Una historia de derechos
El NYT publicaba este fin de semana un artículo fascinante sobre la guerra del movimiento conservador americano contra drag queens y transexuales. Los periodistas hablan con activistas y líderes de la derecha religiosa sobre el origen de su campaña, y como tras sufrir varios fracasos estrepitosos en el 2016 (con la infame “ley de lavabos” en Carolina del Norte) hicieron un montón de encuestas y estudios hasta dar con el mensaje perfecto para soliviantar a suficientes votantes y relanzar el movimiento.
El “truco”, por llamarlo de algún modo, fueron los deportes. En marzo del 2020, Idaho aprobó una ley que prohibía a niñas trans competir con con otras niñas en ligas escolares. Rápidamente se dieron cuenta que lo que motivaba a legisladores y las bases del movimiento era hablar de niños y “derechos de los padres”.
Lo que es realmente interesante del artículo, sin embargo, son sus tres primeros párrafos:
When the Supreme Court declared a constitutional right to same-sex marriage nearly eight years ago, social conservatives were set adrift.
The ruling stripped them of an issue they had used to galvanize rank-and-file supporters and big donors. And it left them searching for a cause that — like opposing gay marriage — would rally the base and raise the movement’s profile on the national stage.
“We knew we needed to find an issue that the candidates were comfortable talking about,” said Terry Schilling, the president of American Principles Project, a social conservative advocacy group. “And we threw everything at the wall.”
Lo que vienen a decir es que, tras la sentencia del supremo sobre el matrimonio homosexual, el movimiento conservador se dio cuenta que no tenía nada que los “galvanizara”. Esto es, no tenían un tema que excitara a los militantes y que atrajera atención mediática. Así que se pusieron a probar cosas - hasta que se toparon con este enfoque para demonizar al colectivo trans.
Hay una profunda corriente de cinismo en toda esta historia. El “movimiento” conservador, el enorme enjambre de ONGs, activistas, lobistas, abogados, grupos religiosos y demás gente indignada como el mundo, tiene un montón de gente que tiene genuinas creencias religiosas y una incansable obcecación con oprimir al prójimo, pero para muchos de sus líderes, todo el tinglado no deja de ser un negocio. Quieren aprobar leyes y en general prohibir todo aquello que les parece pecaminoso, sin duda, pero el tema con el que indignarse les da bastante igual. Su objetivo es impulsar algo que tenga a las bases todo excitadas y cabreadas, sin duda, pero ganar o perder es lo de menos siempre y cuando estén donando dinero a la causa.
Si alguna vez os habéis preguntando de dónde sale toda esta oleada de TERFismo y leyes anti trans en Estados Unidos, el principal motivo es que hay una industria que vive por y para montar movidas reaccionarias, y han decidido que este colectivo son una víctima tan buena como cualquier otra. El espantajo de la homosexualidad ya no da miedo y han perdido el debate por completo, así que ahora tienen este para seguir con su negocio. Son emprendedores de la indignación, disfrazados de gente moral y religiosa.
Esta historia, por cierto, no es en absoluto exclusiva de la derecha religiosa. Hace una temporada hablé sobre la NRA y su “modelo de negocio”, literalmente inventándose una interpretación constitucional para justificar todo su movimiento.
Esta clase de patologías no se limita a la derecha, por supuesto. Hace un par de años escribía sobre el peculiar mundo de las fundaciones y ONGs progresistas, y el considerable peso de ambas en definir el debate político dentro de la izquierda, a veces de forma contraproducente.
Lo más fascinante de estas dinámicas es hasta qué punto el debate de ideas en Estados Unidos tiene un componente de espectáculo, de alimentar a tu audiencia con lo que quiere ver y escuchar. Hay un porcentaje del país (pequeño, pero no insignificante) que está muy politizado, muy motivado y dispuesto a donar mucho dinero para avanzar su causa. Y como tal, hay una industria entera (en la que trabajo, que conste…) dedicada a servir este público. Una proporción considerable de los que están en este mundillo creen (¡creemos!) sinceramente en la causa, y queremos movilizar a gente a favor del bien y en contra del mal. Competimos, sin embargo, con gente que está más por el entretenimiento y las performances que por otra cosa, y que están más para dejar que la gente se exprese y se lo pase bien.
Hace unos días bromeaba que un día de estos tengo que crear una organización nacionalpatriótica que se dedique a preservar, defender, y extender las sagradas libertades recogidas en la tercera enmienda. La idea, por supuesto, sería recaudar paletadas de dinero, cobrar un sueldazo, y no hacer nada relevante. Es una lástima que no sea lo suficiente cínico para ello, porque podría forrarme.
Enseñando a leer
El castellano, en esto de la lectura, está chupado: unas cuantas consonantes, unas cuantas vocales, y cuando pones dos letras juntas siempre hacen el mismo sonido. Cuatro excepciones mal contadas, la “h” que es muda, y a correr. Aprender a leer en inglés, mientras tanto, es muy difícil. El idioma tiene veinte sonidos vocálicos distintos, consonantes que suenan distinto según sopla el viento y una ortografía que es agresivamente aleatoria, haciendo que combinaciones de letras idénticas se pronuncien completamente distinto más o menos al azar.
La dificultad de enseñar a leer en inglés ha provocado un considerable debate académico sobre metodología. Es una historia fascinante, con dos campos enfrentados. Por un lado aquellos que defienden “alfabetización equilibrada” (balanced literacy), que consiste en animar a los niños a que lean, reconociendo palabras y asociaciones. Por otra, tenemos los “fonemistas”, que insisten que los alumnos tienen que aprender a base de identificar sonidos y combinaciones de letras.
El debate debería tener una solución sencilla: el primer método no funciona, el segundo sí. Hay toneladas de evidencia empírica que indica que uno tiene que aprender a leer sílabas y sonidos, porque leer no es algo “natural”, sino algo que debe desarrollarse. Inexplicablemente, la inmensa mayoría de distritos escolares en Estados Unidos utilizan métodos mucho más cercanos a “balanced” que a fonética. Y sí, resulta que también hay una industria entera de consultores que viven de asesorar a distritos escolares sobre “su” método, que suelen ser entre malos y atroces.
Hablando de movimientos sociales útiles, entonces, existe también uno a nivel nacional dedicado a promover la “ciencia de lectura”, esto es, fonética, intentando que distritos escolares de todo el país abandonen tonterías new age de lectura por osmosis y enseñen a leer a los críos en vez de ser factorías de analfabetos funcionales.
Si eso os parece fácil, nunca os habéis topado con los auténticos monumentos a la inercia burocrática que son los distritos escolares en este país. Connecticut, sin ir más lejos, aprobó hace dos años una ley poco menos que forzando a sus escuelas a enseñar fonéticamente (y lo que costó - la tuvieron que meter con calzador en el presupuesto…), sólo para que un montón de distritos decidan acogerse a excepciones para seguir con “su” programa. Algunos insisten en seguir con el modelo anterior que sabemos que no funciona; otros son municipios ricos que creen que cualquier ley estatal es comunismo, y quieren hacer lo que les plazca. Como era de esperar, también tenemos consultores de todo pelaje defendiendo que les den dinero a ellos, claro está.
Y al lado, claro, tenemos a la ciudad de Nueva York: el mayor distrito escolar del país, y que utiliza el peor método posible para enseñar a leer. La mayoría de maestros y directores de escuela de la ciudad se licenciaron en Teachers College, una de las universidades que puso de moda lo de enseñar a leer con dibujitos, así que cuando el distrito ha intentando animarles a cambiar han ignorado la recomendación por completo. Por ley, tienen derecho a ello; son los directores de escuela quienes deciden los temarios. A nadie se le ha ocurrido que quizás eso sea una mala idea y que la ley puede cambiarse.
Otra de esas cosas del sistema político americano donde la respuesta cuando preguntas “¿por qué no cambiarlo?” es “porque no se puede” y a nadie parece importarle.
Notes
Substack, la buena gente que alberga este boletín, ha abierto un clon de Twitter para subscriptores y escritores llamado Notes que está la mar de bien. Para los que me seguís en Twitter, os recomiendo que le echéis un vistazo.
Mi antipatía hacia el nuevo rumbo de Twitter es conocida, y soy de la opinión que el servicio ha empeorado considerablemente, tanto en calidad como en contenido. No sé si Notes será la alternativa o un substituto, pero le voy a dar una oportunidad. De momento, parece un sitio más sano y menos radioactivo.
No qué el listón estuviera demasiado alto.
Bolas extra
Es absurdo que un juez federal al azar pueda suspender una ley en todo el país por las bravas. El mecanismo jurídico que emplean es (sorpresa) fruto de otra interpretación legal de los mismos jueces dándose el poder a ellos mismos.
El CEO de Substack no parece entender cosas básicas sobre moderación de contenidos, o no se atreve a responder sobre ello.
El boicot a una marca de cerveza por ser demasiado woke. Yo simplemente boicoteo Bud Light por ser una basura imbebible.
La tercera enmienda de la constitución reza que “No soldier shall, in time of peace be quartered in any house, without the consent of the owner, nor in time of war, but in a manner to be prescribed by law.”
Es normal que los meapilas republicanos hayan dejado en paz a los homosexuales, y estén ahora atizando a los trans. Ya que, finalmente, hay más chicha y más temas sobre los que discutir. Y además, hay algunos en los que incluso tienen las de ganar.
Por poner ejemplos, esta todo el tema del deporte de competición y en qué categoría dejarles competir. El tema de como regular la autodeterminación de sexo. O incluso el tema de que baños deberían utilizar. Y además todos están interrelacionados para uso y disfrute de cualquier alborotador.