras deja claro que lo es menos de lo que parece4. Las liberales comparten que un tribunal estatal no puede descalificar a Trump, pero critican con dureza el requisito artificial, completamente innecesario en una sentencia, de que sea el congreso quien tenga que implementar el contenido de la enmienda. Porque es, realmente, una idea completamente contraria a lo que dice la propia constitución.
Lo más trágico de esta historia, sin embargo, es que este proceso legal contra Trump, que todo el mundo sabía que acabaría con el ex-presidente en las papeletas, ha resultado en una sentencia que hace que los insurrectos y golpistas sean más impunes. El congreso nunca aprobará una ley implementando la decimocuarta enmienda, así que ningún tribunal estatal podrá decretar que un candidato está inhabilitado tras dar un golpe de estado.
La sentencia, por cierto, no se pronuncia sobre si los hechos del seis de enero fueron una insurrección o no. Ni siquiera la mayoría conservadora de este Supremo es capaz de negar los hechos.
Unas elecciones descorazonadoras
El candidato demócrata a la presidencia será, con toda seguridad, Joe Biden. Un 45% de los votantes demócratas creen que no debería presentarse a la reelección; es impopular y va por detrás en los sondeos. Es, además, bastante viejo, algo que el NYT disfruta recordando a sus lectores unas 23 veces a la semana.
Es difícil imaginar unas elecciones más importantes entre dos candidatos tan radicalmente distintos y donde uno de ellos es tan abrumadoramente horrible, y a la vez tan opresivas, sombrías, tenebrosas, ominosas y descorazonadoras. Lo de este país es francamente de locos.
Bolas extra:
El partido republicano ha nombrado como candidato a gobernador de Carolina del Norte un personaje que está increíblemente chiflado incluso para los extraordinarios estándares del GOP estos días. Es negacionista del holocausto, del 11-S, quiere prohibir todos los abortos y abolir la decimonovena enmienda.
La decimonovena enmienda, ratificada en 1920, es la que establece el sufragio femenino en Estados Unidos.
No habrá cierre del gobierno federal por ahora, pero Ucrania sigue sin recibir ayuda militar.
¡El libro sale a la venta el miércoles que viene! ¡Y voy a estar presentándolo en Madrid y Barcelona!
Biden ganó Vermont 66-31 en el 2020; el único territorio donde Trump perdió por mayor margen fue Washington D.C., 92-5.
He hablado de la mini-industria de candidatos fracasados en Estados Unidos por aquí; McGrath creo que es el ejemplo más atroz de tirar dinero a la basura que he visto.
Y nunca vamos a apreciar su carrera lo suficiente. El hombre tuvo la mala suerte de toparse con el mejor candidato en décadas el 2012, pero es alguien de una talla moral incontestable. El documental sobre esa campaña (en Netflix), por cierto, es estupendo.
El control de cambios del PDF publicado, de hecho, deja claro que el voto particular de las tres liberales era negativo, pero fue “suavizado” después.
También agregaria que la mala memoria de muchos votantes esta haciendo que las elecciones de noviembre sean un rally sin contratiempos para Trump, parece no importarles que su voto puede evitar volver a esa presidencia caótico de Trump o de algo mucho pero mucho peor!
No se si lo de que los republicanos sigan proponiendo candidatos cada vez mas horribles para elecciones que podrian ser competitivas (como la de gobernador de Carolina del Norte) es algo viable a largo plazo. Me imagino que todo dependera de si Trump consigue ganar. Si vuelve a perder, alomejor el partido republicano explota y vemos aparecer un tercer partido quien sabe