Los americanos tienen una tremenda, irracional aversión a hablar sobre la clase social. Nunca he entendido del todo por qué; sospecho que es fruto de la combinación del frenesí anticomunista de la posguerra con la realidad innegable de que Estados Unidos era un país mucho más próspero y con una clase media mucho mayor que en cualquier lugar del mundo, ya desde principios del siglo XX.
Sea como fuere, Estados Unidos es, en 2024, un país mucho más desigual que cualquier otra democracia avanzada (con la posible excepción del Reino Unido) y mucho más estratificado socialmente. La distancia entre ricos y pobres es colosal, la movilidad social escasa, y todas esas barreras informales que solemos identificar con sociedades divididas (universidades de élite, rentas monopolísticas, oligarquía, un sistema político osificado) son omnipresentes.
Descubriendo (mal) el voto de clase
La victoria de Trump en 2016 trajo consigo un pequeño renacer en el debate sobre clase social y afiliación política. Trump era un candidato populista que decía ser el avatar de la working class, la clase trabajadora. Los periodistas “descubrieron” que su mensaje parecía atraer la atención de un grupo de población específico: votantes sin estudios universitarios, blancos y varones. Rápidamente se apresuraron a hablar sobre el fin del voto de clase y una inversión completa del sistema de partidos en el que los demócratas eran el partido de los profesionales universitarios y los republicanos los amos de la clase obrera.
No es necesario haber estudiado sociología para percatarse de que la definición de clase obrera en esta mitología tiene ligeros problemas. Aunque el nivel educativo es parte de la clase social, es un indicador muy burdo. Un propietario de un taller mecánico, un par de restaurantes de comida rápida o un concesionario de coches no tiene por qué ser licenciado, pero dista mucho de ser un “obrero” en cualquier definición razonable. Dentro de los licenciados, es muy distinto ser un trabajador social a ser ejecutivo de una multinacional, o comparar un maestro de escuela con un ingeniero de caminos.
La cobertura de los medios, además, era especialmente insidiosa por su obcecación en asumir que un obrero era blanco y hombre. Todo aquel que no pareciera ansioso de coger un pico y barrena y bajar a la mina era descartado en la narrativa postrumpiana de obreros del metal abrazando el populismo reaccionario.
Esta clase de miopía es irritante en los medios, pero todo apunta a que el partido demócrata se ha olvidado de qué demonios es esto de la working class y están desesperados por intentar encontrar la forma de recuperarla. Si miramos sondeos recientes, siguen igual de perdidos que siempre; el voto blanco, sin estudios superiores y varón, es la gran vía de agua en cualquier coalición de gobierno demócrata.
Pero claro, esa definición de clase obrera es falaz. Quizás un mejor punto de partida sería intentar averiguar quién demonios es la clase obrera en este bendito país y analizarla con cierto detalle, no perseguir a ese mitológico obrero del metal de Ohio.
En busca del obrero perdido
Inexplicablemente, nadie en el partido demócrata u organizaciones y fundaciones asociadas ha mostrado interés alguno en hacer esta clase de estudio, porque Dios les libre que alguien les acuse de comunistas obsesionados con la guerra de clases. Quien ha tenido que hacer este trabajo ha sido Working Families Power, la organización asociada al Working Families Party, encargando un sondeo enorme con más de 5000 entrevistas, decenas de focus groups y una montaña de investigación académica asociada.
El estudio es muy bueno, y no porque haya sido escrito por la organización en la que trabajo1. El objetivo para sus redactores era, literalmente, responder a la simple pregunta de quién es la clase obrera, a quién vota y por qué, de forma más sofisticada que mirar niveles educativos. En el sondeo, aparte de ingresos y nivel educativo, se incluyeron preguntas como categoría profesional o industria, autoidentificación subjetiva de clase, y cosas como seguridad financiera o expectativas para la jubilación. Para los sociólogos en la sala, la intención era emplear el esquema de Erikson-Goldthorpe-Portocarero, que es algo que ves habitualmente en cosas como la European Social Survey pero que nunca ves en el debate político americano.
El estudio no es perfecto, y la encuesta no incluye detalles de clase social o nivel de riqueza. Aun así, los autores dan un análisis más detallado de clase social de lo que uno ve habitualmente. Empecemos por las grandes cifras:
Un 63% de los encuestados son clase trabajadora, un 20% clase media, y un 11% clase alta. Dentro de la clase trabajadora, un 13% son clase baja, 25% clase media y 25% clase alta trabajadora, según ingresos, categoría profesional y nivel educativo. En este esquema, un profesor de instituto o un administrativo serían clase trabajadora alta o media; un contable o un contratista, clase media.
Aunque los miembros de la clase trabajadora no suelen tener estudios universitarios, hay muchos universitarios que son clase trabajadora; lo mismo sucede en sentido contrario. Casi dos tercios de la clase trabajadora tienen ingresos familiares por debajo de los $75.000 al año (enésimo recordatorio de que este país es muy rico); sólo un 15% de la clase media estaría por debajo. La clase trabajadora es mucho más urbana y rural que las otras dos, que se concentran en los suburbios. Son también mucho menos blancos (63%) que las clases medias (77%) o altas (88%).
Lo que preocupa a Working Families (y a los frikis que leéis este boletín, supongo) es cómo vota esta gente, y la respuesta es algo más compleja. Estas son las respuestas sobre recuerdo de voto en las elecciones de 2020; nótese que el porcentaje de tercer partido es muy alto y la abstención muy baja, así que la respuesta es más sobre identificación política que voto real. La primera columna son todos los votantes, segunda clase trabajadora, tercera clase media, cuarta clase alta:
Resulta que, mirando los datos en agregado, es cierto que la clase trabajadora es considerablemente más republicana que los otros grupos. Biden gana este segmento 33-32 (abstención y tercer partido suman 31); en clase media, en cambio, se impone por diez puntos, y en clases altas por dieciocho. Así que la historia sobre clase social quizás no era tan descabellada, al menos vista desde aquí.
¿Y por qué votan a Trump?
La teoría habitual en los medios para explicar este fenómeno es que la clase trabajadora es de izquierdas en temas económicos, pero conservadora en temas sociales. Quieren a alguien que hable contra las élites, están a favor de los servicios sociales y apoyan subir impuestos a los ricos, pero son contrarios a la inmigración, se asustan con el rollo woke, y no quieren que la agenda transexual, multicultural, atea, herética, masónica y anticolonial imponga que todo el mundo lleve burka y/o tanga en las escuelas.
El estudio intenta averiguar si esta hipótesis es correcta con una batería de preguntas bastante estándar sobre preferencias ideológicas en temas económicos, culturales y sociales, comparando a la clase trabajadora con las clases medias y altas. Resulta que esta explicación es completamente incorrecta.
Primero, los encuestados de clase obrera tienen, de media, las mismas preferencias ideológicas en inmigración, aborto, derechos LGBTQ y apoyo a los valores familiares tradicionales. Son menos racistas (medido con preguntas sobre resentimiento racial), menos patrióticos y están más a la izquierda en justicia y crimen. El único indicador en el que son más conservadores es en relaciones de género, donde son ligeramente más sexistas.
Hay dos temas en los que hay una diferencia enorme entre clases sociales. La pregunta que genera una mayor divergencia en todo el sondeo es: “Los trabajadores en este país suelen recibir la paga y las condiciones laborales que se merecen”; la clase trabajadora está en 24-60 en desacuerdo; las clases altas 49-29 a favor. La segunda pregunta con mayor diferencia es sobre la falta de empleo de calidad. El otro foco de enormes divergencias es en medidas de política económica. Las clases trabajadoras están abrumadoramente a favor de cosas como sanidad universal gratuita, limitar alquileres, universidades gratuitas o una garantía de pleno empleo; las clases medias son ligeramente favorables, y las altas neutrales o ligeramente en contra.
Es decir: las clases trabajadoras no están votando republicano porque son una panda de ignorantes cavernícolas reaccionarios que odian a todo el mundo. La explicación tiene que ser más complicada.
Las siete clases trabajadoras
Y eso es, precisamente, lo que este estudio hace excepcionalmente bien. La clase trabajadora es enorme; poner a todos sus miembros bajo una sola categoría no tiene sentido. Aprovechando que tenemos una encuesta con tantos casos, es posible segmentarla en varios subgrupos y evaluar cuidadosamente su composición. Para ello, los autores cogieron las diez preguntas sobre preferencias políticas que creaban patrones más distintivos y agruparon a los trabajadores en siete grandes grupos:
Es decir, siete subgrupos, más o menos del mismo tamaño, pero con prioridades, preferencias y características demográficas distintas. Echémosles un vistazo:
Grupos que votan demócrata
Izquierda de “nueva generación” (14%)
Este es el grupo más sólidamente progresista en todos los temas; suelen ser mujeres, jóvenes, urbanitas y más habituales en los estados del norte. Su nivel educativo está un poco por encima de la media de la clase trabajadora, pero sólo un 10% son licenciados. En cuanto a ingresos, son similares al resto. Son la caricatura de “izquierda progre podemita”. Creen que la política no funciona y se abstienen o votan a terceros partidos a menudo.
Liberales clásicos (13%)
“Liberal”, en Estados Unidos, es “progre”, y estos son los progres de toda la vida. Mayoritariamente mujeres (71%) de mediana edad, están en la parte “alta” de la clase obrera y suelen participar bastante en política. Están orgullosas de ser americanas y son algo más conservadoras en seguridad ciudadana. Totalmente señoras concienciadas de los suburbios. Votan a menudo.
Grupos que votan republicano
Extremocentristas MAGA (13%)
Votantes conservadores en todos los temas, desde cuestiones económicas hasta temas culturales, este grupo son los cuñados republicanos reaccionarios de toda la vida. Nada de populismo; aquí tenemos a gente que está en contra de todo, desde la sanidad para esa gente hasta los transexuales en parques públicos. Mucho más rurales que la media, la mitad gana más de 100.000 dólares al año. Son abrumadoramente blancos (86%) y varones (60%). No tienen nada que ver con ese obrero que está en contra de lo woke; están en contra de todo. Nunca, nunca se abstienen.
Tradicionalistas anti-Woke (14%)
Este es el único grupo que cumple con el arquetipo progre en lo económico y reaccionario en lo social de toda la clase trabajadora. Difieren del arquetipo mediático en que son menos blancos que la media, pero son mayoritariamente hombres, y son más urbanos que rurales. A pesar de todo, Trump sólo ganó este grupo 41-31. Votan a menudo.
Grupos a medio camino
Moderados acomodados de los suburbios (14%)
Mujeres blancas de los suburbios con ingresos relativamente altos (42% por encima de 75.000 dólares) y ahorros. Son moderadas (no reaccionarias) en seguridad pública e inmigración, bastante conservadoras en temas económicos, pero son favorables al aborto y a la igualdad de género. Son la clase de votantes que no aguantan el lenguaje intolerante del GOP, pero desconfían de potenciales conatos de socialismo. Trump ganó aquí 38-30 en 2020. Se abstienen poco.
Conservadores no blancos desafectos (16%)
Un grupo curioso, mayoritariamente no blanco, joven y más masculino aún que los MAGA. También tienen ingresos y niveles educativos bajos. Muy urbanos, muy desencantados con el sistema y votan muy poco. Políticamente, son relativamente de izquierdas en lo económico y conservadores en casi todos los temas sociales. Las únicas excepciones son inmigración (centristas), crimen y justicia (netamente de izquierdas) y nacionalismo. Trump ganó este grupo 30-22, pero se abstuvieron más que nadie.
Desconectados persuasibles (16%)
El típico votante que pasa absolutamente de la política y cree que su voto no sirve para nada. Son el grupo con menores ingresos, mayoritariamente mujeres blancas. Son muy de izquierdas en lo económico, aunque no le prestan demasiada atención, y relativamente de izquierdas en lo social, aunque un poco más racistas que la media. Votan muy poco; Biden los ganó 28-27.
¿Y esto qué quiere decir?
En realidad, la clase trabajadora trumpista es una minoría relativamente pequeña del electorado, menos de una quinta parte de los votantes del país. El problema es que el resto de los votantes son gente muy complicada.
Básicamente, los demócratas tienen el voto seguro de sobre una cuarta parte de la clase trabajadora, los republicanos tienen casi cerrado una cuarta parte, y el resto está muy dividido y votan hacia un lado u otro dependiendo de qué temas dominan la agenda y la capacidad de persuasión de los candidatos. La ventaja para los demócratas es que un porcentaje considerable de estos votantes responden a un mensaje económicamente populista. El problema es que existe un porcentaje considerable de votantes que quieren esa moderación dentro de la clase trabajadora y hay un porcentaje probablemente aún mayor que se abstienen porque creen que la política no sirve para nada. Y, por supuesto, un exceso de populismo les puede costar votos entre las clases medias y altas.
Todo esto se complica si se tienen en cuenta los condicionantes demográficos. Un candidato demócrata en Nevada o Arizona (más suburbano y latino) tiene una distribución electoral distinta que uno en Michigan (urbano) o Montana (rural y blanco). Una candidata a la presidencia tiene que encontrar un demencial punto de equilibrio entre los tres grupos en disputa, además de movilizar a sus bases adormiladas.
Es decir: ganar elecciones en Estados Unidos es difícil. Como he comentado otras veces (y le dedico mucho espacio en el libro, que deberíais comprar de una vez), los demócratas tomaron la decisión racional de moderarse en lo económico para capturar parte del voto de las clases altas, recalcando aquellos temas sociales en los que los republicanos son impopulares. Eso les ha hecho increíblemente efectivos ganando elecciones presidenciales (han sacado más votos en siete de las últimas ocho, no lo olvidemos), pero su mayoría es vulnerable: si perdieran el apoyo de la clase trabajadora, no podrían ganar.
Por ahora, mantener el empate (relativo) en el voto de clase trabajadora les puede bastar para ganar. Lo que es difícil saber es si esta estrategia es sostenible y si pueden ganar en noviembre con ella.
Bolas extra:
Tras dedicar un boletín entero al patán de Eric Adams, alcalde de Nueva York, un tribunal federal le acusó formalmente de un montón de delitos de corrupción el jueves.
Como comentaba Kevin Drum, parte del problema es que Adams parece ser realmente idiota en esto de ser corrupto.
Trump está vendiendo relojes de oro de 100.000 dólares así mientras hace campaña electoral, en algo que no es en absoluto un timo o una forma dicharachera de recibir donaciones sin que se note.
“Crímenes relacionados con embarazos”, uno de esos maravillosos conceptos nacidos de las prohibiciones al aborto.
Escribí una versión más corta del boletín de hoy en inglés para una página de Connecticut, y una aún más corta para un periódico en castellano también de aquí.
No he participado en su redacción tampoco; lo ha llevado nacional con HIT Strategies.
Muy interesante, estaría bien si se aplicará por estados para ver si eso explica las enormes diferencias de voto entre ellos
Un dato que me ha dejado pegado del estudio es que el 49% de la clase alta tiene más de 65 años (frente al 19% de la clase trabajadora). El 41% de la clase trabajadora tiene menos de 39 años, sólo el 13% de la clase alta tiene menos de 39 años. Consideraciones médicas y de esperanza de vida aparte, la forma de ver el mundo de una clase envejecida (que rebosa los centros de poder, convertidos en geriátricos, entre Trump y Biden sumaban 160 años) forzosamente ha de ser muy distinta de una rejuvenecida, y no necesariamente para bien en ningún caso. En cualquier caso, el perfil demográfico es totalmente alienígena para los datos generales de EEUU (de la clase alta).
No veo que el estudio haya dado un interés a la política exterior. Occidente en su conjunto se comporta como la clase alta del planeta, viviendo en su propia burbuja y por encima del 85% del mundo (y con parámetros demogràficos comparables). Hay muchos mitos también sobre el peso y la percepción de la política exterior en el cuerpo electoral norteamericano, personalmente estoy convencido de que un estudio de este tipo iba a fundir muchos clichés prefabricados.